top of page

La Riohacha de los 470 años, la de la deleznable marca ‘Portal de perla’, no siempre ha padecido la carencia de músicos que afronta desde hace varios decenios.

La producción de músicos de nuestra ciudad en el pasado fue muy prolífica. Y hace apenas seis meses murió ‘el último mohicano’ de la tribu de músicos riohacheros, más bien camaroneros, que en el corregimiento de Camarones fue donde nació, en 1925, Hermócrates Pimienta Barros. Anteriormente había fallecido su colega de oficio, mi padre Emiro Herrera García (1940- 2010).

Y hablo de tribu, porque eso es lo que eran: un grupo inmenso de hombres con una característica común: hacer música que, acordemente, se integraron en la Banda Departamental de Músicos de La Guajira, lamentablemente liquidada en la primera administración del gobernador Jorge Pérez Bernier.

Un acto de gobierno que contribuyó a la desaparición de nuestros músicos en Riohacha en medio de una creciente indiferencia y del desprecio casi total hacia la constitución de procesos continuos de formación musical de jóvenes, que bien pudieran venir a renovar y remplazar a aquellos queridos músicos que iban falleciendo hasta cuando le tocó el turno a Pimienta Barros.

Algunos de ellos —para su fortuna— llegaron a disfrutar de la pensión antes de fallecer, otros no lo lograron, pero la gran verdad es que desaparecieron los últimos vestigios que quedaban de una época dorada de la música riohachera.

Navegando por la historia, encontramos que Riohacha fue centro cultural del Caribe, marcada por las influencias musicales y las danzas de las islas caribeñas y de países europeos con los cuales la ciudad, puerto marítimo, tuvo relaciones.

En mi Riohacha del alma se bailaban con marcada donosura aires musicales como valses, pasodobles, polkas, contradanzas, mazurcas, foxtrot, danzón cubano y pasillos, aires que eran practicados por la alta sociedad riohachera. Y por lo común, en las instituciones educativas se impartió la enseñanza musical a los alumnos, como en los países europeos.

En ese ambiente, surgieron cantidades de jóvenes que ejecutaban diversos instrumentos, preferencialmente de cuerdas. Entre los muy reconocidos podemos mencionar al maestro Luis Alejandro López, ‘Papayi’, que  heredó  de su padre ser corista —músico de la Iglesia— y así aprendió a tocar el órgano, y Luis Rafael Barros ‘Wibi’. Pero son muchos los que, a conciencia, merecen una nota especial y prometemos que la haremos en próxima ocasión. Que lo bien cierto es que en Riohacha tuvimos numerosas agrupaciones musicales de salón.

Fue en el siglo XIX cuando se inició en la capital de La Guajira la formación de músicos locales para la constitución de las bandas de instrumentos de viento. Y fueron los sacerdotes españoles radicados en nuestro territorio en su proceso de evangelización de los indígenas wayuu, quienes incluyeron la instrucción musical como un complemento de la educación académica.

En Pancho —pueblito a tres kilómetro de Riohacha y en estos momentos jurisdicción territorial del municipio de Manaure, que era la capital de la comisaria especial de La Guajira—, allí en Pancho los sacerdotes españoles fundaron el Internado de San Antonio, especialmente para brindarles educación a los indígenas. Paralelamente esta misión religiosa y educativa formó ‘La banda de Pancho’, una de las tres agrupaciones con que llegó a contar Riohacha. Lo particular de esta banda era que la mayoría de sus integrantes pertenecían a la etnia wayuu, un hecho extraordinario, debido a que nuestros indígenas son arrítmicos. Los instrumentos ancestrales de los wayuu no producen sonidos melodiosos ni acompasados, por cuanto son utilizados para imitar los sonidos de la naturaleza que los rodea. Un hecho que podemos comprobar en el sonido que emite la imitación de la caja militar española a la que ellos llamaron ‘kasha’, con la cual acompañan la ‘Yonna’ o ‘Chichamaya’, la danza wayuu que no es más que la ceremonia de iniciación femenina del paso de niña a majayut, en el entorno cultural wayuu.

Hay que reconocerlo: los sacerdotes españoles lograron grandes proeza con sus estudiantes de ‘La banda de Pancho’ —la integraban 48 músicos—: les enseñaron a tocar los instrumentos y los prepararon también para que montaran en barco y fueran a realizar presentaciones a España.

Somos veeduría crítica

Dos puntos de vista para la Banda Dptal. de Música de La Guajira, des-aparecida en

el primer gobierno de Jorge Pérez Bernier. Ya no suena, se ha silenciado

la música...

Riohacha condenada a desaparecer

de la faz del pentagrama musical...

¡Sin música, maestro!

