El Muelle
CARIBE
Homenaje perenne al Muelle de Puerto Colombia
Crónicas y Opinión
José Orellano, director
Octubre 1, en una ruta aérea hacia la paz...
‘Esmigajaron’
y esculcaron
mi maleta, pero
¡no me robaron!
Confieso que, nueve días después de los
hechos, aun no salgo del estupor.
Haber visto venir la banda porta-equipajes
del aeropuerto Alfonso López de Valledupar trayendo mi maleta ‘esmigajá’, como diría un guajiro, y ‘esculcá’, me causó terronera más que indignación.
Por José
Orellano
La verdad: no podía creer que esa
maleta fuera la mía. Eso no podía estar
sucediéndome a mí, que, procedente de Bogotá, llegaba de paso a la capital del Cesar para seguir de una vez a Fonseca, La
Guajira, en donde, al día siguiente, domingo 2 de octubre de 2016, como buen ciudadano, debía de votar por el SÍ en el Plebiscito por la paz. Al día siguiente, lunes 3, pasaría a Santa Marta a conocer a mi último nieto, posteriormente iría a Barranquilla a saludar a mis familiares y a hacer algunas vueltas comerciales y finalmente regresaría a Valledupar para tomar, tras cinco días de periplo por el Caribe colombiano, el vuelo de regreso a mi ciudad de origen, Bogotá. Todo había de cumplirse como estaba programado.
Ver mi equipaje violentado en la cabeza de uno de los dos deslizadores del cierre, asegura-
dos con un candadito de 3.500 pesos, me horrorizó. No forzaron el candadito, se ensañaron con una de las dos ‘aldabitas’ unidas por el pasador: le reventaron la cabeza para abrir la corredera.
¿Cosas de algún valor dentro de la maleta? Una cámara fotográfica, un par de zapatos depor-
tivos sin estrenar, una loción a medio gastar y una caja de pañuelos también sin usar. El resto era vestimenta varias veces usada, interiores y calcetines, un morral pequeño a manera de neceser con los elementos de aseo personal, un rollo de papel higiénico, algunos aditamentos para computador y celular, baterías de repuesto y hasta una extensión eléctrica…
No forzaron el candadito, se ensañaron con una de las dos ‘aldabitas’ unidas por el pasador: le reventaron la cabeza para abrir la corredera. Y lo revolvieron todo. No robaron.
Facsímiles del recibido de la queja por parte de Aerocivil, en el aeropuerto de Valledupar.
Más allá de que se hubieran robado la cámara o
los zapatos o la loción o los pañuelos o algún yin deste-ñido por el uso, mi estupor estribaba en que me sentía violado en mi intimidad, en mi privacidad. Me sentía traicionado y ultrajado por los propios guardianes de mi equipaje, esos que lo recibieron en El Puente Aéreo en Eldorado, lo asentaron en sus planillas sistematizadas y me dieron la colilla para reclamarlo, lo manipularon has-ta llevarlo a la bodega del avión y volverían a hacerlo cuando me lo regresaran, vía banda porta-equipajes, al llegar a la capital del Cesar.
Tuve que aceptar la realidad: era mi maleta. Y car-
gando con ella violentada y totalmente revuelta, traté de encontrar a un funcionario de Avianca para que, por lo menos, me recibiera la queja. Un guardia de seguridad me dijo que había una mujer encargada de ello, pero que debía estar muy atareada en otros menesteres, por cuanto no estaba en la sala de entrega de equipajes, y el hombre me indicó que me dirigiera al puesto donde había un solo funcionario despachando pasajeros. Este me dijo que él no podía atenderme, que buscara a la mujer. Cuando salí nuevamente en su búsqueda en el salón de entrega de equipajes, el portero no me dejó pasar. Pero al poco rato apareció la mujer, que lo primero que haría sería poner en duda lo que los ojos de ella estaban viendo. Insinuó que pudo haber sido un accidente durante el traslado de equipajes o también pudo obedecer a la acción de un perro. Le demostré que no, que todo estaba revuelto por manos humanas ajenas a las mías, que la esculcada había sido minu-ciosa, que el morral-neceser estaba abierto en sus dos compartimientos y le dije que si se había tratado de alguna requisa debieron avisarme para estar presente. Con más veras si el vuelo programado para las 12:50 pm decoló de Eldorado a las 4:30 pm como consecuen-cia del mal tiempo reinante casi todo el día en Valledu-par. Ante la empleada de Avianca, un militar de civil, a mi lado, reclamaba por un celular que le habían robado
y una mujer se quejaba de que su morral también había sido esculcado y pidió que se lo pesaran. Yo hice lo mismo y el peso de llegada fue igual al de salida: 13 kilos.
Fue en ese momento cuando decidí meterle mano a mis cosas, revisar para establecer que ¡nada
me había sido robado! El vendedor ambulante de música del Alfonso López —extra en la telenovela Diomedes— se había ‘tragado’ todo el show y, amistando, llamándome ´Piero’ por mi cabellera, me condujo hasta la oficina de un funcionario de Aerocivil en turno —José Enrique Daza Gutiérrez, afectivo y efectivo— que me tomó la queja y, de paso, las fotos, lo cual no fui capaz de hacer con mi celular para montarlas enseguida en las redes sociales por lo impactado que quedé. Impactado y mentalmente blo-queado.
Con mi maleta rota y en medio del aguacero que caía en Valledupar desde las 4 de la madrugada
de ese sábado primero de octubre, tomé un taxi para que me llevara a un centro comercial cercano a fin de poder reemplazar la maleta sin cierre. No podía seguir mi periplo en esas condiciones. Se vino redon- da la noche invernal y debí quedarme a dormir en Valledupar. Al día siguiente, domingo 2, aun bajo la lluvia, salí para Fonseca. Apenas pisamos tierra guajira, desapareció la lluvia pera ser recibidos por vientos huracanados. Esos fueron los fenómenos climáticos que pude apreciar en dos días en el mismo entorno regional gracias al coletazo del huracán Matthew. Los vientos cesarían al sur de La Guajira hacia las seis de la tarde.
Ya en Bogotá, este sábado 8 me ha llamado telefónicamente una funcionaria de Avianca, Me ha
dicho estar dispuesta a estudiar mi caso tras responder a un cuestionario que me ha enviado a mi e-mail y el cual debo reenviarle por el mismo conducto, adjuntando las fotografías del caso.
Misión
cumplida
El impase con la maleta no iba a truncar los planes. Se pasó por Santa Marta y se conoció al último nieto y luego se llegó a Barranquilla para otro encuentro de amistad sincera y sin límites, con Edgardo Caballero Gutiérrez: mamagallista consumado. Pero en Santa Marta, una foto para lo legendario: tres generaciones Orellano: José Francisco (Jr.), José David (Jr. Jr.) y Kerim Murat (Orellanito), en brazos del Orellano mayor: un poker de Orellano’s, parte de la Dinastía. Y la foto con Caba, para consolidar afectos. Todo lo programado se cumplió.