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dio cuenta de su hallazgo a las autoridades del reino de España que buscaban la mejor forma de asentarse en el mundo recién descubierto por Cristóbal Colón en 1492.

Colón habían zarpado del puerto de Palos de la Frontera con rumbo a las indias orientales pero después de un viaje de varios meses en el que estuvo a punto de ser liquidado por su tripulación ante la incertidumbre de aquella quimera inspirada en los sueños de un aventurero del mar, tocó tierra el 12 de octubre de 1492 en la isla de Guarahaní. No imaginaba que habría de dividir la historia de la humanidad en dos: antes y después el descubrimiento de América.

Contrario a lo que creía, el inspirado navegante no halló la ruta más corta para arribar a las lejanas tierras que surtían de especias y telas hermosas y otras mercaderías al viejo continente sino un mundo completamente desconocido, cuyos moradores andaban semidesnudos y en la más completa armonía con la naturaleza.

El impacto de aquel encuentro de civilizaciones tan disímiles no fue armónico sino dramáticamente cruento porque los recién llegados fueron despiadados desde el primer momento, movidos por la ambición de riqueza que en las tierras nuevas había en abundancia.

A partir de entonces los conquistadores no descansaron hasta someter por la fuerza o por la fe a los dueños de aquellas hermosas islas bañadas por el mar más maravilloso del mundo, y también a los que vivían en las tierras continentales que la humanidad comenzaría a mirar con ojos deslumbrados por la abundancia que ofrecían y las riquezas que contenían.

CARTAGENA SE ASOMA A LA HISTORIA

Desde muy temprano en su historia Cartagena fue lugar de paso y residencia temporal de personas foráneas que la visitaron por diferentes motivos, especialmente el comercio y el intercambio de bienes y servicios, todo relacionado de manera directa con su mar y su condición de puerto abrigado y seguro. Ya Bastidas lo había advertido en su raudo paso por las costas de Kalamary, apenas despuntando el siglo XVI.

De modo que coincidente con la presencia de tanta gente que venía al puerto a negociar, había posadas para los viajeros[1] así como sitios para tomar alimentos y lugares de diversión porque Cartagena fue concebida como ciudad desde el momento mismo de su fundación, en 1533. Pero ya en los tiempos primeros, “los conquistadores se alojaban en los mismos bohíos de los indígenas”[2] buscando dominio y potestad sobre los pueblos primigenios.

Por ser ciudad y puerto de importancia geopolítica vinieron los ataques de piratas y corsarios a partir de 1543, apenas transcurridos diez años desde su fundación, lo que obligó a las autoridades del reino a construir defensas militares que impidieran la toma de la ciudad por los enemigos de ultramar y así fueron apareciendo los primeros parapetos que dieron paso a las murallas, los fuertes, los castillos, construidos a lo largo de varios siglos. La primera piedra de lo que sería el sistema de defensa de Cartagena se puso el 8 de septiembre de 1614[3] en inmediaciones de lo que después se convirtió en el baluarte de Santo Domingo. El poder real era casi infinito y para simbolizarlo se colocó una medalla de oro con la efigie del rey de España en el lugar donde el gobernador Diego de Acuña colocó aquella piedra que se multiplicó por miles hasta cuando la ciudad se volvió la más formidable fortaleza de cuantas construyó la Corona en tierras americanas.

Realizar esas obras se hizo necesario por cuanto Cartagena se convirtió en la más estratégica de las ciudades para almacenar las riquezas que eran sacadas del sur del continente americano con rumbo a España. Pero amurallar la ciudad no era suficiente porque si bien podía ser inexpugnable, otro peligro subsistía en el mar donde pululaban los piratas que buscaban hacerse con el oro, la plata y las piedras preciosas que iban con rumbo a la península. De modo que se echó mano a la imaginación y entonces surgió la ruta de los galeones encargados de llevar las riquezas americanas al reino y traer mercaderías a las nuevas tierras: vinos, aceites, frutos secos, telas. Para defender las embarcaciones se dispusieron naves de guerra tripuladas por centenares de hombres avezados en el uso de las armas y sin el menor asomo de escrúpulos ante el enemigo. La flota comenzó a operar en 1561 y se mantuvo por algo más de dos siglos, hasta 1778, cuando los zarpes fueron suprimidos. Hubo dos flotas de galeones en verdad. Una, la de la Nueva España, iba rumbo a Veracruz, en México, haciendo escala en Puerto Rico, mientras la otra venía a Cartagena pasando por Isla Margarita, La Guaira, Maracaibo y Riohacha. También llegaba a Portobello, donde se realizaba una gran feria comercial, y a La Habana, convertida en uno de los grandes puertos en las Antillas.

