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‘Maizidio’ en Centro Histórico samario

Sin tiempos pa’mazorca

Con tierrita se tapó, en plantitas se convirtió e Interaseo las arrasó... Y al tiempo que desaparecía su maizal urbano, Juan Carlos Flórez dejaba de existir tras un ‘paseo de la muerte’ y, según sus familiares, por “negligencia médica”

El maiz de ‘El negro’:

‘El Negro’ con su hermana Rosiris, en su puesto de venta de CDs, mucho antes de la siembra de maíz en plena calle, en el Centro Histórico samario.

No habrá mazorcas: Interaseo arrasó con el maizal, que fue a parar al basurero distrital, pero se abre la oportunidad para que algunos vendan en la temporada navideña y de vacaciones: fueron retiradas las láminas de cinc en su mayor parte...

Pero así como el Estado distrital ordenó y ejecutó la desaparición del maizal —al cual no le dieron la oportunidad de ser trasplantado—, también había propiciado, días antes, la muerte de quien lo sembró. Porque el sistema de salud de Santa Marta es tan deficiente en todos los niveles que quienes lo aplican, de practicantes pa’rriba y de especialistas pa’bajo, no dieron para descubrir, diagnosticar y tratar el caso de tromboflebitis que arrasó, en 38 horas, la existencia de un ser humano.

Y quienes lo administran, de secretarias pa’rriba y de alcalde pa’bajo, han sido incapaces de darle fluidez, oportunidad, calidad y eficiencia al sistema de salud que —¡alarmante, insólito, increíble! — debe tener ya un cementerio sobre sus hombros. Como los infalibles pistoleros del Lejano Oeste...

La muerte pasea su guadaña

“Juan Carlos hace rato venía con un fuerte dolor en la rodilla derecha y no le paró bolas. Pero a las 3:00 de la madrugada del viernes 23 de octubre su hijo lo llevó a mi casa con un violento dolor. Lo llevamos a la policlínica de La Castellana donde lo atendieron, le recetaron ibuprofeno y le dieron salida. Sin embargo él quedó allí, en una silla de ruedas y con un celular en la mano, mientras hacía efecto la medicina. A las 6:00 de la mañana el dolor seguía y la hinchazón aumentaba. Decidimos que debía ser atendido por especialistas y el médico de turno lo remitió a la clínica Mar Caribe. Y, ¡cómo son las cosas en Santa Marta!, no había ambulancia para el traslado y sólo hasta la 1:30 de la tarde pudimos llegar con él allá”, explica Alvaro Flórez.

En la Mar Caribe demoraron casi 7 horas más para hacerle unas placas radiográficas y atenderlo. Había que esperar al ortopedista para que ‘leyera’ las radiografías y que dictaminara qué tenía realmente Juan Carlos en su pierna derecha. “Lo atendieron 8 horas después de haber llegado a esa entidad. No llamaron al especialista. Cuando por fin lo ingresaron a un consultorio no dejaron entrar al hijo, Carlos Mario. El médico vio a mi hermano solo, sin familiar al lado, y eso no fue lo correcto. Cuando el hijo regresó y habló con el médico, este le comentó que no había hallado nada raro en las placas”.

Al enfermo le recetaron medicinas para dolores musculares. Le formularon otras pastillas y dos inyecciones y lo mandaron para la casa porque presentaba “maltrato muscular”, según el médico. “Creo que debía quedar en observación y remitirlo a casa después de que mejorara y se estabilizara, sin dolor ni hinchazón”, afirma Carlos Mario.

“Mi hermano pasó la noche en su casa, siguió con dolor e hinchazón. En la mañana se fue en taxi adonde su hijo, y al mediodía le compramos la fórmula que le había mandado el médico. ‘El Negro’ mejoró un poco, pero a las 5:00 de la tarde me llamó él mismo para decirme: ‘Hermano mío, véngase que me estoy muriendo, véngase rápido, que no aguanto el dolor’. Carlos Mario lo llevó en taxi a la clínica Mar Caribe, donde yo los esperaba tratando de conseguir una silla de ruedas o una camilla”, dice Álvaro Flórez.

