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Gabriel García Márquez dijo que “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Y yo lo que pretendo es mecerme en la hamaca de los recuerdos, curucutear los relicarios de las reminis-cencias, zarandear las telarañas de las nostalgias, desem-polvar los anaqueles de las anécdotas, auscultar mi cora-zón eternamente enamorado del amor —que también de 

algunas soledeñas, ellas siempre bellas—, hojear el catá-logo de amigos conterráneos a lo largo de los diversos pe-

Por José Orellano

riodos de mi vida transcurridos en Soledad, evocar más de lo bueno que de lo malo y lo feo y escribir y escribir y escribir a ver qué carajada ha de resultar para este parto semanal que se conoce como El Muelle Caribe... (JO)

De Cocosolo,
la Fepafasol y
la buchácara...

Soledad

El pasado debe tener el valor de los recuerdos y el futuro el valor de la esperanza...

(Del ciber amigo poeta chileno Emiliano Pintos)

pasado, recuerdos, esperanza...

Alfredo y Omar Emilio Miranda Miranda, mis conterráneos, uno condiscípulo, los dos llaverías desde

siempre, guardan relicarios cargados de preciosas piedras de recordación.

Y como también  me lo han anunciado Ramiro Balza Villarreal, David Barceló Thomas y Aristides

Nicolás Donado Martínez —todos los involucrados, genuinamente soledeños—, tanto Alfredo, que prefiere que se le llame ‘Cacique’, como Omar Emilio, aportarán, para estos relatos, perlas evocativas cultivadas durante el transcurrir, día a día, de un buen número de calendarios, provechosamente deshojados.

Alfredo ‘Cacique’ y Omar Emilio Miranda Miranda, parte de las fuentes que enriquece este seriado evocativo. 

Pero antes de enrutar en esta crónica los

datos suministrados por las corresponsalías de ‘Cacique’ y Omar Emilio y una vez revisadas las ‘trampas de la memoria’, debo hacer ciertas precisiones —a esta hora: 11:13 a. m. del 04/09/2016, cuando comienzo a escribir la presente entrega—. Pues bien, al haberme refe-rido a nuestra familiar ‘trashumancia habitacional’ expuesta en la anterior entrega, olvidé la estan-cia de casi dos años en una esquina de la calle de ‘La pobreza’: la casa de tía María, puertas y más puertas hacia la calle y la carrera, frente a la tienda de Ubaldo Reales, en la carrera 22, y en diagonal con la residencia de quien fuera cono-cido como ‘El poeta de los negros’: Francisco Bolaños, amigo de papá y quien me condujera, durante algunos meses, por las prácticas del

lamento poético-musical afro (Después, ocho… nueve años después, siendo estudiante de la Universidad Autónoma del Caribe, pondría en ejercicio aquellas enseñanzas: había desempolvado un ‘poema’ escrito por mí bajo ‘cánones’ del género poético africano y lo interpreté en un concurso que se cumplió en Malambo y al cual había sido invitado por la condiscípula universitaria Isabel Suárez, con quien ensayábamos ‘dúo intelectual’, pero, la verdad, la intelectualidad no era mi fuerte. Eso sí, aquella mañana de domingo, ganaría, yo había de ganar, con el soporte percusionista de otro amigazo, Hernando Silvera Bentham o algo así, hijo adoptivo de Soledad, procedente de Bolívar, y quien había de acompañarme con un ‘llamadó, instrumento que era largamente atesorado por don Francisco Javier Orellano Hernández, papá. El premio: una toalla

gigantesca, blanca, fina, de alta calidad y de marca, y con la cual había de secar, tras el baño diario, mi cuerpo desnudo por laaaargos años).

¡Ah!, las ‘trampas de la memoria’: ¡imperdonable!...

Imperdonable, sí, porque, a la postre, durante el tránsito por

la segunda de las tres casas que habitamos en la calle de ‘La pobreza’, di mi primer beso a otros labios, labios de niña-mujer, evocativamente tiernos, hasta entonces intocados, tanto los de ella como los míos, beso tierno: Margara L., 12, 13 años, mientras bailábamos el baile infantil de Carnaval que se realizaba en la caseta que se montaba en el solar desocupado el resto del año, al lado de aquella casa-esquina. Sin hablarnos, solo mirándonos a los ojos, sumergiéndonos en ellos, bailando, a esa edad, mariposas en el estómago, uno adherido a la otra, la otra adherida a uno, mientras acercábamos rostros, frente a frente, lentamente, hasta que la dulce humedad se fusionó. Mi primer amor, amor de

estudiante, amor de verano —hace más de medio siglo que… “ya se terminó”, como se lamenta Roberto Jordán—: era febrero o marzo, ¡qué sé yo!, en todo caso para esa época no llovía.

