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Historias de Arturo López Viñas

en Colombia

Xavier Cugat con la bella vedette Aby Lanne, como asistentes a una corrida de toros. La gran oportunidad de seguir echando para adelante tanto para avezados solistas como para improvisadores ajustados al régimen de jazz se dio en Barranquilla con la visita de la súper orquesta de Xavier Cugat, en los jardines del Hotel del Prado.

¡¿Y qué es el jazz?!

El jazz es un género de música en el cual el intérprete expone su modo de sentir, en profundidad, sus conocimientos creativos. Define el talento de improviser, que lo distingue del músico de estudio que está supeditado a la lectura de la organización estructural musical compleja que posee una determinada combinación de elementos genéticos.

Improvisar y transmitir el sentimiento creativo son los elementos importantes para un amante e intérprete del género del jazz.

Fue en 1923 cuando un club social de Barranquilla, elitista de alcurnia, se motivó para importar música diferente para una clase diferente a la de ellos: los que viajaban por el mundo y copiaban las extravagancias reinantes en las cortes europeas y, como siempre, el último grito de la alta costura (couture) con los bailes, algo diferente a lo formal, valses y minuettes, habaneras, torbellinos y pasillos.

El club ‘ABC’, en esa época el más respingado, nariz paraaa, contrató la orquesta de más popularidad en el vecino país del ismo que una vez fue parte del territorio colombiano y sí, ese año, 1923, para el Carnaval llegó y con ella se conoció la palabra JAZZ: ‘La Panamá Jazz Band’.

La influencia americana en la Zona del Canal había transculturado el género vernáculo hermanado con el folklore de lo que se apartó, de auello una vez fue parte del Chocó.

La Panamá Jazz Band cumplió con las exigencias de la sociedad diferente pero también se compenetró con la fraternidad de los músicos locales a quienes no les era permitido tocar sus ritmos autóctonos, los de composición tri-étnica: aborigen, europea y afroide: porros, cumbias y mapalés y, con la orquesta Panamá Jazz Band se popularizo la palabra JAZZ. Es más, el gran maestro italiano Pedro Biava en su paso por Panamá tocó con la Miramar Jazz Band en 1925. Hay que anotar que el maestro Biava sentó residencia en Barranquilla organizando las temporadas de ópera, la escuela de Bellas Artes y la orquesta Filarmónica de Barranquilla. Entre sus alumnos distinguidos se cuentan Pacho Galán, Nelson García, Adaulfo Moncada, Alejandro Barranco y el más libertino creador jazzista colombiano: Antonio María Peñaloza.

Pedro Biava Ramponi, después de viajar por las Américas, no pudo resistir los embates de Cupido y el amor por una doncella, hija del maestro Luis Felipe Sosa, quien lo cobijó en su estrato musical cuando empezaba a germinar y florecer el ambiente internacional con el pentagrama y el ritmo que se había conocido con los panameños que nos enseñaron el vocablo jazz: la influencia negra y europea de los descendientes esclavos de los delta del Missisipi y Lousiana, aquellos que vocalizaban sus penas y depresiones aun en  incruentas jornadas. Así nos dieron a conocer el canto individual e improvisado, nacido del estado de ánimo del negro en cautiverio. El blues, como fuente de inspiración, no solo dio fuerza al jazz sino también a la música Beat o Pop como el Rock.

Con la muerte del maestro Sosa en 1939, su orquesta seguidora de la lira internacional con influencia Americana dio nacimiento a la orquesta que impuso el ritmo y popularizó el repertorio mundial. Era la orquesta en residencia de la emisora que a través de las ondas hertzianas se hacía escuchar fuera de las fronteras patrias y así en 1940, en concordato con los músicos integrantes de la orquesta de Sosa, los dueños de la emisora patrocinaron la idea musical y ahora se llamaría Emisora Atlántico Jazz Band; Jazz, aunque realmente la banda orquestal interpretaba arreglos importados: ‘Stock charts’ que la Peer Music International en su afán por crear mercado le hacía llegar para su diffusion. Muy poco o nada de improvisar, aunque la calidad de los músicos era de estudio y gran calibre, estructurados en el régimen clasicista, lectores a primera vista pero parcos e indecisos en su talento creativo. Guido Perla, el sucesor en la dirección y trombonista de la orquesta, italiano también, curtido en el ambiente musical, supo llevar la hegemonía en la popularidad de la gran banda, querida por la audiencia local e internacional.

