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Ante una insistencia de Guillermo Valderrama (final)

El ‘kinder de Olguita’: mito, premio

Simón Bolívar y pilatunas a lo párvulos

Visita de Gabriel García Márquez. Lo rodean Juan B. Fernández, Ricardo Rocha, Ahmed Aguirre, Loor Naisir, Tirza Martínez-Alba Pérez, abrazadas por el escritor; Ulilo Acevedo, Jorge Medina, Pedro Lara y Ernesto McCausland, los tres últimos del equipo que ganó el Premio Simón Bolívar. Atrás, Pedro Acosta.

De esta reunión en el restaurante ‘La romana’ en Bogotá, a instancias de Guillermo Valderrama se concretó la idea de que se escribiera este seriado-memorias. Después, él ha impulsado por Facebook su iniciativa de “Reencuentro vieja guardia-kínder Olguita El Heraldo, 3 de febrero-‘El corral del marisco’-reunión-almuerzo-no cover-estilo americano. Todos los integrantes del viejo combo: presente”. Jorge Medina y José Orellano, quienes acompañan a Valderrama en esta foto, no podrán desplazarse hasta Barranquilla para entonces.

Por José Orellano

Allá en la calle 53B No 46-25, las caras de la redacción seguían re-

novándose y hasta multiplicándose.

Yo iba y venía —¡indisciplinado a morir! ¡‘dilapidador’ de cualquier

cantidad de excelentes oportunidades!, ¡hasta para el amor!—, mientras desde diversos puntos ellos fueron llegando…

Jorge Medina, un ‘pelao’ aun, desde El Espectador-Barranquilla, con

destino a la instauración de la sección de ‘Económicas’ de El Heraldo…

Ernesto McCausland —de regreso a Barranquilla desde los Estados

Unidos—, cuya primera misión con la divisa de El Heraldo echada encima, había de ser el cubrimiento de un torneo de basquetbol en Cali, una decisión del doctor Fernández que incomodó a los miembros de la redacción depor-tiva y que el director Juan B. Fernández Renowitzky aplacó con una de sus contundentes salidas…

Mauricio Vargas, desde España, con mucho que aportarle al periódico ba-

rranquillero en fundamento a lo que había aprendido en el diario El País de Es-

paña: ‘La papela’ o el comité de redacción diario, la regionalización en la información y, en especial, la inves-tigación periodística que, en Colombia, era El Tiempo el que había comenzado a imponer exitosamente —con Daniel Samper y Gerardo Reyes a la cabeza— ese periodismo especializado, el periodismo de denuncia.

Roberto Pombo, desde su experiencia con el ‘mochileo’ por los caminos

de la vida y los destinos que la juventud le propiciaba —y lo ubicaron por esos

tiempos en Barranquilla— y sus innegables aptitud y actitud para la conquista y el periodismo…

Marco Schwartz desde la jefatura de producción del diario La Libertad…

Pedro Lara, que era la experiencia —cronista de extraordinaria pluma que

tiene a mucha gente a la espera de su libro—, experiencia adquirida en diferen-tes medios, incluso como libretista de programas radiales…

Antes lo había hecho Horacio Brieva, que, en 1981, había de ganar pre-

mio de periodismo CPB, Círculo de Periodistas de Bogotá… Y después asumi-ría ejercicio de la comunicación desde el sector oficial y escribiría un libro… Y también habían ido llegando —y llegarían más— Laurian Puerta, José Grana-dos, Jorge Luis Peñaloza, Hipólito Palencia, Estewil Quesada, Anwar Saad, Rafael Sarmiento, Jorge Mariano y, en el grupo de mujeres, Alix López, Leonor De la Cruz, Alba Pérez, Vivian Saad, Riguel Castro, Fabiola Oñoro y hablo del decenio de los 80…

