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Ante una insistencia de Guillermo Valderrama (no final)

Una imagen para recrear ‘vieja guardia’: sesión de ‘hipnosis’ a Ana María Vásquez, si se precisa bien el nombre de esta hermosa mujer, años 75-76…

Olguita Emiliani Heilbron

Ahmed Aguirre, Vilma Cepeda, Manuel Pérez Fruto, Enrique Loheste, Edith Bernier, José Orellano y Neyía Vargas, ‘vieja guardia’ de El Heraldo, el día de la inauguración de Comunicetro, en Progreso cerca de ‘Siete bocas’.

—Te lo advertí. ¿Qué

diablos tenías que ir a hacer allá?

Lo dijo sin aspavientos

y aquellas duras palabras de mediados de diciembre de 1978 y que he suavizado con el ‘Son infinitas las dife-rencias’, no solo volvieron a azotarme en aquellos mo-mentos sino que aun hoy, 38 años después, resuenan nitidas en mis oídos. Y sí: mi terquedad fue superior a la razón, y la razón la tenía Ol-guita: ¡ganó ella! Pero la ex-periencia vivida al haber montado y manejado la apa-rición de La Libertad a mi

Por José Orellano

¿Eres consciente de lo que vas a hacer? Son infinitas

las diferencias. ¡Tenlo en cuenta!

Interrogante, comparación y sentencia de Olguita Emiliani

Heilbron cuando, transcurriendo el preaviso, a mediados de mes, se refirió a mi carta de renuncia con fecha 31 diciembre de 1978. Y aclaro: el eufemismo con que está presentada la frase de la

comparación es de mi cosecha, que —en otros tér-minos, muy duros— eso fue lo ella quiso decir.

—Lo sé, Olgui —fue mi respuesta. Y ella nada a- 

gregó. Me miró con desilusión, con desaprobación, diría que con conmiseración.

Ni el doctor Fernández —Juan B. Fernández Reno-

witzky— ni Olguita deseaban que me fuera de aquella ‘vieja guardia’, tras cinco años y cuatro meses de víncu-lo laboral ascendente. Yo me ganaba 5.000 pesos en El Heraldo, pero Roberto Esper no solo pondría en letras de molde mi nombre como jefe de redacción, sino que me pagaría 12.000 pesos por nómina, algunos miles más ‘por debajo de la mesa’ y me daba un programa de radio en Emisoras Unidas.

Antes de Navidad, el doctor Fernández, por inter-

medio de Sonia Pedroza, me había hecho bajar a la ofi-cina de la gerencia en el primer nivel para decirme, de-lante de Manuel De la Rosa y Alberto Mario Pumarejo, los gerentes, que “podemos pagarte los 12.000 pesos, buscarle la comba al palo para los otros pesos, pero yo no tengo emisoras”.

Le respondí que no, que ya estaba decidido. Para

Año Nuevo, ya no era de la nómina de ‘La vieja guardia’ de El Heraldo.

Dos meses y medio después —así me lo conta-

ban—, Olguita, pelos de punta en el segundo nivel de El Heraldo de la calle Real, oficina de redacción, se pasea-ba y gritaba que jamás me perdonaría lo que yo andaba haciendo. ¡Sonsacarle a Vilma Cepeda, a Ahmed Agui-rre y a otros periodistas de El Heraldo para que se fue-ran a formar mi nómina de combate en La Libertad! Pe-ro debieron de pasar tres meses y medio más —seis y medio exactos desde su sentencia de diciembre—, para escucharla decir:

Cuando mi terquedad

pudo más que la razón:

finalmente, Olguita ganó

Orellano heredó la oficina de Gossaín, allá en la calle Real, y allí recibió una visita histórica: la del maestro Pacho Galán, su coterráneo soledeño… Obviamente, hablaron del pueblo, que aun era un vividero. Ya Olguita comenzaba a forjar aquella premisa de que “en El Heraldo no se mueve una hoja si Olguita no autorizaba”. 

