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A propósito de un 20 de enero

El artista cienaguero Víctor Hugo Vidal cuando hacía entrega de su obra a la reina central Norma Durán Sánchez en la apertura de la edición 54 Festival Nacional del Caimán Cienaguero 2017.

Concepto muy

mío sobre algo

ya escrito

El Festival Nacional del Caimán Cienaguero es un festejo con raíces históricas muy profundas, convertido en objeto de estudio por reconocidos investigadores. Trata la historia que se volvió leyenda del caimán que se comió a la hija de un pescador en el día de su cumpleaños y los pescadores decidieron, en homenaje a ello, crear la danza que ya es reconocida a nivel nacional e internacional… Sobre ella, este texto del odontólogo, escritor y pintor  cienaguero Víctor Hugo Vidal Barrios.

Por Víctor Hugo

Vidal Barrios

El autor de la presente narración, Víctor Hugo Vidal Barrios, durante un acto cultural en Ciénaga.

A Tomasita se le escapó la pelota de caucho con que jugaba y cayó en un fango enorme, a ella se le o-

currió meter las piernas hasta las rodillas en el fangal, para rescatar su instrumento de juego. Como si fuera su madre, Juanita inmediatamente la reprendió y le dijo que se las lavara debido al riesgo de que su madre les metiera un ‘limpia’. A partir de ese momento la tragedia empezó a fraguarse sin que nada ni nadie pudiese evitarla.

Tomasita se levantó parte de las polleras hasta las rodillas y metió sus tiernas extremidades en las a-

guas del caño. Una mancha de lodo cubría todas sus piernas. Limpiaba el barro y la pelota recuperada con sus pequeñas manos, recogiendo el agua que le era posible. El pegajoso fango adherido a sus piernecitas no se desprendía con facilidad. Juanita aguardaba a una distancia prudente, pendiente de su hermanita y de la compra realizada.

Inmediatamente después las niñas jugaban a la orilla del caño sin percatarse de que un caimán las ob-

servaba detenidamente, aguardando pacientemente para atrapar a una de ellas y arrastrarla al fondo de las aguas, en su territorio, al primer descuido que se aproximaran a él.

A escasa distancia de la niña, la superficie de las aguas de Las Mercedes se rompía ligeramente. De re-

pente, sin aparente motivo, la superficie vuelve a parecer completamente plana como un espejo.

No sabían las inocentes niñas que cuando el caimán desaparece de vista es cuando más peligroso es, y

nadie, absolutamente nadie, está seguro ni dentro del agua ni en la orilla, ya que es un ondulante torpedo que se desplaza con gran agilidad por entre los matorrales y viejos troncos sumergidos que ruedan entre el agua con apariencia inofensiva, y aquel caimán no deambulaba al azar.

Tomasita y Juanita seguían allí jugando a la orilla de las aguas de Las Mercedes sin darse cuenta de

que las acechaba uno de los más peligrosos predadores de los cenagales. De pronto, los ojos del caimán desaparecieron de la superficie de las aguas de aquel puerto: ya el maldito había decidido su destino. Poco después, de nuevo, sus ojos sobresalen entre las redondas y grandes hojas flotantes más cercanas a la orilla impidiendo ser visible. Se acercaba lento y silencioso, y sus ojos fijos en aquella criatura… en la tierna e inocente Tomasita.

De repente, la tranquilidad del ambiente desaparece. La superficie del agua abruptamente se rompe en

la orilla y Tomasita, la inocente niña que jugaba a orillas de aquel tenebroso lugar de Las Mercedes, trata de correr en desesperado intento para salvarse, pero todo es inútil. Todo fue en un abrir y cerrar de ojos. Sobre el agua sus ojos son esenciales para atacar y se les escapa muy pocas cosas, aún en la oscuridad.

