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Herencia ancestral

¡Sobrada!

Fue soberana de principio a fin, así Joselito la hubiera dejado —el último día de su mandato— no viuda, sino vestida, plantada y alborotada. Que tal ‘impasse’ no había de hacerle perder su compostura. Ni su desbordante alegría por el resto del ‘nefasto’ día, 9 de febrero de 2016.

Por El Monje

Eso fue lo que fue

arcela

M

Había de ser una reina muy genuina —incluso ‘loca’, como la Juana de Castilla— y, por eso, su Carnaval había de ser diferente.

En su imperio mandó, literalmente mandó. Y es que con ese propósito había sido ungida como reina.

No es que tuviera afanes de atornillarse en su trono, ¡ni más faltaba!, pero desde esa dignidad, Marcela García Caballero había de imponer su criterio, lo que le dictaba su conciencia de ‘heredera ancestral’ de un jolgorio clave en la riqueza del patrimonio cultural —oral e inmaterial— de una Barranquilla que ahora es ‘Capital de vida’.

La diferencia entre este Carnaval edición del 2016 y los demás, los de atrás, la implantó su majestad Marcela ‘La loca’, ‘La loca’ desaforada de la Guacherna, desde el mismísimo instante en que comunicó a su pueblo —Marcela, que es comunicadora social— que ella misma se escribiría su ‘bando’, la tradicional proclama que este año había de hacerse pública en dos puntos distantes y alternos de la Barranquilla de hoy: la Plaza de la Paz y el parqueadero del estadio Metropolitano.

¡Ah!, el Bando del Carnaval, elemento fundamental para la oficialización anual —mediante su lectura— del desorden generalizado y el desarrollo puntual de las carnestolendas y que, en otrora, era escrito por un tercero, que muchísimas fueron las veces que lo hizo ‘El cabo’. Ella quería, desde su herencia ancestral, vivir su propia gozadera y contagiar del ‘mal’ de la gozadera a todo su vasto imperio barranquillero. ¡Y lo logró! En efecto, su carnaval fue ¡un contagio total de gozadera, sin remedio para pararlo!

Y es que el Carnaval de 2016 fue diferente hasta en el ritual del martes, último día del jolgorio colectivo, ante la muerte de Joselito tras su efímera existencia de solo tres días de “horas intensas, llenos sus minutos de una locura deliciosa”, como había de escribirlo Álvaro Cepeda Samudio.

Y dándole aceptación literal a aquello de que la muerte de Joselito “no encierra esa tristeza de las muertes definitivas, porque todos sabemos que habrá de resucitar, y nuevamente su estrafalaria figura invadirá la ciudad” —como relataba hace más de 40 años Cepeda Samudio—, Marcela cambió la tradición. Y si antes hubo reinas ‘viudas’ y lloronas, en su mandato no había razón para repetirlo. Y prefirió, muy digna, con la frente en alto, pasar como mujer a la que dejaron plantada y alborotada, pero sin lloriqueos prolongados sino más animada para las horas finales. No hubo traje negro sino blanco, con velo incluido, de novia incólume en medio del zafarrancho. Y es que ella sabe que el año entrante, “en una fecha que salta en el almanaque de un mes a otro, porque la alegría y frivolidad que lleva en sí no la deja estar quieta”, Joselito resucitará, “vestido de mil colores y disfrazado con todos los disfraces ante los

gritos jubilosos de todos los barranquilleros”, y vuelve y juega Cepeda Samudio.

Y aunque por normatividad había que creer que ‘la soberanía reside en el pueblo’, que es ‘gobierno propio de un pueblo’, en Marcela no jugó aquello de que ‘el pueblo es superior a sus dirigentes’ y cuando había que pararle el macho al pueblo, había de hacerlo sin temores ni resquemores.

“¡Que se muerdan el codo!”, fue el arma que esgrimió desde su dialéctica gozona y con tan picante expresión de la cultura barranquillera, mandó pa’l carajo a aquella mínima porción del pueblo, ni tan del pueblo, que en redes ‘sociales’ la matoneó por su ‘bailao’ diferente —en fallido intento de destrozarla anímicamente—, porque ella había decidido salirse de los moldes y fusionar tradición y modernidad y robotizar los pases de la cumbia y de todo aquello que fuere susceptible de bailar. Y es que, no hay duda, verdad de Perogrullo, ‘los tiempos cambian’. Marcela mandó pa’l carajo a sus ‘matoneadores’ y siguió haciendo lo que se le diera la gana en beneficio del brillo de las fiestas. Y ella resplandeció.