Y hay que mencionar, como amigos del equipo de redacción e identifica-

ficados con la dinámica que se le impartía al oficio, a dos hijos de los propietarios, del director y de uno de los gerentes: Juan B. Fernández Noguera y Manuel De la Rosa Manotas, Juanchito y Manuelito, como siempre les he dicho. En aquellos comienzos, llegaban para conversar. Después, Juanchito se metería de lleno a la redac-ción con él fundaríamos la revista VSD y llegaría a ser subdirector de El Heraldo, mientras Manuelito asu-mía como columnista semanal, hasta cuando, rebelde contra las políticas de dirección ante la opinión, la de él, se retiró motu proprio

Pero el tema en el que he de aterrizar es ‘El kínder de Olguita’ —con pilatunas a la maestra—, pero en

concreto al conformado por algunos nombres, no más de seis, que, desde adentro y hacia la opinión pública, han forjado una especie de ‘El kínder mito’…

De aquellos que habían ido llegando y habían de llegar, se escapan algunos nombres, muchos nombres,

pero mi afán primero es precisar que, si se quiere, todos fuimos, hasta los ‘más grandes’ —de una u otra ma-nera— del ‘kínder de Olguita’, mientras Olguita estuvo en El Heraldo…

Ahí cabe el equipo de redacción de El Heraldo que hemos denominado ‘La vieja guardia’, los que venía-

mos de la calle Real, con tiempos para las orientaciones de Olguita, desde 1977… Muchos otros vendrían des-pués —y como es de suponer Guillermo Valderrama, el causante de la escritura de estas ‘memorias’—… No caben en ‘el kínder general’, por razones obvias, los de ingreso de doce-diez años para acá…

Recreo lo de ‘El kínder mito’, desde la acepción tres de DRAE para mito: “persona o cosa rodeada de ex-

traordinaria admiración y estima”, aunque también hay otra acepción que plantea atribución de “cualidades o excelencias que no tiene” y nadie quita que, de pronto, tal significado abrace a alguno de estos, que el dicho dice que ‘al que le caiga el guante que se lo plante…’

El tal mito ha sido creado en torno a esos nombres de ‘El kínder de Olguita’, porque uno de ellos salió pa-

ra Semana y luego pasó al ministerio de Comunicaciones, otro para Colprensa y después para El Tiempo has-ta ascender a su dirección, uno para todos los frentes de la comunicación hasta fallecer en condición de Editor de El Heraldo y otro a España para regresar años después a asumir la dirección de El Heraldo ante el vacío físico dejado por su extinto antecesor…

Un estatus que, si se quiere, comenzó a consolidarse gracias al premio Simón Bolívar que habían gana-

do en equipo, a raíz de un trabajo investigativo sobre la hidroeléctrica de Urrá y al cual unos aportaron más que otros, pero todos participaron, incluso Ricardo Rocha con su lectura… El Heraldo se aproximaba a sus 50 años y… ¡Vaya usted a apreciar esa cuelga tan especial la que recibió!… La denuncia se publicó con cierto despliegue y desde Palacio el presidente Betancur se limitó a defender la hidroeléctrica, pero nada desvirtuaba lo publicado… El trabajo era apto para concursar, ganó y el Premio Simón Bolívar fue entregado en ceremonia a la cual concurrieron los extintos escritores Jorge Semprún de España y Gabriel García Márquez. Sobre esto hay historia que contar, y muy buena, pero será para otra ocasión…

Ese premio creó mito en torno a ‘El kínder que Olguita’, que el primer trabajo investigativo se había nutri-

do de una fuente de Mauricio: la Telefónica y el doble pago por la compra de un edificio administrativo: el ‘Rivaldo’.

Muy a pesar de la gloria que al- 

canzaban, todos ellos —y todos nos-otros— también debían someterse a una revisión de sus textos y con ma-no férrea, desde aquella concepción de su misión que —con frecuencia ha venido recodándomelo él— ella le in-culcó a Jorge Medina Rendón cuan-do él apenas llegaba, allá por 1981: “Mira, para que no tengamos proble-mas, acuérdate de esto siempre: tus primeros ojos soy yo… Yo soy tu pri-mera lectora… Así que lo que pase por aquí y no salga es porque no de-be salir y date por agradecido… Por-que si ya está impreso nada puedo hacer… Pero si puedo corregido, hay salvación”.

