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Crónica con sello muy personal

Erik Barraza Vargas, 35 años como vendedor estacionario en el mismo sitio, sardinel

del teatro Colón de Soledad. No bebe, no fuma, y ha sido testigo de muchos aconteceres y transformaciones del pueblo. Esta crónica la genera una ‘orden’ de él al cronista, su conocido de siempre.

Si se piensa como el psicólogo, teólogo y doctor en Ciencias Sociales Alejandro Moreno, el comportamiento social de José Manuel Moreno Gutiérrez, encaja perfecto en la concepción de ‘malandro’… En el interior de la cárcel de El boque, Moreno Gutiérrez vestía bien y no podía ocultar su afición por Junior.

El finado con su hermana Karime, quien ha expresado su dolor filial por las redes sociales y esto ha sido motivo para el matoneo, para el bullyng contra ella.

En prisión, ejerciendo una de sus aficiones: hacer amigos. “Un amigo capaz de dar la vida por el amigo”, dicen de él.

Dolor de adolescencia viril

El ‘ángel negro’:

Un ‘malo bueno’: “Jóse,

el mejor del mundo...”

14 años tiene el autor de estos mensajes en Facebook: así expresa su dolor por la muerte de quien, sin ser su padre natural, lo criaba. “Amaba a mi hijos”, asegura la preferida de Moreno Gutiérrez.

Se viene el entierro por la carrera 19 de Soledad, una extensa avenida de actividad comercial en ambas aceras, todo cerrado, cortinas metálicas abajo a lo largo de varias cuadras… Vienen motos y moto-carros, dolientes de a pie, hay licor, hay caos, y todo es resguardado por la Policía, motorizados, uniformados de a pie, radio-patrullas, camiones, un Escuadrón Móvil Antidisturbios, el Esmad, pero que evita reaccionar ante algunos desmanes por temor a un enfrentamiento armado.

Por José Orellano

Había dejado atrás, en el encuadre de la plaza principal

del pueblo, la casa de una familia amiga a la que había visitado minutos antes y caminaba sin rumbo fijo por la carrera 19 —‘avenida 13 de junio’, le dicen algunos—, cuando un traqueteo metálico penetró mis sentidos y me llenó de pavor, sin saber por qué diablos.

Repuesto del impacto emocional inicial alcé la vista con

dirección al punto desde donde, creía, se originaba el estrépito, pero este comenzó a multiplicarse. Observé entonces, a mi derecha, a mi izquierda, al frente, un hecho inusual, algo que nunca antes había visto ni jamás había imaginado pudiera suceder en mi terruño: veía, atónito —al tiempo que escuchaba—, el miedo hecho infinidad de rostros: en simultánea infernal, decenas de cortinas metálicas de locales y localitos comerciales eran descolgadas, por angustiadas dependientes, hacia el piso, generando un ruido, para mí, aterrador. A esa hora, plenas 3:30 de la tarde de un lunes laboral, el caótico comercio soledeño ¡estaba cerrándose al público!

—¿Qué ocurre? —le pregunté a nadie.

“Pasa el informe”, me ‘ordenó’ Erik, el vendedor estacionario

de golosinas y cigarrillos apostado desde hace 35 años en el mismo lugar —andén del viejo teatro Colón, ahora una colcha de ‘almacenes’, ‘cacharrerías’ y una farmacia—, mientras el pánico cundía y yo no escapaba a un miedo que, hasta entonces, no sabía en qué se originaba. Erik Barraza Vargas, soledeño como yo, conoce de mi oficio desde siempre y en diversas oportunidades me había sugerido temas para un desarrollo periodístico, varios de los cuales tuvieron acogida en su momento. Ahora me había pedido que escribiera, que pasara el informe, sobre lo que estaba sucediendo.

Tras hacer una muy rápida reportería en el sector, pude

establecer que, por orden de la Policía, el comercio estaba cerrando sus puertas porque se avecinaba el entierro de alguien que, de acuerdo con señalamientos de las autoridades

Ya pasó el entierro… Ya se volvieron a levantar las cortinas metálicas de almacenes y ventorrillos. Las dependientes salen raudas a colgar los artículos en sus puntos de exhibición.

fuerte.

*La expresión de inconformismo social por parte de un amplio conglomerado, rompiendo reglas e

imponiendo su propio código, que el día del entierro el Nuevo Código de Policía se lo pasaron, una y otra vez, por la faja ante la mirada impotente de la Policía, con Esmag incluido.

