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“¡FUMA!, pero matate tú y no mates a los demás...”

“Si yo NO fumo, ¡por qué diablos respirar tu humo...!”

 

Alcancé a ser fumador de dos paquetes de Kool, en épocas boyantes; o de dos de Green, cuando la vaina se apretaba.

De adolescente fui amante platónico de la actriz española Sarita Montiel, sensual y eróticamente motivado por lo voluptuoso —sin botox, a lo natural— de su labio inferior y conmovido por su canción ‘Fumando espero’, que yo sí le creía a ella, a pies juntillas, eso de que así, dejando acariciar su tersa cara por el humo, esperaba al hombre que ella quería. Yo fantaseaba... Quería que fuera yo y...

En esas aventuras de mozalbete, en rozas o pequeñas fincas en la isla de Cabica, entre el río Magdalena y uno de sus brazuelos o en otras de Caracolí, entonces corregimiento de Soledad, imité, cabalgando yeguas, mulas o burras, al actor William Thourlby en su caracterización de El vaquero ‘Hombre Marlboro’ muchísimos años antes de que el mítico ‘Marlboro-man’ fuera incluido entre las 101 personas más influyentes del mundo que nunca han vivido: me ponía un sombrero que me cubría hasta las cejas, fumaba cualquier cigarrillo con filtro y cabalgaba no a mucha velocidad, porque casi siempre terminaba en el suelo... ¡Nos creíamos superiores si fumábamos como lo actuaba Thourlby! Y entre más fumábamos, más queríamos fumar. En una larga época ‘marlboree’.

A mi vida amorosa debo sumarle muchísimos piropos femeninos —conquistas incluidas con sábanas ahumadas, no exagero— originados en el estilo que me gastaba para fumar, en especial para tomar el cigarrillo entre los dedos índice y corazón de la mano derecha, llevármelo a los labios, soltarlo allí un rato, retirarlo luego y dejar escapar humo por la nariz y la boca, mientras el humo se hacía círculos y volutas casi en cadenas flotadoras.

De niño, antes de los 15, había tomado buses que cubrían la ruta entre mi pueblo y la capital y, viajando en el estribo —para entonces eso se permitía—, consumía cuatro cigarrillos, dos de ida y dos de venida, a manera de juego a las escondidas ante mis padres que ya olían que mi ropa y mi aliento olían a cigarrillo o para hacerle creer a la gente que ya era un hombrecito.

Fumé, fumé y fumé —¡durante 45 años fumé!—... Y, en estados de solitariedad prolongada, llegué a incrementar el consumo en 50 por ciento y a hacer del ambiente interior de mi abadía un espacio irrespirable... Y del suelo exterior de la misma, una creciente alfombra de colillas...

Los ceniceros de las oficinas por las que pasé daban asco —repletos de ceniza y colilla y pintados sus bordes del mortal marrón-dorado de la nicotina—, pero a mí no me importaba... Cuando llegaron las prohibiciones de consumo de cigarrillo en el interior de las oficinas, me subía a las azoteas de los edificios o me hacía a algún lugar en donde a nadie fastidiara, a fumarme de a tres o cuatro cigarrillos seguidos, porque después pudiera ser media hora o una sin levantarme del escritorio... ¡Y esa lucha contra el tiempo sin fumar mataba!

En una ocasión mis superiores me enviaron a vivir, mientras cumplía algunas actividades relacionadas con mi misión, en un edificio de 20 pisos y cuando había cortes de la energía eléctrica no tenía inconvenientes en bajarlos y subirlos a pie por dos cosas: a comprar cigarrillo o a fumarlos, porque no siempre estaba solo en la habitación...

Fui fumador consuetudinario... Irreverente, porque la ley lo permitía: fumaba en restaurantes, en cines, en el interior de los buses y en fin...

