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A la filatelia le ponen aires vallenatos (II)

Melodía a sus versos,

silbando como pájaro

Para la familia Escalona es motivo de

perenne gratitud para con el Gobierno nacional, el Congreso de la República, el honorable presidente de la Cámara de Representantes, doctor Alfredo De Luque Zuleta, y demás parlamentarios gestores y ponentes de la ley 1764 de 2015, por medio de la cual se exalta la obra artística, musical y literaria y se honra su memoria, de ‘El maestro’ Rafael Escalona, quien ha sido el más grande contador de historias costumbristas y hacedor de versos y melodías del folclor vallenato, las cuales se impregnaron en el seno del viento para viajar sobre nubes blancas, esparciéndose por todos los rincones de la Patria, llenando de alegría los corazones de los colombianos, esas nubes blancas, las mismas con las que adornó su ‘Casa en el aire’ poniéndole un letrero bien grande que dice Adaluz.

Por Augusto Escalona

Hijo de ‘El maestro’, Augusto Escalona lee la crónica de agradecimiento de la familia por la estampilla ‘Rafael Escalona’, presentada oficialmente el pasado jueves 26 en el salón Luis Carlos Galán, en el Capitolio Nacional.

Ese juglar vallenato, cuya obra musical hoy se exalta, recorrió pueblos, veredas y caseríos,

desde Puerto López, allá en La Guajira arriba donde nace el contrabando, que un barco pirata bandido, el ‘Almirante Padilla’, barrió y lo dejó arruinado, hasta los confines de la hoya del río Cesar, en el valle del cacique Upar, y con su prosa narrativa costumbrista contada en verso los sucesos notorios de la región y las historias pueblerinas, como el caso de una señora patillalera, Juana Arias,

que en Valledupar formó una gritería porque a su nieta, la pechichona, la consentida, criada con buena ropa, con buen calzado, con mucho esmero y estimación, un sinvergüenza, nariz parada, patillalero, la entusiasmó con su camión y cargó con ella.

O las hazañas del intrépido contrabandista ‘Tite’ Socarras. O las peripecias y ocurrencias a las

que tuvo que acudir el compadre ‘Cola’ Guerra, entonces inspector de policía del pueblo de Badillo, para descubrir quién se había llevado una custodia religiosa, de oro, grande y pesada y la había cambiado por otra que no tenía el mismo color, más pequeña y liviana, pero que al final de cuentas tuvo que hacerse el de la vista gorda porque se la había robado un ‘ratero honrado’ y todo el pueblo sabía quién era, por lo que Escalona le sugirió que al terminar la misa se pusiera del cura pa’abajo a requisar.

Cantos y versos de Escalona que nada tienen que envidiarles a los poemas que cantaban y re-

citaban los aedos y los rapsodas de la Antigua Grecia, mil años antes de Cristo.

‘El maestro’ Escalona se pareció a los rapsodas en que, como estos, no se acompañaban de

ningún instrumento musical para componer la melodía de sus versos.

Los parpsodas utilizaban el ‘rapdo’ o vara o bastón con el que golpeaban el suelo para marcar

el ritmo de los versos que creaban.

Escalona, que no aprendió a tocar ningún instrumento musical, ni conoció las notas del penta-

grama, componía las melodías de sus versos silbando como los pájaros y llevaba el compás golpeando cualquier madero con las yemas de sus dedos.

La mesa principal del certamen: al centro, el presidente de la Cámara de Representantes Alfredo Deluque, flanqueado por el director de fomento rergional del ministerio de Cultura José Ignacio Argote, la presidenta de 4-72 —operador postal oficial del país— Adriana Barragán, el representante por el Cesar Chichí Quintero y la delegada del MinTIC Yesica Padilla, quienes escuchan con atención las palabras de Augusto Escalona, al igual que Ada Luz, hermana del orador, y la magistrada del Consejo Nacional Electoral Yolima Carrillo.

Crónica filial sobre...

Cumplido el matasellado de algunos ejemplares de la estampilla ‘Rafael Escalona’, la presidente de 4-72 Adriana Barragán estampa su rúbrica en un sobre y oficializa así su entrada en vigencia para uso en el correo postal. 

‘El maestro’ Escalona se pareció a los

aedos del mundo micénico (1.600 a 1.200 años antes de Cristo), una época en la que el alfabeto no es conocido por los griegos, en que Escalona componía y cantaba sus versos aprendidos de memoria, jamás escribía para componerlos.

