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Las costumbres aquellas...

¡Alerta máxima por

vuelta de la esencia

del canto vallenato!

Carlos Vives se ‘fusionó’ con Egidio Cuadrado y juntos dieron los primeros toques pa’l rescate del vallenato tradicional... Después se abrió una corriente siguiendo sus pasos de entre la cual surgió una ‘nueva ola’ que casí acaba con las costumbres aquellas, costumbres provincianas a las que hoy la Unesco declara patrimonio de la humanidad a salvaguardar. 

Si hubiese que cerrar en círculo la cuerda vibrante del vallenato tradicional aún vigente, habría que utilizar como el nodo de cierre a Carlos Vives. Pero al mismo tiempo, habría que reseñarlo, y tenerlo en cuenta, como asiento de providencial cimiento para la plataforma de un plan de salvaguardia y rescate integral de las costumbres provincianas que naufragan en un mar moderno de ‘degenere’.

Por Inocencio De la Cruz

Al margen de las variables rítmicas y melódicas que el samario les introdujo y de las fusiones a las que, acertadamente, ha recurrido en pos de modernización permanente —hace rato dijo que prefiere que se llamen ‘conexiones’—, fue él quien ‘jovenalizó’ y mundializó los cuatro aires del legado de ‘Francisco el hombre’. Lo demás que se ha dado de entonces para acá es burda copia, pero muy distante de una copia aproximada a lo ‘tradicional’. Sin embargo, hay que reconocer en Fonseca y en Gusi acierto en sus respectivos proyectos símiles, pero con aporte de su estilo propio. ¡Forjan la excepción que confirma la regla!

Gracias a su actuación en Escalona —venía exitoso de ‘Gallito’ Ramírez—, telenovela en la cual interpretó un vasto repertorio del maestro patillalero, el Vives del rock y de la balada, del pop, que se conocía pero sin ser ‘tan famoso’ —mediados del primer quinquenio de los 90—, le impartió un giro de 180 grados a sus afanes artísticos y descubrió en paseos, merengues, sones y puyas, la juglaría, la vaquería y los troveros, expresiones autóctonas brotadas en el Magdalena Grande —donde él tiene bien profundas sus raíces—, el material adecuado para iniciar un proceso musical de rescate de lo tradicional. Y aportó, de paso, una propuesta armónica y melódica sin deterioro de la esencia pura del vallenato. Que él, creativo y calidoso —siempre actualizado, actualizándose y actualizando— no se limitaría al vallenato, ‘Clásicos de La Provincia’ y ‘La tierra del olvido’, sino que exploraría otras expresiones musicales colombianas y, con extensión hacia las flautas y la percusión amazónica y andina y también a la nostálgica ‘ritmología’ de los chimila del Magdalena Grande y hasta los zenúes de la Sabana de Bolívar, las volvería ‘Rock de mi pueblo’ con ‘Corazón profundo’. Pero la historia de Vives no es el propósito de esta nota, aunque tenga que seguir aludiéndolo.

Y es que no hace falta ser un erudito para afirmar que con el acordeón de Egidio Cuadrado y ‘La Provincia’ —y referencio, por lo mediática, aquella anecdótica polémica porque se atrevió a ilustrar, él que es publicista titulado, con gráficas alusivas a la producción de marihuana en la Sierra Nevada de Santa Marta la caratula de su disco ‘La tierra del olvido’, camisetas promocionales incluidas—, Carlos Vives consolidó su carrera artística en torno al vallenato pero de manera favorable para el vallenato, el tradicional, no hay duda: lo mundializó. Y comenzó a meterlo en el alma de las nuevas generaciones. Al tiempo que él iba adquiriendo fama mundial.

Además de las de Rafael Escalona, las de viejos pilares de la genuinidad vallenata como Emiliano Zuleta, Leandro Díaz, Carlos Huertas, Juancho Polo Valencia, Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Calixto Ochoa y otros con mucha voz en tan excepcional y exclusiva cochada —“todo un universo”, diría el samario— son notas que se desempolvaron, se sacudieron y que, cantadas por Vives, han viajado bien lejos transmitiendo de un lado a otro, como lo hicieron juglarías de la génesis, las costumbres aquellas. Y en tan comprometedor universo creativo, entre tantos maestros reunidos, también hacía destellar sus propias letras, sus canciones, sus dones de juglar y trovero. Su respeto a la tradición. Y a la vallenata, aunque Escalona, ‘Mile’, Leandro, Huertas, Polo Valencia, Alejo, Luis Enrique, Calixto y el mismo Vives nada tengan que ver con ese ‘pie forzao’ de que lo vallenato es lo ‘nato del Valle’, lo nacido en Valledupar.