COLOFÓN

José Manuel Moreno Gutiérrez ha muerto asesinado, digamos que en su ley.

Su hermana Karime ha expresado su dolor por las redes sociales. No ha faltado el matoneo, el bullyng,

pero Karime sigue expresando su rabia por la forma como murió su hermano.

La mujer del finado pide respeto para el dolor ajeno.

Carmen, la madre, dice que “ese era mi mejor hijo”.

En ‘El cartón’, el barrio de José Manuel ‘Cabezón’ Moreno Gutiérrez, todo el mundo sigue coreando una

convicción, que va mucho más allá del deprimido sector: “Nos mataron a Jóse, el mejor del mundo”.

Esta es una crónica que plantea... *La voz de los

deudos que reclaman la investigación de un asesinato —así la víctima hubiese sido el peor ser del mundo—, en sobre seguro y a mansalva, en medio de la sensación de que fue puesto como presa fácil de una jauría que quería devorarlo. Hay un detalle: solo las autoridades correspondientes y él sabían, en apariencia, que saldría de la cárcel el viernes 17 de febrero de 2017, en horas de la tarde.

*La capacidad de amar de un hombre señalado

por las autoridades de ser lo peor, a él “le tenían la mala”, dice su viuda, cuyo hijo mayor, de 14 años, ha publicado en Facebook el doloroso impacto emocional que le ha causado la muerte de su progenitor. “Papá no es el que lo engendra, es el que lo cría”, dicen, y aunque a lo mejor no se quiera creer, este niño era criado en el marco de las buenas costumbres, en un esfuerzo por llevarlo a superar los dolores de la pobreza, a caminar por senderos de bien, a no apegarse a la aplicación de la ley del más

le dijo sobre su próxima libertad.

Tres hijos con otro hombre, había de tener ella. El padre legítimo dejó de ver por ellos y por ella. José

Manuel Moreno Gutiérrez — lo sabe muy bien el cronista— asumió la manutención de dos de los tres, los dos varones, que la niña, la menor, vive en casa de una hermana de la mujer.

‘EL ÁNGEL NEGRO’… UN

‘MALO BUENO’: “JÓSE,

EL MEJOR DEL MUNDO”

Para esa mujer preferida de José Manuel, a ella se le apareció en él, en ‘El cabezón’, un ángel. “Pero un

ángel negro”, le precisó cierta amiga. ‘Negro’, desde las acepciones 9, 10 y 11 que otorga DRAE a la palabra: “Muy sucio… Dicho de una novela o del cine: que se desarrolla en un ambiente criminal y violento… Dicho de una sensación negativa: muy intensa”.

—Era un malo bueno —ha contestado la preferida, mientras las estadísticas policiales dicen que José

Manuel Moreno Gutiérrez estaba sindicado del delito de homicidio y que, al consultarse información sobre su cédula en el Spoa, aparece como indiciado por dos homicidios, marzo de 2013 y febrero de 2011; por porte ilegal de armas y por extorsión en marzo de 2014.

“Jóse, el mejor del mundo”, coreaba la turba herida en el entierro.

—Era amigo de sus amigos... Amigo capaz de dar la vida por un amigo —precisó la viuda.

Hay tres frases en el contexto de esta crónica, expuestas desde diversos ángulos y entre variados

matices y que, concatenadas, forjan el título de  esta crónica que, por nada del mundo, pretende ser apología del delito.

De 31 años, nacido en Soledad,

juniorista como el que más —dicen quienes lo trataron—, José Manuel, dicen también de él, se hacía querer de niños y grandes en su barrio. “Era muy espiritual, era creyente, hombre de fe. Las autoridades le tenían su cuento, pero más era el rumor de la fama. Una fama que, de pronto, no era tan cierta. Le pedía a Dios que le ayudara a sacar adelante a su mamá, doña Carmen Gutiérrez”.

—¿Cómo se comportaba José Manuel

en condición de tu hombre —le pregunto a la mujer.

—Me trataba bonito. Aunque un poco

mujeriego, conmigo era detallista. Nunca me insultó, jamás levantó una mano contra mí. Era buen amigo. Sé que me amaba, como amaba a mis hijos, a pesar de que no eran sus hijos naturales. Me fascinaba verlo vestido, se vestía muy bien.

