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La croniquilla de “El cronista soy yo”

Las consecuencias de una cédula dada de baja en Registraduría por el ‘fallecimiento’ de quien anda más vivo y coleando que nunca…

“O sea que… ¿usted está

hablando con un muerto?”

Por Fernando Molina Molina

Con la premura de retirar mi mesada pensional ingreso al cajero como de cos-

tumbre, introduzco el plástico a la espera de que la máquina (realizado el procedi-

miento) me entregue el dinero solicitado. Pero en la pantalla aparece un lacónico mensaje que dice “Usted no tiene fondos suficientes para realizar esta transacción”.  Con la ansiedad y el desconcierto a flor de piel, insisto en la consabida transacción, pero el bendito cachivache repite el mismo mensaje: “Usted no tiene fondos suficientes para realizar esta transacción”.

Desconcertado y preocupado  ante semejante situación  me invadió la angustia al constatar que en mi

cartera solo había papeles, tan solo papeles que se van archivando  haciendo  de la cartera un objeto pesado e incómodo que fastidia cuando estamos sentados a la espera de ser atendidos en alguna entidad, entre esos papeles el documento de identidad, apuntes de direcciones, números de teléfonos fijos y de celulares, fotos,

tarjetas de presentación, el apunte del recursivo emergente del credimuela y recibos de pacto de retroventa  vencidos, además  las fotos de familia que nunca faltan. En la desbocada imaginación se arremolinaban dudas y preguntas: ¿Habrán clonado la tarjeta? ¿Qué se hizo mi platica?

Menos mal que en un rinconcito de la cuerina encontré

un billetico de cinco mil pesitos doblado y más arrugado que cachete de anciano, oportuno hallazgo que utilizaría para resolver lo del transporte para regresar a casa.

Con cara de sabueso arrepentido me acerqué entonces a la entidad bancaria que realiza las consignaciones debidas y a la funcionaria que me atendió le pregunté que por qué mi cuenta aparecía con fondos insuficientes. Mientras la funcionaria consultaba en su computador la respuesta a mi desesperada inquietud, el tic tac nervioso se apodero de mis dedos, tecleaba el escritorio simulando el andar de un caballo de paso, me hurgaba la nariz buscando algún moco petrificado, me mordisqueaba las uñas, tarareaba una que otra canción. De pronto la funcionaria me miró y me dijo: Señor, debe llamar

a la oficina central de la fiduciaria que se encuentra en Bogotá. Sólo atiné a decir: “Miedda, ahora sí se jodió esta vaina”.

Hice la llamada al 018000… y la funcionaria que me atendió me dijo: “He consultado la base de datos

de La Registraduría Nacional del Estado Civil y nos reporta que su cédula ha sido dada de baja por falleci-miento”. Le interrumpí diciéndole. “¿O sea que usted está hablando con un muerto?” La doña guardó silencio, y solo le escuchaba entonar pianísimo aquel estribillo de una canción de réquiem que dice así: “Concédele Señor, el descanso eternooooooo” y colgó.

No sabía qué hacer ante semejante escena mortuoria, por culpa de la Registraduría había sido conde-

nado a vivir en el limbo (La expresión popular ‘estar en el limbo’ significa que una persona está desconectada de la realidad que lo rodea, o sea, que vive en un mundo imaginario. Podemos decir, por ejemplo: “Nando está en el limbo desde que la Registraduría lo borró del mapa”).

Penetré en el mundo de las tinieblas, borrado de tajo, de todo lo que tuviera que ver con el mundo

fáctico. “Un ser humano visible, pero muetto”. Conté a mi familia, a los amigos y compañeros de trabajo lo sucedido. En términos de informática formaba parte de un mundo virtual. Las sensaciones que una realidad virtual produce son: La inmersión en otro mundo olvidándose temporalmente del mundo real, la interacción con la realidad virtual, y la telepresencia, o sea, sentirse presente en otro mundo.