Cuando quien escribe estudió en el Conservatorio de Bellas Artes, fue el querido maestro Perla mi profesor de teoría y solfeo y mi alcahuete en mis primeros pinitos en las aventuras orquestales. Guido Perla apreció desde mi niñez, lo que él decía ‘talento innato’. Me apadrinaba las idas y venidas a la emisora cuyo pianista, su cuñado Luis Alfonso Meza, tremendo pianista con una técnica a lo Caballero, me aconsejaba e insinuaba que fuera serio en mis estudios de piano porque, según él, sería yo su sucesor. Yo era pro-bono, el percusionista y pianista sustituto… En las guarachas con solos de piano de Meza me instaba a guapear en el teclado con mi ritmo percutivo con sabor caribe de inquieto muchacho. Y para el obligado orquestal él se aprestaba a leer la intrincada partitura hasta el final.

Guido Perla, dado a sus obligaciones con la escuela de música y la filarmónica, decidió dejar la dirección orquestal en manos del maestro y gran amigo Pacho Galán (1948). La Jazz band, tenía excelentes músicos de atril, grandes cantantes y buena organización. Con la inclusión de estrellas jóvenes locales: Alex Acosta, ‘Muñecón’, y los importados Mario René, Rafael Flórez, Pedro Echemendía (cubano), Gilberto Arroyo (timbalito) y el gran maestro, mi compadre Marcus Gilkes.

El hotel del Prado contrataba los mejores eventos musicales de la cadena de hoteles internacionales afiliados en la cuenca del caribe. Uno de ellos, la súper orquesta de Cugat.

Con ellos se inició una mejor estructura de avezados solistas e improvisadores ajustados al régimen de jazz. Y llegó la gran oportunidad: la visita de la súper orquesta de Xavier Cugat, en los jardines del Hotel del Prado. Cugat con Aby Lanne, bella vedette y la Jazz Band con todas sus estrellas y la inclusión del ‘culicagao’ Mono López.

El hotel del Prado contrataba los mejores eventos musicales de la cadena de hoteles internacionales afiliados en la cuenca del caribe. En el Patio Andaluz, lugar exclusivo del ambiente social del hotel, presentaban lo más granado del entorno artístico en las Américas. Por allí pasaron Sarita Montiel, Pedro Vargas, Zoraida Marrero, Miguelito Valdez, Jorge Artel y el combo orquestal dirigido por el pianista Luis Bacaloff, en ese entonces casado con la sobrina del presidente Laureano Gómez.

La orquesta Jazz Band tocaba en la terraza tropical, en las empanadas bailables de los domingos y en Pradomar, hotel de veraneo en Puerto Colombia.

Con la muerte del eximio pianista Luis Alfonzo Meza, quien además era el discotecario y programador de la emisora, el ánimo de los integrantes de la orquesta y los propietarios de la emisora llegaron a su final y después de contratos ya adquiridos la gran Jazz Band silenció sus audiciones radiales con sus últimos compases de introducción y ‘Vámonos caminando’, con la versión de María la O”’ para tristeza de cautivos radioyentes.

Pacho Galán enrumbó pa’tierras paisas y allí presentó su composición original ‘¡Ay cosita linda!’, la más ejecutada obra musical de todos los tiempos con su nuevo ritmo el ‘merecumbé’.

Y empezó la desbandada emigrante de los grandes y los jazzcistas.

Para Bogotá incursionaron Mario René, Alex Acosta, Rafael ‘El pin’ Flórez, Wilfredo Cuao y Marcus Gilkes… Pedro Echemendía, Timbalito Arroyo y Juancho Vargas (pianista ) siguieron a Medellín.

Antes de partir para la nevera, a finales del 53 y 54, siglo XX, los antes mencionados del éxodo de la Jazz Band nos integramos en la orquesta  Almendra Tropical dirigida por Tito Sabal, tal vez la mejor orquesta conformada.

Y… por  malos resultados en mis estudios del colegio Biffi, mis padres resolvieron mi traslado a la Bogotá de otrora pero, interno y bajo la autoridad de la comunidad franciscana del Virrey Solís.

