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Cuando todo vale para no dejarse joder (I)

“¿Y tú cuánto me cobras?”:

la vedette Doris David ante

una llamada de J. Orellano

Con 65, aun planea su show por el caribe

La casa de Doris tiene características muy artísticas. Y amaña. Es un rincón para la bohemia y hasta para la intelectualidad, escenario adecuado para la entrevista de la vedette con el director de El Muelle Caribe.

Diversas facetas de Doris: actriz ligera de ropas, bailarina, cantante. Y ahora, escritora de su propia historia, la historia de su vida, cargada de adversidades como pruebas para seguir echando adelante y no dejarse joder de nadie.

Doris dice que era un compromiso consigo misma, desde niña, descubrir en el diccionario cada frase que escuchaba. “Por eso me gustaban los mayores, no me gustaban las niñas porque no me aportaban nada…”.

Durante la presentación de su primer libro en Bogotá, Doris David comparte con Roberto Reyes y su esposa la cantante Mariluz.

años, que me iban a tener ahí en la lista pendiente. Yo dije “¡qué lista ni qué mierda, yo voy a seguir tocando puertas”. Y toqué puertas y caí en manos de Discos Tropical, ahí en Barranquilla, con Emilio Fortú. Me dijo que me iba a grabar el disco y me mandó los tiquetes y volví a Barranquilla. Me recibieron con cierta alegría, me llevaron a ‘La silla coja, me llevaron para allá y para acá y, en la noche, me hospedaron en el hotel Majestic. Dormía, cuando a media noche un hombre se me metió al cuarto y me estaba acariciando. Yo tenía 16 añitos”.

—¿Quién era?

Me da nombre, pero me lo reservo. Ella lo tiene publicado en su libro. Continúa su relato:

“Me pegó, me sacó de cachetadas, a las 3 de la mañana. Yo sin conocer Barranquilla, sin conocer nada.

Cogí mis cositas, me echó en cara que había comido en ‘La silla coja’… que el show que había visto, que no sé qué, que él me iba a hacer famosa y la fama tenía un precio. Yo le dije: “Si el precio es, señor, acostarme con usted, no voy a lograr el éxito. Si he de ser una fracasada pues lo voy a ser, pero con honor, prefiero lavar calzoncillos cagados —como me decía mi mamá—, y ser sirvienta, pero no puta, y me salí. Me salí de ahí y empecé a caminar y a caminar y caminé por el barrio Abajo y pasó un taxi y volvió a pasar. Yo seguía caminando con mi maletita y mis tacones, maltratando mi caminado porque no era pulida para caminar, imagínate, una niña campesina y… El señor del taxi para y me dice: «Señorita, ¿usted para dónde va, por qué tan solita y esas maletas?». Le dije ‘no sé para dónde voy’ y, entonces me hizo subir…

Hasta ahí —juega el suspenso— la primera entrega de este seriado, cuya protagonista es hija de una

campesina nortesantandereana y un palestino musulmán: Elabeth Mohammed Abdurramán Enhawech, a quien por una equivocación en migración, registraron como  Abraham David. En su país, sostiene su hija, perteneció a la tribu islámica Al Qudwa. Aseguraba con pruebas precisas, puntualiza Doris, ser un primo hermano del líder nacionalista y  presidente de la organización para la liberación Palestina Mohammed Abdel  Ar Ouf Arafat, más conocido como Yasser Arafat.

de su libro ‘Incógnitas, oscuridad y rejas’, que ya fue presentado en Bogotá en noviembre pasado.

De acuerdo con los recuerdos

de Doris, sus inicios como cantante se dieron en Radio Guatapurí en

Valledupar. “No gané, fui una de las últimas, es más: la que más sufría el charalá, las burlas del charalá, era yo”.

—¿En aquellos tiempos, Doris,

pasaste alguna vez por la ciudad de Barranquilla?

