A la media noche, el carro debía salir ‘en la hoja’ como diría un guajiro o ‘en bola'e mierda’, en clásico barranquillero, desde las inmediaciones del Teatro Cartagena hacia las instalaciones del periódico en Barranquilla.

Dios adelante, Dios atrás, Dios a la derecha, Dios a la izquierda y ¡dele señor conductor!, que la fotografía de la reina coronada debe aparecer en la edición correspondiente a las pocas horas después de concluido el Concurso Nacional de la Belleza.

No solo había que competir contra el tiempo por la peligrosa carretera interdepartamental denominada ‘La cordialidad’ sino que al llegar al periódico, había que revelar en acciones ‘expres’ el rollo en blanco y negro, acelerar de mil y una formas recursivas su secado, seleccionar con el encargado de la redacción la foto, imprimirla en papel y mandarla a fotograbado, que este cliché era lo único que faltaba en la rama para mandar a prensar y sacar el estereotipo de cartón, vaciar el plomo y montar la teja en la rotativa para que arrancara la impresión.

(Después aparecerían como novedad en la industria fotográfica unas bolsas negras, con su interior blindado a la luz, a manera de cuarto oscuro-portatil. Con ellas, un fotógrafo alterno o el laboratorista que recién se incorporaba al ‘estaf’ iba a Cartagena a recibirle los rollos al reportero gráfico-enviado especial para adelantar durante el viaje de regreso —Dios adelante, Dios atrás, Dios a la derecha, Dios a la izquierda y ¡dele señor conductor!— el revelado del rollo: las dos manos se introducían con el rollo dentro de la bolsa para destaparlo, al tacto se retiraba del carrete la película procurando evitar dejar huellas en la cinta, se rebobinaba, al tacto, en un carrete de metal y se introducía, también al tacto, en el tarro revelador, al cual después se le agregaba el líquido: así se revelaba para ganar tiempo a fin de que, al llegar al periódico, sólo faltara que redacción escogiera la foto en el negativo, para imprimirla en papel y mandarla a fotograbado, que este cliché era lo único que faltaba en la rama para mandar a prensar y sacar el estereotipo de cartón, vaciar el plomo y montar la teja en la rotativa para que arrancara la impresión.. Alguna vez no se manipuló de manera acertada el asunto, se veló un rollo y hubo que suplir la foto esperada por una de archivo).

Hoy, gracias a las últimas tecnologías, en las redacciones de los periódicos ya no hay espera de la tan anhelada foto de aquellos tiempos en que, a veces, la velada final del certamen se iba hasta después de 12 de la noche.

Recordamos que un día siguiente de una noche de esas en que el coordinador de redacción tituló y publicó el resultado final del concurso diciendo ‘Santander, Señorita Colombia’, hubo disgusto superior como consecuencia de cierto ‘purismo idiomático’: “La Señorita Colombia no es Santander, la Señorita Colombia es ‘fulanita de tal’...” se dijo en lo más suave de la reprensión. Y eso ocurrió cuando la Señorita Colombia fue Ella Cecilia Escandón Palacio, en 1973. El Monje apenas si llevaba tres meses en la redacción del diario.

Muchos años después Santander repetiría y Amazonas había de ser igual Señorita Colombia y también había de titularse ‘Meta, Señorita Colombia’ o ‘Señorita Colombia, Meta’

Recordamos también que en uno de sus cubrimientos especiales del certamen de la belleza en Cartagena, El Monje, que estuvo en varios —y como que queriendo imitar a Margoth Ricci, que había impuesto la mordacidad para decir verdades sobre el reinado y sus principales protagonistas las candidatas: ‘Margoth al ataque’— escribió, El Monje, que la ganadora de aquel año, 1974, no merecía haber ganado por cuanto la forma de mirar de cada uno de sus ojos se cruzaba, que tenía un seno para el este y el otro para el oeste y que cuando caminaba sus muslos se movían como gelatina. La Dirección del periódico ‘premió’ a El Monje por tal ‘osadía periodística’ y lo mandó descansar tres días sin remuneración. ‘La dignidad de la Señorita Colombia se respeta’, decía el memo para una vacancia bienvenida, tras cinco días de agite cartagenero.

En esta ocasión El Monje viaja a Cartagena vía internet, otea por aquí y por allá y, de pronto, descubre dos cosas que le llaman la atención: una, que el nombre de la península septentrional de Colombia, el único departamnto hembra de la Nación, aun no saben escribirlo. No es Guajira, es La Guajira... No es Heraldo es El Heraldo... El artículo hace parte del nombre... Y considero que tanto la comitiva como la propia reina guajiras deberian actuar y reclamarlo... El hecho de que en la banda se siga leyendo Guajira es una falla guajira: a exigir, pues, el nombre como es. Y si es del caso, con ímpetu feminista: es un derecho el respeto a la identidad femenina. 

La otra cosa: una foto muy especial que El Monje baja de la página oficial del Concurso Nacional de la Belleza y le pide a la Dirección de El Muelle Caribe que sea una de las gráficas con que ha de ilustrarse su nota, esta nota.

La foto corresponde a la Señorita Nariño Leydi Carolina Carvajal Mora en una hermosísima insinuación. ¿Consciente? ¿Inconsciente?

“No sé. Ni nada importa”, me respondo. Es una hermosa fotografía.