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La veneca pedía acción vampiresca en su aorta.

Compró un féretro dizque para salir de noche a...

Un escalón más pa’l sexto piso de “El cronista soy yo”

La croniquilla de “El cronista soy yo”: ese si fue... ¡Un polvo carnavalero!

En la foto original de la Fundación ‘La Cueva’, Benjamín García, en 2010, a sus 75 años y ya retirado… El disfraz se le volvió una obsesión y tuvo que dejarlo de lado… Hoy tiene 82.

García Galindo, su nombre de pila. Benja se compenetró tanto con su personaje que en su lecho conyugal coleccionaba fotos y películas del Drácula de Pensilvania.

Su esposa e hijos respetaban sus estrambóticas aficiones. Pero la vaina llegó a extremos y hasta el

borde de la esquizofrenia, cuando Benjamín se compró un féretro dizque para salir de noche con su disfraz a recorrer las calles en tinieblas del  barrio el Hipódromo en el que vivía. Su familia preocupada por tal obsesión lo convenció para que asistiera a consulta con un psiquiatra. Benja, consciente de su trauma, accedió.

Hoy es feliz con su disfraz de payaso, haciendo sonreír a niños y adultos, pero a veces en noches de

tormentas tiene pesadillas con la masoquista veneca que le produjo el mayor susto de su vida.

De Barranquilla a Soledad, el Drácula despavorido en

sesenta segundos a su casa supo llegar. Y colorín colorado la cróniquilla del Drácula y la veneca se ha terminado.

Corolario: Esta croniquilla carnavalera la envío con el entusiasmo y el afecto de siempre para El Muelle Caribe, sin previa consulta ni permiso del personaje en mención. A Benja lo conocí en el Inem, en una reunión de padres de familia con ocasión de la entrega de informes académicos, pues dos de sus hijos fueron mis alumnos en grado diez y once.

Iniciamos una amistad maravillosa, y los viernes cultural
nos reuníamos con otros amigos en la plaza de Soledad, en una tienda cerca al teatro, donde, al calor de unos aguardienticos, reíamos a rienda suelta con esas anécdotas draculezcas contada con lujo de detalles por Benjamín

Esa reina, dando saltos en la cama, lo llamaba

a gritos y, luego, exhausta por el brincoteo de terre-moto agresivo se acostó bocarriba, agarró  al con-fundido personaje de las tinieblas con su mano dere-cha asiéndolo  por los lisos cabellos engomados y de un solo tirón lo acercó a su cuello y le susurró al oído: “Drácula, mi amado Drácula, te suplico, te ruego, entierres tus afilados colmillos en la zona yugular, y sáciate de mi sangre hasta dejarme completamente vaciada, que esa agresiva chupada, me haga disfrutar de la inmortal vida de vampira”. Lo apretaba con tanta fuerza, que sus colmillos comenzaron a penetrar instintivamente por el torrente sanguíneo de la zona vital. Cuando nuestro desconcertado vampiro observó

que gotas de sangre pura brotaban de aquella atractiva y tersa garganta, pegó un salto, agarró lo que pudo de su disfraz draculesco y ‘paticas pa’qué te tengo’. En un santiamén, bajó por el ascensor hasta el mezzanine, dando un salto al primer piso y, en veloz carrera con el disfraz bajo el brazo, atravesó la calle a  cien, haciendo una cipote bulla para que despejaran su camino. La gente que lo veía en pelotas y con el mazo al descubierto huían despavoridas gritando “San Argemiro, líbrame de ese vampiro... San Agapito protege mi traserito, no permitas que ese marisco me maltrate el asterisco”.

Por Fernando Molina Molina

Tuve la fortuna de conocer a ese personaje típico del Carnaval barran-

quillero, el que con su disfraz de Drácula tuvo el honor de desfilar en la batalla

de flores en la misma carroza de la reina del tradicional festejo.

Desde niño, cuando la Batalla de Flores recorría la carrera 44 untándose

de pueblo raso, de recocha y disfrute sin límites, de maicena espolvoreá, de disfraces multicolor, de danzas folclóricas que han ido desapareciendo como los coyongos, las farotas, los indios encintados —danzas de procedencia de la depresión momposina—, cuando ese desfile acaparaba la atención cuando los danzantes agarraban una cinta atada a una vara de guadua que portaba una joven y, entrelazados unos con los otros, danzaban en círculos creando un hermoso tejido  que después  desataban   girando en círculo  en sentido contrario.

De adolescente, y ya entrada la edad ‘adúltera’, recorría desde la calle 72 

hasta el paseo Bolívar disfrazado de periodista con ‘cámara de televisión’ y ‘micró-

fono’ fabricados con cajas de cartón, disfrutando el recorrido mamando gallo con entrevista a los despreve-nidos transeúntes.  Para aguantar el recorrido al lado de las carrozas, portábamos una bota de cuero llena de ron blanco, la cual era reabastecida cuando el delicioso elíxir se agotaba.

Ahora sí, amigo Jose, a la croniquilla pre-anunciada.

El típico personaje draculesco con su disfraz tradicional ‘espernancaba’ sus ojos rojos y mostraba los

dos colmillos amenazando chupar la sangre a las jovencitas que se acercaban a su lado para fotografiarse con él.

En uno de esos desfiles bajó de la carroza y se acercó amenazante a una dama elegante de pelo mono,

como los atardeceres playeros, y la abrazó para clavar sus colmillos en la zona yugular, era una veneca

 reina de belleza que había viajado del hermano país. Ella, al verse atacada por el Drácula, ni siquiera demostró miedo y fue apartando su amonada cabellera para que el vampiro enterrara  sus incisivos en la aorta despejada. La veneca abrazó apasionadamente al diabólico personaje y le gritó al oído: “Amorcito draculito, cuando termine la Batalla de Flores te espero a los pies del caballo de Bolívar. No me falles, depredador, que te voy a obsequiar toda la sangre que circula por mis venas y arterias hasta languidecer con tus chupadas insaciables, mi amorosa bestia”. El Drácula quedó impactado con semejante ofrecimiento y subió atolondrado y confundidillo a la carroza de la reina.

Finalizada la Batalla de Flores, desplegó sus alas y se fue volando a encontrarse con la ‘veneca’ en el

lugar acordado. Y ella, al verlo aterrizar con su ropaje siniestro, lo abrazo con deseo desenfrenado, solicitó el servicio de un taxi y lo llevó al motel cinco estrellas ‘El arabesco’, décimo piso, donde se había alojado. En el espacioso aposento había whiskey dieciocho años Bucanna, Old Parr, whiskey sello negro y sello rojo para excitar al pervertido Drácula. Luego de apretujar, abrazar, estrujar y desnudar al misterioso personaje,  empezó a lamerlo de manera desenfrenada, apasionada, desbocada con la yugular a punto de estallar. Y fue lanzando sus chiros por los aires hasta quedar en plena desnudez: “¡Que mujer tan hermosa!”, me contaba después el amigo Benja García.

En Medellín, entre hijos, otros familiares y amigos, Fernando Molina Molina le agregó un escalón más a su sexto piso. Y como sabemos que la publicación de este par de fotos en El Muelle Caribe lo hará en extremo feliz, procedemos a hacerlo con mucho afecto y como nuestra especial cuelga para este fraternal amigo-web y quien aun no camina lerdo ni va perdonando el viento y sí tiene carnaval y comparsa. Y el pasado 24 de enero estuvo de cumpleaños.

al Drácula

carnavalero

La reina veneca

que hizo correr

Disfrutando
del agradable ejercicio
de escribir
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