Yadira Ferrer, Ahmed Aguirre y Celina Lizarazo, de ‘La vieja guardia’ de El Heraldo, en la calle Real, entre La Paz y Progreso.

gué y, como es de suponer, Olguita la rechazó:

—¿Qué es este esperpento, Orellano? —me gritó, indignada, al día siguiente como para que me desengua-

yabara. En medio del guayabo de ese día pude ver de frente, para no olvidarlo jamás, algo que le sucedía a Olguita cuando estallaba en rabieta o cuando enfrentaba una contrariedad: el labio inferior se le descuajaba, gesto que so-lía acompañar de su famoso ‘pssshhshshh…’ ¡Desaprobación total!. Su labio inferior solo volvía a su sitio, cuando ella recuperaba la tranquilidad, la calma.... Con el labio aun extendido, entre diversos ‘pssshhshshh…’, Olguita en-tregó mi ‘esperpento escrito’ a José Cervantes Angulo para que este lo rehiciera.

—¡Para que te duela! —me dijo—. ¡Para que aprendas! —remató... 

No hubo firma en letras de molde ni cobro. En medio de mi borrachera, había tratado de imitar las descripcio-

nes que hacía Juan Gossain, ¡ni por allí!, y nada afortunada resultaba una referencia a ‘El pez que fuma’, que —co-mo su lugar preferido para almorzar— fue el sitio escogido por Pérez Caicedo para la entrevista que complementa-ba muchas horas de varios días, pendiente del trabajo del personaje. De pronto quise imitar a Álvaro Cepeda Samu-dio con Juana y la cerbatana, y tampoco. Aquella borrachera se generó por los vinos que, al almuerzo, me había to-mado en ‘El pez que fuma’ mientras dialogaba con Pérez Caicedo.

Hasta la línea anterior, van algo más de 2280 palabras. No deseo extenderme en esta entrega. Hay otras cosi- 

tas por contar y, entonces, he decido alargar a tres capítulos el relato. Y dejar en suspenso, hasta la próxima actua-lización, la número 88, el cierre de esta historia, el tratamiento al tema ‘El kínder de Olguita’, el mito, con un to-que a aquellas ‘travesuras a lo párvulo’ de los miembros de ese grupo. ¡Pilatunas a la maestra...!

Para aterrizar en ello, dejo adelantadas 449 palabras… Decidí cortar, cuando el marcador me indicó que iba en

más de 2500 locuciones repletas de recuerdos, de añoranzas... de nostalgias, ¡¿por qué no?!…

¡Hasta la próxima!

cual ya había estado vinculado gracias al legado de Al-berto Duque López, pero aún no llegaba a Televista.

Andando en estos recuerdos, no puedo dejar de

mencionar una anécdota muy especial: Celia Cruz iba a presentarse en el Coliseo Cubierto Humberto Perea con patrocinio de una empresa de las que asesoraba Sono-vista: Yo hice para la agencia de publicidad una nota al respecto con declaraciones de la artista cubana, ‘gaceti-lla’ se le llamaba, se la entregué a Olguita y ella ordenó su publicación con mi firma. Cuando pasé la cuenta de la quincena —ya lo dije: el Vo Bo a mis cuentas de cobro lo daba ella—, Olguita revisó de abajo-arriba y de arriba-abajo: “No puedo creerlo”, me dijo. “No cobraste la nota de Celia Cruz… No todos lo hacen así… Es más, si la hubieras incluido hasta te la hubiera aprobado… Ahora más que nunca sé que eres de fiar”. Y no tenía dudas en mandarme a meter la mano en su bolso y a escarbar pa-ra que le buscara un encendedor o un paquete de ciga-rrillos o la billetera porque iba a facilitarme algun dinero en préstamo.

Y otra anécdota: para la revista Miércoles!, sección

‘Un día en la vida de…’ —también hacíamos, con Vilma Cepeda, ‘Quién es quién…’—, Olguita me había enco-mendado un trabajo con Marcos Pérez Caicedo… Me emborraché: escribí la nota desde ese estado, la entre-

veces. ¡Y de lo lindo!, pa'qué...