Hasta aquí, por ahora… Reto-

maré el tema más adelante, como parte final de esta entrega, la tercera y última, del seriado ‘Ante una insis-tencia de Guillermo Valderrama’ y ‘El kínder de Olguita’, el mito, con un toque a aquellas ‘travesuras a

lo párvulo’ de los miembros de este grupo. ¡Pilatunas a la maestra...!

Otro punto de vista. Con Olguita, a pesar de muchos encontronazos, siempre hubo afecto mutuo, así 

ella pregonara que “¡esta no te la perdono, Orellano!” o yo me le envalentonara diciéndole que “me voy, ¡No vuelvo jamás!”. Que más de una docena fueron las veces —muchas de esas situaciones en términos que no vale la pena precisar—. Y vale decir: el cigarrillo fue, en diversas y divertidas ocasiones, alcahueta para el re-concilio: a veces ella me buscaba para pedirme un cigarrillo, muy pocas veces, la verdad, solo porque ella en ese momento no tenía —ella compraba por cartones—, pero centenas eran las veces que yo le sacaba de su paquete expuesto sobre su escritorio: Parliament, allá en la calle Real, Marlboro, finalmente, en cercanías de la Catedral… La necesidad de un cigarrillo, disipaba contrariedades…

Lo reitero: durante 24 años, desde 1973 hasta 1997, yo iba y venía… Y en el segundo semestre de 1984,

meses después de haber ganado para El Heraldo el título de Primer Rey de la Información Vallenata en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, me fui a Santa Marta a ser jefe de redacción de El Informador…

Después, con Olguita hablé personalmente durante una de mis estancias en El Informador para recomen-

dar —viajé a Barranquilla expresamente con ese propósito— a un inquieto samario que deseaba vincularse a El Heraldo y le pedí a ella que me hiciera el puente con el doctor Fernández.

Bastó mi recomendación —“si tú vas a hablar, el doctor Fernández Renowitzky me emplea”, me había di-

cho el joven samario en presencia de la colega Josefina Cogollo— para que aquel muchacho con apellido ma-terno de revolucionario, provincia y ciudad cubanos, tenga hoy la libertad de poder escribir: “Mi director y gran maestro, Juan B. Fernández Renowitzky, a quien le debo todo en mi vida…” U “Olguita Emiliani llegó a este mundo revestida de un aura especial que se convirtió en periodismo… Han pasado diez años desde su desa-parición en aquel abril y la sigo recordando con todas sus enseñanzas, los textos rayados con sus correccio-nes en una letra grande en donde quedaba plasmado su concepto y el estilo que se requería para escribir…”.

Había de ‘re-volver’ yo —volver otra vez— a El Heraldo en momentos en que Guillermo Salcedo Casta-

ñeda asumía la coordinación de un suplemento dominical tamaño universal especializado en crónicas y repor-tajes, ‘Panorama’, y debuté con él en el primer número: crónica ‘La ruta de las bahías’, desde Neguanje hasta Pozos Colorados…

Durante mi segunda presencia en El Informador, dejé la parranda a un lado, gracias a aquel inolvidable

“‘óles’ o popó”, la noche de la borrachera, y a aquel otro “‘óles’ a más popó”, al momento del guayabo a la ma-ñana siguiente, expresiones de mi hija Lauracarolina a sus 2 años en el segundo piso del edificio ‘Pitupán’, ca-lle 22 con carrera 4 de Santa Marta, como contundente rechazo al feo aliento de los besos que quise darle… Bastaron esas expresiones de mi hija para que, ¡por fin!, ‘pegara’ en AA, uno de cuyos puntos de salvación se situaba a una cuadra de mi sitio de residencia. Gracias a ese estado de sobriedad sostenida, ¡por fin alcanza-do!, me llamó el mismo doctor Juan B. Fernández a mi oficina en Santa Marta para proponerme que me em-barcara en un gran proyecto, de ejecución inmediata: la coordinación general de El Heraldo del Magdalena Grande.

