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La inmortalidad de un patrimonio

Al primer mes

de la muerte

de Calixto, ¡una

historia viva...!

Lo mejor que hay: que la fanaticada lo recuerde a uno por lo que hizo...

auténtica, como que son 35, si no más, las mujeres a las cuáles les compuso su canción, o casi 500 las canciones que armó en son de ‘paseaito’, un aire que él se inventó porque el maestro soledeño Pacho Galán había inventado el ‘Tuqui tuqui’. Por más ninguna otra razón.

Y todo tan increíble —aunque este increíble esté lejos de parecerse al ‘increíble’ que emplean muchas de las presentadoras de espacios de variedades en TV—, porque ni de niño, aunque aprendió a leer y escribir, ni de adolescente, tuvo facilidades pecuniarias para una formación académica. Los versos “si yo pudiera saber qué misterio tiene el sueño/ que cuando uno está dormido, mira tantas cosas bellas:/ anoche te vi, yo te vi en el cielo/ y eras una reina, coronada con estrellas”, le dan sustento al adjetivo: ¡No puede creerse! Porque son versos creados por un auténtico lego en cosas de gramática y literatura desde lo académico, pero un genio, un fuera de serie, un juglar, desde lo natural.

No tuvo la más mínima idea de que la gramática tiene una parte que estudia los mecanismos de producción, transmisión y percepción de la señal sonora que constituye el habla, pero la fonética fue su gran aliada para crear: “Siempre con una grabadorita... La ponía ahí y cuando venía algo, ¡lo grababa! Pero a veces la escribía también”.

Ni fonética ni morfología, ni semántica ni ortografía, tampoco sintaxis, mucho menos sindéresis, sobre nada de eso tuvo dominio teórico Calixto Ochoa, pero los significados y propósitos de cada uno de esos términos, desde lo práctico, fueron acoplados, instintivamente, con su innata capacidad creativa.

Muchas de sus letras de hondo contenido... ¿Formación?...

“Nada, yo no estudié nada... Yo pasé mi juventud fue ¡trabajando! En lo ajeno. Ordeñando ‘ganao’, tirando machete, haciendo de todo. Pero... noooo, no puedo decir que yo estudié... Nada, yo no estudié nada”.

¿Su escuela entonces? ¿La percepción primaria del mundo...? ¿Conversaciones con otras personas...? ¿El entorno...?

“Como Leandro Díaz.  Ciego y... ¡todo lo que componía Leandro!”.

¿Dones de la naturaleza...?

“Sí...”.

...

Amor y picaresca —picaresca en la acepción que no connota truhanería ni fechoría sino malicia de la sana—. Poesía, mucha poesía, hecha verbo. Escalona, intelectual, componía, pero no tocaba ni cantaba. Calixto, iletrado, era completo. Y si Escalona, con roce social, magistral, tuvo su ‘Custodia de Badillo’, Calixto, jornalero, magistral, tuvo su ‘Los altares de Valencia’: letra, acordeón y canto. Una crónica en versos y, además, musicalizada, no hay duda. Y si Rafael Escalona clasificó mujeres por gentilicios —guardadas las excepciones: Ada Luz y Rosa María, entre ellas, dos de

sus hijas—, Calixto hizo su lista con nombres propios y hasta con apodo: ‘La sanguijuela’, por ejemplo, que es dinamita pícara pura. Como lo es ‘La ombligona’, cabeza de puerco, la negra Inés. Y ‘El africano’, que también tiene su hembra por ahí.

