El Muelle
CARIBE
Homenaje perenne al Muelle de Puerto Colombia
Crónicas y Opinión
José Orellano, director
Entrevista
con Cristo
Es época de Navidad
Cristo se me ha aparecido hecho verbo y, frente a lo que estos días connotan, aspiro valorar sus Palabras aplicando un poquito de la inteligencia que creo poseer y, al tiempo, tratar de asimilarlas con lo que me dicta la moral, “en medio de un mundo que parece haber perdido el sentido de las realidades espirituales”.
Y aclaro de una vez que esto no es tomadura de pelo —hoy no es 28 de diciembre, Día de los Inocentes— ni tampoco es juego de palabras: la entrevista no es con el Cristo gubernamental. No, no es con Juan Fernando ni con nada que se le parezca, ni en radio ni en televisión.
En mi intención de salir airoso del berenjenal en que me he metido al pretender desarrollar una entrevista con Cristo Nuestro Señor —quien precisamente este 25 de diciembre cumple 2015 años de Nacimiento—, he sacudido recovecos mentales para precisar aquella lección del periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez ante la quincuagésima segunda Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, en octubre de 1996 en Estados Unidos, Los Ángeles, sobre el uso de aparatos magnetofónicos en el periodismo, en todos sus géneros.
Y entratándose del pensamiento del Nobel de Literatura en el ejercicio de lo que él consideraba ‘El mejor oficio del mundo’, releo con atención su intervención magistral, aterrizo en su abierta acusación de que “la grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista” y salto radio y televisión para llegar al instante en que se refiere a la prensa escrita: “... parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis”.
Y ante el dominio infinito del idioma y la facilidad de crear representaciones gráficas a punta de palabras por parte de García Márquez, me sobrecojo por lo que ello representa para un profano como yo y remato la retoma de su lección con la premisa, ‘garcíamarquiana’, sí, de que “la grabadora oye pero no escucha, repite —como un loro digital— pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor”.
En este caso —mi caso—, el interlocutor tiene intermediario, no hay grabadora oficiando de “testigo invaluable”, no es una noticia lo que desarrollo y, además, la motivación para estos afanes de ‘emberenjenamiento’ en esta época navideña, nacieron en un párrafo escrito que dice: “La meditación de la vida de Cristo por medio del silencio, la soledad y la renuncia a nosotros mismos no solamente se puede encontrar en los monasterios, sino en nuestra propia interioridad, por ello se requiere decisión para buscar en el silencio y en la vida cotidiana con sus afanes, la vida interior que ayude al encuentro consigo mismo y con Jesucristo”. Ya esta valorado.
Nada de lo dicho en el párrafo anterior lo he aplicado aún, pero, tras mi encuentro con el verbo de Cristo, me preparo para intentar empotrarme en una ermita concebida a mi manera en medio del mundanal ruido: serán pocos días, sí, pero abstraído de la inmarcesible coquetería de la tecnología, en solitario... Perdón, en solitario no: en compañía del Más Grande: El Todopoderoso, el Divino...
Por José Orellano
Y son muchísimas más las poderosas razones que me conducen a la entrevista con Cristo. Un par de ellas, que ondulamos en época de deseos —concretamente para mí mismo—, es Navidad, pero también es año de Jubileo, con mucho sentido espiritual, camino abierto por el Papa Francisco para que profundicemos nuestra relación con Dios Nuestro Ser Superior y con nuestros semejantes. Y porque, además, debemos aportar nuestra oración por el logro efectivo de la paz en este Año Santo de 2016, que exhorta a la conversión, gran oportunidad para alimentar la fe y “renovar el compromiso de ser un testimonio de Cristo”.
Pero hay una razón mucho más poderosa aún: creer —y vuelve y juegan las lecciones de
García Márquez— que puedo valorar con mi inteligencia, asimilar y calificar con mi moral lo que transmite el intermediario de la voz de Cristo, sin afanes de pretender o querer contextualizar todo esto en un hecho periodístico.
Y no es una contradicción. Son cavilaciones que deseo publicar, tras haber vivido la Divina Experiencia.
...
Es época de Navidad y tal pareciera que los colores vuelven a sus tonalidades reales con esplendor, las añoranzas afloran remolinadas en la mente, pero pudieran hacer más fuerte el momento, el título de una novela en ciernes golpea los sentidos —‘¿Para qué morirse después?... ¿Por qué no hacerlo hoy?’, novela en ciernes, digo: título apenas registrado— y la retrospectiva de una vida de seis decenios más un quinquenio, lo miro, deja muchas más satisfacciones, muchísimas más, que sinsabores. Y es que sin sinsabores el sabor de la vida sería uno solo y terminaría sabiendo a insípido. Y sí: a la final, ¡La vida sigue igual! Y continúa su marcha.