“Me fui a Barranquilla porque

escuché un programa radial de cantantes en Bogotá, de aficionados, y me gustó. Entonces, se me metió en la cabeza que yo también tenía que cantar en una emisora en Bogotá y averigüé por varias disqueras de la Costa y caí en manos de ‘Toño’ Fuentes, el dueño de discos Fuentes. Entonces él respondió que sí, que el estilo estaba muy bonito pero que era muy niña, que dejara pasar un par de

una advertencia: “Si me vas a tomar fotos, deja retocarme un poquito”.

—¿Y por qué no te gustan fotos al natural? Para tomarlas cuando tú hablas.

“No, porque tengo que ponerme los aretitos y todo”.

—La vanidad siempre será femenina —digo. Y la invito a que me diga algo de su actividad como

artista de primera línea en espectáculos de revista o variedades: bailarina, cantante, actriz ligera de ropas.

“A pesar de las fuertes críticas que recibí todo el tiempo por el diminuto vestuario nada usual en el mundo

artístico colombiano, superé dificultades y salí adelante, incluso con el envidiable honor de haber trabajado para la reina Isabel de Inglaterra y el consorte Felipe, príncipe de Edimburgo. Y de ahí en adelante, para personalidades mundiales, jefes de gobierno, presidentes y algunos potentados”.

A sus 65 años, Doris desea volver a lucir con muy pocos lugares del cuerpo cubiertos con diminutos

accesorios y mostrarse como rapsoda. Y prepara una gira por diversas ciudades del Caribe colombiano que, además, tiene el propósito de que le sirva como plataforma también para el lanzamiento en la Costa Atlántica

Doris no tiene pelos en la lengua. Señala nombres sin

temores. La inquiero sobre sus afanes de hacerse escritora, el momento justo en que la picó el bicho de la escritora, y me riposta con un “¡escribo desde los 7 años!”.

—¿Y qué historias contabas a esa edad?

“Eran como librillo de las niñas que tienen su noviecito… Hoy

me pegó mi mamá, hoy no quise estudiar”.

—¿Era un diario?

“Era un diario, pero a medida que el tiempo transcurría yo

iba madurando las ideas y las palabras. Por eso yo estaba comprometida conmigo misma de descubrir en el diccionario cada frase que escuchaba. Por eso me gustaban los mayores, no me gustaban las niñas porque no me aportaban nada, los juegos. De por sí que mi mamá decía que las niñas no debían jugar con muñecas porque era hacerse madres antes de tiempo, fíjate en esa filosofía”.

—¿Algo especial que contar desde lo literario a tus 7

años de edad?

“Cuando yo tenía seis años —y está en el libro ‘Incógnitas,

oscuridad y rejas’, algo muy lindo— mi madre me dijo: «¿Por qué no deja de escribir ese libro? ¡Déjate de contar historias y juega con las muñecas!» Y yo me quedé mirando a mi madre y le dije: ‘¿De qué muñecas me hablas, mamá, si tú nunca me has comprado una?’”.

—Fuerte reclamo…

“Le hice ese reclamo y ella a los tres días llegó con una

muñequita y me la regaló; ese aparte es muy lindo, en ese libro hay unas historias muy hermosas. Y, contradictoriamente, también hay mucha anarquía”.

—Entonces, ¿escritora desde los 7 años?

“Es que yo estaba comprometida conmigo mismo a irme

increscendo en la literatura. Desde temprana edad yo sabía quién era fulano y fulano y fulano y qué hacía fulana y fulana y fulana y de la política quién era fulano y me desvivía por estar ahí escu-chando los oradores políticos, que Rojas Pinilla, que el enano Lleras Restrepo, que Alberto Lleras, porque me gustaban sus léxicos y su forma de hablar. Entonces, yo maduré muy rápido”.

A estas alturas del diálogo con la primera vedette de Colom-

bia, habilito la cámara para tomarle fotos. Al observarlo, me hace

durante nueve meses en la cárcel del Buen Pastor por “un craso error de la justicia  colombiana: me vincularon a una  investigación por un delito —trata de blancas­—, del cual yo no hacía parte. Todo lo relacionado con tan injusto encarcelamiento lo narro en el próximo libro”.

