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Algunas Briznas de la nada umbría

Pensamiento

V O R A Z

Cuando mis anhelantes labios

rozan el declive tibio de

tu vientre (color de luna

veraniega) nacen exóticas

magnolias que con su canto

sublime convidan a los

rayos del sol a que se transfiguren

en enjambre multicolor de mariposas.

Cuando mis dedos ebrios de

vibración carnal se mimetizan

en el color durazno de tus

muslos me invade un desmoronado

viento que en oleadas desenfrenadas

recorre mi cuerpo y me hace

olvidar opacas y quebradas

imágenes del pasado.

Cuando mi pensamiento voraz

se posa en tus pezones

(desafiantes uvas moradas)

percibo que el péndulo de la

vida oscila con más

velocidad y hace promesas

de paraísos singulares

que siempre huyen de la muerte.

Dios en franela juega dominó

Dios dijo, con la voz mandona de quien está acostumbrado a hacer milagros: «¡Lázaro, ven afuera!». Respondió, Lázaro con voz empañada de penumbras y telerañas de desconsuelo: —Jesús, eterno hijo de Dios, perdóname porque desprecio la espinosa y farandulera vida que me ofreces. Aquí, soy quieta sustacia elemental, brizna refulgente del reposo, grano festivo de la nada umbría, pincelada purpura del silencio. Por favor, Jesús, déjame tranquilo.

Lázaro

Vida-muerte: pareja de palabras contrarias a la esencia de cada una de ellas (Uno de los 110 proverbios para deambular en la noche del descalabro)

Aquel

roble

Lo más probable es que no existiera aquel roble de flores moradas y de follaje circunspecto, que ofrecía sus ramas a una ardilla malabarista y a un canario de plumaje amarillo refulgente, que con su trino melodioso rompía el tejido tenue de mi soledad. Lo más probable es que no existiera en la realidad aquel roble en el que papá solía amarrar el caballo negro. Papá siempre laborioso e infatigable acostumbraba, tan pronto aparecían las primeras luces del día, a irse de viaje

a un pueblo cercano, llevando tres mulas cargadas de café. Yo, el pequeño Luis, durante once horas quedaba solo en una casona de bahareque, a merced del color blanco de las flores de verbena, acobardado ante el ruido estrepitoso de un chorro de agua que caía sobre una piedra enorme, embelesado, a veces, con la imagen fantasmal que veía a lo lejos entre neblinas de un árbol adornado con nidos colgantes de oropéndolas, acorralado por los ojos saltones de numerosos sapos, en fin, en aquel lugar, yo quedaba solo sin compañeros y en mi derredor ni siquiera había una persona que me regalara una palabra. Quizás por la necesidad de compañía mí afiebrada imaginación haya inventado aquel roble de follaje circunspecto, aquella ardilla malabarista, y aquel canario.

Un día Dios omnipotente se animó y me buscó para jugar una partida de dominó. Yo, retador, le dije: —Juguemos tu esencia. —Acepto— contestó Dios con voz de trueno. Como soy jugador experto, cuatro veces seguidas le ahorqué a doble seis. Los ojos de Dios emitían relámpagos zainos con olor a chocolate y hasta una lagrima dorada  le sorprendí en el ojo izquierdo, A la quinta partida, Dios hizo trampa: metió una cabra. Yo se lo descubrí y lo regañé, avergonzado bajó la cabeza, creo que habló de un dolor de estómago que lo embargaba y enseguida se transformó en un montón de cenizas de la nada umbría. Dios había perdido la apuesta.

Por José Orellano

Sucedió en Navidad, que no en Nochebuena: Luis Mizar caminaba a mi lado y me reprendía.

Caminábamos, primero, como que por el muelle de ‘Los pegasos’, en Cartagena, para empalmar,

de un momento a otro, con el ascenso de la carrera cuarta en ‘La candelaria’, sí en Bogotá, y andar casi enseguida por el callejón de ‘La purrututú’, entre trinitarias florecidas, en su Valledupar de él.

De su hombro izquierdo colgaba una mochila de las de La Junta, San Juan del Cesar, La Guajira —las

de fique—, y también en mi hombro izquierdo una mochila arhuaca cargada de cinco libros que son poesía pura, universal, la poesía de Mizar. Las causas del regaño no las recuerdo con exactitud, creo que me decía incumplido o algo por el estilo —sus irreverencias, la causticidad de muchos de sus dardos orales—, yo, mu-chos años mayor que él, nada le contestaba, solo lo escuchaba, mientras seguíamos caminando y andando hasta que desembocamos —¡sabrá Dios por qué razones— en la plaza Alfonso López.

