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Pesca, vida y muerte en playas riohacheras

Aves marinas ya no

comen mar adentro

Por Luis Roberto Herrera Mendoza

Seis cuadros para resumir una triste escena casi diaria en las playas de Riohacha: el matanza de peces, sin que autoridad alguna se dé por enterada. 

Secuencia de

un ‘pecicidio’

1. Pesca de arrastre, laguna

mar adentro

2. En la playa, el

complemento

del equipo.

3-4. La red de arrastre,

arrastra con todo.

5-6. La selección

y el ‘pecicidio’

consumado….

Apetito voraz el de las aves marinas saciado con los ‘sobrantes’ de la pesca con redes de arrastre por parte de pescadores wayuu: calamares, pez sapo, raya y en fin… Impacto negativo para el ecosistema.

Desde el punto de vista pesquero, la de

camarones se clasifica como pesca de orillas o de aguas someras. Las especies de cama-rones que se capturan en estas playas y lagu-as son titi y tigre —crustáceos decápodos tan-to marinos como de río—. Lo mismo acontece con su captura en la laguna de ‘La raya’: se practica de dos maneras: una, la ya descrita en el mar y, la otra, la que se realiza entre dos individuos que se internan en el espejo de a- gua con una red más pequeña agarrada por cada extremo y que de regreso hacia la orilla arrastran a su paso con todo lo que tropiezan. Un método artesanal que muchas veces da pocas capturas del apetecido crustáceo, por lo cual deben repetir la operación varias ve- ces, trayendo en cada viaje ciento de indivi-duos de otras especies que mueren. ¡Mucho desperdicio de vida marina para poco resulta-

do por parte del humano! Aunque sea alimento para las aves, ahora ‘playeras’.

En ocasiones he sido testigo de estas faenas de pes-

ca —ocasiones que aprovecho para adquirir camarón fresco, ¡ni más faltaba!— y me he dado a la tarea de tomar con la mano ejemplares de jaibas y peces pequeños para devolver-los al mar, sorteando los picotazos de las aves marinas que revolotean sobre los presentes. Al igual, otras personas repli-can las acciones de salvamento que, aunque satisfactorias, muchas veces resultan infructuosas: son muy pocos los ejemplares que podemos salvar. En la arena quedan muchos pececitos muertos, sobre todo bagre. Con la modalidad de pesca de arrastre cientos de alevinos de bagre son extraídos del mar y mueren muy rápido, porque resulta imposible aga-rrarlos y devolverlos a su hábitat porque están dotados de u- nas espinas que utiliza para defenderse de depredadores, pero también causan lesiones graves a quienes tratan de salvarles la vida. La punzada es dolorosa, no importa su tamaño.

En fin, la captura de camarón por arrastre no solo representa un gran desperdicio y despilfarro de valiosos re-

cursos pesqueros, incluyendo especies de consumo comercial como róbalos, corvinas y pargos, descartados tras ser sustraídos por su escasa talla.

En una ocasión tropecé con una escena desgarradora: cientos de mojarra blanca tirados en la playa porque al-

gún pescador las ‘pescó’ y, al no tener suficiente tamaño —entre dos y tres pulgadas— optó por arrojarlas a la arena. Como consuelo de tontos, le verdad surgida en el entorno: las aves marinas que merodean todo el tiempo por estos lugares vinieron a consumirlos.

Es frecuente también ver tiradas a muchas rayas-bebé muertas en las inmediaciones de la laguna de su nom-

bre —así se llama, porque abundan en ese sitio—. Es un pez de agua caliente que se alimenta de gusanos, moluscos, peces pequeños y toda clase de alimentos que logre atrapar. Tiene un largo aguijón en la cola y para sobrevivir prefiere aguas poco profundas con lodo o fangales. Los indígenas wayuu que pescan por la noche en la laguna las atrapan en sus redes, pero en vez de regresarlas a su hábitat las arrojan y dejan morir, al no tener buen tamaño para su comercialización.

