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razónpública.com

La impopularidad del presidente no se debe al bajonazo de la economía ni a sus problemas de comunicación. Es consecuencia del estilo de un gobernante que no se sabe para quién gobierna y

que pretende quedar bien con todo mundo.

Escrito por Juan

Fernando Londoño*

Si uno mira los hechos objetivos no encuentra evidencia de que el gobierno Santos esté haciendo las cosas especialmente mal.

¿Por qué es

tan impopular

J. M. Santos?

Dos teorías comunes

El

secreto

es

la

forma

Tecnócratas y políticos

Problema de todos

En este mes el presidente Santos ha llegado a su nivel más bajo de popularidad: tan solo un 21 por ciento de los colombianos considera que su gestión es acertada.

Esto no es un problema solo para el presidente. También lo es para Colombia: la falta de popularidad de los gobiernos democráticos les quita espacio para tomar decisiones, para sacar iniciativas adelante o simplemente para controlar a los –no siempre benévolos- “poderes fácticos”. Y esto es más preocupante cuando se trata de un gobierno que enfrenta grandes retos, empezando por el reto de la paz.

Y si un gobierno impopular no es bueno para nadie, hay razón de preguntarse a qué se debe  la tan escasa popularidad de nuestro presidente.

“Es la economía, estúpido”, es un modo famoso de decir que la popularidad de los gobiernos depende sobre todo de cómo anden los bolsillos de la gente. Y sin embargo si uno mira los hechos objetivos no encuentra evidencia de que el gobierno Santos esté haciendo las cosas especialmente mal.

En efecto: Colombia es uno de los países que muestra mejores cifras de crecimiento económico, en medio de un difícil panorama global. El PIB ha aumentado durante los seis años de gobierno de Santos – con una tasa promedio de 2,5 por ciento, una de las tres mejores en América Latina- y las perspectivas para este año también son positivas.  

Pero aun cuando el crecimiento de la economía era mayor, al presidente Santos no le iba mucho mejor en términos de popularidad. De aquí cabría

inferir que su impopularidad no está directamente relacionada con la gestión de la economía.

Por otro lado la explicación favorita entre los círculos de gobierno consiste en afirmar que las malas calificaciones para Santos son resultado de un problema de comunicación. Pero en un mundo poblado de consultores de comunicaciones extraña que el gobierno de un presidente-periodista no haya encontrado una estrategia adecuada para dejar de ser incomprendido.

Tal vez Camilo Granada, nuevo asesor de comunicaciones de Palacio, tiene la estrategia que se necesita, pero entonces habría que preguntarse por qué ninguno de sus antecesores dio con el secreto (aunque quizás, en defensa del gobierno, podría decirse que Santos viene del mundo donde bastaba almorzar con los directores de los grandes medios y no logra adaptarse al mundo nuevo donde dominan las redes sociales).

El Jefe Negociador del Gobierno Nacional, Humberto de la Calle.
Foto: Oficina del Alto Comisionado para la Paz

estrategias de comunicación no logran los efectos esperados, entonces hay que buscar en otro lado las respuestas.

Hay que examinar la forma como gobierna el gobierno. Y aquí tal vez es donde no se ha mirado mucho todavía. Muchas veces en política las formas son el fondo y la manera cómo se hacen las cosas o cómo se obtienen los resultados vienen a ser tan importantes como el contenido de las dediciones o como los propios resultados.

Creo por eso que la desconexión entre el gobierno Santos y la gente se debe sobre todo a su forma de gobierno.

A lo largo de estos seis años Santos ha dado prioridad a la tecnocracia sobre la política. Por ejemplo el presidente prefiere que quienes ocupan cargos directivos ofrezcan garantías de idoneidad y tengan una visión técnica sólida sobre los respectivos asuntos públicos.

Pero a veces se ha visto acorralado por presiones políticas y no ha podido escoger a los más técnicos. Y en todo caso: ¿de qué sirve tener los mejores técnicos si tanto sus nombramientos como sus decisiones están supeditados a complacer a algún poder político?

Además, si se mira el conjunto del gobierno, los que sobresalen no son los técnicos sino los políticos. Esto no quiere decir que todos los políticos lo hagan bien ni que todos los técnicos lo hagan mal, sino que los incentivos de los políticos los llevan a correr riesgos que los técnicos no están en condiciones de correr:

  • Cuando un político llega a un cargo sabe que tiene que buscar temas que lo hagan sobresalir. Esto lo convierte en un agente con iniciativa propia, dispuesto a asumir  riesgos y a tratar de obtener resultados.

  • Los incentivos de los técnicos son muy distintos: evitan hacer olas, temen crear enemigos y su principal objetivo es no equivocarse pues esto es lo que les permite ascender.

