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Contra la indolencia

En 1968, el Unión Magdalena, se coronó campeón del fútbol profesional colombiano, teniendo en su nómina jugadores interesantes que fueron y siguen siendo importantes, 47 años después de aquella memorable gesta...

 

Jorge Isaac Escobar Palacio, de los Palacio del barrio Ancón, como él mismo dice para reafirmar su origen y sentimiento samario, hace una pausa breve, como tratando de obviar la situación actual del estadio Eduardo Santos y enfocando sus pensamientos en aquellas lejanas tardes de su juventud cuando el Unión Magdalena deleitaba a los aficionados con un fútbol exquisito.

Rememorando las tardes en que sonaba la sirena de Gilberto Mejía y soplaba el ‘Ciclón Bananero’, como dice aquella canción que interpreta Carlos Vives.

Sigue buscando en los rincones de su memoria un punto de partida para esta historia. Son tantas tardes, son tantos domingos, son tantos partidos, son tantos jugadores, acumulados unos tras otros, que esas imágenes mentales regresan a la vida de forma desordenada y se hace casi imposible tomar un hilo conductor.

Para los de su generación, el estadio Eduardo Santos significa mucho más que una mole de cemento. Este mítico escenario deportivo ha visto correr por su césped a jugadores de gran talla y calidad. Entre ellos destacan los hermanos Justo y Aurelio Palacio, quienes no solo fueron artífices de la única conquista del equipo samario, sino que también, con su gran capacidad y estilo a la hora de jugar, alegraban a la tribuna que semana a semana asistía sin falta para ver el baile y la cátedra de buen fútbol que el Unión Magdalena le daba a todos su rivales.

Las tribunas se vestían de azul y rojo, y la barra cienaguera animaba a son de cumbia al equipo de sus amores. Un espectáculo sin duda ver un partido de ‘El ciclón’. Hoy en día, no solo el club está sumido en una crisis futbolística y económica, que lo hunde cada vez más en la segunda categoría del fútbol colombiano, sino que, también, el estadio que otrora fuera el templo donde Pipico, Cuarentinha y los hermanos Palacio derrocharan talento, clase, estilo y alegría, está olvidado y casi en ruinas.

Daniel Bolaños, cienaguero, es uno más de los hinchas de vieja data que se siente frustrado y, por mucho que busca, no encuentra una explicación al deterioro y olvido al que ha sido sometido el que podría decirse es el santuario del futbol en Colombia. “Era gratificante ir domingo a domingo al estadio, sus tribunas siempre limpias y adornadas con banderas y carteles alegóricos a los jugadores, le daban al Eduardo Santos un toque macondiano”, comenta, con la mirada perdida y triste, que refleja el sentimiento que embarga a este viejo hincha que anhela volver al tiempo donde la casa del Unión se vestía de gala para ver la función que once guerreros vestido de azul y rojo, y armados con un balón en sus pies, le ofrecían a los 23.000 asistentes del espectáculo dominical de las tardes samarias.

De recuerdos no se vive. Los recuerdos de buen fútbol los fines de semana, son hoy en día solo eso, recuerdos y nada más. Jorge Escobar olvidó la primera vez que fue al estadio, pero no la última. Ese día, el 27 de junio de 2012, Unión Magdalena jugaba la final, después de un camino lleno de altibajos futbolísticos.

“Ese día hubo intervención de la Policía en los puntos autorizados para vender la boleta. La gente estaba como loca y los tumultos estaban en todos lados. La actitud de la sociedad fue el preámbulo a lo que pasaría en la noche”, rememora Escobar Palacio. La emoción colectiva se transformaría al final del partido en confrontación y muerte.

Unión Magdalena empezó perdiendo. Al minuto 12 del primer tiempo, Iván Trujillo anotaba el primer gol y ponía en ventaja al América de Cali. Mientras adentro del estadio el delantero de los vallecaucanos silenciaba a la tribuna, un grupo grande de personas que habían comprado la boleta se quedaron fuera, no cabía un alma y la infraestructura endeble del escenario no podría resistir más personas. Días después, les devolvieron la plata.

El trámite del encuentro fue el normal de un partido del fútbol de ascenso en Colombia. Hubo pequeños brotes de violencia entre barristas, pero nada de que lamentarse, hasta ese momento. Luis Mosquera empató el partido a los 61 minutos. Después en Cali, en el partido de revancha, el equipo rojo se quedaría con el campeonato en una angustiante definición desde los once pasos.

“Todos los que ese día asistimos al estadio, salimos convencidos de dos cosas: la primera, que el Eduardo Santos no está en condiciones para este tipo de espectáculos y, segundo, que hace falta mucho más que un buen técnico para que el equipo vuelva a la primera categoría”, comenta Jorge Isaac Palacio Escobar, con un halo de resignación en cada una de sus palabras.

El Eduardo Santos está, hoy día, distante de ser aquel lugar donde se congregaban los fanáticos del deporte más hermoso del mundo en la ciudad de Santa Marta. De aquel césped que muchas veces le dio la bienvenida al fabuloso Cuarentinha, solo queda un pasto deteriorado por el sol, el desuso y el olvido, que dista mucho de ser aquel memorable engramado donde la sinfónica dirigida por Aurelio Arango llevó al nivel más alto el fútbol del departamento del Magdalena.

Santa Marta se ha caracterizado, a través del tiempo, por darle al mundo del balompié jugadores excelsos. Fue en la cancha de La Castellana, del populoso barrio Pescaíto, donde el más grande del fútbol colombiano de todos los tiempos, Carlos Alberto Valderrama Palacios, o simplemente ‘Pibe’, dio sus pininos en el deporte rey. Luego, su gran técnica y destreza serían el deleite de todo un país. Hoy, su enorme figura está en la entrada del estadio Eduardo Santos inmortalizada en una estatua dorada.

Mientras en Bogotá se hacen los de la vista gorda; mientras los entes territoriales departamentales y distritales se enfrascan en una pelea sin son ni ton por la posesión de los predios; mientras las nuevas generaciones migran hacia el fútbol internacional, olvidando que fue precisamente en esta ciudad, y en el barrio Ancón, donde nació Jorge Isaac Escobar, por donde entró el fútbol al país; mientras el Unión Magdalena cambia de escenario una y otra vez, el estadio Eduardo Santos, literalmente se cae a pedazos. Va rumbo a convertirse en ‘El santuario del olvido’.

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