Este crimen ecológico a manos de los wayuu pudiera obedecer a desconocimiento, aunque, la verdad, debería

aplicar sentido común y devolverlas a la laguna en este caso. Si viven y se conservan, serán sus piezas de ma-

ñana.

¿Qué organismo gubernamental regular la pesca, en especial la denominada artesanal? En Colombia existe la

Dirección de Pesca y Acuicultura que coordina la ejecución de la política sectorial para la pesca marítima y continental y para la acuicultura y está adscripta al Ministerio de Agricultura. Por lo visto, en La Guajira no hace presencia.

trellas de mar y esponjas.

En las playas de Riohacha, zona norte, desde la desem-

bocadura del Riito hasta la laguna de ‘Las rayas’, los indíge-nas del sector se dedican en época de ‘subienda’ a la pesca de camarón —de septiembre a marzo— tanto en el mar como en la laguna. Se hace en ‘modo arrastre’ y causa un enorme impacto ecológico: no solo extrae lo ‘indeseable’ para el pes-cador y lo apetecible para las ‘aves en flojera’ sino que destru-ye ambientes y comunidades de organismos de los fondos marinos.

Para estas faenas se utilizan redes con agujeros muy pe-

queños —de 1 o 1,5 pulgadas— y se emplean cayucos a remo

para llevar y descargar los trasmallos mar adentro, a 50 o 100 metros de la orilla, mientras los acompañantes, casi tres, cinco, quedan en la orilla con las cuerdas para jalar… Entre uno y el otro, acá en la playa, hay una distancia de 20 metros de extremo a extremo, que jalan y arrastran  todo a su paso,  hasta sacar totalmente la red cargada de camarones revueltos con otras variedades de peces y otras formas de vida marina. Algunas de estas especies son devueltas al mar, la mayoría de las veces muertas o con pocas posibilidades de sobrevivir.

jinúa—, que no pueden escapar de las re-

des de arrastre en las que caen atrapa-das. A la final, alimento en abundancia di- seminado por la arena y que ha converti-do a las aves en dependientes de los pes-cadores wayuu. Incluso me atrevería a de-cir que también se han vuelto ‘perezosas’, ‘flojas’. Por esta acción de los pescadores,

es extraordinario el daño tanto para las a-ves —se les ha alterado su estilo de vida, su comportamiento y fisiología, en espe-cial su modo de supervivencia— como pa-ra el ecosistema marino.

A veces creo observar garzas, pelíca-

nos, gaviotas, ibis, águilas cari cari y fra-gatas como ‘afligidas’, mientras confirmo que no hay pescadores en la playa, las veo como a la espera de que cualquier persona les arroje alimentos.

La pesca de arrastre de fondo es un

método muy destructivo: junto con las es-pecies ‘deseadas’ se capturan, accidental-mente, alevinos de otras especies que no son el objetivo de esa pesca o ejemplares nada atractivos para comerciar, como es-

No exagero: en la zona costera de Riohacha he avistado un inmenso número de aves que han de-

jado de procurarse por ellas mismas sus alimentos mar adentro. Se han acostumbrado a que los pescadores —especialmente de la etnia wayuu— les dejen, para satisfacción de esos voraces apetitos avícolas, abundantes peces pequeños, ‘desechos’ de su actividad pesquera mediante la modalidad del arrastre.

Se ha vuelto algo común esa especie como de interacción de garzas blanca

negra y rey, pelicanos, gaviotas, ibis, águilas cari cari y fragatas con los pescado- res: el fenómeno va desde lo que se conoce como el Valle de los Cangrejos —desembocadura del Calancala— hasta la laguna de ‘La raya’.

En horas de la mañana se avistan bandadas de aves marinas revolote-

do a orillas del mar sobre las cabezas de grupos de ‘arrastradores’ como a

la espera del ‘preciado desecho’: especies no deseadas por el aborigen, por

pequeñas —raya, pez sapo, cangrejo, jaiba, robalo, jurel, ronco, bagre y co- 

Las playas del mar de Riohacha son ahora comedero de las aves marinas. Ya no buscan su alimento mar adentro.

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