Y creo que a la Gobernación y la Asamblea del Cesar, a la Alcaldía y el Concejo de Valledupar, a la fronda burocrática departamental cesarense, y a la mismísima Fundación Festival de la Leyenda Vallenata —de cuyo certamen anual fue rey en 1970, tercera edición— les faltó vuelo mental ante la muerte de quien quizá sea ‘El último juglar’ de aquella generación cuya producción inmaterial acaba de ser puesta por la Unesco en “necesidad de salvaguardia urgente”: para él no hubo capilla ardiente, ni exposición de su féretro en la tarima Francisco El hombre de la plaza Alfonso López, para él no hubo la parafernalia póstuma de cadáver presente en aposentos oficiales que suele desempolvarse cuando en el Caribe fallecen personajes no tan de la talla de ‘El africano’ o de ‘El negro Calo’ o de Calixto de Jesús Ochoa Ocampo, que, nadie habrá de ponerlo en duda, él sí era personaje con sobrados

merecimientos para merecérselo, con razones tan monumentales como ‘la mole de Rotterdam’: 160.000 metros cuadrados de cemento y cristal, 150 metros que se

elevan a la orilla del Nuevo Mosa, canal que afluye al río Rin, junto al espectacular puente de Erasmo, en esta ciudad de Países Bajos, muy cerca de La Haya... Para Calixto hubo actitud macondiana: un rapto de amnesia temporal, en mentes del fatuo poder. Y para mentes así, el rebuscado ejemplo para precisarle una comparación obligada a la grandeza de ‘El negro Calo’. 

...

Frente al computador, ahora pantalla negra, el cronista veía avanzar, lento, el vector marcador de tiempo (ese que se identifica como ‘buscar’) para la providencial grabación que me ha facilitado el amigo periodista y escritor sabanero Alfonso Hamburger —nació en ‘Bajo grande’, corregimiento de San Jacinto—, y en medio de lo que iba escuchando se me dio por ponerle fisonomía al botoncito devorador de segundos, de minutos, de horas: el rostro imaginado, el ánima de ‘El negro Calo’, en miniatura: su espíritu ‘echao pa’lante’, frentero, recorriendo todos los pueblos, tanto de adentro como de afuera de la patria, que él recorrió. A la corchea gigantesca, que precisa que el sonido es MP3, la figuré un cerebro de 80 años... Y a los símbolos de ‘orden aleatorio’, desactivador de repetición, stop, rebobinador, reproductor, ‘avanzador’ y dispositivo de volumen, los integré, y me los imaginé como la configuración de su boca, la boca de Calixto, y en ella seguí viendo, resplandecientes, pero ahora con risa apagada, sus dientes de oro... Pero en especial me llenaba su voz, lo tenía aun ‘vivo’ ante a mí —¡qué privilegio!—, ante mis oídos, al compás de su diálogo con Hamburger y las fundamentales y ‘precisadoras’ entrometidas de Dulzaide, la mujer que lo amó desde cuando ella era niña de 13 años y él hombre de 38. Ellos, que solo 20 años después, se fundirían en fuego de amor.

Frente al material magnetofónico he podido ser facilista. Y soltar la transcripción de la grabación en esta actualización de El Muelle Caribe con la excusa de que este 18 de diciembre se cumple el primer mes del fallecimiento de Calixto, pero no. Y con la venia de Hamburger, me decidí a darle interpretación a la última entrevista que le hicieron al maestro.

Era diciembre de 2014 y en Sincelejo, en la Universidad de Sucre, mientras los villancicos lo llenaban todo, se preparaba un homenaje radial a Diomedes Díaz por el primer aniversario de su muerte, el 22. Mientras Calixto le daba gracias a Dios por mantenerlo todavía con vida a sus 79 —“me tiene vivo aún y eso me complace mucho”—, necesariamente tenía que precisar el impacto que le provocó enterarse de la muerte del cantante que más lo admiró y lo consintió y le grabó 36 canciones: “Hombe, esa fue una vaina impresionante... Yo no quería creerlo... Que uno esté vivo hoy y al otro día amanecé... ¡Hombeeee!”.

