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La enferma salud de La Guajira

Postrada

¡Y en barrena!

Postrada

Por Luis Roberto Herrera Mendoza

Han corrido chorros de tinta en los periódicos de papel, han rodado miles de videos-hora en la televisión, se ha modulado cualquier cantidad de horas en programas radiales, las redes sociales se han sumado y no dan abasto para el clamor, toda una conjugación de medios de comunicación dedicada a denunciar diariamente las

anomalías presentadas en el sistema de salud colombiano, el cual se soporta en la tristemente celebre Ley 100 o Ley General de la Salud y todas las modificaciones que ha sufrido desde que se promulgó.

Esa precariedad del sistema de salud colombiano se hace más notable en La Guajira, en especial en la etnia wayuu, y se agrava —casi sin cuidados intensivos— por insuperables a saber:

*Lo disperso de la población indígena

*La falta de vías de penetración en la media y alta Guajira.

*El déficit de médicos especializados.

*La no existencia de una red hospitalaria.

*La deficiente infraestructura de la mayoría de las instituciones hospitalarias existentes que, precisamente por eso, no pasan de ser meros centros de salud.

*La falta de instituciones de media y alta complejidad.

*El déficit de camas.

*La falta de instituciones especializadas para atención de casos cardiovasculares, cardiorrespiratorios, pediátricos, tratamiento del cáncer y ortopedia.

Estas y otras falencias hacen que cada día aumente en la población la sensación de que está desprotegida, a la buena de Dios.

Para peor de males, no hay una sola una institución de tercer nivel de atención, razón por la cual se han vuelto práctica común los traslados de pacientes —en realidad de verdad, clientes— hacia instituciones hospitalarias de Valledupar, Santa Marta y Barranquilla. Traslados que se convierte en una nueva forma de los ya famosos ‘paseos de la muerte’.

Es dificultoso conseguir que las EPS aprueben la remisión a una institución de nivel adecuado requerido por el paciente y cuando casi milagrosamente se logra, surge entonces la lucha por conseguir camas disponibles, mientras la salud del paciente se va deteriorando y casos se han dado de que fallecen sin llegar a una cama. Todo bajo la impotencia de los familiares, que muchas veces realizan las diligencias para lograr la remisión y aceptación en otras ciudades, incluso recurriendo al tráfico de influencias o buscando padrinos, casi siempre políticos, para poder abrir puertas y obtener la atención necesitada para el enfermo.

Otra forma eficaz de conseguir camas para un paciente remitido —y que se ha vuelto costumbre— es que un familiar haga directamente los contactos en las ciudades de destino ofreciendo incentivo económico al personal encargado Solo así, y como si fuera un acto de magia, aparece disponibilidad de camas, las que horas antes habían sido negadas, porque no había.

En La Guajira las entidades encargadas de la prestación de  servicios de salud a la población —IPS y EPS— han dividido a los usuarios en categorías: los hay de primera, de segunda y de tercera y, según esta estratificación, los pobres han de recibir la atención requerida según la categoría que le hayan dado. 

Estas y muchas otras anomalías han provocado una gran cantidad de muertes en pacientes de todas las edades, niños, jóvenes y adultos, víctimas del inadecuado tratamiento que reciben como seres humanos. Son clientes, objetos con valor económico. Y quienes deben atender la salud son mercaderes...

In memoriam

Aprovecho el guarecimiento que me prodiga este blog para expresar mi congoja por el fallecimiento de mi sobrino Iván Javier Herrera Pinedo, que las redes sociales han sido prolíficas en manifestaciones de aprecio y pesar por tan temprana partida hacia la Eternidad. Falleció mi sobrino en una clínica de Riohacha como “El joven que hubo de morir hablando”. Nacido un 24 de diciembre, en 1984 —apenas tenía 32 años—, Iván Javier era un niño cuando sus padres se separaron, pero este hecho no incidió en su desarrollo personal: la relación familiar permaneció intacta, las familias de sus padres eran vecinas y siempre primaron las buenas relaciones: él, bien podía dormir hoy en la casa materna y hacerlo mañana en la paterna. Desde niño supo lo que quería en la vida y estudió derecho, con el apoyo económico de sus padres: ser bogado fue su sueño cristalizado. Sus amigos y compañeros le decían ‘El viejo’ por su manera de actuar y es que desde cuando estudiaba secundaria se comportaba como una persona mayor. Respetuoso de todos, fue buen hijo, buen hermano, buen sobrino, buen primo, buen amigo y, aunque fiestero, no le gustaba beber licor. Iván Javier Herrera Pinedo será recordado por siempre como un ser extraordinariamente bueno, cariñoso, responsable y familiar como pocos, con mucha calidad humana, tanta, que se hacía querer de todo el que llegaba a conocerlo. A la memoria de mi sobrino dedico mi nota en esta actualización de El Muelle Caribe, es mi homenaje. Paz en su tumba (L.R.H.M.)