¡Imperdonable!, sí… Había olvidado, en ese segundo relato, recreando el pasaje de nuestro ‘noma-

dismo municipal’, la casa que me permitió conocer mi primer amor correspondido, quizá escapando, desde el inconsciente, el subconsciente o ex profeso, al enredo evocativo de las telarañas emocionales de mis primeros amores platónicos: las MM... Me pregunto: ¿Qué será de Margara L.? ¿Su edad hoy? 65 o 66 años. ¡No más!

Y bien: con fecha 29 de agosto, Cacique Miranda comienza diciendo (mensaje editado solo para

unificar criterios de presentación gráfica del texto), vía Facebook:

Hoy, las 06:40 AM, leí la segunda parte de la crónica sobre Soledad, ‘El terruño que ‘me vio nacer’. 

Tanto en la primera como en la segunda parte se siente un análisis de regresión psicológica evocando todas las vivencias de la niñez, infancia y adolescencia de su vida, desde su interior... Esperamos con ansiedad y vehemencia las siguientes y subsiguientes ediciones por publicaciones.

Gracias, muchas gracias por tu opinión, he de interrumpir a ‘Cacique’ Miranda, para dejarlo

continuar:

—En la sección de la ‘Topominia con historia o leyenda’, faltó resaltar: . La calle Cocosolo (calle 21)

en arena, en donde en los tiempos de la no tenencia del servicio de agua se tomaba esta de una pila (pileta), calle en medio; se corrían las carreras de caballo, se adornaba y decoraba en Navidad y Carnaval, otrora ‘Calle de la alegría’ y el epicentro de las actividades municipales, por su gran extensión. ‘Calle del renacimiento’, aquí nació la Federación de Padres de Familia de Soledad, integrada por José Encarnación Miranda Castro, Catalino Montero, Pedro Cervantes, Francisco Orellano, entre otros; quienes con sus escritos a mano alzada, dirigidos a los ministerios de Educación, por medio de sus embajadas, a los distintos países, solicitaron libros para fundar la biblioteca Melchor Caro, cuya finalidad era una exigencia de la

secretaria de Educación Departamen-tal para extenderle al Codesol la ca-tegoría, extenderle los cursos de 5° y 6° grados y poder graduar a sus alumnos, ya que la mayoría termina-ba en el Codeba. Tal gestión se ma-terializó y con visión social de servi-cio, sirvió para fundar el Colegio Fe-menino de Bachillerato ‘Dolores María Ucrós’, pese a que esta familia era (fue) muy contradictoria ideológi-camente con la visión y misión de desarrollo de la Federación, por no referirme a mi padre… 2°. La carrera 25, tránsito de estudiantes del colegio Salcedo o Alejandro M. Rosales. Allí, en dicha carrera, en casa del señor Catalino Montero, funcionó la Biblioteca Melchor Caro… Hoy en día solo existe la placa.

Y anoto: me faltó mencionar,

en mi recorrido por aquellas calles polvorientas donde quedaron jirones de piel y uñas enteras por andar corriendo, descamisado y a ‘pie pelao’, detrás de una bola’e trapo, la calle de ‘La Esperanza’ —linda topo-

Puerta de acceso al colegio de Bachillerato Femenino de Soledad ‘Dolores María Ucrós —nombre que honra la memoria de una distinguida educadora soledeña—: un logro, en otrora, de la Federación de Padres de Familia de Soledad. Fue creado mediante la Ordenanza N°. 98 de Diciembre de 1960. ¡Hace 56 años!

nimia, amplia para la bola’e trapo— y nombres, dentro del fútbol soledeño, como los de Venancio Pacheco, Aquileo Ferrer, Plinio Ortega y Jairo Racedo, jugador del Junior, que su papá también fue miembro de la Fe-deración Municipal de Padres de Familia de Soledad, Alberto Racedo, como lo fueron José M. Palma, José

V. Paternina, Julio Acosta y… una pléyade de padres-padres que, con autorización de los propios, tenían licencia para vigilarnos, libertad para reprendernos cuando nos descubrieran en travesuras callejeras y, finalmen-te, no hay duda de ello, ayudaron a enderezar caminos que podían torcerse en nuestro andar niñez-adolescencia-juventud. Sus regaños los asumíamos como si vinieran de papá y no nos atrevíamos a decir ni ‘mú’… ¡Uf!, y cuan-do estaban reunidos esos señores mayores y uno, tirándosela de pendejo, se acomodaba por ahí para escuchar ‘conversaciones de grandes’, bas-taba una mirada de padre para que se diera la retirada al patio o a otros aposentos a ‘freir micos’, como apuntaba, certera, doña Evelina Dolores Niebles Monsalvo, madre.