Volvía a ‘mi’ El Heraldo y por la puerta grande… ¡Cómo no aceptar esa invitación, directa de Juan B. Fer-

nández Renowitzky, a coordinar una integración periodística del Magdalena, La Guajira y el Cesar! Y así fue: amplia sede en la avenida El Libertador, ocho redactores, dos fotógrafos, equipo de administración y de publi-cidad, móvil con conductor, dos vigilantes, en Santa Marta; dos redactores, un fotógrafo y personal administra-tivo en Riohacha, y tres redactores, un fotógrafo y personal administrativo en Valledupar y en fin: 3000 ejem-plares diarios y con picos bien altos en algunas ediciones y ¡durante largo rato!, pero… Crecía la circulación mas… ¡los departamentos comerciales no generaban captación de publicidad! Entonces, no se justificaba el gasto de papel e impresión, el alto costo de la nómina regional y el sostenimiento de las sedes… Se desmotó toda la infraestructura, inclusive la humana, y en Santa Marta yo quedé prácticamente sin funciones… Fui trasladado a coordinar las regionales desde Barranquilla.

Años después, tras mi salida definitiva de El Heraldo, cuando había

de pernoctar por largos ratos en Fonseca, La Guajira, la señora de la libre-ría ‘Selecta’, punto de venta de El Heraldo al sur de este departamento —el amigo fonsequero Iván Martínez, ‘Bombi’, me informa ahora que ya no existe—, recreaba recuerdos en torno a aquella época de gloria: “¡Cómo vendíamos Heraldo! ¡Ahora ya no! Si acaso cinco ejemplares”, solía decir-me cada vez que, en un lapso de más de doce años, desde 2000 hasta un poquito más allá de 2012, había de pasar por su negocio en busca de un bolígrafo o de una libreta de apuntes. Por esos lares había de ejercer, en épocas de campaña política —cuando me tocaba mudarme para allá—, algo que denominé e instituí en la región como ‘periodismo proselitista’: el mismo esquema en la forma, pero con otro fondo. Se hicieron periódicos, programas radiales y hasta de televisión locales, pero impulsando aspira-ciones políticas a cargos de elección popular y a corporaciones públicas regionales y nacionales. La señora de ‘La selecta’ lo recordaba y me recor-daba, porque en tiempos de ‘El Heraldo del Magdalena Grande’ yo salía de correría y visitaba esos expendios. Y es que hasta La Tertulia de El Heral-do llevé a esas zonas en más de cinco ocasiones.

Al desmontarse El Heraldo del Magdalena Grande —y también el del

antiguo Bolívar— volví a Barranquilla para coordinar regionales: Vivian Re-dondo, María Paz Mejía, Selene y Josefa Gutiérrez, quien pasó a genera-les y me quedé con las otras tres. Y volvieron mis ‘amores’ con Olguita: ad-miración mutua, respeto pleno entre superior y subalterno. Pero ya nada que ver con Revista Dominical ni El Heraldo Deportivo, ni con Miércoles! ni VSD… Ella tendría reservado para mí un grande honor, no hay duda…

Después me pusieron a alternar coordinación de redacción con Ricar-

do Rocha —él ganaba más que yo hasta el día en que el doctor Fernán-dez, ascendiéndome a jefe de redacción, dijo: “Igual trabajo, igual salario” y nos niveló— y posteriormente, en otro regreso, con José Granados y final-mente terminé solo. En algún momento, las ediciones dominicales las ha-cíamos Laurian Puerta y yo: ¡qué ediciones! Y en turnos de fin de semana, asumía Jorge Mariano.

Ahora Olguita, a quien yo le decía ‘Olgui’, me decía ‘Ore’. Y así lo es-

cribía, y lo subrayaba con su puño y letra, cuando me hacía llegar algún material recomendado, que no era tal sino ¡súper-recomendado!