Fue incansable la reina de las recientes carnestolendas barranquilleras. Y a sus pies nos postramos como incorregibles súbditos suyos al paso de su magistral carroza en la Batalla de Flores, nuestro principal afán de cubrimiento al volver a hacer presencia —tras doce años de ausencia— en el Carnaval de Barranquilla.

Desde el pavimento del ‘Cumbiodromo’ —la Vía 40 vuelta como tal para los cuatro días del parrandón multicolor barranquillero—, bajo un sol que achicharraba cualquier pelambre ensortijada en ‘afro cano’ y mientras tratábamos de tomarle las mejores fotografías a su espectacular actuación itinerante, disfrutamos a Marcela incluso cuando comunicó desde lo más profundo de su alma fiestera la capacidad de animación que cargaba para transmitirla a las decenas de miles de espectadores que colmaron palcos y bordillos con el propósito de palparla a ella en su vestido ‘Macondo’ sobre su rodante ‘Realismo mágico’: cualquier cantidad de miles de flores a los pies de una soberana que jamás dejó de bailar, mientras que —en medio del avance cronológicamente preciso de los cinco módulos en que fue dividido el desfile—, a gritos destemplados se dejaba escuchar amplificada y modulada: “¡Gracias Barranquilla por entregarme tu corazón!”... “¡Viva el Carnaval de Barranquilla!”... “¿Dónde están las mujeres?”... “¿Dónde están los cachacos?”... “¿Dónde están los junioristas?”... “¡Quien lo vive es quien lo goza!”... “¡Esto es una sola gozadera!”...

Fueron gritos que correspondían, no hay duda, al mundo de gozadera en que se había zambullido Marcela y, con ella, centenares de miles de barranquilleros y visitantes. Sin embargo, para mí, a aquel ‘Realismo mágico’, a la carroza de Marcela García Caballero en la Batalla de Flores, le quedó faltando una presencia ‘arrebatamachos’: la flor de la cayena, en su genuino rojo pasión. Lo cual —ni más faltaba— no opaca en lo más mínimo el gran trabajo creativo del diseñador Henry Alvear y del constructor Orlando Pertuz.

Y la gran verdad: un Carnaval con más de 774 grupos folclóricos y disfraces para un gran total de 25 mil hacedores participando, “con ímpetu y gran compromiso” en los numerosos actos que se ofrecieron y se cumplieron durante la pretemporada y los cuatro días de Carnaval.

Adonde la programación oficial del Carnaval —y hasta la no oficial—requiriera la presencia de Marcela, ella siempre estuvo muy sobrada: Gran Parada de Tradición, Gran Desfile del Rey Momo, Festival de Comedias, Gran Parada de Comparsas, Festival de Orquestas, Festival de Tradición, Joselito se va con las cenizas, al norte-al sur, al este-al oeste. Por eso la directora de Carnaval Barranquilla S. A., la artista plástica Carla Celia Martínez Aparicio, no enfrentó duda alguna al precisar que “tuvimos una reina sensacional que se metió en el corazón de la gente”.

En asocio con Carnaval Barranquilla S. A. y el rey momo Lisandro Polo Rodríguez y cada uno de los piñones para el engranaje organizativo del Carnaval, Marcela había de encabezar a favor de su imperio la activación de escenarios “cargados de tradición y música folclórica” —y lo hizo—, como por ejemplo la Plaza de la Paz y el parqueadero del Estadio Metropolitano, en los cuales se dividió la lectura de un bando escrito por ella misma.

Carla Celia y Marcela García Caballero han de dar, ahora y por siempre, un parte positivo: se cumplieron las directrices propuestas por el Plan Especial de Salvaguarda del Carnaval de Barranquilla aprobado por el Ministerio de Cultura, comprometido con la sostenibilidad cultural de la fiesta: exaltación de las manifestaciones folclóricas y musicales, participación e integración e implementación de un modelo de marketing cultural, cuyo reflejo quedará para siempre en los memoriales y el registro mediático de los principales certámenes de esta herencia ancestral.

Ellas dos, y Polo Rodríguez también, podrán decir que “este año se hicieron muchos cambios y fue una apuesta muy grande”.

El éxito fue rotundo, obvio resultado de un trabajo en equipo: adelantado para ofrecer a Barranquilla una celebración “buena de principio a fin”. Y que tuvo en Marcela —hija de la exreina del Carnaval Mireya Caballero— herencia ancestral. Que eso fue lo que fue Marcela en este Carnaval.

La gozadera de Marcela contagió a grandes y chicos, a propios y foraneos...

La reina fue sensacional, se metió en el corazón de la gente, sin distingo.

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