Su voz ya era ronca, gruesa y cansina —la bendita isquemia cerebral que lo había tocado años atrás—: lento al responder y, por eso, en ocasiones, Hamburger intervenía para agilizar, para ayudarlo a redondear respuestas y, de paso, para evitar los baches en su espacio radial... Pero en lo baches yo me tropecé con lo mágico del dialogo: era la corchea que, acuciosa, atisbaba neuronas para capturar, precisa, la idea, la respuesta acertada, el verso acompasado, y para lo cual requería, ante los años implacablemente transcurridos, muchos segundos, largos segundos... Al fondo, la voz de Dulzaide resonaba para precisar, sobre todo, momentos: ¡Ella era la memoria de Calixto en aquellos instantes!

Girando en torno a Diomedes, había que precisar aquel primer contacto entre dos grandes del vallenato, uno mucho menor que el otro, uno de La Junta, corregimiento de San Juan del Cesar, La Guajira, y el otro de Valencia de Jesús, corregimiento de Valledupar, Cesar. “Yo fui a tocar a Badillo, Cesar, y Diomedes, que aún no era conocido, se me presentó con un casete —sus primeras composiciones— y me dijo: “‘Tome pa’que oiga este casete’...”

Después de escucharlo, Calixto le dijo ‘está muy bueno’. Pero no iba a grabarlo porque “yo para esa época grababa poca música ajena, siempre grababa vainas mías. Me gustaron sus números, pero no los grabé; es que tenía tantas canciones mías que no tenía tiempo para aprenderme las de otros...”.

¿Y qué se hizo ese casete?

“No recuerdo si él me lo dejó...”.

Y entonces intervino Dulzaide y dijo que sí, que él se lo dejó, que existe, que “por ahí debe de estar en los archivos” de la casa... La casa de Calixto allá en Sincelejo.

Es una reliquia —anotó Hamburger.

“La única que lo puede tener es Dulzaide. Yo, guardo muy poco la... Pero ella sí, como es curucuteadora y registra todo...”, remató el maestro.

¿Cuál fue la primera canción que le grabó Diomedes?

“Parece que fue ‘Rio triste’...”.

¿Cómo llegó Diomedes hasta el maestro para lograr grabar esa canción?

“Él la escucho y le gustó: yo la había grabado... Y es que a él le gustaba mucho la música mía...

¿Diomedes fue a la casa de Calixto en Sincelejo?

“Diomedes me visitaba cada vez que venía a tocar por acá y yo iba a verlo donde él tocaba... Una vez me tocó acompañarlo a Tierra Alta, porque lo retuvieron y no lo dejaban pasar, solo lo permitirían si yo lo acompañaba. Y yo lo acompañé...”.

¿Cómo era Diomedes en aquellos tiempos?

“Siempre fue un tipo sencillo. Amigo de todo el mundo. No era como ciertos músicos que son estiraditos... Acompañé con el acordeón a Diomedes en parrandas y en las casetas a veces me pedía que le tocara temas míos que él los cantaba... Aquí en La Sabana le toqué como tres discos...”.

Estábamos en esas, cuando habló la memoria externa del maestro, Dulzaide, y dijo: “Y de la Sony lo llamaron porque Diomedes quería que le tocara el acordeón cuando le grabó ‘El esqueleto’...”

“Yo no quise”, anota el maestro.

Cierta vez que estuvo enfermo, toda la ‘musiquera’ vino a verlo —anotó Hamburger—: Oñate, Poncho...

“Vino Oñate, a Poncho no lo vi... No vino”.

Entre Poncho, Oñate y Diomedes le grabaron más de cincuenta canciones...

“Espera: Alfredo, de pronto menos que Diomedes, pero Alfredo me grabó una buena cantidad de discos...”, y el maestro se refería a su alumno y compinche en ‘Los corraleros de Majagual’ y después en la interpretación de sus temas: el tri-rey vallenato Alfredo Gutiérrez.

Como él quería: sus despojos mortales fueron enterrados en su pueblo, Valencia de Jesús, el de los altares...

Por José Orellano

En Calixto Ochoa, en su primer mes de muerto y por siempre jamás, habrá historia viva para cualquier libretista.

