top of page

razónpública

El ciclo escándalo-remezón del mando-comisión-reforma se ha repetido varias veces en los últimos años, pero las cosas siguen sin cambiar. Esto se debe en mucho a que la Policía es una rueda suelta y a que sean muy difíciles las reformas desde adentro.        

Primer escándalo, primera reforma

Tras cada gran escándalo de corrupción en la Policía colombiana viene un intento de remedio que no cambia mucho el panorama. Desde que fue adoptada la Constitución de 1991 se han presentado cuatro grandes escándalos, seguidos por comisiones de reforma, reuniones de notable y cambios de mando, que no trajeron transformaciones duraderas.

El primer escándalo se debió al asesinato de dos niñas en 1993. Una de ellas fue violada en un baño de la estación de Policía de Germania en Bogotá, y la otra fue despedazada dos meses después por un carro bomba de Pablo Escobar. Estos casos pusieron al descubierto la degradación de la Policía, así como su incapacidad para encontrar al enemigo público número uno del país.

El gobierno de Gaviria procedió entonces a instalar dos comisiones que propusieron una reforma plasmada en la Ley 62 de 1993:

—Se creó la figura del Comisionado de Policía que debía investigar las quejas contra sus agentes. Esta oficina, sin dientes ni presupuesto, desapareció ante la presión de la alta oficialidad y la debilidad del gobierno Samper, que accedió a eliminarla para congraciarse con la única institución colombiana que tenía comunicación directa con el gobierno de Estados Unidos. El director de la Policía de esa época, Rosso José Serrano, supo capitalizar la coyuntura de un presidente repudiado por la comunidad internacional y de un país descertificado en su lucha contra el narcotráfico.

Escándalos sucesivos

Casi un rito

La Policía no quiere que extraños a la institución entren a reformarla.

Escrito por Juan Carlos Ruiz*

—La tendencia en ese momento fue creer que los males de la Policía se debían a su carácter militar y que por

ende debía “civilizarse” la institución, desconociendo el hecho de que hay policías de perfil militar que gozan de gran reconocimiento público, como los carabineros de Chile o la gendarmería francesa. Se creó entonces el llamado “nivel ejecutivo” entre los agentes y lo suboficiales de la Policía colombiana para darles un carácter más “civil”, pero los oficiales se opusieron a que se hiciera lo mismo con sus grados por cuestiones de estatus y equivalencia con las Fuerzas Militares.

—La reforma también creó dos consejos, uno integrado por el presidente y varios de sus ministros, un alcalde y un gobernador (entre otros), y otro formado por más de 25 actores sociales, como representantes de la comunidad y sindicatos, para formular políticas de seguridad y proponer cambios en la institución. Los consejos nunca sesionaron y la división de participación comunitaria, una de las nueve que integraban la Policía en los noventa, lentamente fue desmontada y pasó a ser una oficina ínfima de gestión comunitaria.

—Además, las promociones y los ascensos no fueron respetados, lo cual ha producido gran malestar en las filas policiales hasta el día de hoy.De esa reforma, quizás la más ambiciosa, poco o nada quedó. La oficina del comisionado fue desmantelada y rápidamente el “nivel ejecutivo” se hundió en la cultura de la organización, que siguió utilizando los términos “cabo” y “sargento”, en vez de “intendente” o “comisario”.

—El segundo escándalo fue la devolución fraudulenta a sus dueños mafiosos de varias toneladas de cocaína incautadas en el Atlántico en 2003. La reticencia del director de la Policía para investigar el caso llevó a la ministra de Defensa a convocar a un grupo de notables para que propusieran una reforma (que fue descartada luego por su sucesor en esta cartera).

En el diagnóstico de la comisión quedó claro que la Policía era una rueda suelta sin control real por parte del gobierno. Esta comisión de cinco expertos señaló que los controles internos eran inoperantes, la selección de los reclutas era deficiente y el retiro discrecional había traído impunidad en lugar de depuración.

—El tercer escándalo se dio a raíz de las interceptaciones telefónicas ilegales de 2007, que condujo al nombramiento de Oscar Naranjo como director de la Policía tras la salida de Daniel Castro y el retiro de 11 generales que por antigüedad no podían continuar en la institución. Esta remoción drástica de la cabeza de la institución pareció dar por sepultadas las llamadas “chuzadas”, pero la recurrencia de estas ha demostrado que es muy difícil erradicarlas porque se encuentran en un limbo jurídico y dentro del secreto propio de la inteligencia.

—El escándalo más reciente reedita las “chuzadas” y seguimientos ilegales a periodistas y le adiciona un aspecto que había sido poco común en el medio político colombiano: el escándalo sexual. Por ello nuevamente debe irse un director general y el presidente nombra in promptu una comisión especial, cuyos miembros además han sido cuestionados por haber tenido vínculos contractuales con la Policía.

El Ministro de Defensa Luis Carlos Villegas. Foto: Ministerio de Defensa

Estos cuatro grandes escándalos y los intentos de cambio subsecuentes muestran unas similitudes sorprendentes:

  • La Policía es una pieza bastante autónoma dentro del andamiaje institucional.