En efecto, la biblioteca Melchor Caro funcionó en la casa de Catalino

Montero Ferrer por un tiempo, porque después tuvo sede propia, al lado del teatro Olimpia, un caserón logrado por la enjundia de los miembros de Fepafasol y el cual se muestra en la ilustración en portada… Esa casa estuvo casi abandonada después —y por largos años de deterioro—, desde cuando la Federación comenzó a extinguirse por física y natural sustracción de materia. Recuperada por el Municipio, allí funciona hoy un punto ‘Vive Digital’.  

Época de tres soledeños en Junior: arriba, Jairo Racedo y Félix ‘Sapito’ Santiago y, abajo, Arturo Segovia, a la derecha, al lado de Julio Curvelo.

Ha mencionado ‘Cacique’ a dos personas que se ligan a una experiencia, no tan agradable, de mi

crecimiento: papá no me exoneraba de participar en actos cívicos desde cuando recité ‘Quiero ser diputado’, de autor anónimo, en la entrega de boletines finales de uno de los cuatro grados que cursé en el colegio Salcedo —eran actos muy especiales—: desde entonces se le dio a mi progenitor por hacer que me inscri-bieran como declamador en diversas fechas luctuosas o patrióticas o paganas o religiosas… Esas personas mencionadas por ‘Cacique’ son Pedro Cervantes, quien cultivaba la poesía, y Dolores María Ucrós, con cuyo nombre se bautizó el bachillerato femenino. Pues bien: se cumplía, 11 de diciembre, un aniversario del fallecimiento de ‘doña Lola’ y papá no me eximió de mi presentación como declamador de un poema del señor Cervantes. El acto se llevaba a cabo en la plaza del Cementerio Viejo, en los bajos del ajedrezado tanque elevado de Acuatlansa y así sería:

Fue Dolores Ucrós un nombre ejemplo,

consagrando su vida al magisterio

y fue su vida de virtud un templo,

once de diciembre infausto día…

once de diciembre infausto día…

once de diciembre infausto día…

once de diciembre infausto día…

Era como ‘un disco rayao’. Había de olvidárseme el resto del poema luctuoso ante un sitio abarro-

tado de soledeños, con presencia de autoridades civiles, eclesiásticas y militares, porque Dolores María

Ucrós —venerable educadora, crema y nata de la sociedad soledeña, con residencia en los entornos sociales de la plaza principal, alrededores de la iglesia de San Antonio de Padua— pertenecía a la familia de Perucho Ucrós, líder político del partido Conservador y dueño del teatro Olimpia; de Federico, del abogado José de Dios y de Diógenes Ucrós, la ascendencia del hoy diputado Federico Ucrós.

Ya yo estudiaba en el Codesol y se imaginarán ustedes ‘la talla’ de los días subsiguientes… Hoy recreo

ese pasaje no solo como una amarga experiencia sino, más de medio siglo después, como si siguiera sintiendo un cierto hilillo de alegría recorriéndome los huesos, la médula, las neuronas: fue cura contra los afanes de papá de que yo fuera protagonista de esos actos, que incluyeron también fechas de la Fepafasol, una de sus tantas ‘causas’ cívicas, que yo pa’eso sí que ‘nanay cucas’: ‘Los bobales’ de Cepeda Samudio resultaron siendo el mejor antídoto contra la posibilidad de un civismo por allá escondido.

Y si mal no estoy, la casa donde nació Fepafasol en la calle Cocosolo fue la de un señor de apellido

Orozco —ascendente de la directora del Nuevo Colegio El Prado en Barranquilla, Manuelita Orozco—, en ese sector donde tenían su pleno arraigo los Cervantes, mismos de Arnulfo y de Ángel. Y apostaría a que, entre ellos, un Arquímedes.

