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Partidos políticos: visión de columnista y de excandidata

Marca Colombia:

el liberalismo

De David Roll

En el Hay Festival se discutió en varias sesiones sobre el pasado y el presente político de

Colombia y creo que ninguno de los personajes habló del principal actor colectivo en la política colombiana: El Partido Liberal.  Desde su fundación hace más de un siglo y medio está en todas partes, pues estadísticamente es el que más ha gobernado en la gran mayoría de los cargos públicos posibles y se puede decir que casi todos los presidentes elegidos en los últimos 80 años fueron presidentes liberales o lo habían sido en algún momento, incluyendo los que han gobernado en los cuatro recientes periodos, Uribe y Santos, y quizá el próximo presidente. Es una presencia tan grande que resulta a veces invisible.

Se dice que el Partido Conservador ha tenido mucho poder a pesar de ser la mayoría minoritaria desde

1934, pero realmente su existencia le ha permitido al Partido Liberal gobernar casi siempre, y cuando no ser socio o por cortos periodos ser el principal opositor. Los liberales legitiman a esa minoría conservadora, pero quedan mucho más legitimados ellos con esa presencia a pesar de los conflictos innegables que hubo y hay.

Hoy nadie cree en partidos sino en personas, pero los liberales, dentro del partido fragmentado o ya en

otros partidos con diferentes nombres, están ahí al frente de todo, como casi siempre ha sido. Y desde hace mucho fue así, pues ya desde el siglo XIX era el partido modernizador y logró imponer sus modelos, especialmente el federalista, hasta su derrota en la Guerra de los mil días, que lo dejó fuera del poder por más de 30 años.

Pero desde el fin de esta Hegemonía Conservadora es el principal protagonista. De 1930 a 1948 fue el

iniciador de la modernización política del país, sobre todo con López Pumarejo y Jorge Eliécer Gaitán. Incluso luego de ser víctima del terrorismo de Estado del periodo llamado La Violencia, resurgió de sus cenizas y casi que gobierna solo desde entonces, con algunas pausas conservadoras, aunque no siempre desde el oficialismo liberal. Fue capaz de ejercer liderazgos claves desde entonces hasta el fin de siglo, especialmente con Carlos Lleras y Luis Carlos Galán, durante y luego del Frente Nacional.

La actual Constitución fue gestada por el liberal Gaviria y la paz firmada por el exliberal Santos tiene un

sello indiscutiblemente liberal. En este milenio los presidentes ya no son oficialmente liberales pero lo fueron, y debido al Big Bang del Partido Liberal, que dio lugar a las más disímiles corrientes, el liberalismo original con distintos ropajes cubre casi todo el espectro político actual. Liberal fue el actual presidente Santos y su abuelo presidente Eduardo (y liberales varios ministros); liberal fue Uribe (exgobernador liberal de Antioquia) y muchos de los uribistas intelectuales y políticos; liberal fue Vargas Lleras y su abuelo presidente liberal Carlos; y hasta la principal líder del Polo Democrático es descendiente de expresidentes liberales. Incluso la Marcha Patriótica ha surgido de la mente de una líder que sigue siendo oficialmente liberal y las propias Farc ahora en transición a partido fueron originalmente liberales. Además, casi todos los actuales precandidatos presidenciales con posibilidades son o fueron liberales, y varios hijos o familiares cercanos de expresidentes o excandidatos presidenciales liberales.

Aparte presidentes y candidatos, funcionarios elegidos o nombrados, también en la sociedad civil el

liberalismo, como Radio Cristal, está en todas partes: periódicos, el mundo intelectual, la gestión social e infinidad de actividades y organizaciones. Quiérase o no, para bien o para mal, según quien analice o qué periodo se vea, la verdadera marca de Colombia es el Partido Liberal.   

Apreciados amigos conservadores:

Luego de haber asistido a la Convención Nacional realizada por el Partido Conservador en

noviembre del año pasado, el escritor y analista Gustavo Álvarez Gardeazabal lanzaba una declaración casi lapidaria asegurando que “el Conservador se ha convertido no solo en un apéndice de los gobiernos de turno y en un voto decisorio en todas las elecciones, pero sin vocación de poder”.

Hay que recordar que en el Partido Conservador como institución, la Convención Nacional es el máximo

órgano decisorio en el que debería hacerse un análisis introspectivo sobre los lineamientos que tome la colectividad frente a las coyunturas y temas estructurales del país. De hecho, fue concebida como un ejercicio democrático en el que se reencuentran todos sus militantes –sin distingo alguno- en donde cuenta igual el voto de un senador o ministro al de un militante de base. En últimas, debería ser una fiesta de reencuentro en el que se hablara de doctrina, de soluciones, de principios, como sucede en las familias y no una simple confrontación pasional desmedida y destructiva.

Este 2017, el Partido Conservador cumplirá 168 años desde su fundación. No se compadece con su

historia que hoy se considere que su papel es ser un “tapete electoral” que se tiende a cualquier Gobierno de turno. Por eso causa tristeza que se haya perdido protagonismo en temas de gran calado como la lucha contra la corrupción, la eficacia de la justicia y el fortalecimiento institucional por cuenta del interés desmedido en tener una figuración burocrática en la administración estatal.

Sin embargo, tengo la profunda convicción de que como conservadores podremos encontrar puntos de

encuentro a pesar de nuestras evidentes diferencias, construyendo un acuerdo sobre lo fundamental. Estar divididos y confrontados es condenar al Partido a su extinción, por lo que las elecciones de 2018 son una oportunidad de superar las dificultades y volver a recuperar la vocación de poder que siempre debe estar acompañada de la mejor disposición para servir y construir un país en el que quepamos todos. Colombia atraviesa un momento histórico que definirá el rumbo que tome nuestra Nación y el Partido Conservador no puede ser un espectador de esta realidad. 

Desde 1849 hemos defendido unas tesis que han perseverado y que no dependen del vaivén de las

coyunturas. Unas ideas que son el alma de cualquier civilización: la autoridad del Estado, el respeto por los valores, la lucha contra la esclavitud y toda clase de dictadura y –especialmente- la igualdad de todos ante la ley. La estabilidad de nuestro país depende de unas instituciones sólidas que garanticen los derechos de todos los ciudadanos. Pero también depende de que cada colombiano sea consciente de que tiene un deber con su país. No podemos olvidar eso: tenemos derechos y deberes, y ambos son parte de nuestro rol como ciudadanos. No es aceptable que los derechos, los caprichos o los intereses de un particular se impongan sobre los derechos colectivos.

Mucho daño nos ha hecho esa idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y

el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo bello y lo feo. Los ciudadanos están cansados de discursos sobre el interés general, pero que se encierra en el clientelismo. No podemos aceptar caer en la vieja política que dedica su tiempo a hacer moral para los demás, sin ser capaz de aplicársela a sí misma. No es posible proclamar grandes principios y negarse a inscribirlos en la realidad. Es aquí donde el Partido Conservador tiene que levantar su voz y decir, con toda claridad, que una sociedad a la deriva navega con rumbo fijo hacia el fracaso.

Marta Lucía Ramírez

El renacimiento del

Partido Conservador

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