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Mi abuela: más de un siglo

entre la magia y el amor...

Hoy sus pasos son cansados, su mirada se apaga lentamente, pero de repente te sonríe, suelta una carcajada y sabes que hay abuela para rato.

Judith Mercado Rodríguez: 101 años y 100% vital...

Sus calles son arena... Su nombre es Arenal... Aquí nació la abuela de la autora de esta crónica muy especial por lo que connota.

La abuela ríe...  A lo mejor, de sus picardías se acuerda... Lo cierto es que nada se le olvida. 

Una parte de la familia de la centenaria matrona: los hijos, los nietos y 

los biznietos le celebran sus 101 diciembres.

¿Será que Irama llega a la edad de su abuela? Pasará el tiempo y veremos...

101 años de 'la matrona de Macondo'

nacer; mi abuela Judith Mercado, quien hizo de enfermera auxiliar, y mi madre, Dortys Pedraza, quien, por supuesto, me trajo al mundo. Ellas han sido el pilar fundamental en todo lo que he hecho en estos 53 años de vida.

Y así como se narran las fechas de fin de año yo quiero contarles algo sobre la vida de mi abuela.

Judith Mercado Rodríguez es una mujer

guerrera que me enseñó el amor por mi pueblo (mi Macondo) y que me da siempre todo su a-mor. Yo la recuerdo cada día porque ella es mi segunda madre. (Es más creo que manda más en mí que mi mamá, porque como buena matro-na ¡sabe mandar muy bien!… A esa viejita que este 23 de diciembre cumplió 101 años, le doy las GRACIAS —en mayúsculas, sí— por su sa-biduría, por sus arrugas, por sus manos, por su gusto en la comida, (todavía nadie ha superado su exquisito guiso de mondongo, ni siquiera mi mamá, que es la mejor cocinera del mundo). Es momento para contarles sobre lo maravilloso que es pasar un rato al lado de mi abuela. Vivir un siglo no es fácil y mucho menos mantener la vitalidad a pesar de que la piel se arruga y los huesos ceden al paso de los años.

Es mi abuela, quien con sus sonrisa, luci-

dez, mano dura, chistes, amor y dedicación, me ha dado el mejor ejemplo de vida.

Esta es la historia de mi abuela ‘La matrona de Macondo’ y sus 101 años de vida.

podía creer—: mis ojos buscaban con afán un centímetro de carretera y no fue posible encontrarlo, las casitas humildes, construi-das en bahareque y barro nos decía a gri-tos que este era el mundo real de un sitio que parecía irreal por lo atrasado de sus construcciones…

Pues bien, en medio de esas polvo-

rientas calles, nació mi abuela hace ya más de un siglo (alcanzaré yo esa edad? Ni lo imagino). Ella nació en el seno del hogar conformado por Manuel Mercado y Carlota Rodríguez (les dije que mi bisabuela era ‘la comadrona de Macondo’ no lo olviden).

Sigo contándoles: mi abuela creció

aquí y cuando tenía 12 años, mi bisabuela Carlota (la de las manos más largas que yo he visto en mi vida —tal vez para que pu-diera recibir con más facilidad a los miles y miles de niños que trajo al mundo—) se se-paró de mi bisabuelo y decidieron probar suerte en otro pueblo. Así, llena de ilusio-nes, esta familia conformada por mi bisa-buela Carlota, mi abuela Judith y sus her-manos Inés, Joaquín y Alfonso y su prima

Carmen Guerrero, emprendieron la que sería conocida por la familia como ‘La ruta hacia Macondo’.

En su trayectoria llegaron primero a Santa Marta, capital del Magdalena, allí se quedaron algunos días, pero mi

bisabuela no veía futuro. Entonces continuaron su camino y se dirigieron al centro de Macondo, hacía El Retén, que en ese entonces era corregimiento de Aracataca, y que apenas comenzaba a despuntar como el sitio obligado de descanso de los soldados que pasaban por la Zona bananera.

Aquí en el Retén creció la estrella de mi historia —mi abuela—: en este pueblo, de calles tal vez más polvorien-

tas que Arenal, comenzó mi abuela a sus escasos 15 años a vender comida para sobrevivir. Con el paso de los años

se convirtió en una modista autodidacta y mi bisabuela en ‘La comadrona de Macondo’. Así, poco a poco se forjaba la historia de Judith —mi abuela—.

