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DEGUSTEMOS...

Por José Orellano

Nacido y criado en Soledad

La foto de una montonera de horrorosos embutidos (supuestas ‘butifarras’ soledeñas) coronada con rodajas de limón publicada en Facebook por ‘Like Barranquilla’, me provocó náuseas. Y me sacó, muy bien sacada, la piedra.

¡DE VERDÁ-VERDÁ!

Le había dado un ‘compartir’ mi sobrino Nayib Abdo sin comentario alguno, pero yo sí opiné: “El limón ahí, desdice de la calidad del sabor de esta butifarra, incluso mal envuelta... Las genuinas soledeñas no requieren saborizantes distintos al que produce la mezcla tocino-tetafula-sal-ajo y un toque de pimienta picante, sabor embutido en la tripa del cerdo —multi-sabor de sabor único—, como las de la inolvidable Segunda Alvarino. Abrazo, sobrino”, escribí, pero antes Nelson Villalba había comentado y escribió: “parecen de gato”.

—Está sobrando el ajo —me corregiría más tarde Fernando Castañeda García, que mucho tiene porqué saber del asunto: su madre, Eufrosina García fue otra de las expertas elaboradoras de butifarra en Soledad, su terruño, mi terruño, nuestro terruño.

“Esas son las harta borrachos. ...sobre todo por el precio”, me había contestado mi sobrino a mi comentario sobre la foto que él compartió.

“Ustedes son los expertos en la materia. Me fascinan las auténticas, por supuesto”, había de terciar la amiga Patricia Moreno Henao, inseparable del colega Caribe Pedro Lara Castiblanco.

“Ni borracho —bueno: ya yo no me emborracho— cómo una butifarra con esa presentación... Supongo que me dormirán las tripas...”, le había respondido a mi sobrino Nayib.

“Y Pati será el personaje fabulador de la nota que desembarcará en El Muelle Caribe sobre el sabor genuino de la auténtica butifarra soledeña... Saludos”, agregaría en medio del poli-chateo.

“Ay José tú y tus cosas. No lo dude maestro...”, puntualizó Patricia. Y con ese “no lo dude maestro” ella le daría vía a libre a la condición de ‘personaje fabulador’ de esta nota, que, a la postre, cuando juntamos corriente, incluida la de Pedro, más las de Nayib y Junior Orellano, nos

sobra la facilidad para fabular, inventar cosas fabulosas, extraordinarias, increíbles, fuera de lo común. Y esta crónica, aupado por Pati —“me fascinan las auténticas, por supuesto”—, la considero, aun en los inicios de su desarrollo, ‘fuera de lo común’.

...

Y sigo: tras el chateo, llamé por celular a Fernando Castañeda, le pedí el favor de que me regalara un par de fotos de las auténticas butifarras soledeñas, me corrigió lo del ajo —sucede que una hermana mía las hacía con ajo, solo para degustación familiar—, le precisé el propósito de la petición, es más le insinué que si tenía, él que es pintor, un cuadro con tal alegoría me lo mandara escaneado... me respondió que no tenía un cuadro a la mano... y se comprometió con las fotos. Aprovechó y me dijo que tuviera en cuenta una cosa: “La butifarra es originaria de Arabia”, dijo. “Averigua y sabrás”.

—Cataluña, los moros... —le respondí.

“Para entonces las invasiones arábigas eran plato de cada día”, precisó Castañeda, quien a la final no me mandaría las fotos sino un par de dibujos del libro de su autoría ‘Trazos e historia’.