Pero en mi dura realidad, una a una fui perdiendo las revistas: primero Miércoles!, después El Heraldo Depor-

tivo, más tarde la revista dominical, finalmente VSD. Terrible golpe para mis finanzas, como consecuencia de una bohemia mal practicada. No me presentaba el día que había que diseñar, ponía a correr a los coordinadores de cada revista a buscar un reemplazo y así se me fueron yendo todas…

Y entonces, tengo que ser honesto: en las comparticiones de mi memoria hacia el pasado en la calle 53B nú-

mero 46 – 25, en medio de aquel maremágnum parrandero —con todos los juguetes, menos las putas—, quedan colgadas muchas cosas que evoco, pero no preciso o, en algunos casos, se me vuelven vaivén en el tiempo y, en otros casos, no quiero precisar: ‘amnesia selectiva’, digo.

Imperdonable, por ejemplo, que, en la primera entrega se me hubiera escapado mencionar a Libardo Cano y

Jairo Pardo, fotógrafos de ‘La vieja guardia’, allá abajo. Solo los recordé cuando releía lo publicado. Y ante esas im-precisiones mentales en el tiempo, estos recuerdos de hoy, a lo mejor no guardan una cronología exacta en el ayer, pero sucedieron. ¡Que ocurrieron... Ocurrieron!

Lo cierto es que, entre salidas y entradas de y a El Heraldo, anduve dos veces por El Informador de Santa

Marta —de las tres que fueron: jefe de redacción, subdirector y editor—, en el Noticiero Televista: periodista andarie-go por toda la Costa con el eslogan de despedida ‘Presencia regional’, jefe de redacción y director de noticias; en el noticiero Telemundo como director, e hice paso por un noticiero de Radio Universal y un programa vallenato domini-cal también en Universal: me pagaban por cuña, pero nunca gané un peso: billetes de 100 mil en 50 mil, no soy ca-paz de venderlos, no sé hacerlo. A El Informador fui por primera vez empujado por Celina Lizarazo, que había traba-jado en el Congreso con el entonces senador Edgardo Vives Campo. De esta primera vez trató de sonsacarme Fer-nando Dávila para que trabajara con el Noticiero, pero fue Anuar Saad quien le dijo a Olguita que le gustaría trabajar conmigo. Volví a El Heraldo, sin firmar contrato, y pude trabajar al tiempo con Sonovista Publicidad, empresa con la

primeros festivales de música del Cari-be en Cartagena, siempre avalado por Olguita, y en fin…

Eso sí: ¡amaba la parranda como

amo al amor! Todas las figuras del vallenato, todo ese combo que cabe entre Alfredo Gutiérrez e Iván Villazón, fueron mi llavería parrandera durante años. Con varios de ellos, especial-mente Los Zuleta, Los Betos y Oñate, asistía a presentaciones de ellos, invi-tado por ellos, por ciudades y pueblos de la Costa y la parranda abrazaba varios días. Aquí, un detalle a subrayar: a pesar de que estaba escogido por el mismo Diomedes Díaz para que fuera su jefe de prensa y hasta su asesor de imagen (¿?) en un proyecto suyo que no fructificó de incursionar en el mundo de la moda con la marca Diomedes, ro-pa de hombre, nunca viajé con su con-junto, pero con él parrandee muchas

ta. Y poco a poco fui asumiendo las revistas: VSD que fundé con Juanchito, Miércoles! que pasó a mis manos para su diseño, El Heraldo Deportivo con Fabio Poveda Márquez y la revista Dominical con Olguita y también los Infor-mes Especiales: diseñaba, escribía, tomaba fotos, ganaba plata, viajaba, no dejé de cubrir el Festival de la Leyenda Vallenata —una de mis tantas renuncias se la presenté vía telex a Olguita, desde Valledupar, porque, vía telex tam-bién, me había censurado el hecho de que hubiera escrito alguna nota referente Anibal Martínez Zuleta, un ‘subju-dice’, me escribió; reprensión, conciliación y retiro de la dimisión quedaron enredados en ese aparato—, cubrí los

“Pongamos a Orellano”, me dijeron que le dijo Olguita

al doctor Fernández. Y nuevamente asumí la coordinación de El Heraldo, pero desde Editorial de la Costa, Edicosta: me pagaban por ‘producción’ y se me embolató mi seguri-dad social, mis cotizaciones al Seguro Social, hoy Colpen-siones. Vaaaarios años.