Y en medio de esas cavilaciones, el fuetazo verbal, en su representación gráfica de lo hablado: “¡Oh, locos y duros de corazón, los que tan profundamente sepultados están en lo terrenal, que nada gustan sino de las cosas carnales! Pero al final sentirán gravemente cuán vil y nada fue lo que amaron...”.
Ante Cristo, la Verdad Revelada, capto lo que puedo y trato de transcribirlo para metérmelo alma adentro: “Todo tu deseo se levantaba a lo duradero e invisible, para que el amor a las cosas perecederas no los arrastrara a las cosas viles. No pierdas, hermano, la confianza de progresar en las cosas espirituales. Aún tienes tiempo y ocasión”.
“Hijo”, dice Cristo: “aun te conviene aprender muchas cosas que no has aprendido bien...”.
—¿Qué cosas son estas, Señor? —se le pregunta al Todopoderoso.
“Que pongas tu deseo totalmente en mi voluntad y no te ames a ti mismo, sino que tengas verdadero celo por cumplir lo que a mí me agrada. Los deseos te estimulan muchas veces y te empujan a actuar con vehemencia; pero considera si te mueves más por mi honra o por tu provecho. Si soy yo la causa de tus acciones, te contentarás con cualquier resultado, pero si tienes algo escondido de amor propio, eso será lo que te entorpecerá y detendrá”.
Está diciéndome, pues, que no confíe demasiado en mi deseo primario, sino que de antemano se lo consulte a Él. ¿Por qué no intentarlo? A la postre, muchas veces conviene reprimir el ímpetu...
“Aun en las buenas decisiones y deseos...”
—¿O sea que está insinuando un examen de uno mismo?
En efecto. “No debemos confiar en nuestras fuerzas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción. Hay poca luz en nosotros y pronto la perderemos por nuestra negligencia. Y muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en nuestro espíritu”.
Y no le falta razón al verbo y lo admito: muchas veces obramos mal y nos disculpamos, pero lo hacemos peor. “A veces nos mueve la pasión, y pensamos que es fervor”, dice Cristo y se involucra: “Reprendemos en los otros las cosas pequeñas, y pasamos las graves si son nuestras”.
Dentro de la Experiencia Divina que he vivido, voy a retomar frases de hondo contenido: “Nunca serás un hombre recogido y devoto si no callas las cosas ajenas y te dedicas a mirarte a ti mismo... Si del todo te ocupas de Dios y de ti, poco te importará lo que sientas afuera... Solo Dios, Eterno e Inmenso —que todo lo llena, gozo del alma—, es la alegría verdadera del corazón y el descanso del espíritu”.
Ah, la palabra de Dios taladrando la percepción de mi naturaleza humana. Y tenía que conducir su palabra hacia la tolerancia de los defectos ajenos. Y es que... ¡así tiene que ser...!
“Estudia y aprende a sufrir con paciencia los defectos y debilidades de los demás”, recomienda.... “Tú también tienes mucho que los demás deben soportar. Si no alcanzas a ser lo que deseas, ¿cómo quieres tener a otros a la medida de tus propios deseos? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no corregimos los defectos propios”, puntualiza.
Y es que así está ordenado desde siempre: “Aprendamos a llevar recíprocamente nuestras cargas”, precisa Gálatas 6,2.
Ir abriendo entendimiento ante las palabras Divinas es experiencia hermosa, tal como la recomendación de que “no hay que desanimarse demasiado si se cometen algunas faltas”.
“Hijo”, enfatiza Cristo, “me agradan más la humildad y la paciencia en la adversidad que el consuelo y la devoción en la prosperidad”.
Y entonces, pregunta de Él mismo: “¿Por qué te entristece una pequeña cosa que se diga contra ti?”
Y entre infinidad de expresiones, un trozo de respuesta: “Aparta las penas como mejor puedas de tu corazón y si llegan a tocarte, no te desanimes ni te dejes abatir por mucho tiempo. Sufre con paciencia si no puedes hacerlo con alegría”.
Y entre todo eso, una dosis de aliento: “¡Ten buen ánimo!” y la invitación a prepararse para cosas mayores. “Aunque te veas muchas veces atribulado o gravemente tentado, no creas que por eso todo está perdido... Yo soy el que levanta con entera salud a los que lloran, y a los que reconocen su fragilidad los elevo a las alturas de mi divinidad”.