EL GRAN PUERTO DE LOS GALEONES

Con el establecimiento de la flota de los galeones en su seno Cartagena adquirió una actividad especial vinculada siempre con el puerto y el mar, derivando una estancia prolongada de quienes hacían parte de las tripulaciones de las embarcaciones que hacían tránsito entre España y las colonias del Nuevo Mundo, llevando los tesoros de las tierras recién descubiertas y trayendo mercaderías diversas desde la península ibérica. Numerosos comerciantes venían desde el interior del Virreinato y de las islas antillanas para comprar los productos que traían de España para llevarlos a sus sitios de estancia y negocios. El comercio legal e ilegal era intenso y el puerto semejaba un hervidero humano. Se establecieron atracaderos para naves mayores y menores, se construyeron astilleros para construir y reparar embarcaciones con técnicas navales que aún se conservan, especialmente en Bocachica. Ahí, los pocos carpinteros de ribera que quedan siguen utilizando las técnicas simples de sus antepasados para dotar a las naves de una movilidad sin tropiezos en el mar, aunque los vientos estén cruzados.

 

Desde siempre, Cartagena ha sido un puerto natural, abrigado y seguro, resguardado de los vientos fuertes y dañinos por la isla del cacique Karex, conocida hoy como Tierrabomba. En tiempos coloniales el acceso a la bahía interna se hacía por dos bocas naturales: Bocachica y Bocagrande pero esta última fue cerrada con una muralla submarina para evitar el ingreso de naves enemigas. En Bocachica se construyeron fuertes y castillos para una defensa integral de la plaza aunque algunos de ellos fueron barridos por la acción de los piratas. Otros, como San José y San Fernando se conservan en su integridad mientras que el del Ángel San Rafael fue destruido por fuego enemigo y luego restaurado.  Hoy hacen parte del patrimonio monumental de la ciudad junto con las murallas, los fuertes y el castillo de San Felipe de Barajas, construidos en tierra firme.

EL COMERCIO ESCLAVISTA

Diezmada la población indígena primigenia, los invasores europeos recurrieron a una de las formas más abominables de sometimiento del ser humano: la trata esclavista que condujo a la fuerza desde África hasta América a centenares de miles de personas, hombres, mujeres, niños que eran vendidos como esclavos y que se convirtieron en la mano de obra más barata para la construcción de las obras de defensa de la ciudad.

Aquel comercio atrajo a los mercaderes que invertían sus capitales en la compra y venta de mano de obra esclavizada, que también era llevada a otras tierras cercanas y lejanas de Cartagena para ser utilizada en las minas y grandes haciendas para oficios diversos.

Algunos de esos mercaderes tenían residencia permanente en Cartagena, como el marqués de Valdehoyos, tal vez el mayor esclavista de todos los tiempos en este puerto, pero otros solo permanecían en ella por los días en que se realizaban las ferias en las que se compraban y vendían esclavos. ¿Dónde vivían? Seguramente en casas de conocidos pero también en posadas que ofrecían servicios como alojamiento, alimentación y lavado de ropa.

Cartagena se convirtió en el puerto de mayor actividad en el comercio de esclavizados. Centenares de miles de personas que eran cazadas como animales en el continente africano fueron traídas a la ciudad después de un tormentoso viaje trasatlántico en el que muchos perdían la vida, otros enfermaban sin remedio y la mayoría sobrevivía para convertirse en los seres más desdichados de la tierra, sin derechos, azotados y vendidos como mercancía.

Esa tragedia humanitaria parió un santo: Pedro Claver, quien se dedicó a socorrer a las víctimas de la trata esclavista brindándoles amor y lo poco que materialmente podía suministrarles para hacerles la vida más llevadera en medio del sufrimiento y la desesperanza. Claver iba a los puertos de desembarque y ahí comenzaba su bondadoso trabajo con aquellas víctimas que encontraban en sus prédicas las fuerzas necesarias para no desfallecer.

El comercio de esclavizados generó grandes riquezas entre los negociantes de seres humanos para quienes nada importaba más que la ganancia obtenida en las subastas que se realizaban en medio del bullicio de los vendedores y los compradores, los azotes, las risotadas y el placer de adquirir un “buen ejemplar” o un lote de inmejorable calidad para el trabajo duro y sin paga.

En ese comercio abominable Cartagena fue epicentro de grandes transacciones, el inmejorable puerto al que llegaban las más grandes embarcaciones con sus bodegas inmensas repletas de personas cuyo dolor, sufrimiento y martirio aún pesan en la memoria colectiva.

CARTAGENA EN LA MODERNIDAD

Hasta principios del siglo diecinueve Cartagena mantuvo una gran actividad portuaria y en los momentos del Grito de Independencia de 1811 seguía siendo ciudad de agitado movimiento comercial y lugar de permanente llegada y salida de visitantes. Desde los pueblos fundados por Francisco De la Torre y Miranda a lo largo de la extensa provincia de Cartagena y aún de sitios más alejados venían personas hasta Cartagena a traer productos del campo y a comprar en la ciudad.

