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¡Oh!, conchas marinas...

Por una costumbre ancestral 

Un negocio intercultural entre indígenas wayuu, serranos y de otras latitudes colombianas

Por Luis Roberto Herrera Mendoza

Desde hace algún tiempo hemos venido observando en las playas de Riohacha a indígenas de la etnia wayuu recolectando conchas marinas.

Nos ha intrigado el asunto porque a los que, ocasionalmente, habíamos visto en estas prácticas recolectoras era a otros indígenas: esos a quienes, cuando niños, identificábamos como los arhuaco. Sucedía cuando aquella etapa

de la vida en la cual aún nuestro entendimiento no diferenciaba la pluralidad étnica que habitaba la Sierra Nevada de Santa Marta, que comprende el Cesar, La Guajira y el Magdalena: los kaggaba o kogui, los ika o arhuaco, los wiwa o arsario o malayo y los kankuamo.

Como parte de las costumbres ancestrales de estos pueblos —y de otras culturas milenarias en la región andina de Colombia y en Suramérica—, figura la utilización de las conchas marinas, de las cuales se extrae el carbonato cálcico o cal. Y que en el caso concreto de los pueblos de la Sierra Nevada es utilizado para mezclarlo con el hayu (hojas de coca) en un rito que requiere además de un pequeño calabazo que llaman poporo y un palito y cuyo objetivo es aprovechar los alcaloides contenidos en la planta para que actúen sobre el sistema nervioso central y provoquen efectos euforizantes y anti-depresores.

El palito va a la boca para humedecerlo con la saliva, seguidamente penetra el poporo que envasa la cal y la cual se pega al palito, gracias a la humedad. El palito vuelve a la boca, los excesos se limpian en los exteriores de la entrada del poporo, en movimiento que se repite consecutivamente y que va formando una costra de carbonato cálcico y alcaloide, que después es pulida por el aborigen moldeando una especie de corona blanca en torno a la boca del calabazo.

Otros pueblos andinos utilizan procedimientos un poco diferentes pero el resultado es el mismo. Entre ellos prima la acción de ‘mambear’, que así denominan el acto de llenar sus bocas con hojas de coca —que las mujeres habían puesto a tostar sobre piedras calientes—,

humedecerlas con saliva, elaborar una bola y masticarlas suavemente a fin de extraer las sustancias estimulantes.

Son rituales con profundas implicaciones sociales para los pueblos indígenas caribes y andinos. Practicándolos, perpetúan tradiciones culturales y procuran lazos comunitarios de solidaridad. Desde lo saludable, aseguran, reposa el corazón, baja la frecuencia cardiaca y permite un estado de calma que abre el pensamiento.

Más allá de esos usos, el poporo tiene también un significado espiritual y conceptual del mundo, simboliza la relación espiritual indígenas-naturaleza, la del pensamiento con lo material y representa también la comunión entre el hombre y la mujer mediante el calabazo, que es la mujer, y el palito, que es el hombre).

La utilización del poporo. Si es un kogui varón mayor de 18 años puede hacerlo. Debe hacerlo. No solo quiere decir que ya es un adulto, sino que puede pretender a una mujer, tener una familia, preservar la etnia. Pero antes que todo, debe saber ‘mambear’.

Lo puntualiza Edgar Mindiola —dirigente kogui de la zona que va de Dibulla hasta el sur de Riohacha— y quien dice que, desde los 9 hasta los 12 años, los niños reciben del padre el poporo. “La madre universal Gauteovan entregó el poporo como una esposa para que, desde la juventud hasta la vejez, se coma de la cal”.

El intercambio de hojas de coca es, para ellos, un rito de amistad. A los hermanos menores —como denominan a quienes no son indígenas— se les da las manos en señal de amistad y saludos, para lo cual también tienen un ritual: al recién llegado no se le da la mano sino que el dueño de casa alcanza su poporo y diciendo “haitami” pasa un dedo por la abertura y lo lleva luego hasta a su boca, en gesto que se hace diez veces. El saludado hace lo mismo y ambos se ponen mutuamente una manotada de hojas de coca en la mano.

Mindiola precisa que las playas de La Guajira tienen una característica especial: son prolíficas en la producción de conchas marinas. Particularidad que no se da en otras playas de la costa norte. El territorio donde se hace más visible este fenómeno está comprendido entre Riohacha Mayapo: desde tiempos inmemoriales, indígenas de la Sierra Nevada han recogido las conchas marinas que utilizan para su ritual.

De la alta población de las etnias serranas —el último censo realizado dice que son 30.000—: kogui, arhuaco, wiwa y kankuamo, más del 60 por ciento utiliza la cal obtenida de las conchas de mar para el cumplimiento de su rito en torno al poporo. Esto representa un alto consumo diario de la sustancia sódica, por lo cual se requieren grandes cantidades de conchas marinas.