Íbamos a sentarnos bajo el Palo’e mango, pero al mirar hacia la acera de la heladería tropezamos mira-

das con las de Amelia y Kajuma. La maga no estaba. Hicimos ronda en torno a una mesa, pedimos helados y programamos irnos para la casa de Amelia en el barrio Villa Dariana, ahí mismo en el Valle… A lo mejor, abrí-amos una botella de vino tinto.

Paramos un taxi y subimos, Mizar adelante… Amelia, Kajuma y yo en la parte de atrás… Con mi mirada

escrutando su cuello, imaginaba al poeta recreando su serena ecuanimidad, embelesado en la contemplación del cuervo reluciente que siempre llevaba posado en su espíritu inhóspito y que, finalmente, hubo de sacarle los ojos a su hambre de eternidad…

No alcanzamos a llegar a la casa de Amelia: ¡los ruidos del piso de arriba me despertaron!… Más que 

nunca antes maldije y ‘reputié’ madre… Pero... ¡bueno!: Me quedaba un no sé qué de infinita alegría porque había soñado con el poeta vallenato, 17 meses después de su viaje sin tiquete de regreso en procura de sa-ciar su hambre de eternidad.

Vale aclarar que muchos meses atrás habíamos coincido en la heladería de una de las aceras de la pla- 

za Alfonso López, Kajuma, Amelia y yo. Eso sí había sido real: yo andaba con Amelia. Yo tomé la foto.

Sí, sucedió en Navidad tras haber vivido esa noche, despierto —antes de dormirme, diría que estoy se-

guro de ello—, la sensación de que moría apuñalado por mi propia carne que, con manos de mujer, me aho-gaba en el río de mi propia sangre.

Ahora recreo imaginación en aquel rincón de la casa de Amelia donde —cada vez que la visito a ella—

sigo viendo vivo a Mizar. Con un responsable con nombre propio para que esto suceda: Kajuma, su amigo de siempre, el artista plástico que inmortalizó en ese gesto de grandeza —de ‘sobradez’, diría por joder—, la grandeza del poeta universal.

‘Tardes tristes con testigos’, ‘Letanías del convaleciente’, ‘Partituras en sepia para La maga’, ‘Bitácora del

atisbador’ y ‘Briznas de la nada umbría’: la obra de Mizar, la que en sueños cargaba en mi mochila: ‘Tardes tristes con testigos’, ‘Letanías del convaleciente’, ‘Partituras en sepia para La maga’, ‘Bitácora del atisbador’ y ‘Briznas de la nada umbría’: la obra de Mizar, faltando mucho por conocer de su producción literaria: los epita-fios, mucha más prosa, las cartas, mucha más poesía y en fin… ¿Será acaso que por ahí va el onírico regaño del amigo poeta? ¿Será que de verdad prometí algo al respecto y no he cumplido y ha venido a reclamármelo  por medio del sueño? ¡Sabrá Dios!, vuelvo y digo.

Otro punto de vista: De verdad, decido cargar en mi mochila dos de sus obras: ‘Bitácora del atisbador’ y

‘Briznas de la nada umbría’ y viajo hacia Cartagena: pernocto en casa de romántico balcón. Me relajo, retro-traigo a mi sensibilidad ‘sesentana’ los instantes de mi propia carne, con manos de mujer, ahogándome en el río de mi propia sangre….  Leo, ojeo, releo, me detengo, pienso en el cuervo reluciente que ha de venir a sa-carle los ojos a mis anhelos de volar pronto hacia la vida eterna y vuelvo y leo… Me voy al muelle de ‘Los pegasos’... Vuelvo a la casa de balcón... Les tomo hasta fotos a los dos libros poniendo de fondo el cerro de La Popa... A la sazón, en Cartagena Mizar coordinó la revista literaria Candil. En la ciudad amurallada produ-jo, cuando estudiaba ingeniería civil, gran parte de su poesía, de la cual he bebido, en estrafalarios momentos de sed de insaciable sediento, ‘uno de los mejores libros de alta poesía que se haya escrito..’ 

Del capítulo ‘Dios y la nada umbría’ de ‘Briznas de la nada umbría’ leo y releo ‘Aquel roble’, ‘Pensamien-

to voraz’, ‘Dios en franela juega dominó’ y ‘Lázaro’… No entiendo… Pero vuelvo y los leo y también los releo...

...

Regreso a Bogotá, me dispongo a estibar El Muelle Caribe 86 y, de un momento a otro, decido transcri-

bir los cuatro textos… ¡He vuelto a leerlos!... ¡Decido publicarlos! E ilustrarlos a mi manera...

¡Disfrútenlos, como lo he hecho yo!

Noche de Navidad al lado de Mizar

Mizar vive en el cuadro de Kajuma en un rincón de la casa de Amelia, hermana del poeta, en el barrio Villa Dariana... Verdades y onirismo...

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