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Con la gaita

La gaita reinó por siglos en los Montes de María. Era expresión espiritual de los antiguos habitantes de estos parajes enmarcados entre pequeñas montañas, indígenas primigenios que hacían sonar sus pitos en ceremonias rituales y alegres reuniones de descanso.

La práctica, sin embargo, no era exclusiva de esta tierra ya que en numerosos pueblos aborígenes de Indoamérica también se recreaban con la gaita.  En lo que hoy es Perú, Ecuador, Bolivia, la gaita hacía parte de la vida cotidiana de los antiguos pobladores. En la actualidad, podemos ver ocasionalmente en nuestras ciudades a jóvenes indígenas latinoamericanos ofreciendo su música, bellamente compuesta para instrumentos de viento y ahí está presente, en sus formas diversas, la gaita, la gaita indoamericana. En la Sierra Nevada y otros lugares de lo que es hoy el Caribe colombiano esta manifestación cultural mantiene su raigambre ancestral. Para los koguis de la Sierra su gaita sigue siendo kuisi. Los primeros habitantes de la subregión montemariana la llamaban chuana, pero con la llegada de los conquistadores europeos y, producto de la colonización, se castellanizó su nombre. El tambor africano traído por las víctimas de la trata esclavista le imprimió otros elementos sustantivos a esta singular manifestación musical que incluye gaitas macho y hembra, el tambor llamador y las maracas. La gaita de hoy es producto del cruce triétnico que nos caracteriza: indígena americano, blanco europeo, negro africano.

En los años 40 del siglo veinte la gaita se disfrutaba a plenitud en nuestro medio, se tocaba en fiestas populares y se bailaba en casas y pequeños encuentros de gaiteros. Era cumbia, porro, gaita. Los gaiteros generalmente habitaban en pueblos y veredas y sus miembros eran, en su mayoría, campesinos que labraban la tierra de sol a sol y luego se recreaban tocando en sus ranchos de palma y bahareque. En ocasiones, especialmente durante velaciones que rendían homenaje a los santos patronos de los pueblos, se reunían varios grupos y entonces el ron ñeque y la gaita se hacían cómplices hasta cuando la borrachera tumbaba al más avezado de los tomadores.

Con la irrupción de Los Gaiteros de San Jacinto la gaita montemariana inició un proceso de conquista de otros territorios colombianos. Primero en nuestra región Caribe y después en ciudades del interior del país, la gaita ganó espacios importantes hasta meterse en el alma de muchas personas que ya la conocían o que la descubrían con entusiasmo. Al tiempo que los gaiteros expandían nacionalmente los aires musicales de la gaita, estudiosos de los procesos sociales de la raza negra se interesaron en investigar a fondo los alcances de la tradición musical que entonces causaba tanto regocijo. Los hermanos Manuel y Delia Zapata Olivella tomaron en sus manos la iniciativa de dar a conocer la gaita más allá de nuestras fronteras, iniciándose así la conquista de espacios internacionales para una musicalidad elemental que comenzó a escucharse en numerosos países de sociedades avanzadas, entre ellos  Japón, China, Unión Soviética, Francia, Italia, Alemania. Fue una época de esplendor que también se reflejó en nuestro país, donde la gaita reinó sin atenuantes por algunos años. Por aquel tiempo se grabaron numerosos álbumes con el fondo inconfundible de la musicalidad gaitera, prensados por reconocidas compañías discográficas que dieron importancia a nuestros ritmos.

TOÑO FERNÁNDEZ, EL ÍCONO

El nombre de Toño Fernández llegó a los oídos de muchos colombianos en su condición de líder de los Gaiteros de San Jacinto, agrupación que ganó fama y reconocimiento, pero muy poco dinero.

Los sanjacinteros eran los más famosos pero no los únicos porque otros gaiteros sin renombre seguían tocando en sus comunidades, en las veredas polvorientas y fiestas patronales. La gaita, en verdad, estaba metida en las querencias de la gente de la costa y de costeños que vivían en ciudades de otras regiones del país. Pero Toño era uno de los grandes y su figura alcanzó tal dimensión que no había ni hay manera de separar la gaita de su nombre. Aún hoy, años después de su desaparición física Toño Fernández continúa siendo un hermoso referente de lo que ha sido la gaita para nuestra cultura popular. Pero a su lado estuvieron hombres que lo sobreviven y que continúan labrando el buen nombre de la gaita, más allá de los olvidos buscados y las razones de las nuevas visiones de la industria cultural de la música. Ahí tenemos, aquí entre nosotros tenemos a Juan “Chuchita” Fernández, Toño García, y Rafael Rodríguez miembros originales de los Gaiteros de San Jacinto, quienes junto con los nuevos integrantes de la agrupación siguen mostrando al mundo los encantos de la gaita. Estos viejos y nuevos gaiteros ganaron en 2007 en premio Grammy Latino al mejor álbum folclórico, lo que testimonia la vigencia de esta ancestral musicalidad cultivada con esmero en los Montes de María.

