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La mejor victoria es vencer sin combatir

Del autor(a) del ruido

¡hagase su amigo!

Por Inocencio De la Cruz

Usted duerme plácidamente, pero un acontecimiento repentino e imprevisto lo despierta: sobre-

saltado, usted, náufrago de su somnolencia, busca, en medio de la oscuridad —está casi seguro de ello—, el ambiente hípico generador del ‘tocotoc… tocotoc… tocotoc… tocotoc’ que retumba oído adentro, su oído… Finalmente, bien despierto, usted confirma que no existe tal ambiente hípico y aho-ra está, una vez más, usted al borde del enfado.

Usted vive en un conjunto residencial de propiedad horizontal de aquellos que construyó Mazuera

en zona de humedales capitalinos hace más de 30 años, apartamentos con pisos acondicionados para ser cubiertos por alfombras, las cuales se requerían por cuanto generan aislamiento térmico y acústico: no solo minimizaban el frío bogotano de aquellos entonces sino que absorbían los ruidos y contribuían al silencio.

Seguro que no es la primera vez que a usted lo despiertan con el ‘tocotoc… tocotoc… tocotoc…

tocotoc’ o con el zumbido vibrador de un electrodoméstico encendido a las 10:30 de la noche o con el interminable taconeo, femenino o masculino, de quienes, como si no gozaran del más común de los sentidos —precisamente el sentido común— se olvidan de que el piso de ellos es el techo de los que viven abajo y que son ¡las 2:00 de la madrugada!

¡Sí!, usted habita uno de esos apartamentos… Pero cuando usted lo adquirió —previsivo— cam-

bió la alfombra por porcelanato o cerámica y hasta tuvo en cuenta reforzar la base del piso en un intento por aislar al máximo el apartamento de abajo del ruido cotidiano que ha de generarse en una vivienda, en su vivienda. A lo mejor, todos los copropietarios no han hecho lo mismo que usted… A lo mejor, algunos persisten con el alfombrado… A lo mejor, otros recurrieron a los pisos de madera, pero el que queda exactamente encima del suyo —sépalo mi amigo— no tiene alfombra, pero tampoco piso de madera: sobre el hormigón se le acondicionó apenas un revestimiento en lámina de madera de reducido espesor. Y sobre ese material, el ruido no percute ni repercute sino que retumba, como vuelto un estruendo.

Usted es consciente de que el silencio absoluto es imposible, mucho menos con las pésimas cali-

dades de aislamiento acústico en edificaciones de propiedad horizontal, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y casi a diario, a usted le ha ocurrido lo mismo que le está ocurriendo esta noche.

Claro que, al comienzo, usted había surtido las instancias del caso: tuvo choque verbal con sus

vecinos de arriba… escuchó impávido la respuesta de su joven y hermosa vecina “si no quiere escuchar mi taconeo, ¡múdese!”… se quejó ante la administración… compareció a la reunión para conciliar con el Comité de Convivencia como facilitador… escuchó el consabido “nosotros no somos” y… asistió, solícito, bajando un poco la guardia, al apretón de manos entre generador y receptor para sellar el compromiso de que, a partir de ese momento, se le pondría mayor atención al control de los causantes de ruidos.

Pero vuelve la noche y usted se acuesta alegre, tranquilo. Y justo, cuando usted se siente como

que flota entregándose lentamente al mundo del ensueño mientras la realidad se va difuminando de su mente, vuelve el concierto de ‘tocotoc… tocotoc… tocotoc… tocotoc’, incluyendo ahora ruidos de puertas de baños y del asiento reductor o ‘bizcocho’ del inodoro —‘bizcocho’ le dicen los bogotano— que se tiran con furia y de muebles que se arrastran y casi siempre, entre despierto y dormido, usted había buscado un palo de escoba y había golpeado contra su techo, incluso deteriorándole su aspecto, convencido de que estaba devolviendo el mismo ruido para que los de arriba supieran cómo se siente abajo.