Y en su obra —¡más de 1.200 canciones!— hay no realismo mágico sino magia realista para que sea hilo conductor de un tejedor de novelas, no hay duda.

A su historia nada habría que inventársele porque es genuinamente real. Tan

Alfredo y Calixto, ahhh: ¡Tiempos aquellos!

...

Este hombre, que a pesar de la fama que alcanzó, hacía cola en los bancos y durante los ‘check in’ de viaje, informó que, a aquel diciembre de 2014, cuando “ya ni a los bancos puedo ir”, aún tenía mucha música inédita, atesorada en casetes, canciones que no conocen la luz pública. “La señora Dulzaide es quien las escucha... A mí no me provoca ni oí música ahora... ¡Me aburrí!... Ni la mía la escucho... No escucho nada de eso... A estas alturas uno pierde la emoción... No sé si más adelante Dios me de ánimo para seguir haciendo cualquier cosita, aunque ya no sea igual que antes, pero de pronto vuelvo a componer algunas cositas por ahí...”

O sea que se siente lleno de vida...

“Me siento bien...”.

Maestro: usted será inmortal. ¿Qué siente porque las generaciones actuales y por venir tengan que recordarlo por su música?

“Es lo mejor que puede haber, que lo recuerden a uno... Es lo mejor que hay: que la fanaticada lo recuerde a uno por lo que hizo”.

¿Usted quería ser famosos desde pequeño?

“Sí quería... Y fui famoso un poquito, a la fuerza si se quiere... La niñez la pasé trabajando en lo ajeno, en fincas ajenas y yo vine a coger el arte cuando llegué acá a La Sabana...”.

Maestro: más de mil canciones de su autoría, 1.500... De todas, ¿con cuál se identifica plenamente...?

“‘Los sabanales’, ‘Playas marinas’, ‘Diana’, ‘La reina del espacio’, ‘La plata’, que quien le puso así fue Diomedes; eso se llamaba ‘Por eso gozo’ y eso lo grabé yo en 1956”.

¿Por qué se quedó en La Sabana?

“Me gustó. Cuando eso, por allá —por Valledupar—, el acordeón no era nada tampoco. Nada. Era para beber ron, aunque por aquí también, pero me rebuscaba por ahí por los montecitos”.

Pero a la final se invirtieron los papeles... Ahora allá (Valledupar) está más organizado que por acá (La Sabana)...

“¿Qué se va a hacer? La vida es así...”.

¿Cuantas canciones le grabó Diomedes?...

“Veintiocho o treinta...”, responde Calixto, pero la realidad es que fueron 36.

De esas, ¿con cuál es la que más se identifica?

“Grabó ‘Diana’, ‘Los sabanales’, ‘La plata’, ‘La voz del pueblo’, ‘Todo es para ti’, fueron muchas: ‘Miryam’, ‘María Esther’, ‘Penando en vida’, todas fueron éxito...”

Y también grabó ‘El mundo’, ‘Sueño triste’, ‘Mi biografía’, ‘Palabra sagrada’, ‘El profesor’...

Tratando de buscar historias sentimentales emocionantes dentro del contexto creativo de Calixto Ochoa, con epicentro en la mujer, Hamburger preguntó:

¿Quién era María Esther?

Y Calixto respondió: “Una mujer...”

¿De las tantas que pasaron por su vida...?

“De las tantas, sí... Uno a veces les hace canciones a mujeres así no hayan sido nada de... si no que uno se enamoró...”

¿A cuántas mujeres les hizo canciones? ¿Usted alcanzó a sacar la cuenta?

“¡Uf!... No... Son muchas: Irene, Rocío... No, yo no recuerdo ahora a cuántas fue... Martha, Norma... Pero claro: no todas fueron... Solo ‘enamorao’...”.

Fueron 35, con nombre propio, las mujeres que movieron la musa de Calixto. También fueron Crucita y Sacramento y Marylí... Y con apelativo, ‘La india motilona’, que por Cúcuta también tuvo amoríos.