Acepté complacido  ser era un protagonista ficticio de ese mundo mágico, fantasioso,  macondiano, de

la obra de Gabito: Cien años de soledad, me sentí  privilegiado, colgado en el árbol genealógico de las 7 generaciones de José Arcadio y su prima Úrsula Iguarán. Pero como decía el Chavo del ocho, las cosas hay que tomarlas por el lado amable, y untado hasta los tuétanos de ese espíritu caribeño, mamagallista, perequero, morisquetero, opté por sacarle jugo al asunto.

“Les habla un muerto”, decía a mis alumnos, “mucho gusto, el muerto”, y hasta escuchaba y cantaba

con mi guitarra, canciones que se referían de esa experiencia cataléptica:  

Como la cigarra (Mercedes Sosa)

Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,

Sin embargo estoy aquí resucitando.

Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal,

y seguí cantando, Cantando al sol, como la cigarra, después de un año bajo la tierra,

Igual que sobreviviente que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron, tantas desaparecí,

a mi propio entierro fui, solo y llorando.

Hice un nudo del pañuelo, pero me olvidé después que no era la única vez

y seguí cantando. Cantando al sol,

como la cigarra, después de un año bajo la tierra,

igual que sobreviviente que vuelve de la guerra.

Tantas veces te mataron, tantas resucitarás

cuántas noches pasarás desesperando.

Y a la hora del naufragio y a la de la oscuridad

alguien te rescatará, para ir cantando.

Cantando al sol, como la cigarra, después de un año

bajo la tierra, igual que sobreviviente

que vuelve de la guerra.

solo y llorando.

Hice un nudo del pañuelo, pero me olvidé después

que no era la única vez y seguí cantando. Cantando al sol, como la cigarra,

Después de un año bajo la tierra.

No tardó mucho tiempo el muerto en vida, el borrado de la vida

civil, el músico-compositor, el escribiente de las croniquillas de El Muelle Caribe, el abogado sobreviviente de responder jurídicamente a semejante atropello. Envié, entonces, un derecho de petición que fue respondido de manera oportuna con la firma del señor Registrador a

nivel nacional, restableciendo mi condición de fallecido a la vida civil. Aleluya, aleluya se desató la cabuya atravesando la barrera de las tinieblas a la luz. Con la ayuda de un amigo docente del Inem, a quien le había comentado tan enojoso asunto, y quien tenía   una hija que vivía en Bogotá y estaba vinculada laboralmente  a la Registraduría Nacional del Estado Civil, nos prometió  que en una semana se develaría el asunto. Tal como lo había prometido en comunicación por vía telefónica nos informó que la cédula 7447730 había sido dada de baja porque correspondía a un señor que había fallecido en Bello (Antioquia), y cuya cédula de ciudadanía era 744730, la diferencia que había dado origen a al craso error era el número 7 faltante y que por un lapsus mortus se había dado de baja a la cédula del suscrito.

Finalizo esta croniquilla con la letra de la canción que escribí inspirado en el acontecimiento histórico del muerto en vida que se levantó de su tumba como el ave fénix que eleva el vuelo desde sus propias cenizas.

Al carajo el registrador que por error de vigencia

Borró de la existencia a tan prestigioso escribidor,

Dando de baja el documento de un ciudadano honrado,

Pa´l carajo el registrador que no sabe ónde está parado.

Es un acto de demencia, matar a quien sigue vivo,

Borrando de la existencia decisión que yo no concibo,

Por qué durante mi ausencia de la vida cotidiana,

El señor registrador no asumió el pago de deudas

Como un gesto generoso, que a este vivo sin pensarlo

Mandó a lo profundo del pozo.

Hoy he vuelto del limbo, hoy me río de ese cuento

Pues salí del abismo del mundo de los muettos.

Que viva la vida, que viva, gozarla todos los días

Que no venga la Registraduría a borrame nuevamente

Pues prefiero entre la gente, vivir por el resto de mis días.

 

Fernando A Molina M

C.C. No. 7447730 de Barranquilla

T.P. No.91666 del C.S de la Judicatura

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