Comerciantes de la vida humana que en la península no solo abusan de los usuarios sino también del personal asistencial contratado, al cual manosean a su antojo pagándole lo que se les venga en gana por sus servicios y utilizándolos en muchas actividades para las cuales no están preparados.

Algunas clínicas privadas prestan los servicios de Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), pero recurren a personal sin la capacitación ni la experiencia necesaria para la prestación de este tipo de servicios complejos. Y lo que es peor: son personas que carecen de la sensibilidad social requerida para la atención de esta clase de pacientes.

Todo eso contribuye a que cada día aumente la tasa de muertes por mala atención o por inadecuados procedimientos o por tratamientos equivocados, errores que son hábilmente disfrazados por las directivas y el personal administrativo de estas instituciones.

Para los guajiros, la pérdida de un ser querido es todo un infortunio... Aquí se le hace honor a la muerte... Cuando fallece un miembro de la familia, sin que nada importen las circunstancias —violenta o natural— se cumple un ritual, en medio del cual solo se le da relevancia al cadáver. Todos entran en duelo y nada es más importante que los despojos mortales, costumbre ancestral. Y por ello, muchas de las muertes que pudieron haberse acelerado por un mal procedimiento asistencial, al final de cuentas quedan olvidadas. Es una ofensa —diríamos como un sacrilegio— contra el finado que su cuerpo sea manipulado con fines investigativos.

Mientras que para las instituciones prestadoras de los servicios médicos los usuarios sigan siendo solo objetos comerciales, serán los pobres de solemnidad quienes hagan aumentar la estadísticas de fallecidos en este país. Pero proporcionalmente irá en aumento la riqueza de los dueños de estas instituciones.

A pesar de que la Constitución Política siga diciendo que la vida es un derecho fundamental y de que el Estado debe velar para que esto se cumpla, muchos de los encargados del sistema de salud colombiano no acatan la norma. Y la vida se escapa por grandes cantidades, especialmente entre la gente de menores recursos. Si no hay vida, no tiene sentido que existan los demás derechos fundamentales.  La salud en La Guajira seguirá siendo un simple saludo a la bandera.

Mientras tato, cada día aumentarán los casos de muertes sin justificación por una inadecuada atención médica o clínica, especialmente entre pacientes que no aparentan gravedad pero que se mueren hablando. Y, cual monopolio, la alianza estratégica de las entidades encargadas de velar por la salud con la señora muerte se fortalecerá más y más.

En La Guajira la salud está postrada, para ella no hay Unidad de Cuidados Intensivos, mientras la atención médica va en barrena, que el DRAE define esta palabra con un ejemplo que es anillo al dedo: ‘su salud entró en barrena’. Más apropiado para el caso de La Guajira, ¿pa’dónde?

Definitivamente, el sistema de salud constitucional y legalmente garantizado —y bien cabe el supuestamente— bajo la Ley 100, ha resultado más caótico que el que remplazó, ¡peor la cura que la enfermedad! Ese derecho constitucional se ha convertido en un medio de enriquecimiento para algunos personajes, desalmados, que han antepuesto su voraz apetito económico frente al bien común bajo la mirada complaciente

del Estado que hasta pareciera que acolita la situación, con lo cual se demuestra la incapacidad del Gobierno para manejar y controlar un sistema de salud que resulta incoherente.

Bajo este régimen se han creado empresas dedicadas a saquear las arcas del Estado a costa de la vida de muchos colombianos, sobre todo los de estratos sociales más necesitados. El derecho a la salud en Colombia no pasa de ser sino promesa politiquera de campaña electoral con excesiva demagogia en sus discursos de tarima. Y en tales circunstancias, una vez más se ratifica, mediante la advertencia de una muerte evitable, que la crisis de la salud si existe.

El sistema permite la existencia de empresas que más que responder por las necesidades de sus clientes han encontrado una mina de pesos, explotada bajo directrices de políticos, entre ellos destacados congresistas de distintos partidos que, sin escrúpulo alguno, legislan a favor de ellas.