¿Y la canción de Dulzaide...?

Para ella no hubo. Y puede que lo que dijo el maestro sea razonable: “Si le hubiera hecho canción, ya no viviéramos...”, dijo y a sus 79 se carcajeó como lo hacía, me lo imaginaba, cuando era ‘Gavilán castigador’ y Dulzaide apenas un pollita de 13 años, emplumándose, corazón acelerado. “Jajajajajaja: Si a la mujer que vive con uno se le hace una canción, yo no sé qué pasa, pero la unión se termina”.

¿Usted fue de malas en el amor?

“No, diré que de malas, no... Tuve mis tropezones malos, pero también los tuve muy buenos...”.

...

Romántico, pero igual ‘Rey’ no solo del Festival de la Leyenda Vallenata sino también ‘de la picaresca cotidiana’. Que así lo resaltó una de las casas disqueras para la cual grabó en la presentación de la carátula de un elepé en acetato, 33 RPM, y en la cual este ‘jornalero de alma’ aparece de esmoquin.

Y digo ‘jornalero de alma’, no por menosprecio sino porque él mismo lo subraya cuanto se le cuestiona sobre una actividad diferente a la musical, en la cual le hubiera gustado pelechar...

“Yo estaba ‘encarrilao’ era en trabajar machete y ordeñar ‘ganao’”... Una época que, a pesar de la fama amasada, Calixto añoraba: “¿Qué iba a ser? ¡Jornalero! En Valledupar trabajaba yo donde los Monsalvo y yo era un tipo que se levantaba a las tres de la mañana, porque a esa hora tenía que estar ordeñando 25 vacas en un potrerito que quedaba... bueno, en las afueras; ahora ya Valledupar es ciudad. Esos son recuerdos que llevo yo... Y si no hubiera sido músico, allá estaría todavía en eso... jejeje...”

—Pero si no fuera músico ni corralero, ¿qué le hubiera gustado ser?

“No tengo nada definido... Si no hubiera sido músico mi destino estaba marcado para trabajar y trabajar... Pero se me dio por el acordeón y se me dio también por componer y así me fui...”

Un ‘me fui’ que lo puso de andariego por pueblos y ciudades y países, por San Onofre, Ovejas, San Isidro, al principio, cuando él ya digitaba el acordeón por La Sabana, pero aún no había acordeoneros por allá... En Ovejas un ciego: Carmelo... y Víctor Parra el cuentero... “Fueron épocas tristes y no tristes... Más o menos, eso fue lo que me ayudó a encarrilarme”.

Y le activó la picaresca para darle vida a ‘Compae Menejo’ y a ‘Remanga’. “Ponía cuidado cómo hablaban ciertos personajes”, y de esas experiencias salió ‘Calabacito alumbradó’ y la misma picaresca lo llevó después a matar a Menejo por estar curioseando a machete los bejucos de la planta que le daba lumbre al calabacito. Esto no fue real, ocurrió solo en la imaginación de quien fuera llamado, precisamente ‘Rey de la picaresca cotidiana’.

Mismo caldo en que cocinó ‘El aparato’, canción inspirada en el atraco del cual casi es víctima en Cartagena a manos de una puta... “La grabó Osvaldo Rojano con Virgilio De la Hoz... ¡Y yo también la grabé!”.

¿Cómo fue ese caso?

“La canción dice las vainas que a uno le pasan”

¿Qué hacía por Cartagena?

Dulzaide respondió que había ido a cobrar unas regalías...

