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Inmortal corazón de trovador

Maestro idílico

en la entalladura del vallenato clásico

Es una de las grandes joyas folclóricas, en la corona reputada, de la cultura musicológica vallenata. Escribiré las alegrías que vivimos en mi apartamento de Bogotá, en la década de los años setentas (70s), cuando Poncho Zuleta, estudiante de Bachillerato en el Colegio Boyacá de Tunja, te llevara con 10 acordeones, que

Francisco Antonio Becerra Murgas

rubricaban en sus estuches: “Los Corraleros De Majagual”. La pureza de tu alma creativa, filosófica y poética, no puede perderse sin el consentimiento de tu acordeón filarmónica y divina, en tu voz irrepetible, en dúo con la de Alfredo Gutiérrez, cantando: Anhelos, No llores Negra, la Muerte de Marilí, Palomita Volantona, Divino Rostro y Lirio Rojo. Hoy entierran tu voz y tu acordeón, en Valencia de Jesús – Cesar – Colombia -, pero tu poesía melodiosa y multicultural, con ensueño de genio universal y sociología magistral popular, habitará en nuestros corazones que te amaron y reconocerán tu grandeza humana, por siempre. Gloria y Prez, a tu cancionero, en tu eximia Obra Musical Inmortal.

Foto de zuleteros.com

Hasta en el fondo del mar

Por  Alfonso Hamburger

Calixto la buscó por aire, mar y tierra. La soñó en el espacio sideral, la consideró como una reina del mundo, se la figuró en patios, playas marinas y caminos reales. Se la disputó con tres gavilanes patieros. Se preguntó muchas veces por qué ella no lo quería y si  sabía que él la  amaba profundamente y que su cariño era suyo, pero nada. Siempre halló el desprecio. La buscó hasta en el fondo del mar y fue presa del dolor, de la elegía.Ella, que se convirtió en el insumo supremo de inspiración, fue perfecta en sus vigilias, pero cuando se convirtió en mujer de carne y hueso, vino la decepción. También la traición.  Aquel dolor se le convirtió en canciones, entonces no tuvo más remedio que hacerse poeta. Una noche estando en Cúcuta amenizando una caseta, se formó una balacera. Tuvo que volarse por la paredilla de atrás hasta caer en un patio obscuro. De patio en patio escapó, fue al hotel, tomó su maleta y se vino a Sincelejo, donde había recalado por una decepción amorosa, cuando tenía 19 años. Lo habían casado a la fuerza. San Jacinto fue la puerta de entrada a la

—¡Dulzaide!... Amor hasta más allá de la muerte, brotante a los 13 años de ella...

musicalidad sabanera en 1953. Quiso, una vez salido de Cúcuta, darle una sorpresa a la mujer que lo esperaba en Sincelejo. Se quitó los zapatos para no hacer ruido, puso la maleta en la sala, caminó en puntillas hasta la cama nupcial para no despertarla en la madrugada, pero aquella ingrata se revolcaba con otro. No los mató, como hacen algunos. Simplemente dio media vuelta, también en puntillas, y con pasos menuditos abrió la puerta sin hacer ruido y se fue. La seguiría buscando hasta en el fondo del mar.

Un día pareció hallarla en el barrio la Pajuela, pero tampoco. La mujer se revolcaba con otra. Una era gorda y la otra delgada. La flaca parecía una sanguijuela. Lo único que se le ocurrió fue dejarlas que se pelearan, hasta convertirlas en una puya. La elegía se convertía en sátira. Caramba, esto es una puya, pensó, y se fue silbando una nueva canción.

Y siguió buscándola como en los sueños:

Anoche te vi,

Yo te vi en el cielo

Eras una reina coronada con estrellas.

Y la luna la acariciaba

Y el sol daba su luz.

Vinieron Diana, Marta, Irene, Jesusita, Miriam, y centenares de mujeres que se fueron convirtiendo en cifras y en canciones, pero no hallaba el amor.

Y la encontró cuando menos la esperaba.  Ella apenas tenía 13 años. Él ya era un gavilán castigador, que volaba bajitico por los patios del Caribe. Incluso, ya había cantado en patios extranjeros. Tenía 36 años y estaba en sus papeles. 1970. El Festival Vallenato por primera vez se hacía por fuera de la fecha clásica de abril lluvioso debido a las revueltas ocasionadas por la derrota de Gustavo Rojas Pinillas en las elecciones presidenciales del 19 de abril. Calixto era llevado en hombros del hotel a la tarima, para interpretar ‘Palomita mensajera’, ‘Muchachita interiorana’, ‘Gavilán castigador’ y ‘La puya regional’.  Sencillo y desprendido como era, el negro prestó su acordeón en la víspera, pero se la trajeron desafinada y con varios pitos partidos. Emilianito Zuleta, que era el gallo de la junta, le prestó el acordeón, para ser derrotado, como en el caso de Juancho Rois con Julián Rojas.

Y ella, que apenas era una niña, solo lo miraba como lo llevaban en hombros. No lo dejaban pisar en el suelo. Del hotel a la tarima y la tarima al hotel, como si fuese un santo.

