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‘Me robaron el

sombrero

y yo séquién

me lo tiene

Por Fernado Molina Molina

Escondidos entre las palmas de aquel ranchito despeinado, quedaron olvidados un sombrerito sabanero, unos tenis y una camisa floriá... Les aparecieron otros dueños...

Cuando el sol se fue sumergiendo en el horizonte, jugueteando con el apacible mar, el autor de la croniquilla, según relata, cogió la guitarra y le dedicó al dueño de lo ajeno un tema de Juancho Polo Valencia.

El ser caribeño tiene una connotación particular, en medio de la cual la ale-

gría espontánea se mezcla con otros ingredientes característicos de un prototipo singular. El caribeño proyecta su mirada a un horizonte sin fronteras bajo un diáfa-no cielo azul… Y lleva el ritmo en sus venas, alimentado con ese sabor a cumbia, a mapalé, a porro, a merecumbé, a bullarengue, a gaita, a vallenato… a la imponen-

te belleza de la Sierra Nevada, a playa acariciada por el oleaje incesante de las olas del mar Caribe.

El caribeño se nutre de un mundo mágico, de un mundo de fantasía. En ese escenario en el que asume la es-

cena de la vida, el paisaje natural se recrea con un fondo multicolor que se explaya en sabanas, palmeras que ju-guetonamente se mecen con el viento. Apegado al entorno familiar, Trabaja y sueña, pero también le jala a la rumba y la salsa, sello inconfundible que ha esculpido su personalidad. Tan exuberante y rico, que en su seno se han meci-do mentes prodigiosas, mentes creativas en el contexto del arte, la literatura, la poesía. Sea esta antesala descripti-va el preámbulo para aterrizar en el  típico mamagallismo del costeño descomplicado.

Como decía el animador de las verbenas a pleno sol: “¡Suéltala picotero!”, pues aquí empieza de fondo la croni-

quilla que he titulado: ‘Me robaron el sombrero y yo sé  quién me lo tiene’, parodiando al legendario poeta de la me-tafísica Juancho Polo Valencia a quien  Pastor López compuso uno de sus temas: “Juancho Polo Valenciaaaaaa, no

tiene diente ni tiene muelaaaa, no tuvo grado de es-cuela pero al cantar es la ciencia”. JUANCHO POLO VALENCIA – PASTOR LOPEZ.

Contexto histórico: Década del ochenta, labo-

raba como docente en el área de música en el Insti-tuto la Salle de Barranquilla y durante 12 años me comprometí a plasmar huellas en mi trasegar como docente, tejiendo una telaraña de amigos que tenía-mos el firme propósito de proyectar la institución fun-damentado en el lema ‘La exigencia da excelencia’.

En un año que no me acuerdo, al hermano rec-

tor se le ocurrió festejar el día del maestro en las her-mosas playas de Solinilla.  Punto de encuentro, la institución educativa en comento. Llegué bien tempra-prano, con mi indumentaria acostumbrada: sombrerito coquetero, conjunto de bermuda y camisa playera con estampado de palmeras donde contrastaba el verde con el amarillo y el azul del cielo despejado y mis za-patos tenis de marca chimbeada.

Instalados en la playa bajo un rancho de palma

de bahareque, hamacas extendidas, mesa adornada con la bebida y nutrientes para la ocasión. A una de las colegas que se encargaban de la animación, de las dinámicas de grupo, se le ocurrió la genial idea de organizar un concurso de belleza que denominó: ‘Mís-ter piernas peludas 2000’. 

Animados por tan singular concurso nos reunimos en círculo y la gestora de la propuesta nos leyó los requisi-

tos del concurso y presentó a los jurados que tendrían la engorrosa misión de escoger al Rey de las piernas peludas anunciado. Unos 15 docentes nos inscribimos. El jurado determinó que el concursante llevaría en su cabeza una corona de palma de Iraca elaborada manualmente por las que acolitaban la tan sorpresiva propuesta.

Sin camisa y con la bermuda recogida hasta los límites del área concupiscible según la antropología platónica,

me despojé de mi sombrerito sabanero, colocándolo sobre el techo del rancho de palma para resguardarlo de los empedernidos mamagallistas. Desfilamos sobre la arena playera frente al jurado, con caminao de ola marina. Entre risas y gritos de la barra de apoyo se fueron eliminando a los profes cuyas piernas lampiñas y flacuchas no lograron llegar a la final. Yo fui seleccionado entre los finalistas. Y, para mi sorpresa, fui elegido como el rey “Míster piernas peludas 2000”. El compromiso era mantener la banda de seda colgada como carriel durante la jornada de paseo playero. Emocionado ante tal distinción seguí disfrutando de la rumba y como era de esperar me olvidé por completo de mi sombrerito sabanero, de los tenis y la camisa floriá que cuidadosamente había escondido entre las palmas de aquel ranchito despeinado y mecido por la brisa juguetona del paisaje veraniego.

Ese día, entre risas, rumba, mojarra frita, baño de mar y el elixir etílico, comprendí la teoría de la relatividad del

tiempo, según Einstein, y que alguien explicó de manera jocosa: ‘Cuando uno se está divirtiendo a sus anchas, un día parece que durara un segundo; pero si nos sentamos en una estufa caliente, un segundo nos parece un siglo’.

Cuando el sol se fue sumergiendo en el horizonte, jugueteando con el apacible mar, iniciamos nuestro retorno. De vaina me acordé de mi sombrerito sabanero y cuando salí a buscarlo había desaparecido. ‘¿Lo habrán escondido?’,

supuse. Entonces me di a la tarea de esculcar mochilas y bolsos, pude constatar que me lo habían robado, pero yo sabía quién me  había despoja-do de mi sombrerito querido.

En el bus que nos transportaba seguimos la recocha y con mi guitarra

en mano y más prendió que mechón pueblerino, dediqué al dueño de lo ajeno el tema de Juancho Polo: “Me robaron el sombrero y yo sé quién me lo tiene, pobrecito majadero como si fueran mujeres. Pero además los tenis y la camisa floriá...” Deduje que tener un objeto del coronado rey de ‘Míster piernas peludas 2000’, era un honor. Y pregunté: ‘¿Por qué no me devuel-ven el sombrerito para autografiarlo?’.

Sin sombrero, sin tenis, y sin camisa floriá llegué a la casa más peao

que silla de chofer de bus.

Fernando Antonio Molina

T.P. No.91666 del C.S.J.

Diciembre de 2016

La croniquilla de “El cronista soy yo”

Solinilla, escenario propicio para una jocosa croniquilla...

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