Él me contó que sus versos, al compo-

nerlos, inmediatamente los memorizaba y así se quedaban, que no los corregía, ni se le olvidaban nunca.

¡Escalona tenía una memoria prodigiosa!

Los cantos de Escalona no tienen nada

que envidiarle a La odisea, ni a La ilíada, compuesta en 15.693 divididos en 24 cantos épicos de Homero.

Escalona le cantaba sus versos, verda-

deros poemas de amor, a su siempre amada esposa ‘La Maye’, y a sus también amadas ‘La mona del cañahuate’, ‘La brasilera’, ‘La molinera’, ‘La plateña’, ‘La mariposa urimitera’, ‘La paloma mensajera’, ‘Clarena, la de la nube rosada’ y a ‘Dinaluz’, versos de amor que nada tienen que envidiarle a los versos con

los que Don Quijote de la Mancha enamoró a su amada Dulcinea.

A finales del año 1952, cuando Adaluz apenas tenía unos días de nacida, Escalona, como todo

padre que quiere un castillo para su hija, se imaginó para su primogénita una ‘Casa en el aire’ para

que no la molestara nadie e, incluso, tuvo la osadía de pedirle a Dios unos angelitos que le sostuvieran la casa porque no tenía cimientos.

Dos años después, cuando nació su

segunda hija, Rosa María, se imaginó hacer que brotara un manantial en los más alto de la serranía solo para ella y así poder vigilarla cuando enamorados la visitaran, pues sus huellas quedarían pintadas en las arenas de ese manantial.

Escalona esos lugares imaginarios los

creó y describió con tanta magia poética que nos hace verlos como si fueran reales, por lo que siempre he pensado que Escalona es de los primeros en hacer ‘realismo mágico’, género literario que alcanzó su mayor auge y florecimiento casi veinte años después, en la década de los años 70, con la aparición de las inigualables novelas de nuestro inmortal premio Nobel, Gabriel García Márquez.

García Márquez, refiriéndose ‘El maestro’

Escalona dijo: “Es la persona a quien más admiro en el mundo”. Y cuando le preguntaron ¿por qué? no vaciló en contestar: “Porque yo admiro a quien es capaz de hacer bien aquello que yo siempre he querido hacer y no soy capaz de hacerlo. Y yo siempre he querido hacer un canto vallenato y contar una historia en tres estrofas como lo hace Escalona, pero no he sido capaz”.

Otra gran crónica sobre la vida y las frases de un maestro que se fue la ofrece su hijo Berni el el libro ‘Se fue el Maestro-Vida y frases de Escalona’, distribuido por Ada Luz y familiares del inmortal compositor vallenato entre los asistentes a la presentación de la estampilla en su honor.  

“Por ejemplo, Rafa contó en tres estrofas la historia completa de su entrañable amistad con

Jaime Molina, desde su infancia en Patillal, pasando por su juventud y como adultos parranderos y bohemios en Valledupar, cuando Jaime en medio de sus borracheras lo insultaba con frases de cariño que él sabía decir y terminaba sentado en sus piernas, muertos de la risa por un cuento que le contaba”.

“Y ante la condición que Jaime ponía de que si Rafa moría primera le hacía un retrato y que si

ocurría lo contrario entonces Rafa le sacara un son. Escalona, por lo mucho que quería a Jaime, y con el más alto sentido de amistad conocido, termina prefiriendo morir para que un amigo viva… En cambio, yo, para contar una historia necesito escribir cientos de páginas, por lo que siempre he dicho que Cien Años de Soledad es un canto vallenato de 450 páginas”. Eso dijo Gabo al referirse a Escalona.

Para terminar, creo que muchos vallenatos comparten conmigo que si llegáramos a merecer

que la historia hablara de nosotros nos gustaría que solo dijera “que vivimos en la era de Escalona, que compartimos con él y que lo disfrutamos”.

Muchas gracias.

La concurrencia al homenaje a Escalona disfrutó con la lectura de Augusto Escalona y había escuchado las palabras de quienes le antecedieron, entre ellos la presidenta de 4-72 Adriana Barrangán y el oferente, presidente de la Cámara Alfredo Deluque, quien aparece rodeado por Augusto, Ada Luz y Juan José Escalona.

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