La Bogotá fría de antaño, de gabán y ruana, música rola, con las orquestas populares ‘Papa Bolívar’, Martínez Polit, el rey del bongo Pedrito Caicedo, pero empezaba a conocerse a la colonia costeña con su hora de Enrique Ariza y el conjunto de Alberto Ahumada Bonilla, los domingos, gran atracción pa’rumbear en aquella época cuando decían “mate a un costeño y haga patria”. No importa, ahora los rolos quieren ser costeños y asumieron costumbres y bailes y promovieron la parranda vallenata.

Con la llegada de las grandes estrellas del football (‘fuchibol’), mayoría argentines —Millonarios y Santa Fe importaron a Di estefano, Rossi, Pedernera,  Cozzi y muchos más—, también  llegaron excelentes músicos, quienes alegraban las noches sociales de los distintos clubes cuando había seguridad para salir y disfrutar de la nueva música que nos ofrecían los maestros a cargo del ambiente cultural y bohemio que popularizaron los centros de diversión: boites, grilles y estaderos.

Aunque mi vida de interno para conseguir el diploma de bachiller no me permitía la vida de músico y bohemia, ya yo traía experiencia y conocimientos del género en cuestión, el Jazz, ya que desde niño me colaba en los estudios de la emisora de mis primos Vasallo, ‘La voz de la patria’, cuando llegaban los acetatos de 16’ de la BBC y Voz de las Américas con las últimas producciones de las Big Bands americanas: Kenton, Joe Loco, Bassie, Ellintong, O’farril, Tito Puente, Cugat, Doris Day, Peggy Lee… Con ellos aprendí el repertorio de mi piano trio que amenizaba eventos sociales y clubes y el trio integrado por Justo Velázquez (bajo), padre biológico de Justo Almario, y Jaime Santamaría o Nicolás Cervantes, batería.

Terminado mi bachillerato (1957), Marcus Gilkes y el gang de la Jazz Band se habían apoderado, para ese entonces, de los post en los distintos clubes y restaurants capitalinos.

Marcus Gilkes en La Casbath, sitio que ofreció residencia para los hermanos Di Roma, Tico Pacifico, Set Rose Trio, José Chinio, Lorenzetti, Pepe García, Pedro Ibáñez, Plinio Córdoba, Peñaloza, Nelson Pinedo, Jimmy López, Henry Castro, Manricura, Feliz Guerrero.

Grill Europa: Bacaloff, Kurt Saligman (Mario Marin) Sidney Jirack, Benny Lopez, Lorencini.

Argentinos músicos destacados: Panzera, Juan Carruba, Walter Dennis Raúl Iriarte quien administro el Grill Colombia lo mismo que Luis Rovira, Lico Medina, Faty Montero, Di Santos, Talerita, Nadel.

Grill Miramar: Jesús Pinzón Urrea, Julio Arnedo, José Guerra, Ararat, Plinio Córdoba, Henry Castro, Jimmy López, Leonor González Mina, Armando Velázquez, Jimmy Salcedo, Juan Cabarcas. Mincho Anaya y Arty López en las vacaciones y ausencias de Jesús ‘Chucho’ Pinzón (pianista-director).

Estoy hablando en los años 50s y 60s, cuando los centros nocturnos estaban localizados en el sector céntrico de Bogotá que empezaba en el entorno del Hotel Tequendama y sus salones de eventos, restaurantes y grilles, con la presentación de orquestas y famosas luminarias del tinglado internacional.

Foto: bogota.cityseekr.com 

Turismo mundial que en esa época venia atraído por la ciudad con los cerros de Monserrate raspando las nubes con lloviznas casi a diario, compitiendo con el clima de la Big Ben de London Berry pero no, la Bogotá de antaño empezaba a progresar; la comunidad esnobista  rola recibía la cultura de inmigrantes que se percibía en las bellas artes, en la gastronomía, en las modas y, sobre todo, en los deportes con la aparición de las mejores escuelas de football: argentinos, brasileros y hasta húngaros que desfilaron por nuestros estadios para solaz y diversión y, también el deporte de los reyes que, con el 5 y 6 en el Hipódromo de Techo, promovía la música de los amantes de la hípica, otra vez degustada por la comunidad que se hacía presente con sus boîtes y grilles, churrasquerías y brincadeiras.

Cruzando el puente de la 26, frente al Hotel Tequendama, con sus residencias adheridas, podíamos acercarnos al emporio de sitios con atracciones musicales, bailables y rincones de jazz y los populares ‘elbow rooms’.