Merecerían un grupo de ellas el título de ‘altar del clientelismo y la corrupción’ porque se han embolsillado sin que se les arrugue el alma las rentas del sector salud y porque

mediante notable esfuerzo conjunto del Ejecutivo y buena parte del Legislativo, han sido

promovidas a EPS. Tanto el uno como el otro saben los réditos políticos, y hasta más alla, que se obtiene por medio del ‘asistencialismo médico a manos llenas’.

Bajo la ley nacieron también las E.S.E. o Empresas Sociales del Estado —antiguos hospitales públicos— y el objetivo de estas no era otro sino, en la letra muerta, mejorar la prestación de la atención a la salud, entendido como un servicio público a cargo  del  Estado y como parte integrante del sistema de seguridad social.

La realidad está allí, a la vista de todos: son fortines de algunos dirigentes políticos de las regiones y en gran proporción han sido gerenciadas por gente inescrupulosa, dedicada a saquearlas hasta llevarlas a la banca rota total.

La crisis de estas instituciones trae graves consecuencias para la vida y la salud de la población más vulnerable y necesitada, personas sin recursos económicos para poder adquirir un buen servicio en las entidades privadas. Sí, porque la salud en Colombia pasó a ser un servicio manejado por grandes capitales privados que se nutren cada día más de los recursos del Estado, sin que el mismo Estado no solo vele sino actué para que estos recursos redunden en buenos servicios para los ciudadanos.

La Constitución define explícitamente a la salud como un derecho fundamental autónomo tanto en lo individual como en lo colectivo. Por lo que resulta sui géneris esta ‘privatización’ de la que se habla en el sector salud en Colombia, con gigantescas empresas con dueños fantasmas, desconocidos para el público. Empresas que crean los gobiernos regionales y locales, que no surgen de la iniciativa privada.  Empresas a las se les concede el beneficio de administrar recursos públicos por cientos de miles de millones sin mayores requisitos ni auditorías. Empresas cuyos administradores sólo responden al Gobierno y a su coadministrador el Congreso que las creó, las administra y las usa con fines políticos.  Muchas de estas, en su razón social indican que son ‘empresas sin ánimo de lucro’ y legalmente eso son. Pero en la realidad, su manejo proyecta y muestra un ánimo muy ávido de lucro. Este ‘fantasma’ bautizado ‘lucro’ ha llegado a hacerse minoritario en el sector salud. Tenemos instituciones entre las cuales destaca una política de salud con predominio de la racionalidad económica contra la protección del derecho. Y destacan por la malsana diferencia que aplican para los planes de beneficio frente a la equidad. Y destacan por sus fallas en el sistema de aseguramiento, por sus ramplonas deficiencias en la prestación del servicio, por su deficiente desarrollo de políticas de salud pública, por la corrupción, el clientelismo y demás.

El modelo lleva algo más de veinte años y, desde su puesta en marcha, los colombianos hemos sido testigos de cómo se incrementó dramáticamente su cobertura para amparar casi a todos los habitantes de nuestro país, un logro difícil de desestimar. Sin embargo, también hemos presenciado la incoherencia de un sistema que fue calificado en algún momento como el mejor de América Latina por la Organización Mundial de la Salud, ejemplo de nuestra región.

Pero con el paso de los años, ha llegado a ser gobernado, de acuerdo con serios señalamientos, por un cartel de entidades que se coordinan para negar la salud a los colombianos y quedarse con los recursos, no solo del régimen subsidiado sino también del contributivo.

La salud en Colombia se ha convertido en un negocio tan rentable para las entidades privadas, que estas se dan el gusto de escoger a quién atender y hasta qué punto responder por los servicios que presta. Pacientes con enfermedades crónicas o que requiera tratamientos de altos costos y alta complejidad tienen una alta posibilidad de morirse hablando, pero no por la gravedad de la enfermedad que padecen sino, lamentablemente, por el abandono a que son sometidos por las empresas responsables de su salud. Nada les importa a las IPS, EPS o ESE, a qué régimen pertenezca el cliente, nada les interesa si llegan del subsidiado o del contributivo..

Las remisiones tanto de adultos como de niños, indígena o ‘alijunas’, a procedimientos fuera del hospital son todo un agravamiento para los males que se padecen.

Para las instituciones prestadoras de los servicios médicos los usuarios siguen siendo solo objetos comerciales y, así, serán los pobres de solemnidad quienes hagan aumentar la estadísticas de fallecimientos en La Guajira y el país.

¡Y en barrena!

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