La alta demanda de estas corazas, obligó a los indígenas de la Sierra a buscar a quien pudiera suministrarles la cantidad requerida. Esta necesidad dio inicio a las relaciones comerciales con sus hermanos wayuu de las comunidades asentadas en zona costera de Riohacha-Manaure —territorio rico en conchas de mar—  que se dedicaban a las labores de pescas y con mucho conocimiento sobre los periodos en que eran más abundante tales cascaroncitos en las playas: cuando se presenta el mar de leva el fuerte oleaje arrastra hacia las orillas todo lo que reposa en el piso marino, con resultan que solo invitan a su recolección. Las primeras negociaciones se pactaron en forma de trueque: los wayuu recibían productos agrícolas cultivados por las etnias serranas.

Con el paso del tiempo la recolección dejó ser exclusiva de los wayuu pescadores varados por adversas condiciones climáticas, sino que, como otra fuente de ingresos, involucró a toda la familia, en especial a la mujer y los jóvenes.

Francisco, indígena wayuu —los miembros de esta etnia no se identifican con el apellido cuando se presentan—, un recolector de conchas marinas que vive en la comunidad de pescadores del Cangrejito, costa de Riohacha, pero jurisdicción territorial de Manaure, dice que su familia siempre ha recogido y comercializado conchas: su abuelo, su padre y, ahora, él y sus hijos.

Francisco dice que periódicamente llegan en camiones los indios de la Sierra Nevada de la zona de Valledupar y se llevan los bultos que ellos han almacenado. Afirma también vende los bultos de concha marina a indios procedentes de Cauca y Nariño.

Así como Francisco y su familia, hay otros indígenas de las comunidades wayuu radicados en la zona dedicados a la recolección, una alternativa de rebusque ante las constantes crisis que afrontan debido a la escasez del pescado.

El mar riohachero es inmensamente rico en moluscos marinos —producción marina espontánea que no ha sido explotada económicamente por los wayuu—, que son los que generan la concha. Vasto sector con condiciones ambientales idóneas de reproducción de

estas especies gracias a los manglares de la ciénaga de Buenavista, hábitat de varias especies de estos moluscos.

En un ambiente natural forjado por bosques de algas, arrecifes rocoso y coralino y playas arenosas abunda el anadara grandis o ‘casco de burro’, el anadara similis o ‘curil’, el anadara  tuberculosa o ‘concha peluda’, el modiolus capax o ‘mejillón de piedra’, el mytella guyanensis o ‘mejillón de lodo’, el crassostrea iridescens u ‘ostras’, el spondylus calcifer u ‘ostra abulón’, el polymesoda inflata o ‘almeja’, el donax dentifer  o ‘almeja de arena’ o ´chipi chipi’ y todas las variedades de caracol y de bivalvos. Y entre estas, las ostras de perlas y ostras navaja, que son las conchas que utilizan los indígenas para combinar con las hojas de coca.

Los primeros intercambios comerciales de los aborígenes guajiros fueron con los pescadores de perlas de la isla Cubagua —a quienes algunos historiadores atribuyen la fundación de Riohacha—. Este intercambio terminó cuando la explotación ilimitada agotó la madre perla del arrecife.

Los wayuu solo se han dedicado a la explotación de algunas especies de peces y de crustáceos, entre estos la langosta, la cual también escasea; el camarón y, esporádicamente, el caracol —pero porque se le enredan en los chinchorros de pesca—. Hasta el momento no se conoce sobre explotación de moluscos comestibles, pero sí de su caparazón o conchas y no de ahora, como creíamos, sino desde muchos decenios atrás.

Bueno sería que los indígenas wayuu que de la costa riohachera fortalecieran e intensificaran lazos comerciales con sus homólogos de la Sierra Nevada y de otros indígenas colombianos con quienes comercializan las conchas marinas.

Lo ideal sería que se organizaran y le den formalidad a esta actividad como una opción laboral —que tanta falta les hace—, iniciaran la explotación de los moluscos comestibles y entraran a la comercialización de las conchas de nácar con empresas cosméticas que las utilizan por sus beneficios naturales para el cuidado de la piel.

Sería un gran paso, no hay duda, para que las conchas marinas guajiras, abundantes en las playas peninsulares, no sean solo un negocio entre indígenas.

Mientras el indígena serrano ‘mambea’, el wayuu hace recolección de conchar marinas en cumplimiento de un compromiso comercial de estos con aquellos.  

La recolección de conchas en la costa guajiras dejó ser exclusiva del wayuu pescador varado

por adversas condiciones climáticas, ahora involucra a la familia, en especial a la mujer.

Francisco, wayuu recolector de conchas marinas, y sus clientes serranos en el camellón.

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