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Entre flores de abril y noches de arreboles

Recientemente, Jairo Solano Alonso —alusión inicial al amigo sin charreteras académicas— fue exaltado por Colciencias como Investigador Emérito.

Jairo, más corto, sin títulos aun, sí, porque en él-el Caribe-el barranquillero, son de gran valía para la admiración personal y la reafirmación del sentido de la amistad tanto su distanciamiento muy genuino de las ínfulas —que así lo reafirma su amigo y periodista Eduardo García— como su “eterna sonrisa de Hombre Bueno que no necesita estar cerca para saberse que está presente”.

Precisamente es la esencia de Jairo lo que, puntualiza Eduardo, le da más valor a las enseñanzas del maestro consagrado que ha dedicado su vida al estudio y la investigación sobre la envidiable base de —ahora sí: vamos a explayarnos— las charreteras académicas que él hace destellar sin eludir la vida mundana, el compartir social: Sociólogo, Doctor en Historia de América de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla-España y Doctor en Ciencias de la Educación de la Universidad de Cartagena y la Red Rudecolombia.

A Jairo Solano Alonso —miembro de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, de la Academia de Historia de Barranquilla y de la Academia de Historia de Cartagena, líder del grupo Estudios Interdisciplinarios sobre el Caribe en la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla y autor de 13 libros y numerosos artículos sobre diversos temas de historia, educación y cultura—, a él, Colciencias le ha enaltecido su trayectoria y sus significativos aportes a la producción científico-académica para la Ciencia, la Tecnología y la Innovación del país. Un honor que, junto con su compañero Hernán Saumett España, líder del grupo Innovación y Desarrollo Empresarial, el entrañable amigo ha de ostentar de manera vitalicia para que lo comparta al lado de destacados académicos colombianos como Manuel Elkin Patarroyo, José Amar Amar, Antonio Iglesias Gamarra, Julio Silva Colmenares, Alejo Vargas Velásquez y Moisés Wasserman. 

Estas del director de El Muelle Caribe son palabras que se atropellan en las neuronas, se agitan en los dedos, estallan en la pantalla, dispuestas a manifestarse sin apego a ninguna regla pero con el sentido propósito de bien referirse al amigo, al Gran Ser Humano que no ve hace diez años y de quien acaba de leer en Facebook un hermoso texto —que hay Amor Eterno lo hay, digo— en memoria de su esposa Luz Mélida Mendieta Reyes, quien hace tres meses se hizo Viajera de la Eternidad.

La sensibilidad de Jairo al conmemorar el tercer mes de la partida de Luz —a los dos le había escrito: “Te extraño y con Michelle transitamos un sendero que será siempre doloroso y escarpado sin ti”—, llegó al alma del director y activó los afectos en reposo y la comunicación con un amigo común: Eduardo García Martínez, cómplices los tres en sueños que, tiempo ha, no cristalizaron quizá por lo ambiciosos que eran.

Luego de algunas consultas entre amigos y colegas, Eduardo nos regaló el texto que le escribió a Jairo a pocos días de los dos meses del dolor de ausencia:

Nota del director:

Amor

eterno

Amor eterno:

Hace 90 días partiste hacia el infinito llevándote mi sonrisa.

Hoy, sin embargo, en tu honor yo quiero escribir sobre lo que significó tu

alegría para mi vida. Hablemos de la música que aprendí a compartir en secreta

Por Jairo Solano Alonso

Jairo Solano o la perpetua

sonrisa de Hombre Bueno

Solo entre amigos

complicidad contigo. Tú sabías mi talante de salsero y mi predilec-ción por la música de Cuba, Nue-va York y Puerto Rico, sin embar-go, la Fuerza del Amor, me llevó a aceptar la música de acordeón que tú amabas, Sin medir distan-cias en un Camino Largo de mo-mentos felices que vivimos por lo cual te doy Gracias.

Pero tú también amaste mi

música, que te ponía a bailar en la Punta del pie, cuando llegába-mos a tiempo para la rumba en la Troja de Madera, con Joaco y Ma-risol y yo bailaba como un Títere, la Isla del Encanto, símbolo de la anhelada Borinquen que no te pude mostrar.