“Pa’ese tiempo”, retomó la palabra Calixto, “estaba buscando qué iba a grabar donde ‘Los hermanos Barrera’, los de ‘La múcura’ que tenían el sello ‘Eco’, que ahí fue mi primera grabación: ‘El lirio rojo’, en 1956. Bueno... Y un día se me dio por salí a ‘vagabundeá’ por ahí, por allá por las murallas, y entonces me encontré con una vieja y le propuse algo y dijo: “Sí, vamos al apartamento mío”. Ella vivía a la salida de Cartagena hacia Sincelejo y llegamos: una piececita que ella tenía y ahí fue donde me pasó el sofoco”. Y aspectos del sofoco ante ‘El aparato’ se pueden establecer en: https://www.youtube.com/watch?v=jgVHcn9vHNI...

—¿Y qué hizo?

“Pues nada, me tocó corré... Es que yo no tenía lo que ella me pidió...”. Y a correr se dijo, porque la agresiva puta le había dicho: “¡Aquí te mueres!”.

Después de su recorrido por pueblos sabaneros y del chasco en Cartagena, vinieron Bogotá, Barranquilla, Medellín, el mundo, el hombre recorrió mundo, real, tangible, y también onírico, entre sueños. Y en el mundo real transitado, Nueva York y México. Y enormemente sorprendido, dijo Dulzaine, lo dejó para siempre  Ciudad de México...

“México es bueno”, remata el maestro. “Duré año y medio en México”.

Y Dulzaide precisó que México era buena plaza para Calixto.

Todavía lo escuchan, dijo Alfonso.

“Claro”, puntualizó el maestro: “Todavía”.

Y de nuevo, de vuelta a la picaresca. Historia con mucho picante que involucra a dos sincelejanas que, por turnos, sudaban sábanas en La Sabana con el valenciano. Se afrontó entonces el contenido de una puya, una puya de las que tanta falta hacen en las grabaciones de la nueva ola del acordeón... Está compuesta y montada sobre una historia real que hoy, a pesar de aparatos dátiles y mucha tecnología, no dejan de seguir sucediendo. Una historia en el barrio ‘La pajuela’ de la capital de Sucre.

“Una gorda que yo tenía y una flaca también... Y cuando la gorda se encontraba con la flaca, se insultaban y...”.

En Sincelejo ocurrió lo que dice la canción en interpretación de Diomedes Díaz: (https://www.youtube.com/watch?v=dFCYJb7DD80)... Que en la vida real la flaca prendió por una teta con los dientes a la gorda y le rompió hasta el vestido a física dentellada...

Y más de picardías: ‘El muerto borracho’... El de la calle Serra de Sincelejo: “Lo que dice el disco... Un cuento que me echaron a mí sobre lo que hacía un hombre borracho y compuse el disco con lo que me dijeron”. Era un muerto vivo, pero borrachón y mete manos en féminas ajenas.

...

Calixto de Jesús Ochoa Ocampo deja un hijo que sigue sus pasos: Rolando. “Va bien... Hasta ahora ha pintado muy bien y va pa’lante...”

Una recomendación para él...

“Que siga así, componiendo y tocando como lo hace y que sea buen amigo de todo el mundo, que es lo principal...”.

Y se vuelve a La poética del maestro, a la fonética y la grabadora como medios materiales para sus canciones, en especial para esa ‘cancionaza’ que se titula ‘La reina del espacio’.

¿Fue un sueño realmente?

“Fue un sueño”

¿Y cómo fue ese sueño?

“Lo que dice la canción... Sueño con una mujer y lo que pasó en el sueño está en la canción... Y esa melodía se me vino a mí una madrugada... Yo tenía una grabadorita que me había regalado un hermano y desperté de noche... Estaba recién

regalada la grabadora: una grabadorcita que tenía caseticos chiquiticos así (me imaginé los pulgares del maestro sobre el índice de su dos manos, haciendo exactitud del tamaño de casete). Estaba soñando y de pronto desperté ‘azorao’ y compuse un verso enseguida. Al día siguiente terminé de ponerle la letra”.