En estado de conservación “excepcional” ha sido encontrada en Oxirrinco, Egipto, una pintura de Cristo dentro de una construcción subterránea de 8 metros de largo y 3,75 metros de profundidad, que sirvió como tumba en el período romano-copto. Sin saber con exactitud en qué año específico fue pintada, científicos de la Sociedad Catalana de Egiptología y de la Universidad de Barcelona, aseguran que se trata de la obra más antigua de este tipo hasta ahora. “Las paredes están recubiertas con cinco o seis capas de pintura, la última correspondiente a la época copta de los primeros cristianos”, dijo Josep Padró, líder de los arqueólogos y quien asegura que la cripta pertenecía a un escribano noble de 16 años. “La pintura corresponde a la figura de un hombre joven, con el pelo rizado, vestido con una túnica y con la mano alzada, como si se rindiera”.
La última
de Cristo
Estoy leyendo, al estilo saltamontes —un brinco por aquí, el otro por el más allá, uno más por acullá, sin un rumbo fijo—, el libro ‘La imitación de Cristo’, que ha sido el canal de la Experiencia Divina que he vivido las últimas semanas. Ha sido un obsequio de mi hermana Evelina y me está ‘obligando’ a un sacudón interior. Me menea el alma, me exacerba los recuerdos y me lleva a recrear mentalmente aquellos momentos en que hubo en mi existencia unos Doce Pasos y unas Doce Tradiciones y una Oración que ayudaron a forjar una forma de vida menos azarosa a la que llevaba 25 años atrás.
Un giro existencial que me condujo, entre otras cosas, a salir del alcohol y sus juguetes complementarios y hasta me obligó a hastiarme del cigarrillo, luego de haber fumado ¡durante 45 años!
En medio de este estado espiritual en que he podido concentrarme, hoy preciso aquella oración, la de ‘La serenidad’, del teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr, que dice “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”... Que hasta ahí la rezamos, porque en su forma total agrega que “viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz; pidiendo, como lo hizo Dios, en este mundo pecador tal y como es, y no como me gustaría que fuera; creyendo que Tú harás que todas las cosas estén bien si yo me entrego a Tu voluntad; de modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida e increíblemente feliz Contigo en la siguiente. Amen.”
Me intriga la obra en su totalidad: 15 centímetros de alto por 10 de ancho, 312 paginas de lectura, al margen del índice, editada por Librerías Paulina y de la autoría del beato Tomás de Kempis, canónigo agustino del siglo VI: ‘La imitación de Cristo’, obra de devoción cristiana, el libro que más ediciones ha tenido después de la Biblia: más de 3.100 ediciones, el ‘consentido de los libros’ en los más diversos tamaños e idiomas del mundo: fue redactado para la vida espiritual de monjes y frailes y su primera edición salió en 1472, veinte años antes del descubrimiento de América. Importantes autores de espiritualidad cristiana le han dado gran relieve.
Me intriga el libro, porque ha sido capaz de hacerme decir, no solo interiormente sino también a viva voz —, sí, como estoy haciéndolo ahora—: “Señor, bendita sea tu palabra, dulce para mi boca ‘más que la miel y el panal’, tal como lo registra el salmo 18,11.
Este último mes ha sido de prueba. Había comenzado a escribir, entre tribulaciones y angustias existencialistas, algo que se titule ‘¿Para qué morirse después?... ¿Por qué no hacerlo hoy?’ y en una atolondrada búsqueda de palabras balsámicas para darle comienzo al desarrollo de la obra, hube de recordar la cuelga que me hizo llegar Evelina desde Soledad, Atlántico, para que estuviera en mis manos, ooportunamente, el 7 de noviembre pasado: ‘La imitación de Cristo’ —acompañado de un hermoso rosario de plata— y al comezar a leerlo, aunque, lo reitero, al estilo saltamontes, comencé a sentir alivios para el alma, pa’Dios...
Y el libro me llevó también a hacer coro de las palabras “¿Qué haría yo en tantas tribulaciones y angustias si Tú no me animaras con tus santas palabras, Señor Cristo?”.
Esa ha sido mi Experiencia Divina, y por eso me preparo para mi entrevista con Él. En meditación, en silencio —en un ‘ermitañismo integral’, como he llamado lo que me he propuesto hacer—, aspiro realizar retiros espirituales, en medio de mi encuentro con Jesús. Aspiro decirle, tratando de caminar el puente de la salvación, que nada ha de importame lo que habré padecido. Le rogaré incluso para que me dé buen fin: una dulce partida de este mundo.
“Acuérdate de mí, Dios mío, y guíame por camino derecho hacia tu reino”, que eso rezaré sin falsas vergüenzas, pleno, lleno de espiritualidad, en mi entrevista con Cristo.
No lo veré, pero, estoy segurísimo de ello, ¡sí lo sentiré!
Foto httpwww.mirartegaleria.com
‘La imitación de Cristo’, puente que lleva a una Experiencia Espiritual.