El río Grande de la Magdalena y el canal del Dique eran las arterias utilizadas para salir y llegar a Cartagena en embarcaciones de diferentes tamaños que hallaban abrigo en su bahía interna y en los numerosos puertos que ofrecían servicios navieros.

Con la reconquista de Pablo Morillo en 1815 Cartagena entró en una lamentable postración económica que duró casi un siglo y de la que no se repuso sino hasta las primeras décadas del siglo veinte. Su agitado movimiento exportador e importador, canalizado por siglos a través del puerto más seguro y amplio, cedió el paso a Barranquilla donde inmigrantes europeos se establecieron y jalonaron un progreso sostenido desde mediados del siglo diecinueve.

DE COLPUERTOS A LA SOCIEDAD PORTUARIA REGIONAL

Al abrirse paso el siglo XX, Cartagena comenzó en firme su proceso de recuperación económica y de nuevo el puerto jugó un papel preponderante en esa materia.

En 1934 el Estado colombiano puso en marcha la construcción de un muelle con especificaciones de avanzada en Cartagena, con el fin de dotar a la ciudad de una infraestructura capaz de recibir las embarcaciones que entonces traían y llevaban carga a través de los mares del mundo. La firma norteamericana Frederich Snare Corporation se encargó del proyecto y administró dicho puerto localizado en el sector de Manga por espacio de 13 años. El ministerio de Obras Públicas tomó las riendas del muelle hasta cuando se creó la Empresa Puertos de Colombia, en 1961, comenzando una nueva etapa en la vida del puerto local.

La vida portuaria cartagenera fue frenética durante los casi 30 años que duró Colpuertos, cuya administración cayó en desgracia y a principios de los años 90 la entidad fue liquidada en medio de grandes escándalos. Entonces apareció la Superintendencia General de Puertos que sentó las bases para que los empresarios entraran a operar los puertos del país a través de la figura de la concesión.

En 1993 la Sociedad Portuaria Regional de Cartagena comenzó el manejo del terminal marítimo de la ciudad, iniciando la era de la modernización en las operaciones y se consolidó la llegada de barcos de cruceros turísticos. La compra del Terminal de Contenedores de Cartagena (Contecar) por parte de la empresa concesionaria amplió mucho más sus horizontes en el mundo de las operaciones económicas a gran escala.

En la actualidad el puerto de Cartagena ha recuperado con creces su prestigio. Se evidencia en cuanto al número de contenedores movilizados, la agilidad en las operaciones de cargue y descargue, las inversiones realizadas para dotarlo de las más modernas grúas pórtico, la capacitación de su recurso humano, la tecnología incorporada a sus procesos, la conversión de Cartagena en ciudad de embarque para los barcos de turismo, cuya temporada anual incorpora e irriga grandes recursos financieros a la economía local.  

En materia de competitividad el momento no podía ser mejor ya que la Sociedad Portuaria y Contecar integran la lista de las empresas más dinámicas y emprendedoras de cuantos hay en el Caribe y América del Sur. Entidades especializadas las incluyen entre las 16 mejores para trabajar en Colombia.

Los servicios portuarios y logísticos que prestan la SPRC y Contecar son de reconocida calidad y contribuyen a consolidar a Cartagena como epicentro de la conectividad marítima de Colombia. 

Las empresas modernas tienen necesidad de trabajar de manera decidida en materia de responsabilidad social, adecuado manejo del medio ambiente y construcción de ciudad y ciudadanía. Estos son pilares fundamentales para su competitividad, sostenibilidad, y participación en nuevos modelos de desarrollo. Ser socialmente responsable produce impactos directos y positivos en la disminución de la desigualdad y contribuye a la sostenibilidad.

¿Cómo lo hace la SPRC? Sus directivas trabajan en ese orden y seguramente quieren avanzar mucho más.

 

1 Sourdis Nájera, Adelaida.  Cartagena de Indias, visión panorámica.

2 Borrego María del Carmen. Cartagena de Indias en el siglo XVI

3 Sierra Anaya Germán y Álvarez Marín Moisés El turismo en Cartagena de Indias. Reseña y cronología histórica.

Somos periodismo de historia

El gran Puerto

que abrieron los galeones

Por Eduardo García Martínez

Cartagena de Indias fue primero puerto que ciudad.

Cuando Rodrigo de Bastidas divisó en 1501 las costas de los territorios donde habitaban los indígenas primigenios: Calamares, Turbacos, quedó maravillado. Pero no imaginaba las potencialidades que ofrecían aunque

Fuerte de San Fernando, conservado en la integridad de la historia cartagenera.

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