O, más dormido que despierto, usted, en voz muy alta, mejor dicho: gritando a todo pulmón —cre-

yendo que la onda fonética ha de traspasar el hormigón de su techo para que los de allá arriba lo escu-chen— entabla un furioso y polémico monólogo, en dos tonos de voz, sobre el tipo de bestia imaginada que no deja de galopar, por el contrario: se reafirma en su ‘tocotoc… tocotoc… tocotoc… tocotoc’.

¿Recuerda que, a la media noche de una de estas noches, usted decía que “¡es una yegua

basta!”? ¿Recuerda también que, digamos, su otro yo, le contestaba que “¡no, no es yegua, es mula y no se adapta fácilmente a la ciudad”?… ¿Se acuerda también de aquella noche en que no era galope ni taconeo, tampoco electrodoméstico vibrador, sino un ‘ruqui ruqui… ruqui ruqui…’ de esos que sabemos y usted gritaba que acuñaran la cama, porque estaba coja?

En su desespero contra el ruido, no solo de noche sino también hacia la media mañana o des-

pués del ángelus vespertino o al mismísimo medio día, mientras se almuerza, usted ha creado y recreado fantasmas —ningún humano admite ser el causante de los ruidos—, y los ha situado en el mezanine que imaginariamente construyó entre su apartamento y el de arriba y ha repetido, 55 años después, con inusitada insistencia, aquellas lecciones que le daba su abuelo Pedro el galapero: “De noche o de día/ a los fantasmas se espantan con groserías”. Y usted, aplicado discípulo, lo ha hecho. Aunque a veces, más recatado, también ha mandado a sus fantasmas a levitar, a que no caminen, a que no se desplacen sobre el piso, mismo que es su techo.

Pero ahora, amigo mío, présteme suma atención: ¿Sabía usted, mortal profano, que con sus

reacciones —al comparar el ruido despertador con el galopar de yeguas o mulas, al inventar fantasmas y mezanines, al golpear de abajo hacia arriba, al gritar que se acuñen camas o al insultar fantasmas— estaba tacando burro?

¿No lo sabía? ¿Ni siquiera lo imaginaba?

Ok, aceptemos dubitativamente que no lo sabía, pero así es, mi señor: ¡Ha estado tacando burro!

Y estando en estas, pues, lo invito de manera cordial a que, a partir de este momento, a partir de

este ‘tocotoc… tocotoc… tocotoc… tocotoc’ que esta noche le retumba oído adentro y ahora lo tiene a usted al borde del enfado, comience a actuar sobre la enseñanza que han de aportarle los dos pensa-mientos que siguen:

*‘La mejor victoria es vencer sin combatir’…

*‘Quien te enfada te domina’.

Sí, yo sé que nada agradable resultan esos intempestivos despertares a causa de los ‘tocotoc…

tocotoc…’ como de galope, ni el constante ‘toc-toc’ de tacones… Ni los ‘ruqui ruqui’ como de cama coja ni el ‘vibrato estremecedor’ del electrodoméstico sin mantenimiento que se enciende hacia la 10:30 de la noche…

Y también sé que ya usted estaba que lle-

vaba el caso hasta un estrado policial —lo vi dando vueltas por el CAI de la 170 y por la inspección de Policía de Suba—, basado en la ilustración que sobre el tema ‘Pautas de ley en copropiedades’ aporta la abogada Nora Pabón Gómez, consultora de amplio conocimiento de las normas sustantivas de las copropiedades y de la aplicación de las mismas: “El taconeo, el uso indebido de los pisos de madera, el movimiento y el trasteo de muebles, el uso de aparatos y herramientas eléctricas y de contusión en horarios no permitidos (ejemplos: taladros, en el primer caso; martillos, en el otro), las alarmas de los carros, las obras en las unidades privadas a deshoras, el mal uso del salón comunal y los corrillos y juegos en las zonas comunes, violan el derecho a la vida y a un ambiente sano de la gente y atentan contra la salud, la tranquilidad y la intimidad”.