Judith… que según Wikipedia es nombre de origen hebreo

que significa ‘Mujer alabada’, un nombre tiene las siguientes ca-racterísticas: Leal a sus afectos… Es alegre y optimista… Tam-bién es intuitiva y… Sabe manejar las situaciones que se le pre-sentan, gracias a su gran sentido común (Puedp llegar a creer que Wikipedia estudió bien a mi abuela porque así es ella…)

EL AMOR EN SU LABERINTO

Siendo una hermosa jovencita de 22 años, mi abuela se

sintió atraída por un apuesto Teniente del Ejército que llegó a de-fender nuestro país del ataque de los bandidos en esa época. Se enamoraron y se casaron en la Iglesia de San Juan Bautista de mi pueblo (allí mismo donde se casó mi mamá y me bautizaron). Mi abuela quedó embarazada y por esas cosas del destino a mi abuelo (¿podré llamarlo así si lo vi una sola vez en mi vida?) lo trasladaron y se marchó lejos de mi abuela y solo regresó a co-nocer a mi mamá cuando ella tenía seis meses de nacida y nun-ca más volvió a buscarla. Así que este capítulo de amor se cerró allí. Pasaron los años (cinco) y un día llegó al pueblo un elegante hombre procedente del interior del país (Antioquia), químico far-maceuta de profesión y con cierto donaire: se llamaba Roque de los Ríos Valle y conquistó el corazón de mi abuela. Se unieron en matrimonio y de esta unión nacieron mis tíos Miriam, Leda (que es mi madrina), Judith más conocida como Telly y el único varón de la familia Finel.

LA FAMILIA DE LA ABUELA

La vida cambió rotundamente para mi abuela: pasó enton-

ces a ser la consentida del hogar a la ‘matrona de Macondo’. No le hizo falta nada a partir de este momento y gozó de todos los privilegios que le brindaba formar parte de una de las familias más reconocidas en el pueblo. Me cuenta que a su casa llegaban las familias más adineradas de la región.

Y así en medio del amor, la comprensión y la abundancia

crecieron todos… Mi mamá se convirtió en la modista del pueblo, mi tía Miriam fue la primera periodista del pueblo, tía Leda era la maestra del pueblo, mi tía Telly se casó con el alemán del pueblo y mi tío Finel haciendo honor a su sexo se convirtió y aún es el futbolista del pueblo (todos los ingredientes maravillosos que dan

vida a la magia de Macondo —verdad que mi familia hace parte de esa magia?—)… Hoy, a sus 101 años (los cumplió el 23 de diciembre) mi abuela tiene 11 nietos, y 12 biznietos.

Ella es una mujer fuerte, guerrera, es alegre, divertida y, al mismo tiempo, es una mujer severa e inquebranta-

ble en sus decisiones, bautizada por mí —ya era hora de decirlo— ‘la matrona de Macondo’. Mi abuela más que una suegra es amiga de sus yernos. Es indiscutida vencedora de todas las adversidades: tanto, que desafió la vida luego de que el 2 de enero de 2014 hubiera sufrido un accidente casero y se fracturara la cabeza del fémur.  El médico que la atendió en urgencias les dijo a mis tías y a mi mamá que ya no había nada qué hacer, que por su avanzada edad ella no se levantaría jamás de una cama y que, viva, duraría unos meses. Mi abuela tan solo sonrió y dijo “ese médico está loco”. La familia la vio quebrarse de dolor, pero poco a poco tomó fuerzas y se levantó de la cama (aunque no camina como antes) porque ella es como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie, es como el acero que se dobla pero jamás se quiebra, pero es tan noble que no hay un ser humano que la conozca que no la ame. Mi esposo Néstor se asombra de la lucidez de mi abuela. Cuando me llama aquí a la Argentina desde Colombia siempre pregun-ta por él y por su familia… ¡Jamás olvida nada!