‘Homenaje al maestro Escalona’, ‘Brindo con el alma’, ‘Tres canciones’, ‘Mi primera cana’, ‘Amarte más no puedo’, ‘Mi muchacho’, ‘Sin medir distancias’, ‘Qué hubo linda’, ‘Bonita’, ‘Tú eres la reina’, ‘Te quiero mucho’ y ‘Simulación’ son los temas que incluye Fonseca en su último CD doble, uno de estos titulado ‘Homenaje a la música de Diomedes Díaz’, trabajo en el cual hicieron compañía el acordeonista Álvaro López, Chabuco, el acordeonista Cocha Molina y los hijos de Diomedes Martín Elías y Rafael Santos. El otro CD se denomina ‘Conexión’.

Mucho de aquello de ‘lo demás’ anotado arriba —lo demás que se ha dado de entonces para acá es burda copia, pero muy distante de una copia aproximada a lo ‘tradicional’—, es el mal llamado ‘vallenato’ que “está marginando el género musical tradicional y atenuando el papel que este desempeña en la cohesión social”. Que esta es la alerta, muy bien ecualizada hasta determinado punto, que ha lanzado la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco, al incluir al vallenato en la Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en necesidad de salvaguardia urgente.

La causa motiva es contundente, pero no tan acertada. ¿Por qué? Porque el lloriqueo sin alma que interpreta ‘la nueva ola del acordeón’ no es vallenato como lo sitúa la Unesco, aunque sí es amenaza: taladró el alma juvenil y allí ha venido enquistando el degenere de lo auténtico. ‘La nueva ola del acordeón’ es mero y efímero lloriqueo ‘acordeonizado’. En alto porcentaje, sin mensaje, sin capacidad de mover buenos afectos ni de ‘sentimentalizar’ corazones, ni cohesionar sociedad, aunque despierte frenéticos alaridos en un amplio sector de una adolescencia sin conocimiento musical ni histórico, mucho menos de la tradicionalidad, y en lo cual influye sobremanera la televisión y algunas secciones de farándula cuyas presentadoras no distinguen un porro de una cumbia, mucho menos un paseo de un son o un zuletazo de un ‘kavrazo’ y todos para ellas son ‘increíbles’. El lloriqueo ‘acordeonizado’ carece de nostalgia, incluso de alegría, hecho sobre el prurito figurativo de la improvisación y la truculencia, sin interpretación del mundo fusionado en realidad-magia-imaginación-creatividad-nuevas tecnologías. Es que no cabe ni siquiera en ese ‘sanbenito’ que se inventaron algunos para tratar de incluirlo, hará cuestión de cuatro años, en el marco del vallenato tradicional dizque como ‘vallenato lírico’. Que si queremos un símbolo de lirismo en el vallenato, auténtico lirismo, ahí tenemos a Gustavo Gutiérrez Cabello. Bueno, a ‘El flaco de oro’ como líder en eso de generar poesía apropiada para el canto, que muchos de los juglares los son. 

Mucha gente distante de hacer tradición vallenata ha salido a brincar en un solo pie porque la Unesco ha hecho este reconocimiento que, si se lee bien, no es tanto una loa como sí una contundente advertencia, lo reitero: “... actualmente, la viabilidad de este elemento del patrimonio cultural afronta una serie de amenazas”, dice la declaratoria, aportando dos elementos como tales: además de la del tal ‘vallenato’ que “está marginando el género musical tradicional”, agrega “las derivadas del conflicto armado existente en el país, exacerbado por el narcotráfico”. Que en esto último, quienes supuestamente exacerban el conflicto, los narcos, sí tienen mucho que ver, pero desde una actuación diferente: más que intimidación, lamentablemente generaron para varios intérpretes del vallenato tradicional —pero en mayor proporción del ‘lloriqueo acordeonizado’— la posibilidad del dinero fácil y en abundancia. Y el atiborre a canciones prensadas con los mensajes y saludos a personajes de conductas ‘non sanctas’, como en los viejos programas radiales de notas sociales, terminó por ser no detonante para hacer efectiva una puesta en jaque al vallenato sino su ramplón degenerante.  Y con la degeneración el asomo paulatino de lo clásico hacia posibilidades de su desvanecimiento como “género musical tradicional surgido de la fusión de expresiones culturales del norte de Colombia”.