Cuando abrieron la puerta del taxi para sacarlo, ‘El Negro’ estaba inconsciente, o muerto. Tenía la barba recostada al pecho, los brazos caídos y desgonzados. Tiempo crucial robó la recepcionista que no permitió el ingreso urgente del enfermo al consultorio, mientras no comprobara la documentación. Pasaron entre 10 y 15 minutos, hasta que autorizaron el paso de la silla de ruedas con el enfermo al consultorio, donde el médico lo atendió enseguida.

“Le tomó los signos vitales y me preguntó: ‘¿Usted qué es del señor?’. Y enseguida concluyó: Este señor entró a este consultorio sin signos vitales, está muerto’”.

‘Alvaro se quedó, literalmente, con la boca abierta y comprendió que el médico que lo atendió en esa clínica y que lo envió para la casa, prácticamente lo mandó a que se muriera. “Los síntomas de mi hermano eran una trombo que la reconocería cualquier practicante por el violento dolor y la hinchazón en la rodilla”, señala Flórez Barranco.

Evasión de responsabilidades

En este caso nadie quiso asumir responsabilidades. Ahí, para proteger la propia existencia, sí era valiosa la vida que se acababa de perder. “Desde el puesto de salud de La Castellana, la ausencia de ambulancia, la remisión tardía, la demora en la atención en Mar Caribe, la presunta incapacidad profesional del especialista que no halló nada en los exámenes, el diagnóstico errado —maltrato muscular—, el envío a casa sin estabilizarlo, la demora en la readmisión con el paciente desmayado y la lapidaria conclusión final del médico —“está muerto”—, conforman una cadena que ha llevado a la muerte a innumerables paciente que, de haber sido atendidos con eficiencia, estarían alegrando la existencia de sus seres queridos.

Y, como en la canción de Rubén Blades —‘Plantación adentro’—, el médico de turno dijo así: “No voy a firmar el certificado de defunción porque el paciente ingresó muerto”. Le faltó decir ‘Muerte por causa natural’. Su negativa rotunda la hizo frente al director de la clínica.

A ‘El negro’, como a su maizal, se lo llevaron entes oficiales: A Juan Carlos, la URI de la Fiscalía para la morgue; al maíz, Interaseo para el basurero distrital.

¿Hasta cuándo?

En San Andresito existen intereses creados bien definidos: quienes votaron por Caicedo hace 4 años y por Caicedo —en cuerpo ajeno— otra vez hace menos de un mes, pretenden que en la calle 13 entre carreras 4 y 5 y en la carrera 4 entre calles 12 y 13, sean edificados los módulos para instalar allí la extensión —o la sucursal— de algunos almacenes que están dentro de los tradicionales edificios de San Andresito. Este propósito ha movido mucho dinero —bajo la mesa, se entiende— y muchas amenazas, también bajo la mesa, se reentiende.

San Andresito se ha llenado de desplazados y forasteros llegados de otras ciudades huyendo de la violencia generada por otros y de la que ellos mismos propiciaron por allá. Se han adueñado de ese sector desde hace más de 20 años, los antiguos han sido desplazados hacia otros sitios y hacia otros trabajos y son poquitos los que quedan de los originarios creadores del San Andresito.

Mientras a alguien más se le ocurre de pronto sembrar en la calle 13 no un maizal sino un árbol de Navidad, el Tribunal Administrativo del Magdalena está burlado —deben sentir ‘pena de ciudad’ los señores magistrados—, los samarios tienen dos calles cerradas por la terquedad, el interés o la inoperancia distrital y los comerciantes seguirán viendo disminuidos sus ingresos, a pesar de que “en un acto de justicia, bondad y preocupación por la salud y el bienestar de vendedores, compradores y ocasionales transeúntes, quitaron el encerramiento de cinc para que nadie más sufra por el calor en el San Andresito samario...”. Estas últimas comillas se las atribuye el cronista porque seguramente nadie será capaz de asumirlas.

En alianza con http://www.samariocomotu.com/

Por David Campo Pineda

Periodismo investigativo

Como una ráfaga letal se ensañó la tragedia en la vida de Juan Carlos Flórez Barranco. Porque su máximo acto de rebeldía, su demostración fehaciente de la inoperancia del Estado, dejó de existir con la misma rapidez con la que se extinguió su propia vida.