Y en los ires y venires del diálogo se dijo que la canción titulada ‘La reina del espacio’ era un poema... que sí que es un porro... pero que no, que es un porro no muy clásico... pero que sí, que es un paseo... Pero que es, en todo caso, una genialidad poética el verso que dice “con aquel manto azul del cielo”, complemento de la estrofa: ‘Y la carroza donde andabas/ tenia millares de luceros/ Y cuando el Sol recalentaba/ los angelitos te tapaban/ con aquel manto azul del cielo’.

La historia musical de Calixto, con ancestros bien vallenatos, se escribió en Las Sabanas de Bolívar. Hasta allá llegó, en 1953, procedente de Valencia de Jesús, vía Salamina-Puerto Giraldo y por los altoparlantes del ferry se había enterado de la muerte de Jorge Negrete, uno de sus charros mexicanos preferidos. Debía ser el 5 de diciembre. La corchea, acuciosa, atisbó entonces en las desgastadas neuronas del maestro y este dijo: “En San Jacinto... tierra de buenos músicos... no topé con gaiteros pero sí... con Ramón Vargas, a quien enseñé a arreglar los acordeones... y quien llegaría a ser un buen guacharaquero de mi conjunto”.

...

Calixto de Jesús —casi todos los valencianos llevaban el Jesús, honor al nombre del pueblo— no era parrandero, pero “vivía de las parrandas”, precisó Dulzaide...

“Me llevaban a las parrandas”, aclaró el maestro. Y lo llevaban a beber, que en su momento bebía, “por allá”, en el Magdalena Grande, Ron Caña; “por acá”, en las sabanas de Bolívar, aguardiente, pero, dijo, nunca, ni allá ni acá, ni acullá, sufrió de guayabo.

¿Y whisky?

“A veces lo veía pasar, por allá, por las manos de otros”, precisó Ochoa Ocampo.

Y en su ruta hacia la consolidación como músico completo, le surgió a Calixto Ochoa el tema con el cual muchos han creído que con ello él estaba tratando de emular a Rafael Escalona y su ‘Custodia de Badillo’.

La de Escalona está creada sobre un hecho que aconteció y ‘Los altares de Valencia’, de Calixto, igual. Y esta es la historia:

“Me escribió un sobrino del pueblo y me contó lo que hizo el padre Pachito en Valencia... Que no tenía cura... Que lo llevaban de Valledupar para que diera la misa... Y el cura hizo lo que dice la canción”:

https://www.youtube.com/watch?v=W_vSkOtX9e4...

“Cuando se dio cuenta la gente, ‘abismaron’ al pueblo (yo todavía no sé lo que realmente iba a hacer el cura con los altares) y le hicieron bajar los altares del camión donde ya los tenía empaquetados y hasta le voltearon el  Volkswagen que tenía... Mi sobrino me escribió y me pidió que le hiciera algo al padre Pachito que se iba a robar los altares de la iglesia... Me contó todo y después compuse... Pa’esa apoca yo era rápido”

Pero después usted le hizo una aclaración, ¿por qué?

“El padre me mandó llamar. Él era profesor y los estudiantes lo tenían levantado... No lo dejaban ni salí a la calle... Me pidió que hiciera un disco diciendo que él no iba a robarse eso, que él iba era a mandarlos a restaurar, a reparar, porque ya estaban viejos... Yo hice la aclaración, pero el primer tema es la verdad”.

Tiene que ser verdad ante los ojos de Dios. Con más razón si lo dijo el pueblo: ‘La voz del pueblo es la Voz de Dios’, reflexiona el cronista. Tan verdad es esa historia como verdad es la de ‘Los sabanales’, de pronto el primer gran éxito discográfico de Calixto.

“Estaba en fiestas de corraleja... Y llegaron tres tipos en sus bestias... Me buscaron pa’que fuera a toca una serenata a la hija y a la señora y como yo estaba pa’eso, fui. Íbamos delante del jinete. Éramos tres: el guacharaquero, el cajero y yo, que así eran los conjuntos de antes. Ya en la finca el dueño me dijo: “Les voy a colgá unas hamacas pa’que duerman. Por la mañana nos vemos, porque yo estoy muy ‘cogío’ de trago...”.