Lo que ha contado José Bolaño Cienfuegos en su nota de la actuali-

zación anterior —Jóse, padrino junto con Patricia Escobar de mi segundo matrimonio, este por lo civil— es tan cierto como todo lo que se recuerda en este viaje al pasado. Olga Emiliani Heilbron nunca entró por la tecnolo-gía, prefería su máquina de escribir. Y era feliz con su oficina olorosa a nicotina, en un ambiente que, al respirarse, generaba piquiña nasal y deja-ba la ropa impregnada a olor a humo de cigarrillo… Igual sucedía en ‘mi’

cubículo… Hasta cuando se prohibió el consumo de cigarrillo en las oficinas: los fumadores de redacción te-níamos que subir a cafetería, tercer piso —muchas veces Olguita había de desgañitarse llamándome, buscan-dome—, pero Olgui fumaba en su aposento laboral.

Durante mi última temporada con El Heraldo, Olguita me hizo un gran honor: me puso como compromiso

ineludible para los viernes, casi a la hora del almuerzo, minutos antes o un largo rato después, cuando ella regresaba de almorzar, sentarme frente a ella en su oficina a escucharle la lectura del texto de su columna de los sábados por Morgana… Después de leérmela, me la extendía para que yo la releyera, en cuartillas raya-das y corregidas con su puño y letra, porque ella seguía escribiendo a máquina. Y me aceptaba sugerencias, aunque había que discutirlas —y hasta convencerla—, a pesar de la aplicabilidad literal a todo texto que pasa-ra por sus manos del sentido de aquel recitado que le hizo escuchar a Jorge Medina Rendón: “Mira, para que no tengamos problemas, acuérdate de esto siempre: tus primeros ojos soy yo… Yo soy tu primera lectora… Así que lo que pase por aquí y no salga es porque no debe salir y date por agradecido… Porque si ya está impreso nada puedo hacer... Pero si puedo corregirlo, hay salvación”. Hay que recordar que durante su estancia de 25 años en El Heraldo se dijo que ‘en El Heraldo no se mueve una hoja si Olguita no autoriza’. Y puede que, durante casi un cuarto de siglo, haya sido cierto…

Aquellos momentos de

‘face to face’ o de ‘tête à tête’ entre Olguita y yo eran propi-cios para contarle algo que yo sabía, pero que nunca quise compartírselo: las pilatunas contra ella, como un desquite contra la lealtad y la lógica de su poder —de lo férreo de su actitud para corregir y sus prologados ‘pssshhshshh’, labio inferior descuajado, una gota, líquida, de cristal rodan-do cuesta abajo por ese labio: ¡La desaprobación total!—, por parte de quienes hubieron de ser los mitos de su ‘kín-der’, pero no fui capaz. Pensaba yo que resultaba mejor serle ‘infiel’ a ella, a su

confianza en mí, y leal a mis excompañeros de oficina —mismos que ya no estaban para 1990—, así, en su gran mayoría, nunca hayan querido registrarlo en sus notas evocativas de aquellos tiempos o sus memorias…

Nada difícil me hubiera resultado comentarle, con nombre propio, a manera de chisme desactualizado,

que uno de ellos había sido el que, de noche, cuando ella abandonaba la oficina, invadía su espacio y le quitaba uno de los rodachines a su silla o le desacomodaba el espaldar…

Que todos se le habían metido de noche a su oficina para hacerle rotación —¿perversa? ¿mamagallísti-

ca?— a los cuadros que colgaban de las paredes…

Que otro se encargó de ordenarle el desorden de sus papeles, sobre el hecho real de que solo uno mis-

mo entiende su desordenada papelera y sabe el sitio exacto en que quedó un documento en medio de ese caos…

Que fulanito de tal era quien le sacaban de su oficina el directorio telefónico y lo llevaba, ex profeso, para

otro sitio…

Mejor que no lo hubiera hecho… Y precisemos:

A Semana primero y después al ministerio de Comunicaciones —miembro de ‘El kínder de Gaviria’—,

Mauricio Vargas Linares, hoy día columnista de El Tiempo, asesor de gobiernos y autor de varios libros…

A Colprensa y luego a El Tiempo hasta ascender a su dirección, lo es actualmente, Roberto Pombo, que

hace poco presentó su libro…

Hacia todos los frentes de la comunicación —prensa, radio, televisión, cine y hasta literatura—, Ernesto

McCausland, tempranamente fallecido cuando era el Editor de El Heraldo…

A España para regresar años después a asumir la dirección de El Heraldo ante el vacío físico dejado por

su extinto antecesor, Marco Schwartz…

De los otros miembros del equipo ganador del premio Simón Bolívar, Jorge Medina siguió haciendo, des-

de la independencia, carrera como periodista y asesor de gremios y hoy mantiene su portal web La Gran Noti-cia, www.lagrannoticia.com... Pedro Lara, que sigue haciendo periodismo desde la web y que está en deuda con muchos de sus admiradores: la presentación de su libro… Ricardo Rocha, que se radicó en Miami, Esta-dos Unidos...

EPÍLOGO

Ahora, 20 años después de mi retiro definitivo de El Heraldo, me hago la

imagen perfecta que quiero de Olguita: una mezcla de franqueza, de temple, pero al mismo tiempo de calidez humana… Una superiora justa y a quien le tenía sin cuidado lo que pensaran de ella: mucha es la gente que dice “¡qué me importa!”, pero su postura siempre resulta ficticia, mientras que el “¡me importa un carajo lo que digan de mí!” de Olguita, era genuino… Pienso que Olgui hacía lo mejor que podía con lo que sabía, con lo que tenía, que a pesar del poder que alcanzó en El Heraldo, nunca se creció… Por el contrario: vibraba de felicidad cuando uno atinaba a la excelencia, en palabras de ella, de un texto…

Hoy pienso que no haberle tocado el tema, fue lo mejor que pude hacer ante

ella, porque ahora creo que ella sabía, sin que nadie se lo hubiera ‘sapiado’, lo que nochemente, mientras estuvieron en El Heraldo, le hicieron varios de los miembros de ‘El kínder mito’ y que ella decidió que no valía la pena reclamarlo, armar una alharaca, que era mejor pasarlo callada, porque lo consideraba un juego de niños, travesura de inmaduros, que ella estaba muy por encima, años

luz, de esas inmadureces… Tengo la convicción de que ella pensaba que no podía exponer el peso de su experiencia ante aquellas niñadas… Y prefirió darse por no enterada, restarle importancia, dar a entender que nada estaba pasando, ignorar la acción de su ‘kínder mito’, mantenerse en su posición de que las únicas dos cosas que le molestaban en El Heraldo eran las cosas mal escritas y la deslealtad…

Este era un partido de la Selección Colombia, no de Junior, que se transmitía por TV en día laboral en la calle 53B No 46-25. La redacción en pleno, con el director Juan B. Fernández a bordo, celebra la gran jugada: un gol de Colombia. Entre otros, con los brazos bien en alto, Mauricio Vargas, María Emilia de la Rosa y José Orellano, sentado en el piso al lado de Ernesto McCauslad. También Estewil Quesada, que tapa a Guillermo Valderrama, Rafael Arrieta, José Cervantes Angulo detrás de los papeles que sostiene María Emilia; el gerente Manuel De la Rosa y la asistente de dirección Maruja Abello.

Roberto Pombo en la redacción de El Heraldo.

Olguita Emiliani: franca, de temple, pero muy cálida…

Asistencia al ‘fiestononón’ de  las bodas de oro de El Heraldo con parte del pago por la separata de los 50 años impecablemente echado encima: todo, desde el vestido hasta los zapatos. Y una foto para el recuerdo con Mabel Morales. Octubre 28 de 1983.

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