Me puse a investigar y me encontré con un restaurante, en Valencia, España, con el nombre de ‘Botifarra’... Seguí buscando por internet y Wikipedia me dijo que ‘botifarra’ era una locución catalana de la cual se origina butifarra... Y si decidiéramos quedarnos con ‘Botifarra’ —un ‘restaurante de tapas’ en Valencia— tendríamos que degustar “longanizas rellenas de roquefort cocinadas con vino blanco...  rellenas de miel con vino blanco y también las rellenas de habas”, que, como la ‘morcilla’, dulce o salada; la ‘génova’ santandereana, la longaniza interiorana o el chorizo o la salchicha, se derivan de la ‘botifarra’, que también las hay, con sus respectivos sabores y su raizal ‘origen’, en Cojutepeque, El Salvador; en Tabasco, Toluca y Chiapas, México; en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay; claro: traída hasta América por los colonizadores-conquistadores-invasores europeos de hace más de 500 años para que cada comunidad, tras la aculturación durante más de tres siglos, le diera al embutido el relleno, la forma y el sabor que se le antojara.

El  embutido de la comunidad soledeña ha resultado siendo la butifarra superior, así también haya variedades de rellenos en Aragón, las Islas Vírgenes, Comunidad Valenciana —la de ‘botifarra’—, Región de Murcia y Andalucía Oriental. “En América, en la Costa Caribe colombiana, también se consume un tipo de butifarra, oriunda de la población de Soledad, muy difundida en la gastronomía regional, la cual se prepara con adobos de esa zona del país sudamericano (Colombia)”, dice Wikipedia.

El sabor, la información y lo didáctico 

El Jr. Orellano, Pedro Lara, José Orellano, el sobrino Nayib Abdo y Patricia Moreno Henao, la inseparable de Pedro y autora de la fotografía del combo durante un ‘breack’ en el ágape-conversatorio que tuvo lugar en la residencia de la pareja en Barranquilla, durante la gira por el Caribe del director de El Muelle Caribe. Tres de los cinco hacen parte de esta historia de butifarras.

‘sajjaq’

butifarra

Y en torno a lo de Arabia, el traductor de Google me dijo que butifarra se escribe ‘sajjaq’ y me mostró la figura de la palabra —¡esas figuras del idioma árabe!— y me expresó la fonética.

Es por todo esto que se requiere seriedad absoluta para recrear el tema de la butifarra soledeña y por ello toca desmentir y refutar muy al extremo —para vergüenza de sus realizadores— ese video que circula en YouTube y que le endilga unos orígenes a la palabra que no solo son ridículos sino irresponsables: ‘buti: embutido... farra: fiesta’. ¡Por Dios! ¡Sean serios! Imperdonable, pero además casi imposible de creer, que la

etimología del término ‘butifarra’ presentada de esa forma haya surgido de la sapiencia del extinto periodista Rafael Lafourie y Rivera, a quien se le ha considerado ‘serio historiador’, como que presidió la Academia de Historia del municipio.

Hay que rebatirlo, así el adefesio haya sido ‘colgado’ en mayo de 2012.

A ese video, groseramente titulado ‘Documental Butifarra Soledeña’, hay que cuestionarle todo: desde la mismísima desagradable presentación de la sarta emponcherada de embutidos mal embutidos —negros y brillantes por los excesos de manteca, de forma alargada cuando el auténtico embutido soledeño es casi redondo—; hay que cuestionarle desde esa fea imagen de introducción con que se abre el video-esperpento hasta los actores, incluido el que hace de ‘gringo’ y termina siendo no solo más soledeño que el mismísimo autor de esta quisquillosa crónica —mi papá era galapero— sino sobrino-primo. ¡Y qué decir del butifarrero, su fea ponchera y su pinta como para hacer despejar la ‘juma’ al más borracho de los borrachos en la necedad de este de ‘jartar’ lo que sea, a bajo precio, para continuar la juerga! Quise decir ‘farra’, pero mejor no. Documental —para conocimiento de los realizadores y, donde se encuentre en la otra vida, para Lafaurie y Rivera también—, significa, en la acepción atinente (DRAE) “dicho de un programa televisivo: Que representa, con carácter informativo o didáctico, hechos, escenas, experimentos, etc., tomados de la realidad”. ¡De la REALIDAD!