Mi abuela es espontánea, joco-

sa, burlona, siempre tiene chispa pa-ra las cosas de la vida y aun hoy, aunque un poco delgada, desafía to-do, incluso el paso del tiempo y da pasitos apoyada en un caminador. Mi abuela no se pierde ninguna novela y por sus dedos se escurre alguna que otra lágrima de dolor por el sufri-miento de quienes ve en la televisión (luego se burla de ella misma). Esta es mi abuela, la que disfruta de co-mer pescado y saborear una hume-ante taza de café. ¡Ahhh!, eso sí: ja-más sale de su cuarto sin haberse puesto perfume en todo el cuerpo. Hasta para tomarse una foto se echa perfume. Le encanta cultivar rosas (llego a tener más de 70 rosas en su jardín), la emociona escuchar el canto de los pájaros  y se ha vuelto adicta al horroroso grito de dos loros que se aprendieron su nombre y la

llaman estruendosamente: Judy… Judy… ¡qué locura!

A sus 101 años se ha convertido en la guía espiritual de sus yernos —los tres, en estos momentos que escribo

esta crónica, están hospitalizados—: mi papá Tulio y mi tío Gamaliel en Barranquilla y mi tío Klaus en Alemania y es ella quien los llama y está pendiente de la salud de ellos. Mi papá dice que es ella quien los nutre de su dinamismo y fortaleza.

EL SECRETO DE SU LONGEVIDAD

Le pregunté qué cómo había logrado llegar a esta edad y me dijo que era por haberse alimentado con mazamo-

rra de maíz verde y zaragozas, además de tener una regla inquebrantable: sin importar quién esté en la casa, ella duerme su siesta de 1 a 4 de la tarde. Regla que jamás ha quebrado y, quizá por eso, hoy su piel aunque ha perdido la vitalidad de sus años mozos, conserva cierta lozanía —mi abuela a sus 101 años ¡NO TIENE ESTRÍAS!— (Yo me asombro cada vez que la toco y recorro con mis manos cada centímetro de su piel). Me gusta oler a mi abuela, besar-

le la frente, las mejillas y los ojos. Quiero que su rostro penetre mis sentidos, quiero grabarla eterna-mente en mi alma y decirle que “eres la mejor abuela del mundo” y que “siempre viviré orgullosa de que seas mi abuela”.

Hoy sus pasos son cansados, su mirada se a- 

paga lentamente, pero de repente te sonríe, suelta una carcajada y sabes que hay abuela para rato.

Abuela de mi alma, pedacito de mi vida: sabes

que te llevo en mi corazón y no hay nada que me llene más de valor que escuchar tu voz a través del teléfono, diciéndome siempre que me amas como yo te amo a ti. Nunca te cansas de decírmelo como yo de repetírtelo. ¡Te amo mi muñeca brava! ¡Te amo mi hermosa viejita!

Abuela: gracias por esas deliciosas tazas de

café calentitas que nos das cada vez que llegamos a casa. Gracias por estar con nosotros y hacernos la vida más hermosa. Tus ojos son el reflejo del amor de Dios, tu voz es el cantar de la vida.

Gracias, mil veces gracias, y eternamente orgu-

llosa de que seas mi abuela.

Sé que ella algún día tendrá que partir, pero

también sé que mi abuela será inmortal porque siempre vivirá en nosotros y… ¿saben por qué? porque aunque es pequeñita, es la mujer más grande que he conocido en mi vida! Ella es la fortaleza de la familia.

Por: Irama de Jesús Rodríguez

Celebrar la Navidad y el Año Nuevo es algo lleno de magia y felici-

dad y hoy voy a contarles a ustedes sobre la magia que reina en mi fami-lia, con nombre propio: Judith Mercado Rodríguez.

Pero antes debo contarles que el día de mi nacimiento (un 10 de Julio

de 1963) fui recibida por tres mujeres que marcaron mi existencia: mi bis-abuela Carlota Rodríguez, ‘La comadrona de Macondo, quien me recibió al

ARENAL, TIERRA QUE VIO NACER

A JUDITH Y SU RUTA A MACONDO

Judith Mercado Rodríguez nació en Arenal un pueblo pequeño que apenas si conoce lo que es la civilización y el

avance tecnológico. Sus calles, como lo indica su nombre, son de arena y transcurrido más de un siglo, aún sigue en el olvido. Hago un alto para decirles que por casualidad conocí a Arenal un día que el presidente de la república debía llegar a un municipio del departamento de Bolívar y el piloto del helicóptero que transportaba a la prensa (entre ellas yo) se equivocó de ruta y aterrizamos en Arenal, un sitio alejado de todo y en donde sus habitantes, al ver al gigante helicóptero, salieron a sus calles a observarlo, así como cuando llegó el circo a macondo —yo en esa ocasión no lo

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