Surgió alguna pelotera con Olguita, de las tantas que

fueron y habían de ser, y chao… ¡Me fui…!

Hasta que, no muchos días después, llegaron los 50

de El Heraldo —a tres días del 28 de octubre de 1983, no fluía la elaboración del ya financieramente bien asegurado Informe Especial o ‘Separata’ con motivo de las bodas de oro— y, ahora sí por parte del mismísimo doctor Fernández dirigiéndose a Vilma Cepeda: “Traigan a Orellano”. Y con Neyía Vargas y Vilma Cepeda hicimos, en tres días sin dor-mir, despiertos a punta de cigarrillo y tinto, aquella edición de más de 60 páginas. Cualquiera distinto a este trío que diga que participó en esa edición no es más sino un sobe-rano mentiroso. Para entonces, entraban en escena en la redacción de El Heraldo los miembros del que había de ser denominado ‘El kínder de Olguita’.

Se había hecho la separata, salieron algunos errores

como consecuencia de la prisa —solo tres días—, se asis-tió al ‘fiestononón’ de  las bodas de oro con parte del pago por la separata impecablemente echado encima y se hicie-ron las paces con mi madrina de matrimonio.

Seguí vinculado a El Heraldo, pero aun desde Edicos-

Manjarrez. Esto nunca se lo revelé a ‘Biatri’, aunque ella siempre creyó que, abusando de mi cargo de coordinador de redacción, yo le usurpé ese espacio casi diario que ella había creado.

*Venta de fotos, noticias, crónicas, reportajes e Informes Especiales. Nos iba bien con Comunicentro, que ha-

bía alcanzado a montar su ‘chuzo’ —con siete cámaras y equipos de revelado y copiadora de fotos— en Progreso, muy cerca de ‘Siete bocas’. Y con ese pasito independiente, nos fuimos para la nueva sede. Incluso el encuentro con Gabriel García Márquez en un avión de Iberia se logró desde esa independencia periodística de la empresa Co-municentro…

Olguita era quien ponía el Vo. Bo. a las cuentas de cobro. Y Gustavo Sánchez pagaba lo que Olguita avalaba.

—Están ganando más que yo —decía Olguita bromista. Y nos encomendaba algún trabajo especial.

Comenzaba a forjarse entonces ‘La nueva vieja guardia’, caras nuevas, muchas caras nuevas iban llegando a

la redacción: redactores y fotógrafos y ¡qué sé yo! No más calor de talleres bajo el poder del plomo derretido ni el quejumbroso zumbido de los abanicos de techo para amainar altas temperaturas en los talleres. Por el contrario: sa-co, abrigo para contrarrestar el frío, que era el ambiente que exigían las nuevas tecnologías del momento…

Y así, transcurrían los días y las semanas y los meses hasta que hubo de llegar la noche de la embarrada de

alguien a quien se le había encomendado la coordinación periodística de la nueva edición diaria de El Heraldo, com-poser, offset, rotativa nueva y, en fin... ‘Empastelada’ se le llamaba entonces en el argot periodístico, no sé ahora: la leyenda no coincidía con el contenido de la foto, primera página, abriendo: el arquero de Junior… Suficiente para que no fuera más.

ños fue mi otra casa. ¡Ni más faltaba!

Generábamos:

*De martes a sábado, la columna

‘Torre de control’, que ya habían hecho Soledad Leal y Margarita Cubillo, que la primera en producirla había sido una chica de apellido Huyke, bajo el nombre de ‘Aeropuerto’…

*Dos veces a la semana, ‘Campus’,

que era la voz de las universidades…

*También ‘La cartelera’, la columna

de farándula porque, años atrás, a ‘Al oído…’ le habían precipitado sepultura con resonancia, allá en la calle Real, en-tre La Paz y Progreso: 5.000 cartas —sin ‘auto-cartas’ como alguno, lo vi, acos-tumbraba— en busca de 1.300 camise-tas ‘Al oído-Edgardo Pereira’, “¿un pe-riodiquito dentro del periódico?”, dijeron —“eso no puede seguir sucediendo”, di-jeron— y… ¡san se acabó ‘Al oído’! Co-lumna que por disposición superior yo había heredado de la inolvidable Beatriz