Del video, si acaso, se salvan, a duras penas, algunas referencias interesantes del expositor oral del tema: precisamente Lafaurie y Rivera, quien aseguraba que la ‘botifarra’ llegó a Soledad en 1813 —de pronto había ocurrido mucho antes— y que dos señoras soledeñas, de apellidos Comas e Ibáñez, preocupadas por el hecho de que el embutido que ellas elaboraban se dañaba rápidamente, decidieron eliminarle a la sazón aliños como la cebolla, el tomate y el ají para recurrir exclusivamente a los ingredientes que perviven: carne fina de res, tocino, pimienta y sal... Esos que, sabiamente manipulados por gente de ‘buena mano’, propician el exquisito y genuino sabor de una auténtica butifarra soledeña, sin limón. Este sólo ha servido para disimular los feos sabores de los embutidos mal hechos y que los vendedores andantes vociferan, sin serlo, como de origen ‘soledeños’. Estos suelen ser preparados con la carne de la garganta de la res —‘guarguero’, le dice mi suegra María Helena Lizarazo—, esa zona del gaznate vacuno que, visualmente, parece una red ponzoñosa, con formas de garra de gato y de ahí la leyenda o el mito urbano de que el embutido se rellena con carne y pezuña del felino doméstico. Resultante de un imaginario en torno al cual Marcos Pérez Caicedo solía hacer frecuentes gracejos. 

Una auténtica butifarra de mi pueblo no se hace con jarrete —carne de la pantorrilla del ganado, buena para menesteres culinarios diferentes al de una butifarra de calidad—, como dice el butifarrero del video. Mismo que no encuentra impedimentos de insalubridad para coger el

embutido y abrirlo con un feo cuchillo y exprimirle unas gotas a la tapa de limón y seguidamente cortar la rodaja del bollo de yuca y extenderla al ‘comensal’ con esas mismas manos con que se ha escurrido sus sudores y se ha acariciado sus humores y se ha rascado su sobaco y las..., ha recibido la plata y se la ha guardado en el bolsillo repleto de billetes arrugados y monedas, me imagino que repleto de eso.

...

El actor español Jorge Mistral, cuando estaba en el curubito de su fama y venía a Colombia, tenía por costumbre visitar antes que todo a Segunda Alvarino para degustar sus embutidos —así se lo dijo ella en vida al cronista en una entrevista que le hice en mis inicios periodísticos en Diario del Caribe, texto en el cual, en vez de confección de butifarras el linotipista de entonces levantó ‘confesión de...’ y el corrector de prueba no corrigió—. Con Mistral, muchas fueron las figuras extranjeras y nacionales que antes de dirigirse a Barranquilla pasaban por Soledad a ‘jartarse’ de auténtica butifarra soledeña, cuya fama traspasó las fronteras y saltó los grandes charcos del universo desde hace sus buenas decenas y decenas de años. En aquella ocasión, doña Segunda me dijo que la carne de res que ella usaba para la confección de sus butifarras era muy fina, era la tetafula.

El expendedor ambulante toma la plata, abre el embutido, la aliña con limón, manipula el bollo de yuca y corta la tajada y luego lleva la mano a su bolsillo para dar el vuelto. “Esas son las harta borrachos”, diría Nayib Abdo. “Parecen de gato”: anotaría Nelson Villalba.

Durante el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla, cuando el gobernador del Atlántico era el capitán de Navío Julio César Reyes Canal, hubo una fiesta en el hotel El Prado para agasajar a los marines de un barco de guerra de los Estados Unidos que visitaba a Barranquilla. José María Pérez escribió, para tenerlo por siempre presente, que “durante el agasajo a los gringos se sirvieron ‘picadas’ (pasabocas) típicas con yuca, suero, mondongo guisado, bollo’e yuca y butifarra, esta última gustó tanto a los gringos que intentaron comérsela con pellejo. Acabaron con todo y hubo

necesidad de ir a buscar más a Soledad”: era el segundo quinquenio del decenio de los 50 del siglo XX. ¡Hace medio siglo!

