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Ese Polvo Carnavalero

divierte apenas un poco

escandaliza a los ‘ñeros’

porque nos caricaturiza

solo queda pa'l recuerdo

la belleza de Johanna

esa sonrisa que hechiza

su cuerpo de maravilla

los disfraces que se agitan

la marimonda grosera

que al director de la serie

en el oído le grita

aprende de Ernesto Macauslad

con sus crónicas bien finas.

Ese polvo

carnavalero

Juan, el gaitero triste

Por Abel José Rivera García

Para Juan, el gaitero triste, como era conocido

entre los músicos de su pueblo, nada en su vida había sido motivo de mayor alegría que, luego de los Acuerdos de Paz firmados por el Gobierno nacional y

el más beligerante grupo guerrillero de Colombia, recibió para las Navidades, la visita de su hijo Aristides, a quien no veía desde hacía más de 10 años, cuando siendo apenas un impúber, fue forzado a incorporarse al grupo guerrillero de las CRAF, dejando a sus padres en una aflicción sin pausa. A partir de ese aciago día, una desolación sin tregua se apoderó de su espíritu, marcando un ritmo melancólico en sus interpretaciones musicales.

Son las seis de la mañana de un día 20 de enero, y sobre el parque

central de Sincelejo, se abre una abigarrada y destellante alborada jamás vista en esa ciudad. En medio de su plazoleta, bulle la multitud alborozada con un rumor altisonante y casi ensordecedor de un gran enjambre molestado, matizado con gritos de güipirros y vítores al santo patrón del pueblo y al Dulce Nombre de Jesús. De repente se escucha el tamborileo estrepitoso de los tambores hembra y macho de la banda papayera local, sobre los cuales navegan los acordes agudos de las gaitas de cardón que ejecuta Juan, el gaitero triste, con ritmo de porro paletiao, anunciando el inicio de las festividades patronales. A todos llama la atención la cadencia alegre de la sinfonía que, en esta ocasión, como en ninguna otra, emanaban de la gaita hembra de Juan, mientras él solo, en un paroxismo desbordante y contagioso, recorría zigzagueante toda la plaza, abriendo camino en medio de la multitud que le abría paso bailando a su alrededor durante cuatro horas ininterrumpidas.

Vencido por el cansancio, pero aun eufórico, se une al resto de la

banda musical, y con una voz que no era la de él, casi como el bramido de un toro de corraleja aguijonado por banderillas, gritó: ¡Viva la Paz! ¡Viva la Paz entre colombianos, nojoda!

Relato corto
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