A estas alturas de la nota, no entiendo por qué Silvestre, Martín Elías y otros de la amplia pero intermitente lista de la mal llamada ‘nueva ola del vallenato’, tienen que salir a celebrar la declaratoria, si ellos mismos —incentivados, claro está, por sus casas disqueras— no promueven la música tradicional ni en ritmo ni en contenido. Muéstrenme puyas, merengues o sones —a excepción de Jorgito Celedón— en la producción discográfica de la ‘nueva ola del vallenato’.

Y anoto: ‘Tán bailando’ la declaratoria de la Unesco, pero, ¡qué vaina!, sin prestar atención, sin pararle bolas a la letra’... No han interpretado que la alerta es contra el peligro que ellos personifican para la tradición vallenata. Y es que no hace falta ser un erudito para interpretar y saborear un mensaje que llegue directo al alma, sin importar si es dedicado a la mujer o a la amistad, a los placeres o a las tristezas de la vida. “Eso es lo que encarna el verdadero vallenato, ese que hoy está en la cuerda floja pero que lucha por sobrevivir”, diría una especial amiga vallenata.

Y ampliaría el concepto puntualizando: “Lucha, sí, porque estos jovencitos del ‘brincoleo’ y el pelo engominado graban uno o dos temas esenciales, para decir que defienden las raíces, pero no tres, como diría un versado en la materia”.

Lo que ha hecho la Unesco, literalmente, es alzar la voz para evitar que quienes ‘tán bailando’ la declaratoria pero, ¡qué vaina!, sin pararle bolas a la letra’, terminen definitivamente con lo que queda de vallenato puro. Y de paso conmina, sin señalarla, a la mismísima organización del Festival de la Leyenda Vallenata a que asuma real protagonismo y acciones en la preservación de lo folclórico y ancestral, el blindaje de lo autóctono, de la tradición provinciana, nacida en las entrañas de las “canciones de los vaqueros del Magdalena Grande, los cantos de los esclavos africanos y los ritmos de danzas tradicionales de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, mezclado también con elementos de la poesía española y el uso de instrumentos musicales de origen europeo”, como recuerda la Unesco.

Sin proponérselo, no hay duda, la misma Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata ha hecho aporte a la acechanza maligna contra lo tradicional por el sistema evolutivo que le ha impartido al desarrollo del certamen con el transcurrir de los años. Con más veras si el deseo es el de hacerlo atractivo. En el festival de finales de abril en Valledupar, la expresión folclórica ya no es el llamativo. Los competidores infantiles (la semilla en vías de germinación), juveniles, aficionados, profesionales, en nuevas canciones, en piques de improvisación y repentismo, en instrumentación —caja, guacharaca y acordeón— y hasta en canto, terminan siendo, durante ‘las noches de gala’, como los recurrentes e irrespetados teloneros de las estrellas multimillonarias en cobro pero pobres en aporte al engrandecimiento de un género musical, que, lo pregona la Unesco, “posee cuatro aires principales con esquemas rítmicos propios”, que “se interpreta en festivales musicales específicos y también, esencialmente, en parrandas de familiares y amigos, por lo que desempeña un papel esencial en la creación de una identidad regional común. Además de su transmisión en esas ocasiones, el vallenato es objeto de una enseñanza académica formal”. Muy poco de esto, si es que ya no es nada de esto, está ocurriendo en estos momentos.

No es que no veamos con buenos ojos que algunas luminarias de la música a nivel mundial se presenten en el Festival de la Leyenda Vallenata, ¡ni más faltaba! Pero deberían hacerlo como complemento de lo folclórico, no como mecanismo para darle sostenimiento o arrastre a la atención del público hacía sus ancestros, hacia lo tradicional. Nadie podrá cuestionar que el Fonseca de este momento, mucho más con su excelente homenaje a la inspiración artística de Diomedes Díaz, a su música, sea artista ideal para presentarse en el Festival. Como puede serlo el mismo Gusi, que va madurando su propuesta musical sobre una plataforma con algún sabor vallenato, con un estilo muy suyo que no es amenaza sino aporte. Pero un ‘Don Omar’ o un ‘Mr. Black’ nada tienen que hacer en la tarima ‘Colacho Mendoza’ del parque de la Leyenda Vallenata, así este último haya expresado en un importante espacio televisivo que se estaba acercando al vallenato porque a la instrumentación de uno de sus temas champeta o reaggetón —respetable en lo suyo, pero nada más— le había ‘fusionado’ sonidos de acordeón. O así los dos tengan centenas de miles de seguidores y adoradores, pero entre caja, guacharaca, acordeón y un muy auténtico sentimiento vallenato, no caben. Ni el uno ni el otro.