A artistas como Pier Angeli Llinás y Claudia de Colombia las llevé en una ocasión a Soledad a comer butifarra y quedaron enamoradas, prendadas —no de mí sino de las butifarras—, lo mismo que a Juan Gossaín y otro grupo de excelentes periodistas colombianos: Aquiles Berdugo, Sigifredo Eusse, Eduardo García, Rafael Vega Jácome. ¡Ah! Tiempos aquellos. Ellos pasaron por la mesa de Eufrosina García en las afueras de desaparecido teatro Colón, que de todas las mesas que allí se instalaban, incluida la de Dolores, la de ella, la de ‘La mona’ Eufrosina García, era la de la máxima exquisitez.

Por todo eso, recrear informativamente el tema de la butifarra soledeña requiere seriedad absoluta. Y sobre este fundamento, también rechazo otro video en YouTube que, incluso, en algunas ocasiones me aparece con un previo-créditos como si hubiera sido realizado por ‘Solmedia SAS’-‘Atlántico más social’-‘Gobernación del Atlántico’... La cocinera-animadora del video recomienda el uso de “cebolla en rama, ají, ajo, cebolla cabezona, cilantro, carnes de res y ‘algo también’ de carne de cerdo...”. ¡Error! Res y cerdo van por igual, de pronto la del marrano en mayor cantidad, que ya, en lo bueno que se dijo en aquel video de marras, Lafaurie y Rivera lo había dicho: además de res y cerdo, los adobos claves son solo pimienta picante y sal.

¡No hay derecho! a torcer lo ‘intorcible’. Y tan pésimo debe ser el resultado de tal preparación fuera de la verdad histórica —con amasijos así no hay cocinera en el mundo que logre el genuino sabor de la butifarra soledeña—, tan a feo debe de saber ese embutido, que al final del video la misma ‘orientadora’ de la cátedra ‘Cómo hacer las butifarras de la Costa Atlántica colombiana’

dice, antes de mandarse el embutido a la boca para engullírselo sin ritual previo, sin masticado, que “...algunas gotas de limón y el bollo de yuca como les comenté”.

En lo único que acertó, en medio de tal sartal de equívocos y tergiversaciones, fue en el tradicional acompañante de la butifarra soledeña: el inigualable bollo de yuca. Inigualable, claro está, cuando también se hace bien hecho. 

...

A las Comas e Ibañez hay que sumarles nombres de más mujeres en el proceso de asentamiento y transmisión como legado a nuevas generaciones del sabor genuino de la butifarra soledeña: Tranquilina Donado, Clemencia del Toro, Virginia Zarache o las hermanas Moreno, que las primeras butifarras que degustó mi generación fueron las de Segunda Alvarino, para que, posteriormente, fueran las de Eufrosina García. Y de cuando en vez, las de Jimmy y finalmente las de Hugo, de la dinastía de doña Segunda. Hoy sobresale, casi industrializada, la butifarra ‘Monsa’, que enormes son las palanganas que me traen familiares soledeños cuando vienen a Bogotá. Y han existido sitios con cierta fama —fama que se las han endilgado gentes que no buscan la genuinidad del sabor y hasta del aroma— en el negocio de la butifarra, pero siempre me abstuve de ir a ellos, por lo menos bueno y sano, no borracho, a comer butifarra.

En dos ocasiones me han traído a Bogotá unas butifarras precedidas de mucho elogio, pero estas no me han convencido. Las de ‘Monsa’ las puedo comer sacadas directamente de la nevera, las otras no. En estas se solidifica un cebo cuando las guardo en la nevera —trataron de convencerme de que era el tocino, pero no—, lo cual no sucede con las ‘Monsa’, que es un apellido que no proviene de los apellidos tradicionales soledeños, de los que eran común a nosotros en antaño, de los ancestrales, diría. El cebo de las otras se vuelve manteca cuando las someto al baño de María y en el agua aparecen las natas cuando enfría y se hacen incomibles. Estas no son hechas con tocino, me queda la sensación de que están recurriendo a la gordana.

Este asunto de la butifarra, concretamente la soledeña, es serio. No se puede andar por ahí presentando cualquier trabajo, informativo o didáctico, carente de rigor investigativo, sobre este patrimonio soledeño —forjado por gente de ‘buena mano’ cuando cocina al ritmo de cumbia y merecumbé con matices de rimas perfectas en una décima— solo por el sanbenito de figurar en internet o de posar de ciber-eruditos.