El tercer rey vallenato fue indiscutido. Se acabó la polémica. El pueblo se sintió rey.  Al fin el jurado había acertado, pero bajo la vigilancia de toda Valencia de Jesús, que se había ido en chagua hasta Valledupar para proteger a su hijo, que se había marchado con sus familias a recorrer tierra, porque la situación del pueblo era maluca. En ese 1970 Calixto no solo iba a ganar su máxima corona, sino al amor de su vida. La niña iría con su familia a la caseta por la noche, donde tocaban ‘Los corraleros de Majagual’. Quería verlo más cerca, saludarlo, porque quienes lo cargaban como un santo del hotel a la tarima y de la tarima al hotel no le daban chance. Ella solo miraba. Y le gustaba.

Por la noche, el acordeonista cofundador de los Corraleros, terminó su tanda en medio de vítores y plausos. Fue cuando se acercó a la mesa y bancas de madera  donde estaban sus amistades y los saludó. La niña de trece años no le quitaba los ojos, hasta que los de él se encontraron con los de ella. Él le preguntó cómo se llamaba y ella, a quien casi se le salía el corazón, le respondió:

—¡Dulzaide!

Fue llamado ‘Rey de la picaresca cotidiana’ y así quedó escrito para siempre en el título de un larga duración de la infinidad que grabó, unos en compañía de Lisandro Meza y los otros con Aldfredo Gutiérrez, a quien Calixto Ochoa le dio la oportunidad para que fuera el músico exitoso que aún es.

II

Después del triunfo en el festival vallenato, la niña y el rey duraron veinte años sin verse, sin que el uno supiera del otro. El anduvo por el mundo sin rumbo fijo buscando el barco pirata donde se fue Diana. Amenazó con convertirse en un barco submarino y juró que hasta en el fondo del mar la buscaría. Y si no la encontraba en la lejanía de ese mar inmenso, paseando por playas marinas, dejaba razón de que la andaba buscando.

Ella, por su parte, se había casado, tuvo dos hijos y se separó.

Eran tiempos en que Calo andaba ciego, porque viajaba por el mundo de la música grabando en 22 ritmos distintos, sin hallar el verdadero amor. Las mujeres con las que intentó ser feliz le dejaron hijos y canciones. Fueron momentos dulces y amargos, hasta que en una gira por los estados Unidos, en 1990, durante un reencauche de Los Corraleros halló a la niña que lo seguía en Valledupar en 1970, cuando sus coterráneos no lo dejaban pisar la tierra.  Ella oyó la propaganda en la radio. Se presentaban en el Madison Square Garden de Nueva York. Compró boleto de primera fila y lo aplaudió hasta rabiar, como en 1970 en Valledupar, cuando ella era anónima y feliz.  Las miradas volvieron a tener fuego. Se encontraron e hicieron magia. ‘El gavilán castigador’ la raptó de la primera fila y la llevó a los camerinos. Era la misma niña, ahora con 33 años, recién separada. El maestro, a los 56 años, aún estaba en sus papeles y como si fuese tan fácil, le pidió que se fuera con él a terminar la gira. Y ella aceptó gustosa, para convertirse desde entonces, por 25 años, en su compañera ideal. Se vinieron a vivir a Sincelejo.

Dulzaide Bermúdez es el buen ejemplo de la mujer Caribe, vallenata, que se aferró a su ídolo de pies a cabeza. Era una especie de enfermera, que a veces aislaba a su esposo para que ningún virus se lo enfermera. Subir a su aposento, al kiosco techado con palma vende aguja tenía su protocolo, lo que a veces llegó a despertar celos de todos, amigos y familiares. Era una Úrsula Iguarán que sabía exactamente en qué lugar del cuarto de San Alejo reposaba un trofeo, un acordeón o el casete donde tenía tantas canciones. Igual era el community manager que actualizaba el Facebook y respondía a la fanaticada en un periodismo casero interactivo.  Le llevaba un registro de las canciones y manejaba su intimidad con decoro. También le colaboraba a periodistas e investigadores.  Jamás se apartó del cadáver ni dejó las llaves que él le había entregado.

Dulzaide, con la enfermedad de Calixto, que lo apartó de la vida social por más de cinco años, fue el ángel guardián, no solo de aquel que se empezó a gestar bajo el palo de mango, sino de su dignidad de ser humano. En su casa de la terraza, que fue un fortín de la música y de la heredad, también recibía sin ningún tipo de celos, a las otras mujeres con las que Calixto tuvo relaciones. A todas les conoce historias y secretos.

Paradójicamente, Calixto hizo más de cien canciones a las mujeres con las que de alguna manera se tropezó en asuntos diversos, la mayoría relacionados con el arte del amor, con varias de ellas tuvo hijos, pero con Dulzaide no tuvo hijos biológicos, tampoco le hizo canciones, pero fue, al fin y al cabo, la que andaba buscando aunque fuera en el fondo del mar.

Rolando, el orgulloso hijo de Calixto Ochoa, acordeonero que acompaña a a Martín Elías, el hijo de Diomedes. Las nuevas generaciones prolongación en la tierra de quienes han viajado ya a la vida enterna. Y que son despedidos en su entorno artístico:con acordeones y canciones: Julián Rojas y voces nacientes. 

Foto cortesía de Hernando Vergara

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