Ana Carmela salió a hacer las compras y lavar la ropa

sucia que llevaba en su canasto, con sus hijas Tomasita y Juanita, fueron caminando alegremente asidas de las manos las niñas, y ella cargando el canasto; por el camino se diver-tían como ocurre con todos los pobladores de la Ciénaga Grande del Magdalena, viendo aletear las garzas blancas patilargas, patos ‘barraquetes’ y gigantes alcatraces con su pico lleno de peces, en improvisadas figuras espaciales; fue-ron bordeando el cañón de San Luis, hasta que  arribaron a la tienda de la señora Mercedes, la anciana tenía por cos-tumbre fumar ‘calilla’ con la candela ‘pa’dentro’ mientras a-tendía a los esporádicos visitantes. Se puso unas pesadas gafas de boticaria macondiana, con vidrios de aumento cual fondo de botellas de gaseosas y cogió temblorosamente la lista escrita con una caligrafía de formula médica, y empezó a despachar el pedido…

Ana Mercedes se fue al caño que estaba a escasos me-

tros a lavar sus prendas de vestir, pero antes se dirigió a Juanita:

—Mijita cuida a tu hermana, que yo me voy a lavá —fue lo que le dijo en el momento de distanciarse.

expresado en un idioma que ni siquiera conocía, era como si tuviera el don de lenguas… Lo que soñó le produjo una preocupación premonitoria. Las circunstancias le mantuvieron la cabeza y el corazón bastante acelerados. En cambio, su mujer, Ana Carmela, dormía aun plácidamente, entregada a Morfeo en cuerpo y alma.

La aun atractiva figura de Ana Carmela se encogía en posición fetal, haciendo más anguladas y notorias

sus prominentes y curvilíneas nalgas, que mantenían a su esposo siempre deseoso y ‘enamorao’, enredada de pies y brazos con los cuerpos de las dos pequeñas niñas que compartían su lecho, parecían una mata de enredadera. El hombre la despertó para que no se le olvidara ir con las niñas de compras a la tienda de la se-ñora Mercedes Badillo Hernández. La tienda quedaba en el Puerto de las Mercedes, atracadero y punto de partida de las lanchas gigantes que salían para Barranquilla, vigilados por la figura en yeso de dos (2) metros de alto de la Virgen del Carmen, a una distancia aproximada de medio kilómetro. Se llamaba Puerto de las Mercedes porque en la familia Badillo Hernández había varias integrantes féminas  con el nombre de Merce-des: bisabuela, abuela, hija y nieta.

Miguel también le recordó que lavara el crecido bulto de ropa sucia ya que presentía que a la entrada

del amanecer el día iba estar bastante soleado.

Lo primero que hizo el hombre fue desayunar con un recalentado arroz de lisa que había sobrado del dia 

anterior, complementó con bollo de yuca y una jarra de café con leche, terminó y eructó con un ruidoso sonido que le salió del recién llenado estómago. Dispuesto para la pesca salió por una imitación de puerta trasera no-tando que el mocho Ruperto achicaba el poco de agua lluvia que le había caído a la canoa. Sin demora se embarcaron con rumbo al horizonte, guiados solamente por la brújula natural de las estrellas, un instrumento que se torna propio de los curtidos hombres de las aguas, en sus noches y madrugadas de trabajo. Lo prime-ro que hizo fue contarle a su amigo Ruperto sobre la forma espantosa como se había despertado con una pe-sadilla de susto enorme.

—Imagínate Rupe, tronco’e susto me he llevao, soñé que estábamos pescando un enorme pez, bien ‘ci-

potuo’ (simultáneamente abrió sus monumentales brazos a lado y lado de su torso para graficar lo dicho)   y ese animal se abalanzó sobre nosotros y nos tragó de un solo bocao con todo y canoa, nojoda me desperté sudao y con el corazón acelerao, pero lo más grave es que siento que esa pesadilla nos estuviera indicando algo…

—Cálmate Migue, esa vaina es normal, porque tu comes mucho de noche y enseguidita te acuestas, eso

te da mala digestión y hasta pesadillas…  Desde mi abuelita vengo escuchando que eso es malo comer y a-costarse enseguida.