Y como para más lamentos y elementos para el degenere, el Festival últimamente se ha convertido —al igual que la tradición de ‘La vieja mello’ en Riohacha—, en vitrina y plataforma de lanzamiento de aspiraciones futuras para la clase político-administrativa nacional y de la cual, en plenas actuaciones de estrellas ‘invitadas’ o competidores, surgen personalidades que, con cinco o seis ‘old parr’ entre pecho y espalda, se lanzan al ruedo de los palcos a bailar para desternille de la risa de quienes los vitorean y los aplauden porque parece que estuvieran triturando, con los pies, maíz ‘pa’las cinco de ollas de chicha pa’l bautizo de María’. No olvidemos que politiquería y cultura jamás han sido compatibles.

Este llamado de alerta de la Unesco ojalá se tome en serio y ojalá sea para revivir la esencia del canto tradicional vallenato. Ojalá que los espíritus de Alejo, Emiliano, Escalona, Luis Enrique, Leandro, Calixto, Freddy Molina y Octavio Daza y otros que desaparecieron en anónima juglaría, no sigan revolcándose en sus tumbas, que les permitan descansar verdaderamente en paz, cuando las disqueras, los medios de comunicación y, sobre todo, los compositores y los cantantes y los acordeoneros y los cajeros y los guacharaqueros vuelvan a llegar al alma de la gente y a prendarla para siempre del encanto y la magia del verdadero vallenato.

Y en medio de todo esto, mucho hay que reconocerle al acordeonero Andrés ‘El turco’ Gil por su permanente misión pedagógica en torno al auténtico vallenato. Su escuela en Valledupar —ejemplo que muchos acordeoneros han replicado en distintos sitios del entorno tradicional, así como en otras regiones del país— genera buen número de acordeonistas. Pero... ¿adónde van a dar muchos de ellos?

Una ‘salvaguardia urgente’ son palabras mayores. Y no para que el mismísimo presidente Juan Manuel Santos haga chocar sus emociones contra la real realidad. Una ‘salvaguardia urgente’ traduce, literalmente, custodia —que no la de Badillo, a la cual magistralmente le escribió Escalona—, amparo, garantía, casi obligada y con apremio. La custodia, el amparo y la garantía, obligadas y con apremio, requiere antropología. Y exploración. Y educación. E inversión. Por todo esto no dudo en capturar un mensaje publicado en Facebook por el músico maicaero Raúl Brugés Fuentes, que dice:

“A ver señores... Hora de poner orden.... Pilas señores de la Fundación de la Leyenda Vallenata... Los organizadores de ‘conciertos... Los ‘sacamicas’ de las emisoras... Creo que se acaba la ‘payola’... ¡A sudarla muchachos!... Me río es de algunos irresponsables que lo que hacen es masacrar nuestra cultura... Por cierto, merecido reconocimiento a quienes FUNDARON el vallenato... Ojo, historiadores: Valledupar no es la madre de nuestra expresión musical... OJO: Parte importante en su DIFUSION, sí... Pero el génesis es de otro lado... A estudiar... a investigar”.

No se necesita ser un erudito para concluir que, llana y sencillamente, a todo lo que anota Brugés Fuentes es que conmina la declaratoria del vallenato como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en necesidad de salvaguardia urgente, por parte de la Unesco. Conmina a eso, sí... ¡No a bailar en un solo pie!

Con Beto Murgas Jr., Gusi interpretaba vallenato, con inclusión de uno que otro tema en estilo pop. Ahora, como solista y cantautor va más con lo pop, pero deja algunos números para acercarse al vallenato sin asomarse a una participación en su degenere. En su último álbum, ‘Al son del corazón’,

hay propuesta caribe, y especialmente tres temas con mucho acercamiento al vallenato, sin amenazarlo: ‘Tú tienes razón’, en compañía de Silvestre Dangond; ‘Juramento’, en compañía de Alex Cuba y Luis Enrique, y ‘Despojo’. Y Gusi puede ponerle la firma.

‘Tán bailando’ declaratoria de

la Unesco, pero, ¡qué vaina!,

sin pararle bolas a la letra

oscarperdomogamboa.blogspot.com 

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