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Por David Campo Pineda

Para orgullo o desazón, la estatua del fundador Bastidas es blanco del vandalismo en un entorno en el cual, incongruentemente, no hay autoridad.

El malecón del abandono y la destrucción: el piso, los postes: el peligro para el niño que corre bordeando uno de los cráteres. 

Losas, bancas, el equipamiento viene destruyéndose porque la desidia oficial le pasa por encima indolentemente.

¿Cuáles protagonistas de futuro bueno tiene Santa Marta? Son pocos. Y en su mayoría están por fuera del

contexto actual.

En una caminata de media hora por el sitio emblemático de la ciudad, la playa, la Bahía más linda de América

—se ufanan los samarios y también quienes amamos a Santa Marta—, se percibe el abandono total del atractivo principal de la ciudad y se comprueba el olvido y la desatención total hacia los íconos citadinos como el malecón, la estatua de Rodrigo de Bastidas, la playa, los adoquines, la vegetación, los monumentos de los indígenas tayrona a lo largo de la bahía… La sucieza impera por doquier en ese kilómetro más 200 ó 300 metros de playa en los que se encuentran vertederos de aguas servidas, olores de orines y excrementos, proliferación de prostitutas, erosión de

losas puestas como asientos, robo de los espaldares de hierro, presencia de sospechosos rebuscadores y, eso sí, ausencia total de toda clase de autoridad. Allí cada quien hace lo que le da la PUTA GANA, con mayúsculas, porque es exactamente la verdad.

Cualquiera pregunta: ¿Por qué o-

curre eso allí? ¿Cómo está el resto de la ciudad?

La respuesta es una sola para ca-

da pregunta: ¡FALTA DE AUTORIDAD!, porque no existe un verdadero compro-miso con la ciudad para que los visitan-tes de fin y comienzo de año encuen-tren una urbe que proyecte que sus di-rigentes se preocupen por mostrarla lin-da, amable, limpia, organizada, vigila-da, segura y acogedora. Y la segunda respuesta pega en la cara como una ráfaga de plomo: el resto de Santa Mar-ta está peor. Esto demuestra que si no interesa la opinión de los foráneos, me-nos atención hay hacia la de los conte-rráneos.

Sí, así como la muestran las fotos

que acompañan a esta nota de dolor por la ciudad que me acogió durante 14 años y en la cual nacieron mis dos últi-mos hijos, así mismo debe estar el res-to de la urbe, comenzando por las múl-tiples megaobras megainconclusas, que representaron gastos megafaraóni-cos —porque es que así aparecen en el papel— pero que no representan, a juz-gar por lo construido, ni la mitad de lo que dicen desde la alcaldía que fueron los costos.

¡Qué decepción! ¡Cómo se está a-

cabando la ciudad de mi Karen y de mi Efraín; se nota la abulia, la indiferencia, la falta de autoridad directa —porque indirecta parece que hay mucha, sobre todo alrededor y dentro de las arcas distritales—; no hay voluntad directiva ni sensibilidad suficientes para poner orden en lo que merece orden y aten-ción, eso que llaman voluntad política.

Precisamente la carrera quinta,

entre las calles 22 (avenida Santa Rita) y la 24, parece bombardeada con misiles porque, para la época en que se dispara el turismo hacia Santa Marta, es que se ha dispuesto la rotura de ese tramo para instalar una gigantesca tubería de alcantarillado, obra que durará en ejecución, por lo menos, hasta comienzos de enero.

¿Puede percibirse que en esas decisiones imperan la lógica, la programación razonada, deseos de que la ciu-

dad marche bien? No. Y yo opino que a quien dirige la ciudad —nominalmente— le quedó grande esa dirección. Y si nos atenemos al escrito del periodista Polo Díaz-Granados en www.seguimiento.com, donde dice que Santa Marta tiene un alcalde encargado, porque quien ejerce el poder es otro, desde la sombra, creo que tiene toda la razón.

Nada ha avanzado Santa Marta desde que me mudé de allí, en 2001. La veo peor que cuando marché hacia

Barranquilla, mi ciudad natal. La percibo menos pujante que cuando viví en ella en cumplimiento de cortos periodos laborales en los años 2006, 2010 y 2015. No se acabará la ciudad, pero sí se le acabaron los buenos conductores.

Otro ciudadano cualquiera también preguntaría, con toda razón: ¿Sí habrá en Santa Marta un dirigente capaz

de trozarle el cuello al gallo de la corrupción, que realmente ejerza el primer cargo ejecutivo para ejecutar pulcra-mente presupuesto y obras, no para ejecutar a la ciudad, como es tan evidente que hacen los que están ‘gobernán-dola? Necesariamente tiene que haberlo, solo que los fuegos artificiales desplegados con tanta maldad como sabi-duría pirotécnica, tienen a la ciudadanía deslumbrada —y ciega— desde hace unos cinco años y parece que no hay, a estas alturas, quien quiera abrir los ojos. Muchos los tienen sellados —y también oídos y boca— con billetes de las arcas, que son los que aportan los habitantes. Precisamente los más callados son los que están en capacidad de decir la verdad, porque sí la conocen. Y que, por favor, les crean.

El ocasional compañero de viaje en el bus de regreso a Barranquilla, con quien comentaba el caos, dio la solu-

ción en cuatro palabras: “¡Necesitan un Alex Char!”.

Me duelen Santa Marta y el sufrimiento de los samarios, a quienes, desde la oscuridad, les impusieron a un

buen muchacho, pero inane administrador, para dirigir los destinos de una ciudad que por su edad, sus blasones, su importancia, las oportunidades perdidas y los dirigentes desperdiciados, debería ser la más desarrollada del Caribe colombiano.

sista y por mostrarse como una urbe orgullosa y respetuosa de su histo-ria, ahora, de un quinquenio para acá, se le ve estancada y, lo que es peor, en físico retroceso.​

Si entendemos por desarrollo

el avance hacia el futuro, debemos comprender igualmente que ambos conceptos dependen de seres hu-manos, de personas que en un momento dado de la historia fueron colocadas frente a las riendas de una ciudad para, exactamente, conducirlas hacia el futuro y, con ello, generarles una promisoria historia que arrastra, por sí misma, a sus verdaderos protagonistas.

Si a las ciudades cos-

teras el progreso les entra precisamente por el mar, y con ello también su futuro —bueno o malo—, Santa Marta, que en una época fue referen-te nacional por haber iniciado con firmeza su camino progre-

Santa Marta: visita que arruga corazones

La vida de

espaldas

al futuro

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