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Un sepia de la Casa Lacorazza tomada de www.panoramio.com

(En memoria de Don Juan Goenaga Pérez)

El muchacho, que no pasaba de los diecisiete años, no

había podido competir en los juegos intercolegiales que en cada julio se celebraban en la ciudad. Muy a pesar de que en el San

El bus de las

diez y treinta

Por José Joaquín Rincón Chaves

Francisco se le veía en cuanto equipo de basquetbol, fútbol o béisbol se armaba, en esta oca-sión y en razón de la leve cojera que le acompañaba desde niño por causa de la polio, no había calificado para ninguna de estas disciplinas deportivas, como solía decir Armando Cabrera Mu-ñoz —Arkamuz— Jefe de la Redacción Deportiva de El Heraldo. Sin embargo, y para no sentir-se marginado de los juegos y de sus amigos, resolvió hacer parte de las justas convirtiéndose en cronista deportivo.

La idea no le había surgido por generación espontánea. Había sido de las organizadoras de las olim-

piadas colegiales Carmelita Guerrero y Carmen Caparroso.  No soportaban que aquel joven visitante de las instalaciones del Centro Popular de Cultura Física del Once de Noviembre, se viera aislado de algo

que le era vital: la práctica de cualquier depor-te, no obstante su impedimento. Como manera de vincular a otros juveniles reporteros, se de-cidió otorgar un cupo a cada colegio. Una es-pecie de círculo colegial de cronistas deporti-vos. Como de algo debía servir ser el mimado de las organizadoras, al joven le fue asignado el cubrimiento de los juegos a través de ‘el diario líder de la Costa’, nada más ni nada menos que: El Heraldo de Barranquilla.

Para la época, ejercía como Jefe de Redac-

ción don Juan Goenaga Pérez y muy cerca de él, la inolvidable ‘Biatri’. Fueron los puntales de ingreso al periodismo de aquel muchacho atrevido y osado, que de alguna manera debía pagar la novatada de sentarse en alguna de las sillas que ocupara años atrás un tal Gabriel García Márquez.

Con ese gancho, le dieron asilo en un viejo es-

critorio arrumado en un rincón y una máquina tan antigua como las columnas de La Jirafa. A veces, José pensaba que hasta José Arcadio Buendía, an-tes de dedicarse a hacer filigranas con pescaditos de oro, tuvo tiempo para necear las teclas de la vie-ja Olivetti que le asignaron. A pesar de los esfuer-zos por sacar en limpio las noticias de los juegos, al final el jefe de armada del periódico prefería tomar los apuntes que el pichón de reportero le pasaba en letra de imprenta y, con la paciencia de Job, iba or-ganizándole el texto final paso por paso: linotipo, galeras, titulación en ludlow, los clisés de las fotos, estereotipos de cartón y tejas, hasta que termina-rían en la rotativa del diario. Era como un milagro,

ver el funcionamiento de la Goss, y el paso de los grandes rollos de papel, para que las noticias de toda índole estuvieran siendo voceadas todas las madrugadas por las calles de la gran ciudad.

Aquel muchacho fue uno de los pocos casos, como decía don Víctor Moré, otro de sus maestros, en que un a-

prendiz de brujo, no se iniciaba por la crónica judicial. Había días de júbilo en los cuales, se le publicaba a ocho co-lumnas los logros y récords del Colegio San Francisco, del Alemán, del Codeba y tantos otros planteles educativos de la Arenosa, y otros en los cuales a duras penas se daba cuenta de las victorias del Biffi o del Americano.

En algunas ocasiones, antes del

regreso a casa, le encomendaban los de la redacción, pero en especial esa incansable fumadora que era ‘Biatri’, la compra de algunas cajetillas de Pielroja en la esquina de la calle del Comercio con Progreso. Hasta allí llegaba sin a-prehensiones pues eran otros tiempos llo en donde despachaban tinto y en donde recalaban los dueños de la no-che de la Plaza de San Nicolás, aún

sin la invasión de tenderetes y peligros que después la coparon.En esa esquina, en la acera de la Casa Lacorazza, siempre a las diez y treinta de la noche, abordaba la última chiva de Delicias-Olaya que, subiendo por 20 de Julio, le dejaba al frente del Teatro San Jorge en la Calle 68 del barrio Boston para caminar sin tropiezos, pensando en la última gesta de sus amigos y en el titular de El Heraldo aldía siguiente. Pero lo que más importaba, era el nombre del cronista en letras de molde. Esa, era la mejor paga en esos tiempos.

JOSE JOAQUIN RINCON CHAVES

Bogotá D. C., septiembre de 2013

Esta es la resultante de la edición de una fotografía, hecha para ilustrar este homenaje escrito que le rinde José Joaquín Rincón Chaves a la memoria de don Juan Goenaga Pérez. “Registro gráfico de una época maravillosa”, como la describió el autor de este relato. En la original también aparecen José Orellano y Christian Pérez Labrador, recibiendo la tarjeta de periodista. “Un hallazgo de El Muelle Caribe”, anotó en Facebook Jota Jota.

El aprendiz de brujo que no inició por crónica judicial 
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