Y recuerda que el domingo 12 de febrero

había asistido a visita conyugal y que él nada

que nos ocupa—: ‘El valiente vive, mientras el cobarde quiere’.

Yo había de pensar: ‘Ante esta pasividad policial, creo que lo mejor es dejar a los ‘deudos’ hacer lo que

les venga en gana. Llamarlos al orden, aplicarles el Nuevo Código de Policía —una y otra vez violado—, tratar de insinuarle tan solo a uno de los motorizados que deje de beber porque conduce, hacer una requisa a sabiendas de que se decomisarán armas o más de la dosis mínima de alucinógenos, podía generar un enfrentamiento armado de inimaginables consecuencias. Mejor que, por esta tarde de febrero envuelta en aromas de Carnaval, los policías dejen a un lado el Nuevo Código de Policía’

LA LIBERTAD DE LA MUERTE

A José Manuel Moreno Gutiérrez lo mataron la tarde del viernes 17 de febrero, previo a ‘La guacherna’

del Carnaval y dos horas después de haber recobrado la libertad, la cual había perdido desde enero de 2015, sindicado de homicidio.

—Lo asesinaron como a las 4:30 de la tarde y su cadáver quedó tirado allí como por dos horas —dice la

mujer, su preferida, misma con la que alcanzó a mantener una relación de 3 años y 5 meses.

—Son mentiras las informaciones periodísticas que dicen que, cuando lo asesinaron, él iba como

pasajero en un motocarro o como parrillero en una moto —agrega la fémina, cuyo nombre no se revela por solicitud de ella misma.

Y es que nadie puede entender que un tipo de las agallas de Moreno Gutiérrez haya muerto en su propia

ley, en plena vía transitable, de la manera como murió: por la espalda, apretando en una de sus manos la orden de salida de la penitenciaría ‘El bosque’ y en la otra un celular.

Ni en casa de su madre, Carmen, ni en su barrio, ‘El cartón’, sabían de su salida hacia la libertad. Tampoco lo sabía la mujer de sus preferencias ni ninguna de las otras mujeres. Nadie sabe a ciencia

cierta quién lo trajo hasta el sector donde era esperado por sicarios en moto. Algunos señalan que fue dejado allí por un carro del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, Inpec, y hay quienes alcanzan a especular que lo soltaron en ese sitio, a propósito, para que lo eliminaran. En procura de que esto se esclarezca, la familia de Moreno Gutiérrez está solicitando una investigación a las autoridades correspondientes.

—Tuvo sus errores como todo ser humano, estaba pagando por ello, pero era un humano —dice la

preferida—. Hay quienes lo amábamos, hay quienes lo odiaban y hay la Policía que ‘le tenía la mala’.

Pasaban, iban pasando, pasaron la

calle 18 y siguieron por toda la carrera 19, superaron la zona del cementerio Viejo —mismo con nombre de poeta: Gabriel Escorcia Gravini— y también la autopista y se encaminaron hacia el cementerio Nuevo. En la autopista dejé de seguirles el rastro. Allá, en el campo santo, en medio de una algarabía más intimidante, habían de enterrar a su muerto, a su “José, ¡el mejor del mundo!”…

—Cada vez que dan de baja a una de

estas figuritas es lo mismo —dijo un Policía.

—Nos obligan a cerrar —anotó Erik—.

De unos años para acá, estos entierros son comunes en el pueblo.

Uno de los lados de la chaza de Erik

luce un mensaje con hondo sentido —y hasta connotativo al desfile mortuorio

la versión de la mujer: entre su comunidad, pobreza extrema, caldo de cultivo para el inconformismo social y la rebelión de las ratas, violación de reglas: lo establecido y lo normativo como blancos de los disparos de la desobediencia civil que incuba en corazones mecidos en la hamaca NBI —necesidades básicas insatisfechas— y se exterioriza en pilatunas que rayan con el delito o van más allá; en ese ambiente social, José Manuel se había ganado el respeto desde la perspectiva psico-sociológica o el cariño desde la emocionalidad de una fémina.