Por Luis Roberto Herrera Mendoza

Un músico riohachero sobreviviente de la vieja guardia y quien tocaba la tumbadora y el tambor en la Riohacha Jazz Band, es Servando Gámez, quien vivió algún tiempo en Venezuela. Recuerda que de su época solo sobreviven él y el ya retirado extraordinario cantante y maraquero samario Pedro Marín. De su ya desgastada memoria rescata nombres de integrantes de ‘La banda de música de Pancho’ y ellos son ‘Salo’ Gutiérrez, Venancio Martínez, Rafael Padilla, José María Bueno, José María Wberth,

Saba Gutiérrez, Manuel Duarte y Lino Magdaniel, entre otros.

Servando observa que el director era el padre Ángel y aunque dice que “hasta aquí me da la mente”, vuelve a escarbar en su memoria y recuerda que La Banda de Riohacha era dirigida por el maestro Benjamín Ezpeleta Zúñiga y que lo acompañaban músicos que él mismo instruyó. Después, precisa Servando, cuando se trasladó a Santa Marta con el fin de dirigir la Banda Departamental del Magdalena Grande, el maestro Ezpeleta Zúñiga se llevó a varios músicos riohacheros para integrar la banda samaria.

La otra banda que existió en la época, sigue diciendo Servando, fue la de Camarones, creada por un señor que vino de Donmatías, Antioquia, y que  enseñó a sus hijos Felipe, ‘Pipe’ —padre de la folklorista Noelia ‘La pipi’ Mejía—, Goyo y Santiago Mejía, ‘Chichi’ Perosa, ‘Chilolo’ Mejía, ‘Nachito’, Quintín y Lázaro, ‘Chito’ Choles, ‘Papá Nano’, Hermocrate Pimienta, los hermanos Juan y Diego Gámez y Venancio Martínez, entre otros.

En el año 1939, la tragedia de Pancho en las festividades de San Antonio, un 13 de junio, contribuyó a la desintegración de la banda. En la confrontación bélica familiar que se suscitó figuraron algunos miembros de la agrupación, hecho que provocó que muchos de los músicos se fueran de la comarca, mientras que otros se dejaron reclutar para hacer parte de la bandas de Camarones y Riohacha.

Nombres para recordar con respeto a la historia musical riohachera son los de los hermanos Adriano y Carlos Bueno, el primero de ellos padre de Lenín Bueno Suárez —famoso locutor de programas de música vallenata de la radio barranquillera en los años 70, productor y compositor—, Hermócrate Pimienta, los hermanos Juan y Dieámego Gz y los hermanos Zambrano.

Gámez, un apellido musical en Riohacha. Y con algunos asomos de continuidad de legado en el ‘Pali’, vocalista, y el clarinetista Juancho, hijos de Juan Segundo, director de esta banda.

Este recorrido por la historia musical instrumental del hoy Distrito Especial Turístico y cultural Riohacha pretende rescatar un poco lo olvidado: Riohacha tuvo su pasado plagado de cultores musicales. Sin embargo, a estos no se les conoce destacados herederos de su artes. Ni de esa generación ni de la siguiente. Son muy escasos los casos y entre quienes los han ensayado si acaso habrá dos o tres sobresalientes. Era otro el cuento en generaciones anteriores, cuando en el seno familiar varios miembros ejercían el mismo oficio: padres, hijos, hermanos, siempre más de un miembro de la familia, músicos que no vivían exclusivamente de su actividad sino que se complementaban con otro oficio en aras del sustento familiar.

La música también reflejó la relación de Riohacha con el Caribe. Nuestros grupos musicales no solo actuaban en la península y la llamada Provincia de Padilla o el Magdalena Grande sino también en el extranjero. Muchos de nuestros grupos realizaron presentaciones en Aruba y Curazao y en las Islas Margarita y eran muy frecuente sus viajes a poblaciones cercanas a la frontera colombo-venezolana, especialmente para las celebraciones de fiestas patronales, carnaval y ágapes privados.

En esos períodos se destacan bandas musicales como ‘La armonía del Carmen’, de Luis Felipe Mejía Arévalo; ‘El Carmen’, del maestro Maximiliano Rivera; ´La banda’, de Venancio Martínez, y, por supuesto, ‘La Riohacha Jazz Band’, con Hermócrates Pimienta Barros, los trompetistas Lalo Arévalo y Juan Gámez, el platillero y bombero Servando Gámez, con Antonio ‘Buchichú’ Zambrano y el gran maraquero y cantante Pedro Marín; con Luis Rafael ‘Veneno’ Arteche y Juan Bernardo ‘Nalo’ Redondo, con Francisco Tovar y otros, más aquellos que actuaban muy ocasionalmente como Víctor ‘Caraqueño’ Redondo, ‘Polaco’ Romero, Julia Díaz, Samuel  Moreu y  Juaco Vanegas.  También figuran muchos otros músicos que vinieron del sur de La Guajira e hicieron parte de la desaparecida Banda Departamental.