Político fue el vicepresidente Vargas Lleras cuando planteó y sacó adelante el Plan de Vivienda bajo el primer gobierno Santos. Política es Gina Parody en el Ministerio de Educación. También lo son Humberto de la Calle o Sergio Jaramillo en el tema de la paz: todos ellos se juegan a fondo y en relación con algo de lo que están convencidos.

Pero ¿alguien percibe apuestas similares en el resto del gobierno? ¿Alguien cree que los demás ministros tienen convicciones o posiciones propias con fuerza suficiente para jugarse a fondo en otros campos de la vida nacional? Esta es una de las razones esenciales de la escasa credibilidad del gobierno: le faltan apuestas serias.

Esa falta de claridad en las apuestas explica en mucho la contradicciones y bandazos dentro del gobierno, como por estos días se ha puesto de presente en relación con las industrias extractiva y sus impactos sociales y ambientales. Cabe pensar en una industria minero-energética sostenible, pero ¿alguien percibe que el gobierno esté trabajando en esa dirección, cuando en efecto hace una cosa un día y al otro la deshace, de manera que al final nadie sabe a quién defiende o representa el presidente Santos?

¿Árbitro o jugador?

El Vicepresidente Germán Vargas Lleras.
Foto: Vicepresidencia de la República

¿El gobierno es un árbitro entre distintos intereses o es un jugador con intereses propios? Sobre este punto la visión tecnocrática es distinta de la visión política:

  • Los tecnócratas  tratan de convertirse en mediadores y consultar todas las opiniones para dejar a todo el mundo más o menos tranquilo.

  • Para los políticos en cambio gobernar es representar unos intereses y agenciarlos de la mejor manera posible. La política radical, de derecha o izquierda, entiende su ejercicio como pura contradicción y confrontación de intereses contrapuestos.

El problema del gobierno Santos consiste en que no se sabe a quién representa, no se sabe qué intereses agencia y no se sabe para quién gobierna. Por eso en vez de tener contentos a todos, los tiene a todos descontentos. En medio de una sociedad de desconfianza como es la colombiana es aún menos posible que alguien crea de veras que lo representa un gobierno que busca quedar bien con todos.

La política es una lucha de intereses y el intento de contentar a todos resulta ser una tarea infructuosa pues alguien gana y alguien pierde con toda decisión. No se puede tener contentos a todos, simplemente no se puede. Parodiando la vieja máxima de Abraham Lincoln: se puede tener a algunos contentos por un tiempo, pero no se puede tener contentos a todos todo el tiempo.

Por eso, ya sea que a la economía le vaya bien o mal, al gobierno Santos nunca le va bien. También por eso son inútiles sus cambiantes estrategias de comunicación: ningún grupo social puede sentir que el gobierno está realmente de su lado.    

Más política

¿De qué sirve tener los mejores técnicos si tanto sus nombramientos como sus decisiones están supeditados a complacer a algún poder político?.

Para representar intereses hay que tener claro qué intereses se defienden. Pero, ¿tiene el gobierno identificados los intereses de la Colombia del siglo XXI y sabe cuáles de ellos representa?

Representar intereses implica, en primer lugar, saber cuáles intereses están en juego. Eso es lo que hace la política irremplazable y es

lo que permite que la democracia sea la mejor forma de gobernar, pues permite que los intereses se enfrenten sin aniquilarse y se transformen a medida que la sociedad se transforma.

Estos intereses se enfrentan en las elecciones y quien obtiene la mayoría gana el derecho a agenciar sus intereses, respetando los derechos de los perdedores y garantizando que en el futuro puedan convertirse en mayoría. Esa es la magia de la democracia.

Ahora bien, el gobierno Santos a quién representa: ¿a los ricos o a los pobres? ¿A los exportadores o a los importadores? ¿A las empresas mineras o a las comunidades? ¿A los terratenientes o a los campesinos? ¿A los gremios de la producción o a los sindicatos?

Es difícil saberlo. Y como no se sabe, nadie se identifica y mucho menos defiende al gobierno. “Si el gobierno no nos defiende, ¿por qué hemos de defenderlo?” parece ser la pregunta en la mente de los ciudadanos.

Solo de esta manera podría explicarse que Nicolás Maduro, a la cabeza de un gobierno corrupto y desastroso, tenga más popularidad que Santos, a la cabeza de un gobierno decente y exitoso.

Paradójicamente, el gran logro del gobierno Santos, la paz, traerá una política de más confrontación, con defensores reales de intereses reales: el Centro Democrático a la derecha y la nueva izquierda al otro lado.

Este será el curioso resultado de un gobierno que quiso tenerlos contentos a todos y al final no dejó contento a nadie.

 

* Comunicador social de la Universidad de la Sabana, máster en Ciencia Política de la Universidad de los Andes y en Relaciones Internacionales en la Universidad Johns Hopkins, ex viceministro del interior,  director del Centro de Análisis y Asuntos Públicos.

 

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