¡Sí!, todo eso está bien, pero, en la reali-

dad, eso lo que trae es desgaste. Como desgasta el papel de los Comités de Convi-vencia en propiedad horizontal, porque casi nada pueden hacer contra los residentes rui-dosos, ¡un problema muy gordo!

Yo lo invito a que no desfogue ese enfado que le provoca el ‘tocotoc… tocotoc…’, no lo demues-

tre, no golpee, no grite, no llame a la policía ni denuncie —acuérdese de las represalias—, porque hay un método muy sencillo contra esos vecinos ruidosos de la noche, de la madrugada, del medio día o de la vespertina, de lunes a lunes: póngase de su lado, ponga de presente aquel viejo adagio que dice que “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Aunque parezca un contrasentido, ¡hazte de los ruido-sos su amigo!

Sí, ‘al ruido, no le hagas más ruido…’.

Y sepa usted, amigo mío, que un buen bloguero con el que tropecé en uno de mis frecuentes

viajes por el ciberespacio no solo recomienda eso, sino que asegura que es remedio infalible, como la risa. Es verdad lo que él dice —y téngalo usted muy en cuenta—: vivimos en bloques cada vez más deshumanizados junto a vecinos que no conocemos, a los que a duras penas saludamos. Ni siquiera nos relacionamos con los vecinos que dan puerta con puerta. ¿Cómo esperar que su vecino de arriba o de al lado sepa que al lado o debajo existe alguien a quien, en determinados momentos, puede molestar?

Esos vecinos a usted no lo ven. Usted tampoco ha visto a esos vecinos.

Y la verdad: en estos ambientes residenciales, cortesía y amabilidad brillan por su ausencia.

Usted dice ‘buenos días’ o ‘buenas tardes’ y muchas veces ha de quedarse esperando la res-

puesta, en comisión, por parte de quien no correspondió al saludo, de un delito contra la Urbanidad de Carreño, ‘aunque en los códigos no esté tipificado como tal’.

Todas las noches usted se siente atacado por las mil y una maneras de hacer ruido que crean y

recrean sus vecinos de arriba y usted quiere que dejen de hacerlo. No se lo diga a gritos, menos en caliente. No se enfade. ¡No delinca contra Carreño!

La solución al problema es amistar. Dejar de ser un simple desconocido para su vecino ruidoso y

viceversa. Láncese a la conquista de cierto grado de amistad mínimo viable, con él para poder exponer su problema sin culpabilizarlo en absoluto. Inténtelo, será mucho más rápido y más efectivo y econó-mico, en tiempo y pesos: ni administración ni Comité de Convivencia, ni Policía ni abogado, ni recupe-ración de voz ni desgastes físicos ante sus gritos y golpes al techo lograrán amainar los ruidos. Hágalo su amigo, será más eficaz que cualquier pleito.

¡Muy difícil nos resulta a la humanidad dar ese paso!

No importa, inténtelo, sobre dos reglas:

1: No criticar, no condenar, no quejarse.

2: Demostrarles aprecio honrado y sincero.

Y que los créditos sean, pues, para la sección ‘1,2,3’ y ‘La ñapa’ de Adriana Tono del lunes 25

de julio reciente cuando cerró el noticiero CM& con la frase que dice que ‘quien te enfada te domina’… Y también para ese bloguero que le dije y que usted, amigo, ha de conectarlo, mediante el siguiente link: http://protegetudescanso.com/blog/como-lograr-que-tus-vecinos-ruidosos-te-dejen-dormir/

ZRZRZRZRZRZRZRZRZRZR...

Toc-toc...

Toc-toc...

Toc-toc...

Toc-toc...

Pum-bam...

Pum-bam...

Pum-bam...

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