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Rey Momo vitalicio y profesor universitario empírico

Mi carnaval:

laboratorio

de disfraces

 Eliécer Enrique Púa Castro: no solo pasó de barrendero en un laboratorio a profesor en la facultad de Química y Farmacia en la Universidad del Atlántico sino que crea para cada Carnaval disfraces colectivos que han ganado premios por su originalidad

Por David Campo Pineda

Si alguien puede afirmar

que goza en su trabajo y que, a su vez, trabaja, experimenta y aplica fórmulas magistrales en las épocas de mayor gozo de nuestra humanidad Caribe, esa persona es Eliécer Enrique Púa Castro, un laboratorista empírico con más de 35 años de expe-riencia en dos reconocidos labo-ratorios costeños, donde se de-dicaba a la preparación de fór-mulas químicas para hacer me-dicamentos que alivian o cu-ran toda clase de males, y a

la vez, un carnavalero con casi cinco décadas de estar elaborando complicados disfraces colectivos, comparsas y llamativas vestimentas individuales para animar los carnavales de Galapa y Barranquilla.

Su trabajo como ‘químico’ de carnestolendas ya lo marcó para siempre con el honroso título de ‘Rey Momo

Vitalicio del Carnaval de Galapa”, porque hacia el año 2.000 tuvo la fortuna de ser escogido Rey Momo de esas festividades y, al siguiente, ante la ausencia de alguien que se le midiera con altura al reto de sacar toda la química carnavalera a relucir, lo volvieron a montar en ese potro feliz que son las fiestas más importantes de Colombia: el Carnaval.

Galapero con “escasos 69 años de edad –dice sonriente- hijo de padres campesinos, mis ocho hermanos y yo 

tuvimos la fortuna de que nuestro padre, Rito Púa Martínez, saliera de la roza familiar —donde cultivaba yuca, maíz, ñame, plátano, guineo, papaya, melón, ahuyama, tomate y una que otra hortaliza— a trabajar en la transnacional Texas Petroleum Company. Eso nos cambió la vida pues mi mamá, Ninfa Rosa Castro, nos pudo atender mucho mejor y el viejo nos puso a todos a estudiar”, explica Eliécer, conocido también como ‘Paparocho’ en toda Galapa.

DE BARRENDERO A GRAGEADOR Y TABLETEADOR

Una vez bachiller del Colegio Cervantes de Barranquilla, Eliécer comenzó a trabajar en el desaparecido Labo-

ratorio Farmacéutico del Atlántico —Fadela—, donde inició, al mejor estilo de Cantinflas en una de sus películas, como barrendero. Pero la ‘chispa’ galapera no se quedaría atrás, y su inquietud constante de pelaíto jodón salió a flote en plena juventud en medio de tubos de ensayo, retortas, pipetas, buretas, balanzas de precisión, balones (no de fútbol, por favor, ¡estamos en clase de química!), matraces, gradillas, morteros y crisoles para aprender y conver-tirse en el auxiliar del químico farmaceuta de Fadela en el oficio de grageador, paso en que se le aplican a los medi-camentos el color y el brillo exigidos por el cliente.

Estuvo 23 años continuos allí, y aprendió como un maestro todo lo que podía aprender. Saltó a Laboratorios

Procaps, donde fue escogido de entre 25 aspirantes al cargo de ayudante de laboratorio, y lo contrataron para

desempeñarse como tableteador y operario de comprimidos, con “buen sueldo y con todos los juguetes” y allí terminó por pensionarse tras cumplir 14 años de trabajo continuo.

Pero el Carnaval laboral seguiría,

con la seriedad de siempre y con mu-cha honra, pues fue llamado ya en la tercera edad por la decanatura de la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad del Atlántico para dictar allí Experiencia Farmacéutica. Sigue en ese rol que lo enaltece.

A los 25 años casó con Yennis

Navarro Ortiz, “una buena esposa, una buena compañera, trabajadora como ella sola, una artista en salón de belle-za, culinaria, pastelería y repostería”, dice, con quien tuvo dos hijos: Roxana y Eliécer ‘El Checho’ Púa Castro, a

quien también le dicen ‘El Júnior’. “Apenas nació él, nojoda, el 20 de septiembre de  1980 a la 1:00 de la tarde, se enderezó el camino, me quedé quieto. Nomb’e, pa’que la plata se quede por ahí, y que a los pelao´s no les falte nada, mejor me quedo con mis dos pelaos y en el hogar”, determinó.

El pueblo en aquellas épocas era muy tranquilo y seguro, con casas de techo de paja y ventanas de madera,

grandes patios y amplias casas, y mucha camaradería y colaboración entre vecinos. Pero ahora Eliécer desea hablar de sus fórmulas magistrales para gozar el Carnaval.