Casi al final de nuestra ma-

ravilloso compartir, pudiste acom-pañarme a los comienzos de un Verano en Nueva York, así como gozamos en tu amado París con Ne me quitte pas, de Yuri al lado de Julito, como le decías a nues-tro entrañable amigo escritor, con quien caminamos las calles de la ciudad a la cual anhelabas volver este año.

Jairo y su hija Michelle Solano. Ella le ha escrito que “feliz día a mi mejor amigo, mi compañerito de vida, mi primer amor y mi motivación en todo. Papi, le pido a Dios que nos regale mucha salud para compartir mil momentos más juntos, espero algún día devolverte así sea un poquito de todo lo que me has dado, todo mi amor es tuyo y desde el cielo nuestro amor nos cuida y protege siempre. TE AMO". 

Aun porto en mi cuerpo las flores de abril que de manera sutil derramaste

en mi camisa y sigo entonando la Canción que tanto te gustaba, ataviada en carnaval de una Cinta verde, mientras sonaba el Guaguancó del Adiós, que bailábamos en aquella Cien, de Ralphy y Arturo.

En este día que muchos considerarían luctuoso por tu ausencia yo te

tengo presente en mis mejores recuerdos sobre todo en la música que nos unía en Una Aventura, mostrarme lo esplendoroso de la vida, Señora bonita, en Noches de Arreboles, por todo lo que viví, Pido un aplauso, porque verdaderamente, querida Viajera, Amarte fue un placer.

Barranquilla, 23 de noviembre de 2016

Jairo durante el reconocimiento de la Universidad Simon Bolivar a su exaltación por parte de Colciencias como Investigador Emérito.

Love Story in New York: la pareja feliz, Luz y Jairo, de espaldas a la mítica biblioteca de Nueva York y el Brian Park.

Con el estadio Citi Field del equipo de beisbol los Mets al fondo, en Queens, Nueva York, Luz lo reiteraba: amaba a Nueva York como a París. 

Luz y Jairo, con ‘el mundo en las manos’ en el emblemático Flushing Meadows, el parque más grande de Queens, en Nueva York.

y de sentirte un hermano al que siempre tengo a mi lado aunque esté ausente.

Para mí no eres el renombrado sociólogo ni el reconocido investigador ni

el escritor de libros prestigiosos ni el profesor admirado por sus centenares de alumnos ni el asesor de tesis ni el expositor que despierta los más entusiastas aplausos. No es que desconozca esos méritos, sino que por encima de ellos

oOo

Dos amores marcaron tu existencia.

Ya no están. Uno partió primero y te dejó tres retoños que ya son árboles crecidos en mitad de la arboleda. El otro también se volvió sombra después de alumbrarte por años con su luz. El fruto de los dos está contigo, te acompaña y también anda ahora, como tú, en la oscuridad.

Pero el ser humano viejo Jairo, no

tiene el don de la eternidad. Llega el día en que tiene que marchar hacia los territorios insondables de la nada. Allá, ¿será po-sible?, nos encontraremos todos.

La certeza de que todos tenemos

que partir no es un consuelo cuando la ausencia aún lacera nuestro ser. La catar-sis, sin embargo, llega convertida en lágri-mas.

Sé que estás triste viejo amigo. Com-

parto tu pena y te acompaño una vez más. Aquí está mi mano y mi hombro para que te apoyes cuando lo necesites. Sigues siendo fuerte, como siempre, aunque aho-ra te sientas desvalido. Aférrate a los bue-nos recuerdos, no los conviertas en nue-vas y vanas penas. Es necesario dejar partir, sin egoísmos terrenales, a los seres queridos.

Con el abrazo de siempre,

Eduardo

Cartagena, 14 de septiembre de 2016

está el hombre de carne y hueso con el que compartí momen-tos decisivos en la construcción de nuestras propias vidas, el compañero de mil aventuras, el amigo que no se escoge sino que se va formando con los años y que ejerce además como confidente y cómplice.

¿Recuerdas Jairo nuestro paso por la Universidad de

Antioquia, las caminatas por la avenida La Playa, las discusiones filosóficas y políticas mezcladas con música, risas y otras travesuras? ¿Recuerdas al Hernán, el negro Villa, la Chila, el Rodro, el Alejandro, el Sanian, el Baro, el mono Ernesto, el Iván? Son claro/oscuros en el correr del tiempo, imágenes que titilan en la memoria convertidas en pinceladas borrosas.