  • El ministro de Defensa parece ejercer mayor control sobre el gasto y sobre los primeros y segundos comandantes de las Fuerzas Militares que sobre la Policía.

  • El Ejecutivo solo interviene en casos extremos, cuando hay un gran revuelo en la opinión pública y el director no logra dar explicaciones convincentes.

  • Los órganos de control, como la Procuraduría y la Fiscalía, son claramente inoperantes en la investigación de los casos de corrupción.

  • Los periodistas y la prensa han sido quienes se encargan de denunciar estos hechos.  

  • No ha sido posible crear una supervisión civil y mucho menos una veeduría ciudadana o un ombudsmanpara la Policía, como existe en otros países.

  • Los resultados de las investigaciones, juicios y sentencias son prácticamente desconocidos por la opinión.

  • La Inspección General —o dependencia de la Policía que se dedica al control de personal— se encuentra desbordada por el número de procesos “graves” o “muy graves” que debe investigar y sancionar con el escaso personal que tiene.

  • Cualquier intento de introducir decisiones colegiadas ha sido rápidamente desmantelado.

Independiente

El general retirado y Ex-director de la Policía Nacional, Oscar Naranjo.

Foto: OEA - OAS

Hay que recordar que la Policía comenzó a independizarse como institución desde los tiempos del Frente Nacional, que su autonomía fue consolidada por la Constitución de 1991 y reforzada por el nombramiento de ministros civiles de Defensa.

Desde su creación, en 1891, hasta 1965, la Policía estuvo al servicio de los partidos políticos, las autoridades locales y los militares, quienes fueron sus directores la mayor parte del tiempo. Con la desaparición de las Policías departamentales y la designación de un director de una sola Policía Nacional en 1965, se inició un proceso de autonomía institucional que hizo cada vez más difícil su control.

La Presidencia ha sido quien logra regular a la Policía, pero lo hace de manera esporádica  o cuando el escándalo se desborda y toca al conjunto del gobierno.

Entre 1980 y 2015 murieron 7.140 uniformados en horas de servicio.

Y por su parte la Policía no quiere que extraños a la institución entren a reformarla, y así lo han expresado sus cabezas más visibles.

Cuando se desmontó el comisionado, el director Serrano señaló en tono lapidario: “Ahora, nosotros no requerimos más de otros controles. La opinión pública es nuestro mejor juez”. Y así lo refrendó por estos días el nuevo director, Jorge Hernando Nieto: “La Policía Nacional está en capacidad de liderar sus propios procesos de modernización y de auto depurarse de la mano de la doctrina que ha alimentado en estos 125 años de vida institucional en los que se ha ganado el corazón y el afecto de todos los colombianos”.

Medidas insuficientes

La Policía ha intentado mostrar que es capaz de reformarse y controlar la corrupción mediante acciones destinadas a calmar la opinión pública y al alto gobierno:

—La primera estrategia para ello es argüir que la corrupción es cuestión de unas cuantas manzanas podridas.

—La segunda estrategia es la facultad discrecional del director para retirar policías. Los detractores de este mecanismo han señalado que el número de uniformados licenciados siempre ha sido confuso. Las cifras han ido desde 2.000 hasta 12.000 policías despedidos, aunque se desconoce si todos lo fueron por asuntos de corrupción, y lo que se ha mostrado como una gran depuración quizás simplemente sea el número de policías que se retira cada año de la institución por diversos motivos. Además, los policías que salen no son investigados por los actos de los que se les acusa.

—Recientemente se ha sumado el uso del polígrafo como cura milagrosa de los problemas de corrupción; algo parecido a lo que sucedió en el DAS cuando, en 2005, su director, Andrés Peñate, hizo uso masivo del “detector de mentiras”. Pero la desaparición del DAS es prueba de lo inocuo del instrumento para combatir la corrupción, aunque sin duda es un buen mensaje hacia la opinión pública de que algo se está haciendo y no vale la pena una intervención externa.

Confianza en la Policía

A pesar de estas crisis, siempre es oportuno recordar que la Policía colombiana goza de los niveles de confianza pública más altos de América Latina (junto con la policía chilena). Su sacrificio y su lucha han sido fundamentales para contener la embestida de carteles, bandas criminales, guerrillas y una delincuencia muy sofisticada.

Entre 1980 y 2015 murieron 7.140 uniformados en horas de servicio, es decir, 17 policías por mes, la cifra más alta para cualquier Policía del mundo. A pesar de los problemas de corrupción, esta sigue siendo una institución que supo profesionalizarse y trabajar con una competencia que es reconocida internacionalmente.

La Policía ha evolucionado y se ha reformado, pero no por las propuestas “heroicas” de los civiles que quieren  cambiarlo todo. Ha sido más el afán de la misma Policía por adoptar buenas prácticas aprendidas de otras Policías del mundo lo que ha permitido su transformación. Todo esto también debe ponerse en la balanza cuando se quiere juzgar a esta institución.

* Profesor titular de la Universidad del Rosario, Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Oxford, máster en Administración Pública de la ENA (Francia), máster en administración de empresas de la Universidad Laval (Canadá), máster en Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

La Policía Nacional:

Por qué es

tan difícil

reformarla

¿

?

bottom of page