El próximo, sí porque ya publicó uno, ‘Incógnitas, oscuridad y rejas’ —“un concepto anarquista intere-

sante”, dice—. “Son mis letras que no pasan por alto a nadie, que no disculpan a quienes osen pretenderlo si a ciencia cierta saben que fueron mis victimarios. ¡Ni por el carajo lo haría! Nadie, pero nadie-nadie, ha de escapar a mis verdades literarias, a mi realidad nada mágica”.

—Doris: algo interesante de ‘Cárcel, mercado de conciencias cruzadas’…

“Es una bomba. Allí le digo al juez que me mandó a meter presa que «usted es como los eccus ferus»,

aquellos caballos dignos de exposición, pero difíciles para la reproducción porque sus huevos son enanos. Los huevos de mi juez son pequeñitos como enanos y él me las va a pagar con cárcel también porque él me sometió a una muerte lenta. Él sabía que no tenía pruebas, y el fiscal igual, y me mandaron a capturar y en el libro se los digo.

—Y dime, Doris: ¿La redacción la haces totalmente tú o un periodista que te asesora?

“No, mi amor. Yo escribo muy bien, perdóname. El señor René Pérez, de El Tiempo, que ha ganado dos

premios Simón Bolívar…

—Él es muy bueno —la interrumpo.

“Él vino hace tres días a la casa por recomendación de Lázaro Venega y me dijo: «Doris, yo sé quién

eres tú hace muchos años, pero no había tenido el gusto de conocerte como escritora, no sabía que fueras escritora» Le dije que ‘estoy dando mis pininos en eso’, pero sí he hecho periodismo freelance. Yo estudié Ciencias de la Comunicación en la Autónoma de México, pero no me gradué… Me he defendido y no lo he hecho mal. Cuando se despedía, René Pérez me dijo: «Voy a llevarme el libro a ver qué tal escribes». Cuando le leí el prólogo se quedó asombrado y me dijo: «Doris, ese prólogo no lo hiciste tú». Le dije: ‘Sí, maestro —con todo respeto—: yo lo hice, nadie me ha puesto una tilde’. «Escribes muy bien, es escuchar a Gabriel García Márquez».  Y yo le dije: ‘Sí, es mi línea macondiana’.

—Mi pregunta es porque te leí algo de lo que tú has escrito sobre todo lo que te ha ocurrido y me

pareció bien llevado. Entonces la pregunta: ¿Una vedette, que ha recorrido el mundo, que puso el mundo a sus pies, también tenía tiempo de escribir y también le sacó tiempo a la escritura? Me pareció chévere y por eso la pregunta.

“Yo le tuve tiempo a todo, mi vida. Yo, a los 16 años, a los 14, a los 11 no jugaba con muñecas. Yo siem-

pre tuve la mentalidad que iba a ser grande porque yo quería sacar de la pobreza a mi familia, yo quería ser grande y se lo decía a mi mamá cuando ella lloraba ante la pobreza absoluta que vivíamos. Era tal, que hasta me contagié de gonorrea y sífilis —casi me muero a los 11 años— sin haber estado con nadie. Simplemente éramos pobres entre los pobres y no teníamos un baño. Utilicé el baño del común denominador y cogí una enfermedad que se me volvió una gonorrea, y la gonorrea mi mamá la combatía a punta de mejoral. Nunca había visto tanto mejoral en mi casa. Eso era lo que apaciguaba el dolor de cabeza no la enfermedad en sí, para ella no era ni siquiera un paliativo. A los seis meses de padecerla me llevó al médico, porque yo ya estaba muy mal, prendida en fiebre. Se me estaba cayendo el pelo. Muy terrible para mí cuando el médico le dijo: «La niña tiene sífilis». Recuerdo que mi mamá lloraba y me pedía perdón por ese descuido, pero fue algo involuntario, ella era una campesina analfabeta total y yo le decía: ‘mamá déjame volar, déjame volar’. Yo fui muy madura para hablar porque siempre mis amigos eran muy maduros, yo nunca jugué con muñecas.

exterior. Le creí. Publiqué. Y, entre gente de El Heraldo y hasta por parte de mi novia de entonces, se pensó que por ahí había algo más.