Y viene ahora la inclusión de una corresponsalía de Omar Emilio, travieso en épocas juveniles y

excelso jugador de billar y buchácara, concretamente en el ‘Rey soy’, guarida estudiantil para ‘echarnos la leva’ —‘capar clases’, dicen por acá los cachacos—, sí: escaparnos de clases especialmente la de Español,

Teatro Olimpia, detrás suyo el caserón que sirvió durante varios años como sede de la biblioteca Melchor Caro, y una evocación del entorno del Mercado Público de Soledad, desayunadero de parranderos.

que el profesor Escorcia no tenía química con el alumnado para transmitir su sapiencia, a prueba de cual-quier cuestionamiento sobre el idioma, que otra cosa era esa cátedra expuesta y hecha practica inmediata-mente bajo la dinámica del licenciado Abelardo Fernández Padilla. En las mesas del ‘Rey soy’, y más des-pués en las de la ‘American Bar’, Omar Emilio se gastaba un estilo que, a pesar de aquella plasticidad ciento por ciento masculina, toda una genial actuación espontánea, en su ‘caminao’, en la forma de coger el taco, en su estilo para la filigrana de los dedos por donde rodaba el taco directo hacia la bola atacadora, nos ‘emputaba’ y, entonces, no lo bajábamos de ‘hazañoso’.

Nunca  pude ganarle a Omar Emilio, así me

diera una buena cantidad de ‘tantos’ de ventaja —los ‘tantos’: puntos marcados en el fichero colgante, an-tes de comenzar el juego—. Ni en billar bola a bola, ni en billar a dos o tres bandas ni en ‘buchácara’ o billar-pool, pude hacerle sombra alguna vez... Él era un ‘tigre’ y yo el ‘marrano’, términos para establecer

jerarquías en estos juegos.

Alcahueteados por Efraín Orozco, el compo-

sitor de ‘El mochilón’ —“alumbra luna, alumbra luna, alumbra luna, que ya me voy pala montaña… Llevo en mi mochilón, café y panela y mi corazón

En billar bola a bola, en billar a dos o tres bandas,

en ‘buchácara’ o billar-pool, Omar Emilio era un ‘tigre’. 

pa’Micaela’—, Efraín era el mandamás en el ‘Rey soy’, y fustigados por Juancho y Germán ‘Pototo’ Domín-guez, sus sobrinos, pasábamos horas y horas en ese estadero estudiantil, donde también me gané algunos pesos fungiendo de ‘coimer’, derivado de coima, que es el ‘billuyo’ que recibe el garitero: cobraba, ponía las bolas sobre la mesa, estaba pendiente de que nunca faltara la tiza para evitar la encasquillada y el polvo para hacer más fácil el tránsito del taco entre el pulgar, el índice y el corazón… Y me pagaban por eso...

Los estupendos amigos Miranda, son así: “Hoy viendo fotos donde mis tíos encontré esto en el baúl de los recuerdos. La súper abuela con todos sus hijos”, dice ‘Cacique’ y los presenta: De pie, Alfredo Luis, ‘Cacique’; Heberto Hernando (q.e.p.d), David José, Alberto Miguel, Israel Enrique, Jorge Isaac (q.e.p.d). Sentados: Elizabeth Betulia, Estela Isabel (madre), Paulina Esther (q.e.p.d), Lesbia Estela y Omar Emilio, ‘El Príncipe’.

En su corresponsalía, O- 

mar  Emilio viene ahora a pasearnos por el decenio de los 60 y 70 del siglo XX, cuando, dice, “el Carnaval de Soledad se centraban en las casetas ‘Ten con ten’, ‘La americana’ y ‘El Copey de oro’… El salón ‘Rey soy’ abría a las diez de la mañana domingo, lunes y martes de Carnaval. Los primeros en llegar: Paul Varelo, Boanerge Donado, Lucho Africano, los ‘Comearroz’, era una rumba sana… ¡Todo esto se acabó! ¡Lástima! ¡Qué tiempos aquellos! Seguidamente sale en el patio de la vieja Estela Miran-da el mejor baile de carnaval de Soledad: ‘Al amanecer nos vamos’: 34 años de tradición, con pura música vernácula de carnaval. Mientras Dios me tenga con vida, la tradición sigue. Abrazos”.

Y en otro mensaje, Omar Emilio nos precisa nombres de sitios que identificaban a Soledad: ‘El bufón’,

‘El Solista’, teatros Olimpia y Colón, ‘La cámara’, ‘El senado’ y como personaje típico señala a Eufrosina García, ‘La mona del Colón’, que así identificábamos a la gastrónoma natural del pueblo de nuestra etapa de crecimiento: ella, ‘La mona’, preparaba los mejores bistec del mundo: carne freída con tomate y cebolla en el punto exacto de la delicia, acompañado de bollo de yuca.