Sin duda, los gaiteros de San Jacinto y los hermanos Manuel y Delia Zapata Olivella, han hecho aportes sustanciales a la cultura de nuestros pueblos y merecen nuestro aplauso y eterno reconocimiento.

DECADENCIA Y RESURGIR DE LA GAITA

Dando un giro hacia atrás, observamos que por diversas razones a finales de los años 60 y comienzos de los 70 la gaita comenzó a languidecer y prácticamente desapareció de los escenarios y del gusto de los amantes de la música popular. Escuchar un aire de gaita grabado o a un grupo profesional o aficionado, era casi milagroso y todos querían disfrutar de todo menos de gaita.

Era como si el orgullo de antes se hubiese convertido en vergüenza colectiva. ¿Qué había pasado?  Tal vez se abrían paso otros aires musicales que colmaban las expectativas de los empresarios del disco, del público y de los nuevos músicos y compositores de nuestra región. 

Lo cierto es que por muchos años la gaita se convirtió en solo un referente de las buenas épocas en que Toño Fernández y sus compañeros recorrieron diversos países donde ni siquiera se hablaba español, llevando un sonido musical desconocido que producía quiebres espirituales y extrañas sensaciones entre quienes tuvieron oportunidad de verlos en escena. 

Aquella soledad sin gaitas, sin embargo, era aparente porque, silenciosos, los gaiteros que no se resistían a dejar morir su esencia cultural, su espiritualidad festiva, seguían tocando y cantando y bailando en sus escondites de pueblos y montañas. Sus lamentos no se escuchaban en los escenarios pero ahí estaban, llenos de vigorosas faenas, disfrutando de la elementalidad de sus vidas. 

EL RESCATE DE LA GAITA

Solo a partir de 1985, y gracias al Festival de Gaitas Francisco Llirene escenificado aquí cerca, en Ovejas, la gaita entró en un proceso de rescate cuyos frutos son evidentes. En la actualidad la gaita ya no solo se escucha y se baila sino que se investiga y se divulga a través de la academia porque llegó a los centros educativos y las universidades e importantes artistas como Carlos Vives la incorporaron a sus repertorios. Además, los jóvenes la disfrutan al igual que otras manifestaciones musicales tanto nacionales como extranjeras. La gaita ha recuperado su espacio, pero aun así suena muy poco en las emisoras comerciales.

El camino no ha sido fácil. Por el contrario, las incomprensiones y la falta de una verdadera política de apoyo a este tipo de manifestaciones culturales festivas por quienes tienen en sus manos el poder de las decisiones, en niveles nacionales y locales, lo convierten en un sendero de herraduras. Pero casando cuentas, son muchas más las razones para estar satisfechos que sumergidos en lamentaciones que solo conducen a la inacción y las frustraciones. Ahora no solo tenemos el festival de Ovejas sino otros como los de San Jacinto y Morroa, que son cajas de resonancia que brindan a la gaita escenarios para continuar en la búsqueda de nuevos horizontes para las expresiones y manifestaciones de la cultura festiva de nuestros pueblos. Pero hay que tener cuidado para que no se desvirtúe su esencia cultural ante la cada vez más notoria presencia mercantilista que convierte los escenarios en propaganda sin fin, llenando todos los espacios de contaminantes mensajes comerciales. El respaldo publicitario puede ser bienvenido siempre y cuando sea limpio y respetuoso.

UN POCO DE HISTORIA

Quiero resaltar el Festival de Gaitas de Ovejas por la importancia que tiene como eje fundamental en el rescate de la gaita a partir de 1985, cuando se realizó la primera versión. Sobre el nacimiento del Festival Nacional de Gaitas Francisco Llirene de Ovejas se han tejido diversas historias. También le han atribuido varias paternidades, pero en verdad fue una creación colectiva, nació en Bogotá y surgió de manera espontánea liderada por un poeta, José Ramón Mercado, aquí presente

La historia es así: El 4 de octubre de 1975, día de San Francisco de Asís, patrono de Ovejas, varios amigos de esta tierra que entonces vivíamos en la capital colombiana nos reunimos en casa de Héctor ‘Chato’ Hernández y su esposa Adelaida, en el barrio Ciudad Montes, convocados por José Ramón para festejar aquella fecha a la usanza de nuestro pueblo. Fue un verdadero carnaval de muchas horas con ron, maizena y música costeña, especialmente sabanera, porros, cumbias, paseos.