Calixto pernoctó allí, siguió de largo el día y ahí quedó, para la inmortalidad inmaterial, para el patrimonio de la humanidad, lo que sucedió. Eso que dice: ‘Cuando llegan las horas de la tarde/que me encuentro tan solo y muy lejos de ti/ me provoca volvé a los guayabales/de aquellos sabanales donde te conocí... Mis recuerdos son aquellos paisajes y los estoy pintado exactos como son/ Ya pinté aquel árbol del patio que es donde tú reposas cuando calienta el sol...’

...

‘Los sabanales’ y todo su cúmulo de creaciones que obligan a describirlo como ‘polifacético’ en cosas de música, como ejecutante clásico del vallenato y como compositor e intérprete de ritmos —quizás 22— que, por la picardía de sus versos y el contenido, abrazan y abrasan a todo tipo de público en su región, en su país y el mundo, seguían generándole regalías puntuales hasta antes de morir, que de seguro ahora se incrementarán para bien de Dulzaide.

“Me llegan de Sayco, de Fuentes, de Sonolux en menor proporción, y de Codiscos... Como yo grabé en todas esas fábricas...”, dijo a diciembre de 2014, cuando llevaba bien presente que Diomedes, antes de morir, dejó grabados otros dos temas suyos, que, se reitera, era su compositor favorito.

Dulzaide aseguró que en la disquera no los incluyeron en el último álbum, porque no hubo palanca, prefirieron a otros compositores cercanos al Valle y “dejaron por fuera al maestro”. Los temas son: ‘El profesor’ y ‘Un poema’... Sin embargo, en Youtube se puede escuchar como mosaico:

https://www.youtube.com/watch?v=d2KhGxFGPlo

 

Rolando y Calixto: prolongación de un arte completo: composición, canto, acordeón...

...

Entre bomberos no se pisan la manguera. Y el adagio había de caer como anillo al dedo en la edición número tres, 1970, del Festival de la Leyenda Vallenata.

Calixto Ochoa subió a competencia la última noche del festival y apenas desplegó el acordeón supo, como lo supo Emilianito Zuleta, uno de sus rivales, que el instrumento tenía los pitos reventados.

Los había destrozado el sobrino, Eliécer Ochoa, quien, la noche anterior, se lo había llevado sin permiso para una parranda casera... “Vea, me hizo quedaaa...”, recordó Calixto. Y preciso que Emilianito, consciente de que los pitos del acordeón de su contrincante estaban literalmente hechos trizas, fue y buscó el de él y se lo facilitó... Y Calixto ganó.

Fue este el festival en el cual una niña de 13 años no le quitaba la mirada a quien había de ser Rey. “Yo casi no pisé el suelo de Valledupar en ese festival... Hombeeee, apenas terminaba mi presentación la bulla de la gente y me enganchaban en el hombro, pelaos, viejos y todo el mundo, y me paseaban de un lado al otro”.

Y obvio, un interrogante sobre los acontecimientos del primer festival ‘Rey de reyes’ que ganó ‘Colacho’ Mendoza y dentro de los cuales el gran favorito del público, ‘El negro’ Alejandro Durán, se auto-descalificó: él mismo lo anunció luego de pelar un bajo, su especialidad con un pedazo de acordeón...

“Ya se sabía que el Festival estaba arreglado para ‘Colacho’... Pero yo digo: ‘Colacho’ tocaba bien y él se lo merecía también... El público fue el que se cabrió...”.

Y... ‘¡san se acabó!’, concluye el cronista.

En uno de los pasajes más recordados de los inicios del Festival de la Leyenda Vallenata, en 1970, tercera edición, Emilianito Zuleta consciente de que los pitos del acordeón de su contrincante Calixto Ochoa estaban rotos, fue y buscó el de él y se lo facilitó. Ganó Calixto.

Foto cortesía de Hernando Vergara

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