Aunque se me fueron dañando los dientes y afectando los pulmones —padezco de EPOC, Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica—, no dejaba de fumar. Hipnotizadores, hermanitas de la caridad, siquiatras y sicólogos, médicos generales, nuevos amores, algunas rupturas sentimentales, Fumadores Anónimos, nada me hacía desistir de seguir disfrutando el goce de fumar: “Es el fumar un placer/, dame el humo de tu boca/”, me canturreaba siempre la Montiel, esa misma que realmente se llamaba María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández. Con todo, y nombre tan feo el de ella, yo dejaba que me canturreara y seguía... ¡Seguía! Así me seducía.

Hasta que un día, hace ya ocho años, un 14 de marzo, por mera buena voluntad —nada de fuerza de voluntad; forzar es obligar, y la voluntad no se fuerza—, en excelente momento para mi ejercicio profesional, sin cigarrillos electrónicos, sin medicamentos, sin rezos, por decisión tomada de un momento a otro y un paquete de cigarrillo sin abrir volando hacia el suelo desde un noveno piso, a pura buena voluntad, insisto, dejé de fumar: no me quedaba duda: ¡el cigarrillo iba a matarme!

Ya no subía sin tantos esfuerzos las lomas de las ciudades geográficamente accidentadas, ya no podía correr cien metros sin quedar exhausto, ya no podía gritar mis canciones preferidas como siempre las había gritado, ya mucha gente comenzaba a mirarme feo si fumaba en el paradero o mientras andaba una calle atiborrada... A uno que otro le escuchaba decirme: “¡jurásico!” o “¡dinosaurio!”.

Recuerdo que llevaba 28 días, contado uno a uno, sin fumar, cuando me invitaron a la fiesta de grado de la amiga de una amiga y solo seríamos 32 los asistentes al convite... Mi amiga fuma a la par de lo que yo fumaba... Ella quería que yo recayera... De los 32 invitados, 28 fumaban... La fiesta comenzó a las 7:00 de la noche y terminó a las 4:00 de la madrugada... Me bailé a mi amiga, toda la noche me la bailé; le extendí —caballerosidad imperante— quince veces la llama de su encendedor para que ella siguiera satisfaciendo sus ganas y ¡NO FUMÉ!... ¡Nunca más, hasta el día de hoy!

Por eso, el 21 de julio de 2009 bailé en un solo pie: el Congreso de la República, en su sabiduría, había expedido la ley 1335, con disposiciones por medio de las cuales se previenen daños a la salud de los menores de edad y la población no fumadora y se estipulan políticas públicas para la prevención del consumo del tabaco y... Su objetivo es garantizar el derecho a la salud de la población, en especial de los niños, niñas y adolescentes, protegiéndolos de los efectos del consumo de tabaco y sus derivados, así como de la exposición al humo de cigarrillo... ¡Y esto no lo respeta mucha gente!

Es más, esa ley nos permite iniciar acciones legales que pudieran llevar a la cárcel a un fumador por violar la ley, por fumar ante niños, por ejemplo; o por fumar delante de no fumadores... O por fumar en zonas no permitidas incluso la zona de un parque infantil del interior de un conjunto residencial, por ejemplo: el sentido común debe indicarlo: ¡los niños imitan a los grandes!

¡Fumar ya dejó de ser un placer! Tiempo hace que Sarita Montiel dejó de influirnos con aquel “fumando espero...” que en mis años mozos a mí me convirtió, lo reitero sin pudores, en su amante platónico.

Las estadísticas indican que cada cinco segundos muere alguien por consumo de cigarrillo... Señalan que en Colombia, cada día pierden la vida 75 personas por males asociados al tabaco... Precisan que cada año en el mundo seis millones de personas mueren por causa del cigarrillo, lo que equivale, en promedio, a una muerte cada 5 segundos... Las estadísticas precisan que entre los que mueren no solo figuran los fumadores activos sino los pasivos y ¡en proporciones casi equiparadas!...