“Estábamos tan jóvenes, pero tú siempre has tenido el pelito así, ¿no?”.

Nada de ‘usteamientos’ que el tuteo es clave para romper hielos. Y así había de arrancar un diálogo de

casi 8.000 palabras con caminos hacia todas partes.

Le digo que me ‘apuñalée’ de su historia en su página web para no llegar meando fuera de tiesto al

encuentro y —¡vaya usted a lidiar con la vanidad femenina!— una oportunidad para cuestionarme: “Y bueno, con tantas cosas que viste, ¿no me reconociste?

—Honestamente, por allá no —le respondo—. Ahora que te veo es obvio ubicarte en algo más de

40  años atrás. ¡No joda!, pero es que fue hace bastantes años, estábamos en la 33 con 41 todavía, allá en la Calle Real, allí estábamos, y eso fue hasta el 80.

Dirigiéndose a un asistente, Doris David dice: “Imagínate, Jorge: mi amigo periodista me hizo el reportaje

en esa sede hace más de 40 años y no me había reconocido. En cambio, yo, tan pronto lo vi…

—No te había reconocido...

“Me hiciste un reportaje hermoso”.

—En medio de los efluvios de los años que fueron pasando se me difuminó tu rostro… Y bueno:

¿cómo se va a llamar el libro próximo?

Pero antes de la respuesta de Doris David —que es la identidad que prefirió para su incursión en el

mundo del espectáculo—, me permito precisar que se trata de Dora Esther David Quintero o Dora Esther David de Fúnez, nacida en Fundación, Magdalena, el 4 de noviembre de 1951 —dice ella— y criada al garete bajo designios del Creador.

“‘Cárcel, mercado de conciencias cruzadas’”, dice Doris David, la primera vedette de Colombia. Así se

titula el libro.

“Ya está prácticamente terminado”, agrega. “Lo que pasa es que toca esperar una exoneración judicial

para concluirlo. Un juez de la República de Colombia debe exonerarme de todo cargo y confirmar que soy finalmente libre”.

En medio de una vida que ha estado llena de dificultades, una sobrevivencia en su crecimiento que, en

parte, debió soportarse sobre mentiras gruesas y mentirillas piadosas —una especie de patente para aplicar el ‘cuando todo vale para no dejarse joder’—, Doris David carga una ‘enlodada’ en su dignidad: estuvo presa

Por José Orellano

Por una recomendación especial que me hicieron en Ciénaga, Magdalena, contacto a la vedette

Doris David en Bogotá, vía celular y, tras un saludo con reservas por parte de ella, de una me pregunta: “¿Tú cuánto me cobras?”.

Le pregunto sobre el porqué de su pregunta, le aclaro que yo no le cobro a nadie por trabajos estricta-

mente periodísticos y le preciso que aunque bien hubiera podido molestarme su interrogante no fue así porque me interesa ahondar en el porqué.

“Es que detesto la payola”, responde por celular. Y sin preguntarle de a mucho me da nombres, uno de

ellos, dice ella, “me trataba como a una reina cuando era joven”.

Le insisto en que mi interés es meramente periodístico, exclusivamente para El Muelle Caribe y le

puntualizo —tras anunciarle que le haría llegar el link de mi blog— que ojee mi producto web y que, si ella cree

que de algo le sirve aparecer allí, concertemos una cita. Y que si, por el contrario, cree que no, nada ha pasado…

...

Ahora estoy en su casa… Me ha

hecho pasar por intermedio de un asistente, Jorge, y —casi gritando desde un altillo— me manda sentarme en la sala de estar. Cuando viene bajando las escaleras de madera, me imagino que observándome desde arriba, grita más fuerte: “Yo a ti te conozco”. Y cuando ha bajado se acerca, brazos extendidos.

“Hace muchos años tú me hiciste

una entrevista”, me dice, como para que lo recuerde.

La miro con detenimiento, acelero

el viaje hacia el remoto y capturo la imagen de aquella preciosa mujer que, con una insinuante foto en la mano, se me apareció en las oficinas de El Heraldo de la calle Real y me contó que andaba triunfando en el

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