En un momento alguien dijo: ¿por qué no revivíamos la fiesta de corralejas que en un tiempo se hacía en Ovejas? Otro añadió que era mejor un festival del tabaco, cultivo ovejero por excelencia, y finalmente José Ramón Mercado propuso que se hiciera un festival de gaitas porque los gaiteros que había conocido eran de Ovejas, Almagra, Flor del Monte, La Ceiba, La Europa y Esfarrancao, pequeñas poblaciones y caseríos cercanos. Aunque otros gaiteros hacían suyos los sentimientos de la oralidad musical en el mismo San Jacinto, Marialabaja y otros parajes de María la Alta. Esa fue, sin más ni más, la génesis del festival.

Poco después de aquel episodio en Bogotá, José Ramón Mercado se estableció en Cartagena y en un carnaval de Barranquilla constató cómo la gaita estaba definitivamente relegada al olvido. Entre las decenas de grupos musicales de la batalla de flores solo había un desmirriado grupo de gaitas, de Mahates, perdido en la barahúnda del esplendor. Después, aquí en San Jacinto, cuando quiso pedir orientaciones al gran Toño Fernández lo encontró tirado en una cama víctima de un derrame cerebral. “No se le entendía lo que decía y hablaba llorando”, recuerda con tristeza José Ramón. Los otros miembros de los gaiteros decían que todo se había acabado para ellos porque Toño “ya estaba más de allá que de acá”, simbolizando su cercanía con la muerte.

Debieron pasar diez años desde aquel alocado festín en casa del ‘Chato’ Hernández para que se materializara la iniciativa de realizar un festival de gaitas en Ovejas. José Ramón Mercado y Toño Cabrera, otro gran impulsor de la gaita en nuestro medio, se reencontraron en su pueblo y de su conversación salió lo que sería el primer festival que se bautizó con el nombre de uno de los tamboreros más célebres que han parido los Montes de María: Francisco Llirene. 

EL MITO

Llamar el festival Francisco Llirene fue otra propuesta de José Ramón, quien con su mente caliente de escritor y poeta impulsó la creación de un mito alrededor de aquel personaje que tenía el don de la ubicuidad y que, según ha dicho Mercado, tocaba mejor cuando le quitaba el cuero al tambor y lo cubría con una tela roja que llevaba siempre en el bolsillo izquierdo de su pantalón. El mismo Pacho Llirene que conocí de niño en la calle nueva de Ovejas cuando con ‘El chato’ Hernández, Jaime Ponnefz, Álvaro Vargas, Nacho Tannus, Jorge ‘Ñoño’ Buelvas y otros amigos nos convocábamos para ir hasta su casa de palma y bareque rodeada de verdolaga, donde tocaba su tambor con una fuerza y un virtuosismo que solo vine a revivir en los toques magistrales del ‘Diablo’ Encarnación Tovar muchos años después, en las playas de La Boquilla, en Cartagena.

En el Primer Festival de Gaitas de Ovejas solo hubo seis grupos en el improvisado escenario, armado con dos mesones de trabajo de los carpinteros Jairo Barrios y el maestro Francisco ‘el sordo’ Pacheco. En estos 30 años transcurridos desde 1985 miles de colombianos han llegado hasta el pueblo para admirar a los gaiteros viejos y a las nuevas generaciones de gaiteros que se han ido formando bajo el influjo de este certamen que devolvió el rostro a una de las manifestaciones culturales más reconocidas hoy en nuestro país. Por supuesto que los festivales de San Jacinto, Morroa,  Guacamayal, han fortalecido la gaita y los saberes ancestrales que arrastra esta cultura festiva.

La gaita, por lo demás, ya es materia de serias investigaciones académicas de antropólogos, sociólogos, historiadores, lingüistas, periodistas, musicólogos que las convierten en textos y conferencias que contribuyen a la comprensión de este singular legado de nuestros originarios antepasados.

Para finalizar, una reflexión a manera de interrogante: ¿Sería conveniente que la industria musical impulse la gaita hasta convertirla en un producto de consumo masivo o que permanezca como legado y tradición musical en la memoria y el alma de quienes la sienten verdaderamente suya, más allá de lo que dispongan las casas disqueras y los programadores musicales de las emisoras comerciales?

Muchas Gracias

San Jacinto, Bolívar, enero de 2015

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