...

No puedo abandonar esta nota sin dejar de rozar con un vainazo, muy bien ganado, al exalcalde de Soledad Franco Castellanos, quien, con bombos y platillos —pero ya sin el clarinete del maestro Juan Gallaspá— anunció en 2014 una gestión ante la Superintendencia de Industria y Comercio para lograr la declaración de protección de la denominación de origen para la butifarra soledeña.

Estuve averiguando al respecto, pero nada de nada en torno a esa promesa castellana bajo la pretensión oficial —loable como tal, pero al final de cuentas vuelta puro bla bla, la verborrea del politiquero— de que “los vendedores de plato, que son de afuera de la ciudad, no vendan diciendo que es butifarra soledeña”, como lo declaró para diversos medios el entonces burgomaeastre.

Y es que alcanzar la denominación de origen de un producto genera que este sólo pueda ser elaborado en una región específica, o por los miembros de una comunidad, un reconocimiento que otorga el Estado al posicionamiento de un producto con un nombre geográfico que ostenta unas calidades gracias a su origen toponímico y a sus factores humanos, calidades que han sido sostenidas y controladas y transmitidas de generación en generación, a lo largo del tiempo.

Franco Castellanos fue alcalde de Soledad, brindó y comió butifarras, prometió buscar la denominación de origen, pero no cumplió... Palabra de político...

Soledeña,

denominación

de origen

¿Quién puede solicitar la declaratoria de protección de una denominación de origen?
Quienes demuestren legítimo interés, es decir, las personas naturales o jurídicas que

directamente se dediquen a la extracción, producción, elaboración del producto o

productos que se pretenden amparar con la denominación de origen... En Soledad,

quienes elaboren butifarras, las auténticas de sabor genuino.

Julio Mario Celedón nos ha puesto a leer que así como la región de Champagne en Francia tiene la famosa champaña y el queso holandés debe ser de Holanda, en esto de la denominación de origen a lo Caribe colombiano en cuestiones de gastronomía, en Zambrano-Bolívar tenemos la yuca amarilla, gomosa y delgada como una vela de esperma; en Bosconia-Cesar, los chicharrones; en La Paz-Cesar, las almojábanas, claro antes de la conversión al ‘pimpinerismo’; en Luruaco-Bolívar, la arepa de huevo; en Pivijay-Magdalena, el bollo de yuca; en Cartagena, la posta cartagenera; en Riohacha, el arroz de camarón —y pare de contar—... En tal contexto, la butifarra de Soledad tiene méritos suficientes para figurar con una denominación de origen, que al respecto la Superintendencia define que “es el nombre o indicación de un lugar geográfico, que puede ser un país o región determinada, que designa un producto que por ser originario de dicha región y por las costumbres de producción o trasformación de sus habitantes, tiene unas características y/o reputación que lo hacen diferente de los productos semejantes provenientes de otros lugares geográficos”.

La auténtica butifarra soledeña no se hace con ‘guarguero’ ni se acompaña con gotas de limón. Y a Franco Castellano le quedó grande la promesa de lograr ese reconocimiento del Estado a un producto comestible de su tierra, mismo que muchas veces brindó y degustó.

...

Aquel día de la foto publicada en Facebook por ‘Like Barranquilla’ hubo un usuario, Orlando Leal, descubriendo que “ese plato es originario de España, no es de Barranquilla”, pero también hubo una usuaria bien ubicada hacia eso de denominación de origen: Anelim Rodríguez, que escribió que “Sea original de España o no Las mejores butifarra me las comí en Quilla las que venden los butifarreros de Soledad. Deli y yo aquí en la heroica que las de aquí ni saben a na...” (sic)

Lo siento, pero tengo que decirlo: en esto de saberes —y sabores por supuesto— en torno a la butifarra soledeña, patrimonio de la cultura gastronómica de mi terruño, jamás ha de haber espacio para la coprolalia.

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