Ana Carmela recogió toda la ropa sucia y la metió ordenadamente en un abultado canasto, el mismo que

también le servía de maleta cuando salía de viaje para el poblado de San Juan de la Ciénaga o Aldea Grande, con el afán de visitar a sus familiares. Una vez orientada en sus labores, Ana Carmela se untó una cataplas-ma de saliva en ayunas, formula de un sabio catalán que encontró en un libro viejo de su abuelo boticario, pa-ra disolver una espinilla que le había brotado en su mejilla por el costado derecho de la cara. Era una agracia-da mujer de esbelto cuerpo, con abundantes mamas, que envidiaría cualquier modelo hoy día, con un llama-tivo color azabache por genética y rematada en el dorso por un trasero descomunal, que aún no se acercaba a los treinta y cinco años de edad, pero parecía haber superado la barrera de los cincuenta.

DESARROLLO DE LA HISTORIA:

Cuenta la leyenda que un veinte (20)

de enero Miguel se despertó mucho antes de lo acostumbrado.Todavía los gallos no pensaban siquiera en abrir los ojos para iniciar sus cantos tempraneros. Apenas eran las dos y quince de la mañana cuando ya Ruperto lo estaba esperando metido en la canoa aspirándose un enor-me tabaco.

Ese día como cosa inusual sin co-

rresponderse con el mes, el cielo se en-contraba nublado, resultado lógico del re-ciente paso de un naciente huracán que retorcía los mangles de la Ciénaga Gran-de.

Miguel recordaba que al momento 

de despertar asustado y sudoroso había pronunciado unas frases indescriptibles. Lo atormentaba el pensar que las había

Esta narración de nuestra leyenda del Caimán es un resumen de

todo lo extractado en lo que hay escrito sobre ella, siendo la de mejor arraigo, adaptación y peso, la del historiador, poeta y escritor cienague-ro Darío Torregroza Pérez.

No es mi ánimo controvertir sobre el tema, sino dar un concepto

muy mío sobre algo ya escrito.

PUNTO GEOGRÁFICO Y ETNIA:

Dicen los historiadores que en los años mil ochocientos el Puerto Cachimbero estaba conformado por

una escasa manzana de añejas casas construidas con madera, cartón, palma y otros elementos reciclados. Por un lado convidaban a la bulla y algarabía las escandalosas aguas del Mar Caribe y, por el otro… invitaban al sigilo las tranquilas acumulaciones hídricas de la Ciénaga Grande del Magdalena. Años antes, durante la hazaña libertadora, Simón Bolívar había designado este sitio como Fuerte Cachimbero. Un pedazo de salitre de San José de Pueblo Viejo donde los realistas intentaron en múltiples ocasiones atajar la impetuosa fuerza de los patriotas republicanos (lucha entre liberales y conservadores). Años después, el lugar fue el primer hidropuerto utilizado por los novedosos ‘pájaros de metal’, adquiridos por la firma alemana de aviación Scadta (posteriormente: Avianca). 

El ancestral nombre del lugar procede de un potente hedor a ‘cachimba’ o tabaco de ‘calilla’ que en to-

dos los cuerpos se transpiraba, esto porque los pescadores y las lavanderas del lugar fumaban estos tabacos con la candela para dentro (fumadores invertidos), cuando exhalaban por la nariz la bocanada de humo y olor era inaguantable. En Cachimbero habitaba una decena de familias de frondosas crías dedicadas a la pesca y la producción de sal. Miguel Bojato y Ana Carmela Urieles tenían dos hijas que respondían a los nombres de Juanita  y Tomasita.

PROTOTIPO DE LOS PERSONAJES:

El hombre era un mulato de pétrea contextura. Diríamos que en eso todos eran del mismo porte, hom-

bres de acero que por sus vasos sanguíneos no circulaba la más mínima gota de colesterol o triglicéridos en sus endotelios. Miguel tenía los ojos rayados o zarcos y se le notaba en su boca la desaparición discontinua de sus ‘marfílicas’ perlas adamantinas. Sus manos eran desmedidamente grandes y musculosas, producto del manejo acostumbrado del remo y la atarraya. Casi nunca usaba camisa y cuando se protegía del sol la reem-plazaba por una franela rosada agujereada por el paso de los años.

