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Cuando en la ciudad de ‘La vieja Mello’ se jugaba el carnaval

de Riohacha, la tierra donde nací, me crié y sigo viviendo.

Moñones de flores de matarratón eran los utilizados, también como las de otros

árboles que florecen por la misma fecha —guayacán, roble y cañahuate—, para adornar las carrozas donde iban montadas las reinas de las casetas o de las comparsas de los

El matarratón seguirá floreciendo en febrero, pero ya no

será utilizado para adornar las carrozas en la batalla de flores, porque estas dejaran de ser un acto atractivo de las fiestas. Y es que cada año se repite la escena de ciento de jóvenes invadiendo las vías por donde transitan las pocas comparsas y carrozas que se presentan. Jóvenes que, más que vandalismo, lo que muestran es su resentimiento, descontento por no ser los actores. Las fiestas de carnaval son expresiones de los pueblos, pero en el carnaval de Riohacha han venido perdiéndose esas expresiones. Ya no hay comparsas, ya no hay músicos, ya no hay grupos folclóricos, ya no hay participación de los jóvenes de los barrios.

Ya en Riohacha —ciudad de ‘La vieja Mello’— no se juega

el carnaval, ya no se juega a la mojadera… Y lo peor de todo: ¡ya no hay abrazo de los embarradores!

casetas y al embarrador que encontrar a dando lata embarrado, lo mandaba a cambiarse y a dormir. Y este tenía que cumplir, calladito, la orden del jefe. El domingo de carnaval, bien temprano se inicia la mojadera. Esta llega con los últimos abrazos de los embarradores. Son estos los que piden a la gente que les echen agua para remojar el barro que tiene en el cuerpo, ya que por acción natural este se va secando y endureciendo sobre la piel, al igual que las bolas de barros que tiene guardada en los bolsillos y que utilizan para ir renovando el que van perdiendo al transferirlo en cada abrazo que dan. Desde hace años, ha sido un juego con alto contenido folclórico que se juega con los amigos y con algunos que no son amigos pero que quieren ser parte de la sucia diversión.  El domingo de mojaderas las calles se convertían en alegría y confraternidad vecinal. En la calle 11, el profesor Orlando Vergara formaba el juego de mojadera con todas las mujeres jefas de hogar vecinas. Iba de casa en casa sacándolas para mojarlas. Por lo general, siempre iniciaba con la señora Eudiladina Nina Solano y seguía con Maura Maya Sierra, Rebeca Vanegas, mi madre Hilda ‘Macha’ Mendoza —ya todas fallecidas—.  Los niños como yo, que jugábamos con nuestros vecinos de las mismas edades, éramos quienes le llevábamos la información al profesor Orlando y a los otros mayores sobre el sitio donde estaban escondidas nuestras madres y hermanas para que las mojaran. Eso nos garantizaba el permiso para seguir nosotros jugando todo el día. Eso sí: el carnaval lo jugaba cada quien con los de su generación, a un niño no le era permitido jugar carnaval con los mayores.

Ese era el carnaval que recuerdo de mi niñez. Todo lo contrario de lo que  ha venido aconteciendo en los

últimos años en Riohacha, donde hasta el ícono de estas fiestas, como lo era el abrazo del embarrador, ha terminado.

Ahora, solo hay embarradas de embarradores, pero no la que queda en quien ha abrazado sino la del

mal comportamiento de los disfrazados, la del desorden e indisciplina y la de la falta de liderazgo de los coordinadores. Todo el que quiere se embarra, no hay control de las edades, ahí se inicia el desorden. Sin embargo, hay que decir que los verdaderos embarradores no cometen vandalismos.

Por muchos años, Carlos

Escuderos —‘Calilí’— fue el jefe de tan singular ejercito de alegres embarrados abrazadores ‘acantonado’ en su cuartel principal en la esquina de la calle 13 con carrera 12. Aquí, desde las primeras horas de la fría madrugada, poco a poco iban llegando de las diferentes fiestas y casetas, como si una fuerza invisible los hubiera los hubiera arrastrado. Allí esperaban hasta que ‘Calili’ daba la orden de iniciar la marcha hacia la Laguna salada a embarrarse. A pesar de que muchos de ellos, estaban embriagados, nadie rompía la disciplina impuesta por el Jefe de embarradores. El castigo para el que violara las reglas era la expulsión de por vida. Jamás volvería a embarrarse. Esta misma disciplina era impuesta para evitar que se embarrase aquel que previamente no se hubieres inscrito. No le era permitido dejarse untar el barro. Lo mismo acontecía con los que no tuvieran la indumentaria requerida para el disfraz. Los últimos en embarrarse siempre eran los coordinadores. En la misma forma en que habían llegado se hacía el regreso hasta alcanzar la entrada del Mercado Viejo, en la calle 15. Aquí, cada embarrador seguía hacía los sitios donde repartiría su oloroso abrazo. Era tal el respeto por el jefe de embarradores, que durante la mañana de ese domingo, después de haberse sacado el barro en las aguas del mar, hacía un recorrido por las

‘puerta libre’ o que algunas de las promotoras de la fiesta se condolieran de mí y me dejara entrar.  Eran los tiempos en que para asitir a una de estas verbenas las jóvenes tenían que hacerlo en compañía de sus padres o quedar al cuidado de la organizadora del baile, quien se responsabilizaba por ellas luego de que las pidieran ‘prestadas’. En el mejor de los casos, una vecina de respeto y con toda la consideración, iba de casa en casa recogiendo a las muchachas para llevarlas. Acción que repetía en viceversa cuando terminaba la fiesta. Las llevaba una a una hasta su casa para devolvérselas, ‘sanas y salvas’, a sus respectivos padres. Imagínense una gallina con sus pollitos: ella delante y ellos caminando en perfecto orden detrás. Jovencita que se indisciplinara perdía el derecho a que la volvieran a llevar al baile.