Juan Carlos y su familia buscaron protección para su existencia en el aparato de la salud del Distrito y, ya en sus manos, sólo alcanzó a vivir 38 horas que no le alcanzaron para llegar a los 58 años que debía cumplir este 19 de noviembre.

Su hermano, el arquitecto Álvaro Flórez Barranco, narró cómo terminó Juan Carlos. Su vida fue como la de un samario del común, tan común como se han vuelto las circunstancias de su muerte, pero lo que hizo poco antes de ella sí merece una crónica con el sabor dulzón y la sensación refrescante de una buena agua de maíz.

Porque Juan Carlos tuvo la peregrina y jocosa idea de sembrar, en plena calle 13, entre las carreras 4 y 5 de Santa Marta, varios granos de maíz que germinaron y crecieron hasta el día 60 en que fueron arrancados por operarios de la empresa Interaseo S.A. E.S.P., en cumplimiento de una ‘brigada de limpieza del sector’.

El cronógrafo natural creado por Juan Carlos para medir el tiempo —días, meses o años— que duraría la alcaldía de Santa Marta en dar solución definitiva al problema de la calle 13 cumplió, a medias, su cometido. Porque la intención de ‘El Negro’, como era conocido en la ciudad el improvisado y hoy desaparecido hortelano, era saber si alcanzaría a recoger mazorcas urbanas porque la administración no daba solución, en ningún sentido, al problema de la calle 13.

Por lo menos, algunos comerciantes tendrán oportunidad de vender algo más en la temporada navideña y de vacaciones que está por arrancar. 

A pesar de haber sido arrancadas las plantas de maíz, la calle del San Andresito samario sigue en iguales condiciones, solo que los operarios retiraron las láminas de cinc en su mayor parte, se llevaron los residuos sólidos acumulados durante varios días y dieron mala cuenta de la siembra de Juan Carlos. No pasan vehículos, no han sido demolidas —como ordenó el Tribunal Administrativo del Magdalena— las estructuras-módulos en que se apoyaron el actual alcalde, hace 4 años, y el recién elegido, hace menos de un mes, para hacer que los comerciantes del sector votaran mayoritariamente en su favor. Porque todo allí tuvo un trasfondo politiquero de elaborada maquinación. La promesa de 2011, repetida en 2015, fue hacer los módulos en plena calle 13 para entregarlos a los vendedores que no tenían puesto de trabajo, desconociendo olímpicamente el perentorio mandato del Tribunal que ordenó reabrir la calle en beneficio del interés general. Pero este es otro cuento que, como ‘el del gallo capón’, tocará repetirlo hasta la saciedad para ver si a fuerza de insistencia se define el enredado caso y se evita que la calle 13 termine siendo una reserva forestal o el parque temático vegetal de Santa Marta. Tan ilusorio como el del Agua que pretenden levantar junto a la Troncal del Caribe, frente al Motel Troncal a un costo de casi 9 mil millones, sobre el curso de una quebrada a la que, por pésimo diseño, dejaron ciega e inundando un amplio sector de Santa Marta.

Trasplantes eran la salvación

Prácticamente no hay hogar samario en donde no haya sonado un CD vendido por Carlos Mario Flórez. Su trabajo por espacio de 40 años en la calle 13 le dio para ayudar a su madre —fallecida hace varios años—, comenzar estudios de Ingeniería Pesquera en la Unimag y tener un hogar y dos hijos: Carlos Mario, contratista en Espa, y Diana Patricia, radicada desde hace muchos años en España, donde trabaja como contadora pública.

Aunque enviudó siendo aún joven, Carlos Mario no dejó tirados a sus hijos. Encontró apoyo en la familia, principalmente en Álvaro, su hermano segundo, pero ya había dejado la Pesquera por los continuos paros en la universidad. Siguió trabajando en San Andresito en chaza, kiosco y vuelta a la chaza, donde lo consideraban como un hombre colaborador, buen padre, buen hermano y excelente compañero de trabajos y de andanzas.

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