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Con la recordación

Conocí a José Benito Barros, yo un niño, inquieto, entrometido en las andanzas de los mayores pero, hermanados en el talento creativo. Y cuando ya en los años, después de la muerte del caudillo Jorge Eliecer Gaitán —1948-1949— empezaba a surgir ‘la esquina del movimiento barranquillero’, el ‘Hollywood currambero’ para otros de la bacanería encabezados por Figurita Rivera y allí el empedernido asistente empotrado en la puerta del Ley, nada más y nada menos que un simpático juglar, cantautor prolífico, quien dejó la sastrería fina con corte para entonar el repertorio que le imponía el maestro Julio Lastra, el de los Olímpicos Jazz Band, orquesta con residencia de ‘La voz de la Patria’ en su estadía frente al Parque Colón. Ese camaján de pantalones bombacho escribió después e instó al soledeño Alci Acosta a imponer sus éxitos de vitrola y canciones de despecho, me refiero a Cristobal San Juan.

Y era la calle San Juan con Progreso, ‘la esquina hollywence’, punto de reunión de los músicos y artistas nativos y transeúntes. Desde la esquina de Veinte de Julio con San Juan —trayectos en pavimento bien vaciado, orgullo de los ‘quilleros’—: el club Barranquilla a la izquierda y el Bar San Juan a la derecha, centro de pudientes con un sifón medio congelado, con un menú de apetitosos platos para degustar en verborrea callejera puteril, pero se podía hablar sin la megafonía estridente de la actualidad.

Si no me equivoco, en la misma calle funcionó un bailadero, creo que ‘El caney’ —por favor corrijan, los que se acuerden de ese salón burrero, u término para entonces despectivo—, donde tocaba una orquesta que podría ser la ‘Blanco y negro’ y me impresionó el cantante, el corpulento Fernando ‘negro’ Charris, cantando a través de aquel tipo micrófono, cono de hojalata... megáfono... ¡tremendo invento! Era la época principiante de las ondas hertzianas... la radio... y las transmisiones...

“Qué va ‘manito’” era frase predilecta del barranquillero neto o de adopción... ‘Manito’, la más rayada en el argot de Ester Forero después de su regreso a Quilla en 1966.

¡Erdaaaa!, en esa calle la 36 se juntaban las famosas casas de modas, Marilú, y contigua por progreso, Everfit de Enrique Simmons.

Tengo que mencionar el edificio donde funciono la casa RCA.Víctor de Emigdio Velasco, quien después se enroló en la industria radial.

San Juan con Progreso esquina, frente al Ley, la esquina del movimiento, no la de Senén Suarez, el ‘cubiche’, pero sí el punto de concentración de chismes del rebusque, los músicos de todos los estratos, los que amenizaban en los burdeles del barrio chino, los más distinguidos y apetecidos por todas las clases de asiduos contertulios de la putería fuesen ‘El jardín’, ‘Place Pigalle’ o ‘La gardenia azul’, residencia de la Sonora del Caribe. Las orquestas ‘ventú’ formateadas al momento.

La calle en mención fue pródiga en almacenes dedicados a la venta de discos, distribuidores de los sellos gramófonos nacionales y algunos importados... La competencia era del carajo y algunas veces con volumen sin control para atraer al posible comprador.

Pacho Galán también tuvo su cuchitril de elepés y enseres relacionados con el comercio del acetato musical atendido por miembros de su familia. Era el vecindario dedicado al maestro aguja, con los ‘picós’ —el último grito—, lo más apetecido por el bailador, el rumbero de los pueblos, de los departamentos de la Costa... Era cuando Barranquilla era el centro musical, capital de las expresiones vernáculas con sus estudios de grabación que alimentaban una industria ávida por difundir música locativa e importada. Así era la radio.

En esa misma calle de San Juan pero, entre la Paz y Ricaurte —nomenclatura de la vieja guardia—, corría el arroyo  de la Paz cuando el aguacero imponía sus corrientes y en la otra orilla, lado de la calle, la ‘Pensión de Lucy’, una distinguida dama que le arrendaba facilidades caseras a personajes tales como Julio Erazo, ‘Tin-Tan’ colombiano, Tito Cortés, Marcus Gilkes y nuestro eximio gran composito el banqueño José Benito Barros, siempre con sus aventuras de trovador, pregonando sus dedicatorias a ‘El vaquero’, a la ‘Momposina’, a ‘El chupaflor de Magangué’ y a la más productiva en su cuasi despiporrado bolsillo. ‘La llorona loca de Tamalameque’, éxitos previos a ‘El pescador’ y ‘La piragua’ o sus incursiones románticas y tangueras dirigidas con el sonido que cautivó a la audiencia mexicana e internacional, una instrumentación con un pentagrama que proyectaba la combinación de los sonidos de trompeta y clarinete conjugados en los arreglos del gran Juan Esquivel y sus Trovadores de Barú, el hoy olvidado en su patria Juancho Esquivel, el momposino pero, ¡qué ironía!, en México el estilo musical proyectado por el maestro y sus Trovadores de Baru sigue siendo apetecido y copiado por los combos gruperos y polqueros, los reyes de las masas en un país donde la cumbia es reconocida como propia, mientras que aquí en la ‘Locombia’ nuestros magnos artistas promueven ritmos de folclore con pentagrama prestado.

Y para finalizar —¡erdaaaaa! casi se me olvida la contribución de aquel personaje con su taller electrónico, radios y algo más rincón de artistas, músicos y amantes de la bacanería— la proyección cantabile que distinguía la potente voz de Lucho Castell, quien con su hidalguía señorial y amor por la buena música, adornaba la lira de la popularidad en aquella nuestra calle, el paseo de los creadores, los de talento, pobres pero ricos en amor, calor humano e imaginación.

Y en esa alfombra, ni la roja ni la verde, la de concreto, de aquellas calles herencia de Hollopiter y Parrish, bien construidas, orgullo de la Quilla del ayer, en aquella calle San Juan, en aquella esquina de Progreso y a pleno sol, con tremendo calor, la fraternidad de músicos y artistas intercambiaban sus intereses en la difusión del pentagrama. Polémicas y discusiones de toda índole reunían a quienes seguían la filosofía pueblerina de la naturaleza que predicaba el gran Cresencio Salcedo, que algunas veces era interpelado por la sabiduría lírica y política de un Jose Barros o las inquietudes rebeldes de Peñaloza, un gran arenguista en su estilo.

En esa calle, en esa esquina se transaron, se escribieron grandes páginas de nuestras expresiones vernáculas; músicos de atril los de estudio sinfónico, los del medio popular, aquellos putañeros en residencia, guataqueros, tamborileros, cañamilleros, guacharaqueros, todos ¡nuestros hermanos son!

Esa hermandad fue la que enriqueció ese entorno creativo de nuestra esquina, hoy el rincón desaparecido. Esa fue la esquina bacana de soñadores y hacedores de ilusiones.

¡Hurra...! Un oda a todos nuestros grandes talentos. ¡Gracias por sus invaluables aportes!

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