El cortejo luctuoso era una turba, digamos una horda herida: le habían matado a uno de sus héroes de

carne y hueso. El funeral lo integraban, quizá, 3.000 descontentos sociales, unos a pie, los otros en motos y motocarros, un nutrido grupo sobre la mesa de un camión que avanzaba a marcha lenta y en el cual se transportaba el féretro —la ‘carroza fúnebre’— y, a pasos rítmicos, a un mismo compás, como en una coreografía cuidadosamente montada y ensayada para la fiesta de los muertos, un puñado de mujeres lloraba por alguien que, no quedaba duda, había sido algo más que un simple amigo para todas ellas. Desde el camión, las rancheras sonaban a todo timbal, mientras la multitud andante iba gritando: “José, ¡el mejor del mundo!”.

El ambiente era atemorizante, pa’Dios que sí.

El dispositivo policial era impresionante: de a pie, motorizados, radio-patrullas, camiones, un Escuadrón

Móvil Antidisturbios, el Esmad. Para el 17 de febrero se andaba por los días del estreno del Nuevo Código de Policía, pero para tal ocasión su aplicabilidad no era prioridad para los uniformados. Un buen número de deudos y dolientes bebían licor al aire libre, en especial los conductores de motocarros y motociclistas, mientras sostenían con una sola mano los ‘cachos’ o manubrios del vehículo. Algunos abultamientos en la pretina del pantalón o en los bolsillos indicaban que se portaban armas prohibidas. ¡Nada se censuraba! ¡No había restricciones!

Muchos de aquellos rostros no eran caras de buenos amigos.

—Tenemos que cerrar los almacenes para evitar los saqueos —me dijo la administradora de un local de

ropas.

—Nunca ha pasado nada —quiso desmentirla un vendedor estacionario de baratijas.

—Lo mejor es prevenir —puntualizó un uniformado.

Con mucho miedo, me junté a un grupo de parientes y conocidos que tampoco podían ocultar su temor,

pero que no se abstenían de querer ver el desarrollo de tan escandalosa muestra de realidad mágica. Saqué de mi mochila arhuaca el celular para tomar fotos, pero alguien del grupo me hizo una advertencia: “¡Tienes huevos! No lo hagas tan de frente, ¡te pueden joder!”. Le hice caso.

todas sus pertenencias y tal como entró a contar el cuento— y que se asocia con zona de nadie, territorio del más fuerte y en donde José Manuel Moreno Gutiérrez, a quien las autoridades identificaban también como ‘El cabezón’, impartía respeto.

Respeto, palabra que, “dentro de los

códigos restringidos de la delincuencia”, sostiene el cura Moreno, “tiene significados como subordinación incondicional o terror”.

—En el barrio todos lo querían —dice

una mujer muy ligada a los afectos, que los tenía, de José Manuel.

La turba que acompañaba el sepelio

del hombre se asocia, indiscutiblemente, tanto al concepto del psicólogo-representante de Dios en la tierra como a

Malandro, precisa el clérigo, “es una persona que desde niño

presenta síntomas de antisocialidad. Rechaza total y abiertamente los valores comúnmente aceptados. A diferencia del parasocial que, pese a rechazar los valores y estructuras sociales dominantes no pretende agredirlos, el malandro —o antisocial—, quiere destruir los valores y estructuras de la sociedad, generalmente porque antepone a ellos su ansia de poder y de ‘respeto’”.

YA VIENE EL ENTIERRO

El cortejo se nos venía encima. Había pasado por un costado

y la parte posterior de la iglesia parroquial de San Antonio de Padua —patrono de Soledad—, pero no entró. La misa de cuerpo presente por el descanso en paz del alma del finado no se había programado para el templo. Había sido una eucaristía a domicilio: en ese sitio marginal del municipio que se conoce como ‘El cartón’ —no todo el mundo entra a ese sector y puede salir con

competentes y un posible pariente suyo —pariente, digo yo: ambos llevan el mismo primer apellido—, era un “delincuente violento de origen popular”.

El difunto —una muerte violenta, en circunstancias bastante enredadas, el viernes 17 de febrero— había

respondido al nombre de José Manuel Moreno Gutiérrez, cuyo comportamiento social, según el psicólogo, teólogo y doctor en Ciencias Sociales Alejandro Moreno, encaja perfecto en la concepción de ‘malandro’. Y es que, reza lexicoon.org/es, en Colombia y Venezuela malandro se asocia, generalmente, con lo dicho en el párrafo anterior, de acuerdo con la apreciación de quien, desde su condición de cura, complementa su misión con el estudio de la estructura, el funcionamiento y las emociones de las sociedades humanas.

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