Por José Bolaño Cienfuegos

años

sin Olguita

4

lguita Emiliani llegó a este mundo reves-

tida de un aura especial que se convirtió en periodismo. Tenía las manos pequeñas con unos dedos largos y blancos que semejaban estepas de algodón. La quise, ella me quiso pero siempre hubo entre ambos una frecuente rutina que nos embargaba en una contradicción: los cigarrillos.

Las noticias en las manos de Olguita Emiliani to-

maban un carácter humano, sencillo y lleno de vida.

Siempre meticulosa y llena de un temperamento que apenas se sentía en medio de la cálida redacción cuando su voz de trueno se levantaba en medio del trepidar de la máquina de escribir y después del computador. A Ol-guita le aprendí todo. Y como mis noches, al teléfono, eran con ellas, el desarrollo del aprendizaje fue permanente. Hasta parte de su carácter ‘Alkaseltzer’, como ella decía, se me pegó un poco.

Han pasado muchos años desde aquella noche en

la que, por última a vez, se despidió de mí. Iba con la frente en alto, su cuerpo desgarbado. Su cabello rubio y corto que apenas se batía con el viento, tenía un brillo especial. “Te dejo todo, cualquier cosa te llamas al direc-tor, a mí no”, dijo batiendo su mano mientras atravesa-ba la redacción.

Después de eso nadie la vio nunca más en el pe-

riódico. Yo sí la veía en la ‘Mansión Emiliani’ a donde le iba a llevar los tres paquetes de Marlboro. “Gracias, mi-jo”, decía explayando una sonrisa mientras rasgaba una cerilla para echar la primera bocanada de humo.

Han pasado cuatro diez años desde su desaparición

en aquel abril y la sigo recordando con todas sus ense-ñanzas, los textos rayados con sus correcciones en una letra grande en donde quedaba plasmado su concepto y el estilo que se requería para escribir.

Con la nueva generación y la entrada de la tecno-

logía a la redacción y mandado por el Director, me tocó la penosa tarea de guardar su vieja máquina de escribir y ponerle al frente, en su escritorio, un computador de la Atex.

“Llevate esa cosa para otro lado y tráeme mi máquina”. Mi director y gran maestro, Juan B. Fernández Renowitz-ky, a quien le debo todo en mi vida, sonreía detrás de la puerta. Mientras yo le acomodaba la máquina una vez más y, en silencio, para que pudiera escribir su columna sabatina que fue el legado moral e intelectual que nos dejó para siempre.

—Te ganó Olgui, te ganó Olgui —dijo el director

mientras sonreía, frotándose las manos, al tiempo que Olguita se acomodaba las gafas, recogía su labio inferior —ese que se le explayaba hacia abajo en momentos de contrariedades—, y empezaba a poner su rostro en su sitio.

O

antojo, fue la gran recompensa para aquella tozudez y para mi ego. Dos meses 23 días después de haber sido su fun-dador, tras cinco meses exactos de trabajo con Esper, salí de La Libertad: le había dicho a Roberto —nos mentába-mos la madre, éramos complíces en algunas pilatunas— que cogiera su rotativa y se la… Pero ese es otro cuento…

Pues bien: no regresé a la planta de El Heraldo de

forma inmediata, pero sí se nos abrieron a Neyía Vargas y a mí, bajo la bendición de Olguita, cualquier cantidad de opciones para generar periodismo y buena paga desde a-quel “periódico de buena fe” que yo amaba a pesar de mi infidelidad y que aún hoy amo y me duele porque por a-

Cinco mil cartas a ‘Al oído…’ en procura de 1.300 camisetas ‘Edgardo Pereira-Al oído…’ en plena pretemporada de Carnaval. Una niña recibe la de ella y la de su padre…

Una gacetilla para Sonovista sobre la presentación de Celia Cruz en el coliseo cubierto Humberto Perea con publicación en El Heraldo y una anécdota...

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