Los embarradores son el disfraz colectivo tradicional y representativo de las carnestolendas que se

realizan en Riohacha y La Guajira. Lo tradicional es el abrazo del embarrador en acto que se escenifica en la madrugada del domingo de carnaval, cuando el embarrado y enmascarado personaje va repartiendo su fraternal abrazo, al son de la música y la danza, a todos aquellos que se tropiecen en su recorrido ya quien le corresponden admitir el singular gesto de alegría y hermandad fiestera.

flores era un combate entre rivales cuyas armas eran las flores. Esta apreciación se reafirmaba cuando, al ver regresar la carroza, traía los adornos destruidos.

Paralelo a las fiestas de adultos, la tarde de los domingos precarnaval se realizaban los bailes para niños,

con comparsas y reina incluidas. Muchos soñábamos con ser parte de esas comparsas, ya que eso daba el derecho a entrada gratis a los bailes. Y además uno era parte de la corte de la reina y aseguraba parejas para el baile —yo nunca fui escogido como parejo de comparsa, era flaco, pelo cucú y me chupaba el dedo gordo de la mano—. Recuerdo algunas piezas musicales de la época, que eran las delicias de la chiquillada, como el siempre pedido y recordado ‘Pica pica’ en carnaval de Ángel Velázquez y su conjunto, las guarachas de Aníbal Velázquez y los temas de Los Corraleros de Majagual. Para poder bailar con la reina de la comparsa, había que comprar una boletica adicional. Nunca pude, a duras penas conseguía para la entrada al baile y eso cuando a mi mamá se le ablandaba el corazón. Otras veces, cuando algunos de mis amiguitos aceptaban negociar y que nos dejaran entrar a los dos por el precio de uno. Muy escasamente mi papá me aportó para disfrutar de los bailes de carnavalitos.

Los domingos por lo general la pasaba durmiendo, su trabajo era de músico. Los viernes y sábados

tocaba en algunos de los clubes de la ciudad y, por lo general, el seguía tomando con los amigos músicos hasta muy entrado el día domingo. Muchas veces me quedaba en la puerta del baile esperando que dieran

Yo viví el carnaval desde muy

niño. En mi vecindad siempre había casetas populares, como ‘El toro sentao’, y ‘La sanjuanera’, esta última en la carrera 11, a 20 metros de mi casa, la cual estaba en la esquina, donde se entrecruzan la calle 11 con la carrera 11. Siendo tan niño, no podía asistir a evento como la batalla de flores, pero si participaba en la adecuación y decoración de las carretas. Muchos años después se utilizaban camionetas F100, las cuales prestaban el servicio de taxis, y en ese día eran alquiladas para que sirvieran de carrozas. Yo ayudaba buscando en las cercas las flores de matarraton y otras flores en los montes cercanos. En mi mente de niño me imaginaba que la batalla de

Por Luis Roberto Herrera Mendoza

El matarratón florece en febrero:

hermosa flor de este medicinal árbol que era utilizado como ‘cerca viva’ de las casas de barro o bahareque, construcciones de los barrios incipientes

bailes, participantes en el desfile de carrozas del sábado, uno de los actos de la programación de las populares fiestas del carnaval.

Para la carroza de la reina central se utilizaba un vehículo que se cubría con madera forrada con papel

multicolor mache o de cometa, en adornos concordantes con las alegorías de ese carnaval. Por lo general, la reina o princesas se vestían con el mismo vestido de la coronación, ya que esta se realizaba un día antes, es decir: la noche del viernes.

El desfile de carrozas del sábado de carnaval, desde la décadas de los 70, pasó a ser la batalla de flores

—copiado del Carnaval de Barranquilla—, influencia traída por los barranquilleros que se vinculaban con Riohacha desde el sector de la construcción. Algunos de ellos se establecieron en estas tierras, donde terminaron haciendo familia.

Ahí están los niños, ahí están los jóvenes… Son de los barrios populares… Quieren ser protagonistas del Carnaval de Riohacha… No los dejan… Y se rebelan… Y arman el desorden del inconformismo.

El vandalismos, más allá del desorden del Carnaval, se ha tomado la batalla de flores de Riohacha… Como van las cosas, tiende a desaparecer como acto especial de las carnestolendas.

En Riohacha ya no

hay el abrazo de

los embarradores

‘Calili’ daba la orden de iniciar la marcha hacia la Laguna salada para embarrarse… Aparentemente un ceremonial de sucieza, era ordenada expresión folclórica riohachera… La gente aun se embarra con gusto, pero la grosería y el irrespeto han acabado con el abrazo del embarrador.

Flor de matarratón,

flor de Carnaval…

Sin embargo…

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