Al registro de sitios hecho por Omar Emilio, había que sumarle en lo que a teatros de cinematografía

atañe otros dos: ‘Zeus’ y ‘María Dolores’ —la del poema inconcluso un 11 de diciembre—, propiedad tam-bién de Perucho Ucrós, el político, el del teatro Olimpia y que nadie identificada como Pedro. Y también las casetas de carnaval ‘Oriental’ y ‘La cámara’, esta última en esa esquina del movimiento de la calle 18 con carrera 23, donde hoy está Av Villas, y que era sitio para jugar dominó y beber Ron Blanco. Refiriéndome a estos lares evoco las figuras de los extintos David Barceló Cuestas y Orlando De la Hoz Pérez, políglota, sie-te idiomas hablados con total dominio, escritor, rector del Codesol y mi padrino de confirmación. ¿Mi papá? Ese señor ¡se las sabía todas!

Y antes de contarnos una anécdota que involucra a Fabio Atilio Barceló Miranda, padre del condiscí-

pulo y exalcalde de Soledad Camilo Barceló Torres, ‘El Príncipe’ Omar Emilio puntualiza una inmancable costumbre de soledeño emparrandado y amanecido, pero, además, le incluye su toque lastimero: “Las amanecidas en el mercado… ¡cuando se podían hacer…!”. Allí se iba a desayunar con caldo de pescado y lisa frita... Desayuno para empalmar con otra parranda. 

Y viene lo anecdótico, precisamente con un personaje al que siempre admiré porque me enseñaron a

ubicarlo como periodista satírico: ‘El avispón verde’ era su seudónimo y la sátira, a veces tremendista, provo-caba urticaria en sectores políticos y de la alta sociedad soledeña. Siempre he creído, tal y como me lo inculcaron, que ‘El avispón verde’ era Fabio Atilio Barceló Miranda y lo tildaban de ‘pasquinero’… Y en torno

José Encarnación Miranda, de joven. Y a él, a su papá, ‘Cacique’, desde sus más de 66, le escribe: “Perdona a tus enemigos si los tuviste. Ruega por tus hermanos, tus amigos y por nosotros tus hijos que heredamos de ti no solo la carne viviente, sino todo tu espíritu cristiano, tu temple de hombre vertical e insobornable y tus virtudes acrisoladas”.

a él, la anécdota que nos presenta Omar Emilio es del siguiente tenor, pero antes debo  hacer una salvedad: si el vicepresidente Vargas Lleras gritó mondá en Ponedera, ¿por qué no admitirlo aquí? Y vámonos con Omar Emilio:

“Cuando Camilo estudiaba en el Salcedo, cualquier día venía Fabio

Atilio Barceló Miranda en un carro viejo, marca ‘Studebaker’, por la calle 17, y el tránsito lo mandó orillar. El agente le dice “este carro no puede estar en la calle”. —¿Por qué? —le pregunta Fabio. “Tiene una lámpara dañada”, le responde el uniformado. —O sea que si yo te saco un ojo no sales más a la calle —le espeta Fabio… El agente se echó a reír y le dijo: “Coja su mondá y… ¡lárguese!

Amplio espacio en esta entrega para los Miranda Miranda… Y en

ilustraciones, obvio, los Miranda en todo su conjunto… Que ya vendrán historias de Tito Baca, por Omar Emilio, y, al sentir que ese apellido Baca desempolva los anaqueles de las anécdotas, el cronista se ve precisado a anunciar, para la próxima entrega, un relato sobre un carcelazo a raíz

de un choque con un Baca… Y, además, extractos de los aportes de Ramiro Balza Villarreal, David Barceló Thomas y Aristides Nicolás Donado Martínez —aspiro que no me fallen—, más lo que siga mandando ‘Cacique’, cuya foto ilustrativa me hace evocar la imagen de José Encarnación, el padre de ellos, cuando alternaba puntos de vista con los de papá. ¡Y vayan ustedes a imaginarse lo encarnizado, siempre con palabras, de aquellos debates! Horas y horas discutiendo y, a la final, estre-chón de manos, abrazos, golpecitos en la es-palda y… ¡hasta la próxima!

Continuará

Francisco Orellano H:

debate puro con José Encarnación Miranda.

A Edgardo Aguirre Guzmán, primer motor para el arranque de estos relatos...

Evocaciones sobre el terruño que “me vio nacer”

III parte

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