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Desfiló el teatro y... ¡hasta el 27 de marzo!

Fresco... ¡Es puro teatro!

Que una matadora y eternizada sonrisa de la hermosa teatrera —se la regaló a El Muelle Caribe, a nadie más—, que la puntita de la lengua que le muestra el teatrero al periodista, que el parapeto del fotógrafo en procura de la mejor instantánea, que la agachada de la nena en procura también de un mejor ángulo, que... ¡Todo vale!... Es puro teatro... Así que ni la matadora sonrisa para quien sabe que iba dirigida a él, él la pidió; ni la insinuante lengua asomada del compañero de la chica, ni el decúbito dorsal del fotógrafo de brazo tatuado, ni las cuclillas de la fotógrafa habían de provocar falsas expectativas... ¡Nada estaba bajo censura! Todo hace parte del teatro.

Los momentos por los que atraviesa la Patria... La paz que anhelamos... Y desde Berlín, Alemania, ‘El niño y las palomas’, de Stone River Teatro... Por la Séptima desfiló una alegoría a la paz... Por eso fue sensación, desfilaba la esperanza.

Hasta la lluvia fue teatrera este sábado 12 de marzo en Bogotá.

Todo era actuación, arte escénico, representación de saberes y sentires, de aquí y de allá y de acullá.

La Séptima de Bogotá, desde las inmediaciones del Planetario hasta la Plaza de Bolívar, fue un río multicolor —muy humano, eso sí; sublimemente humano— para la combinación de morisquetas, música, sonido, danza y gesto, mucho gesto, a fin de forjar el espectáculo del quinceañero, que de esa manera abría oficialmente su fiesta de más de quince días, incluidos profanos y santos: el XV Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.

Con pinceladas y pantomimas extranjeras, era como ver pasar a Colombia en desfile, pero no de botas ni de represión: una muestra folclórica nacional, con disfraces que de pronto nos trasladaban al Caribe y su Carnaval de Barranquilla y con esos muñecones que necesariamente nos mandaban pa’l rabo de la Patria: el Carnaval de Blancos y Negros de Pasto. Toda una escenografía andante a la cual —con ‘minga’ aborigen incluida— los espectadores se la saborearon hasta el extremo de sentirse incluso actores del show largamente andado.

Y desde los lados del clima, el certamen tuvo sus dos tiempos, sus dos estaciones: sol y sombra, verano e invierno, era teatro: la locura de ‘El niño’ climático también allí... Que finalmente, un niño venido de Berlín, Alemania, fue el que, con sus palomas, se robó el show, incluso más que el mismísimo ‘Gabo eterno’ y su ‘Tropa de Melquiades’.

Es que ese niño de elevada estatura y sus cuatro o cinco palomas que le seguían su andar, en medio de música y quien la tocara porque el teatro está de fiesta, hizo evocar —a quienes a rabiar aplaudían su paso— el proceso de paz en el cual se avanza, entre uno y otro tropezón. Había venido como que preciso para que coincidiera su fastuosa presencia con la fecha aquella en que un presidente teatral había señalado

como el último de una guerra de más de medio siglo: el 23 de marzo no ha de ser, pero ‘El niño y las palomas’ de Stone River Teatro, nos recrearon sueños de pacificación.

La tarde fue demasiado corta, eso sí, aunque tuvo sol, lluvia y llovizna y

El niño  y las

palomas...

¡SENSACIÓN!

Bogotá

teatrera

Crónica gráfica de El Monje

cielo que se despejaba y se volvía a ‘ennubar’ —pero sin tormentas eléctricas como las de los días que le antecedieron—, pero la fiesta seguirá hasta el 27. E incluye a todo el mundo: sí, porque es un gran jolgorio incluyente y diverso... Diverso, como la diversidad de colores que han estallado, de principio a fin, en esta crónica gráfica. Y es que...

Una cosa es verlo, vivirlo, sentirlo y hasta retratarlo, pero una muy otra es contarlo. Sobran las palabras.

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