Un amigo y colega mío —quiero aclarar que he sido Monje Libertario, Liberal y Liberado; que amo a Dios y a las mujeres; que marcho el mundo santo con fe y me asomo al pagano en procura de todos sus placeres—; un amigo y colega mío, decía, me ha pedido esta nota, molesto porque, donde reside, está rodeado de fumadores irrespetuosos... Para fumar, no respetan espacios privados ni recintos apretados ni las escaleras de la unidad residencial, ¡ni siquiera el jardín de los niños!... Es más: ¡hasta arrojan las colillas por las ventanas hacia las áreas comunes sin percatarse de que alguien puede ir caminando allá abajo! Ya a él le pasó: ¡una colilla encendida, lanzada desde arriba, le pegó en el hombro! Y me dice que se ha abstenido muchas veces de abrir las ventanas de sala y cuarto de su apartamento, porque al poco rato entran los olores a cigarrillo consumido... Y eso para no hablar de los malos olores que expelen algunos apartamentos donde habitan perros, literalmente perros: de cuatro patas y jau jau...

Está muy molesto mi amigo y colega y acaba de mostrarme dos carteles que va a sacar a mostrar a diario por las áreas comunes del conjunto donde habita para sentar su protesta contra esos fumadores que no saben guardar las más mínimas normas de urbanidad y muestran, en demasía, su total carencia de buen comportamiento convivencial...

Esos carteles rezan:

 

“¡FUMA!, pero matate tú y no mates a los demás...”

“Si yo NO fumo, ¡por qué diablos respirar tu humo...!”

¿Me podría
decir qué es
un chofer...?

O P I N I O N E S

Nota del director de El Muelle Caribe: Dos entrañables amigos de este blog y su director, el colega Osías Daza Brito y Eliecer Jiménez, ambos de La Distra, sur de La Guajira —y junto a quienes hemos librado interesantes gestas políticas—, coincidieron en encadenarnos al mensaje que a continuación se publica... Su contenido es conmovedor... Pero además es un mensaje que pretende despertar respeto y solidaridad por el señor conductor, sea cual fuere su rango:

Matan a un chofer frente a un niño y el niño le pregunta a su papá: “¿Quién es el señor al que mataron?”
—No lo sé hijo. Solo sé, que era un chofer.
El menor se acerca a una persona que vestía camisa blanca y pantalones muy elegantes, era el gerente de la línea donde trabajaba el chofer. El niño, tomándole la mano, le pregunta: “¿Me podría decir qué es un chofer?”.
El gerente le responde con la voz quebrada y sus ojos llenos de lágrimas: “¿un chofer? Es una persona que duerme menos que mucha gente, pasa frío, sol, lluvias, hambre, y hay veces que no tiene días de fiesta, navidad, año nuevo y en muchos momentos importantes. Está muy pendiente de su familia, de sus hijos cuando enferman, de su esposa, de sus padres y hermanos, recibe insultos o tal vez golpes... Llora... siente... sufre... pasa miles de sustos... ¡Y muchas cosas más que pasa! Pero cuando sale a sus labores desde muy temprano, no sabe si va a regresar a casa con bien o tendrá que permanecer trabajando por varios días o, aun peor, perder la vida... Eso es parte de lo que es un chofer” 
De repente se escucha el sonido de un teléfono móvil que está en un bolsillo del pantalón del fallecido... El gerente deja al niño por un momento para tomar el celular. Al verlo se da cuenta de que es del hogar del conductor. Ve que es un mensaje y en voz muy baja lo lee:
“Hola papito: tomé el celular de mi mamá para escribirte este mensaje: que es para felicitarte por tu cumpleaños, estoy ansioso de que veas tu regalo porque después de 2 días que no has podido estar en casa para partir tu pastel hoy lo haremos juntos! Te amo papá eres mi super papá. Te mando un beso. Te espero en casa”.
Así es la vida de un chofer, sea cual sea su unidad, de pasaje o de carga...
(Si pueden difundan el mensaje para que la gente en vez de criticar valore el esfuerzo de un conductor. Si tienes un familiar o amigo que sea conductor pasa esta cadena y que Dios bendiga a los todos los choferes).

La toma original fue hecha de Facebook Jmml Bellap

Campaña de El Muelle Caribe contra el smog

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