LA QUÍMICA DEL CARNAVAL

Su infantil y contagiosa alegría hizo que su padre lo disfrazara de congo y lo inscribiera en la danza del barrio

Abajo, dirigida por Faustino Gómez. “De ahí en adelante yo me disfrazaba de lo que me gustara, creaba mis propios atuendos de acuerdo con la época. Si Dios me deja, para el Carnaval 2017 en Galapa y Barranquilla presentaré ‘El abrazo de la serpiente’, con una  pareja de indios originales, una canoa, agua y un clon de Ciro Guerra, director de esa película colombiana”.

Ha sacado disfraces como el Chikunguña, con médico, enfermeras, enfermos, camilla, caminador, muletas,

etc., y el mosquito Aedes aegipty, representado por alguien a quien le dicen ‘El Mosquito’ por su flacura. Éxito total.

El primer Joselito en que participó fue porque estaba lesionado. “Nace porque se me partió la pierna derecha jugan-do fútbol, lo que me mantuvo tirado en la cama. Un martes de Carnaval, día de La Conquista en Galapa, llegaron a la esquina de la casa tres señoras: Gloria y Corina Herrera y Vicenta Gutiérrez, con un muñeco que tenía un calaba-zo que era la cabeza, una almohada y llorando a Joselito Carnaval. Gregorio Gómez, un amigo mío, viéndolas, dijo: ‘homb’e, si yo grito mejor que esas viejas y ahora verás pa’que veas: ¡Aaaaaaayyyyyyyyyyy Jose!’, y todos dijeron: ‘nojoda es verdá, está perfecto, eso es. Bueno vamos a sacar el disfraz. Ñerda, ya tenemos ‘La llorona, tenemos las viudas, pero no tenemos a Joselito’… Y Gregorio dice, señalándome: ‘Nojoda, ¿no lo ves ahí dónde está? Ahí está Joselito, está enyesa’o, vamos a zamparlo en una hamaca y lo lloramos por todo el pueblo’. Esto viene desde 1965 hasta el sol de hoy”, expresa y resalta que cada año lo hace más espectacular haciéndole carroza, letreros y mensa-jes llamativos por su contenido humorístico.

Es cofundador, con José Llanos, de la galapera y ya legendaria Danza Selva Africana. Jorge Baena, uno de

sus amigos, recibió de regalo una máscara de mico espectacular. Un grave accidente lo marginó del gozo y recordó que quien sí la vacilaba bacano en Carnaval era Eliécer Púa. Le regaló la máscara y éste compró el peluche y con un miquito electromecánico sacó un disfraz con el cual imitaba a la perfección los gestos y conductas de los micos: sacar piojos, rascarse, contorsionarse brincar, gritar, oler y mirar. Este disfraz contribuyó a que Selva Africana gana-ra dos premios en el Carnaval de Barranquilla.

También ha sacado el Matrimonio, escogiendo cuidadosamente a quienes lo representan: cura, novios y mona-

guillo y acompañantes. A José Berdugo Orellano, uno de sus amigos, le manda una botella de ron, lo disfraza de lo que se le ocurra y lo acompaña en todas sus andanzas de Carnaval, declamando poesías y letanías como:

Cuando el hombre va pa’ viejo

Cuando el hombre va pa’ viejo

Pierde el paso y pierde el trote

La bola se le esconde y se le esconde el garrote.

Eliécer tiene fotografías con Nelson Pinedo, Oscar de León y Joe Arroyo, en las casetas Matecaña, El Toro

Senta’o y La Tremenda.

En 1972 y 73 con sus hermanos Martín, Hermes, Elimeth, Rito e Hidalgo (los tres últimos fallecidos) sacó el

disfraz de los Indios Apaches, con caballos, indias y una puesta en escena que copiaron de la serie sobre el Lejano Oeste, Bonanza. Ese año salieron 15 y en el camino se les fueron uniendo más jinetes hasta completar 70, con lo que ganaron el primer puesto en ambos carnavales.

Eliécer Enrique Púa Castro tiene una inagotable fuente de recuerdos que darían para un voluminoso libro de

fidedignas aventuras.

Él, con solo expresar que con su amada esposa, sus alegres trabajos, sus dos hijos y trabajado Carnaval, tiene

para decir que ha sido inmensamente feliz. “Solo le pido a Dios que me deje llegar a viejito chocho con mi mujer”, concluye.

*Roza: Corto espacio de terreno donde se cultivan tubérculos, gramíneas, legumbres y pancoger destinados, ante todo, para suplir las necesidades familiares.

Para el disfraz de ‘El matrimonio’, Eliécer Enrique escogió cuidadosamente a quienes lo representaronn: cura, novios y monaguillo y acompañantes

En sus comienzos en la locura del Carnaval, su padre lo disfrazó de congo y lo inscribió en la danza del barrio Abajo, dirigida por Faustino Gómez. “De ahí en adelante yo me disfrazaba de lo que me gustara, creaba mis propios atuendos de acuerdo con la época, apunta Eliécer Enrique.

Ha sacado disfraces como el Chikunguña, con médico, enfermeras, enfermos, camilla, caminador, muletas, etc. El hecho del momento encuentra en Eliécer Enrique la capacidad de ‘teatrilizarlo’ en Carnaval.

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