En compañía del ‘mocho’ Ruperto Camargo se internaban en las oscuras madrugadas, en las enigmáti-

cas aguas de la gran laguna para perseguir a los diferentes peces de todos los colores y a los gigantes lan-gostinos que cuando querían brotaban como por encanto. Con su malicia natural les arrancaba los frutos mari-nos a las aguas; tradición heredada de sus antepasados, permitiéndoles sobrevivir, aunque siempre rodeados de una pobreza infinita y silenciosa como el mismo entorno, ya que todo se lo bebían en licor al finalizar sus faenas pesqueras, costumbre típica en estos personajes.

—¡A mi hermanita se la comió un caimán mamá!

Después de un segundo eterno…

—¡Oye! ¿Qué vaina es esa? ¡Carajo con eso no se juega niña! —le replicó la madre que, sin esperar más

contestaciones, se dirigió hacia el lugar de los hechos y pudo constatar que su hijita la había perdido para siempre…

Aún flotaba un zueco de madera como única constancia de la desdicha. Con el llanto que le empapaba

sus mejillas, rodeada de otras mujeres, regresó a la casa para esperar a Miguel. En la medida en que los hom-bres iban llegando se hacían presentes en el frente de la casa sin entrar. Fue cuando se les ocurrió conformar el primer escuadrón para la caza del caimán. Había que erradicar a ese terrible animal que amenazaba con la vida del resto del caserío.

Miguel no alcanzó a orillar su canoa como de costumbre, cuando un grito huracanado desde otra canoa a

una distancia de treinta (30) metros aproximadamente, emitido por José Ruiz Manotas (otro colega de pesca) le informó de la tragedia.

Miguel Bojato frente a su primogénita Juana gritó:

—¡Ay mijita linda! ¿Dónde está tu hermana?

La niña extremadamente asustada susurró en medio de lágrimas:

—¡El caimán se la comió, papá!

Con todo el peso del dolor el hombre continúo con un lamento de dolor:

—¡Virgen del Carmen bendita! Hoy día de San Sebastián cumple años Tomasita y ese maldito caimán se

ha comido a mijitica.

La repetitiva evocación sobre la muerte de la niña Tomasita se fue convirtiendo en un canto orquestado

por los acompañantes. Así nacieron los primeros versos que todavía se entonan en la ancestral danza del caimán.

Posteriormente, y para rendir culto al cumpleaños y muerte de Tomasita Bojato Urieles, cada 20 de ene-

ro, día de San Sebastián, un grupo de hombres disfrazados de mujeres comenzó a danzar alrededor de un caimán de cañas guaduas, recubierto con piel de papel de bolsas de azúcar, pintado de anilina verde, repitiendo los versos ya mencionados.

Esta leyenda se convirtió en festival y se le aplicó la academia de la danza, vestimenta y música, traspa-

sando fronteras y dándose a conocer a nivel Nacional e Internacional, lo que muestra a Ciénaga como tierra de leyenda, de cultura y de folclor.

—¿Qué te ha pasao niña que tienes el

pelo ‘alborotao’ y los ojos se te quieren salir? ¿Dónde está tu hermana? —fueron las dos preguntas que se le ocurrieron a Ana Carmela.

La niña Juana le respondió frotándose los

ojos bañados de lágrimas y tierra:

Dos enormes mandíbulas armadas con unos dientes puntiagu-

dos y poderosos salen del agua y hacen presa fácil en la tierna niña,

que en un instante desapareció bajo la superficie cuando el maldito caimán dio un brusco giro… y se sumergió con ella para siempre…

Ante la algarabía Ana Carmela se dirige a su hija

mayor:

Obra pictórica de Víctor Hugo Vidal realizada en acrílico sobre madera, un collage representativo de los lugares más emblemáticos de Ciénaga y su gran tradición del Caimán titulada: ‘La reina y el caimán’.

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