Aunque el hotel Tequendama mantenía su programación artística orquestal, el grill Colombia, con su amplio salón de baile, ofrecía la comodidad de atracciones con revistas importadas, solistas y orquestas de planta para el bailador en potencia.

Luis Rovira, el español con su orquesta aflamencada, deleitaba a la audiencia de seguidores y como solista en el clarinete se incursionaba en pasajes de improvisados movimientos de jazz.

En la administración del gaucho vocalista Raúl Iriarte, el grill Colombia fue centro de artistas de renombre: Podesta, Goyeneche, la variedad de Tango Apache, Ana Luisa Peluffo, Pedro Vargas y muchos más que hacían del famoso sitio de la 26 con Décima uno de los predilectos de la sociedad capitalina, ávida de la sana diversión y de rumbear al compass de las orquestas en residencia.

¿Y de Jazz qué ?

La palabra jazz se popularizo después de la visita de la pionera Panamá Jazz Band en 1923.

Jazz Band Lorduy, Jazz Band Bolívar en 1925; Eureka Jazz Band de Juan Adecherra; Adolfo Mejía quien comando la Lorduy Jazz Band.

En 1928 en Cartagena llegó la orquesta Hawaiana Jazz Band compuesta por músicos filipinos que impresionaron a la comunidad por la variedad de sus ritmos en los bailes de salón. De ellos se quedaron en la capital cartagenera Teófilo Tifón (violín & Sax ) y Ricardo González el baterista.

Santos Pérez y su Orquesta Rítmica Jazz Band.

Orquesta Ritmo Jazz Band de Francisco Cristancho y Alex Tovar, predilecta de la sociedad bogotana en el Hotel Granada con su crooner Jimmy López.

En duelo con la Orquesta Sosa de Barranquilla con la inclusión del genio

Antonio María Peñaloza, la orquesta bogotana de Cristancho y Tovar la

residente del Granada dio a conocer sus hits de Pachito e’ Che y Pascual del Vechio. Este encuentro musical con el enfrentamiento de genios pero reconocidos ‘locos’ —Peñaloza y Tovar—, sirvió para la contratación formal y la estadía del personaje muy querido en la costa por su composición de ‘Te olvidé’, tal vez uno de los pocos conocedores de la intrínseca armónica y rítmica de la estructura del jazz, eximio trompetista y avanzado arreglista. Hoy residente y miembro de la Big Band Celestial.

Y de Jazz en las noches bogotanas de los 60s...

Bogotá no ofrecía sitios de esparcimiento para la cultura del jazz. Nuestra sociedad está ceñida a la rumba y a la parranda, hoy más que nunca con la popularidad y arraigue del juglar vallenato y sus instrumentos folclóricos alejados del estudio del pentagrama formal con sus modulaciones armónicas distintas a la esclavitud impuesta por la tónica y dominante con la repetición de la repetidora.

Encontrar sitios para escuchar música americana, jazz con el sentido creativo de improvisación, hoy no es rentable ni apreciado en la nueva sociedad. Una juventud con diferentes gustos y arraigues tanto en el audio como en el baile. “Nada de apercolle o secreteo en el oido”, hoy se baila con la gimnasia en mente, tira pasos sin ritmologa y de Jjazz, el de escuchar, ‘na-nay cucas’. Solo sonidos percutivos repetitivos, sin son ni ton y, aunque se promuevan eventos jazzcisticos, nuestro ente pueblerino no es creativo o improvisador.

Una minoria se adentra en el sentimiento de escuchar lo diferente, fuera de la tónica y lo dominante pero, sí, con las nuevas escuelas y conservatorios, universidades dedicadas al improntu y al estudio de lo no convencional, se proyecta y promueve la nueva clase de talentos creativos ayudados tambien por la técnica de la computacion, el medio global de la intercomunicacion.

En mi criterio, y la antologia sobre el ‘Jazz en Colombia’ desde sus inicios, la influencia de otras expresiones que llegaron a la Colombia de otrora y que sirvieron para proyectar y promover una nueva forma de escuchar a los músicos y gentes avidas del progreso en el pentagrama creativo con la teoría y armonía propia, caracterizan y distinguen a lo que conocemos como JAZZ.

Cerro de Monserrate, atractivo turístico en medio del apogeo del jazz en Bogotá.

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