¿Recuerdas que hubo un tiempo en que debías entrar a

la pensión donde yo vivía después que la dueña se acostaba para entonces subirte a dormir en el cambuche que armamos en el closet porque no había con qué pagar? ¿Y que también recorrías largas distancias en la gran ciudad entregando cartas y documentos para poder llevar algo a la boca después de las extenuantes jornadas? Creo que de ahí te nacieron esas pan-torrillas de atleta grande que tienes sin haber subido nunca más allá de los 68 kilos de peso.

Para entonces solo teníamos una indómita juventud que

nos servía de parapeto para hacer cuanto quisiéramos, como ir al bar del Suave cada tarde/noche para comulgar con la salsa y cantar a todo pulmón las canciones que nos gustaban, acos-tumbrar nuestros cuerpos y corazones a la divina escaramuza con las damas, y cimentar una trinchera eterna contra la injus-ticia y la desigualdad.

Fueron años de una siembra fecunda de compañerismo

y amistad. Yo, más que nadie, aunque los aplausos fueran de todos en el campus de la universidad, gozaba y coreaba tus canciones revolucionarias, sobre todo aquella que narraba la épica del Ché Guevara en las selvas de Ñancahuazú llevando al hombro su fusil y al frente de un ejército de rebeldes des-

ahuciados.

Bastante que reímos y disfrutamos con las pilatunas de El Frank, fiel caricatura de Varguitas, el personaje de

La tía Julia y el escribidor de Vargas Llosa, así como sufrimos aquel 21 de junio del 71 cuando las tropas ingresaron a la U para arrasar con el movimiento estudiantil que había enfrentado las políticas educativas del gobierno del presidente Misael Pastrana Borrero y su ministro de Educación Luis Carlos Galán Sarmiento, quién se convertiría luego en una figura pública de la política y después en víctima fatal del narcotráfico en alianza, al parecer, con el establecimiento.

Una tarde, metido en mi hamaca de nylon que colgaba entre dos árboles en los prados de la U. decidí partir.

Fue cuando nos despedimos. Tú regresaste a Barranquilla y yo, después de un periplo de tres años por Bogotá, anclé de nuevo en Cartagena la ciudad que tú tanto quieres y a la que has dedicado buena parte de tus desvelos investigativos.

Nacieron tus hijos, nacieron los míos y cada quién labró su rumbo pero siempre, aunque no nos viéramos o ha-

bláramos por meses y hasta años, siempre estábamos ahí, cerquita, esperando cualquiera ocasión para encontrar-nos. Y cuando lo hacíamos, era una fiesta: abrazos fuertes y narración de nuevas anécdotas, música, mucha músi-ca, tu pasión y la mía. Y canto, porque aún seguimos creyendo que nuestra verdadera vocación es cantar. Por eso tienes en tu casa tantos acetatos como fue posible acumular así como CDs e instrumentos musicales que aguardan para ser tocados en noches encantadas de bohemia.

Siempre has tenido una sonrisa de hombre bueno que repartes a todos por igual y sigues siendo el Jairo aquel

que conocí en la ciudad que nos formó para la vida, sin ínfulas a pesar de tus innumerables triunfos, sincero y dis-puesto a servir sin esperar recompensa alguna.

Por Eduardo García Martínez

Para Jairo, mi hermano:

Cuando pienso en la amistad, viejo Jairo, a mi

mente viene tu imagen, tu sonrisa, tus gestos, tus “ajá viejo Eduardo, como estás”, tus tantos recuer-dos acumulados en más de 40 años de conocerte

Poeta Luis Mizar:

‘Los amigos’, Psicopoeta Antonio Quintero Palmera:

Un ‘acuerdo’ entre amigo

Los amigos son espejos inconclusos/ que te dicen la verdad de un solo gesto/ son esponjas que te absorben los errores/ los amigos/ son caminos que te esperan que te abrazan/ vuelven chistes tus angustias/ los amigos/ son juguetes de la infancia/ que se rompen con un beso

Orellano: Jairo, Si me lo permites, me agradaría reproducirlo en El Muelle Caribe (www.elmuellecaribe.com)... Es hermoso. De nuevo: aplausos. Y bien sonoros. Abrazo.

Jairo: Con gusto amigo José Orellano. Tú puedes hacerlo, es un honor y un homenaje a mi Luz.

La Eternidad se adorna con una preciosa joya: el instante…

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