El maestro Carlos Espeleta Fince, heredero de la vena musical de su padre, fue uno de los músicos más prolíficos en composiciones y arreglos musicales; fue el autor de la música de muchas de las canciones e himnos escritos por el maestro Luis Alejandro López a municipios e instituciones académicas, —los himnos del Departamento, de Riohacha, del Colegio de la Divina Pastora, entre otros—. Este músico insigne de Riohacha y La Guajira se trasladó a Valledupar y por mucho tiempo fue instructor de música del colegio Nacional Loperena. Cuando regresó a Riohacha organizo y dirigió varias bandas musicales y fue director de la Departamental. El maestro Espeleta Fince falleció en 1995, tratando de dejar su legado musical a grupos de jóvenes que pudieran iniciar una nueva generación musical, pero no logró el apoyo oficial.

De los pocos que han heredado el oficio musical de abuelos, padres o tíos encontramos en Riohacha al clarinetista Juancho y al cantante Álvaro José ‘Pali’ Gámez, hijos de Juan Segundo Gámez; otros, el trombonista Edgar Arteche y los nietos de ‘Veneno’ Arteche que ejecutan el bombo y el redoblante.

Pero familias con larga tradición musical como los Mejía y los Ezpeleta parecen condenadas a desaparecer del pentagrama, las notas y las claves: ¡No suena la música, maestro!... En las familias de los hermanos Bueno, Zambrano, Gómez, Correa y Martínez ningunos de los descendientes heredó el oficio de sus mayores. Algo increíble es el caso de ‘el último mohicano’ de la música en Riohacha, mi tío Político Hermocrates Pimienta: ¡tuvo 8 hijos varones y ninguno heredó su vena musical! Ninguno ha ejecutado uno solo de los tantos instrumento que tocó el viejo. ¡Qué vaina con mis primos! ¡Tanto que le gustaba a mi tía Ime el baile!

Ahora vengo yo, en el caso de mi padre, Emiro Herrera —percusionista autodidacta—:  no heredé su talento ni sus aptitud musicales, pero logré estudiar música hasta nivel técnico en el instituto de Bellas Arte de Medellín, y luego estudié trompeta en la Escuela de Bellas Artes de Barranquilla, donde recibí clases de dos genios de la música:  el maestro Antonio María Peñaloza, quien me dio solfeo e instrucciones del instrumento de embolo,  y el maestro Armando Galán —me decía que yo tenía que ser un buen trompetista porque tenía fortaleza en los pulmones y los labios: claro, fui corneta en las bandas de guerra en mis años escolares—, pero lastimosamente trunqué esos estudios y me dedique más a la docencia que a ejercer como músico. En estos momentos no ejerzo ni lo uno ni lo otro.

La historia nos enseña, pues, que Riohacha, nuestro ‘Portal de perlas’, fue polifacética en producción de músicos y agrupaciones musicales gracias a la cantidad de procesos formativos de viejos tiempos. Es que teníamos cuatro directores de bandas-escuelas: Felipe y ‘Goyo’ Mejía, los sacerdotes del Pancho y, por último, el maestro Benjamín Ezpeleta, dedicados todos a preparar y músicos y a producir y hacer sonar música, a lo cual hay que sumarle el aporte en tal sentido de las instituciones educativas de la época.

Los decenios de los años 40 y los 50 del siglo XX fueron los últimos lapsos de gran producción de músicos que tuvimos, lo cual nos indica que han pasado más de 60 años de estancamiento por falta de programas de formación musical.

Es una sonora muestra de la apatía de la comunidad, de la falta de voluntad política y cívica y de la estólida indiferencia de los gobernantes riohacheros-guajiros para invertir en procesos de formación musical de nuestros jóvenes. Llega a tales extremos, que adolecemos de la falta de casas de cultura o escuelas de bellas artes, donde los jóvenes puedan recibir formación. Los casos positivos que se dan en presente en torno a la música en Riohacha se originan más por disposición de los padres de familias que por políticas gubernamentales. Ni Gobernación ni Alcaldía impulsan planes encaminados a que nuestros jóvenes desarrollen sus talentos y fortalezcan sus buenas costumbres e inviertan productivamente su tiempo libre como formas apropiadas de alejarlos del embarazo prematuro, de la prostitución juvenil, de las drogas y el pandillerismo.

La tarea frente a este tema tanto para los gobernantes que inician administración el próximo primero de enero como para los diputados y concejales cuya misión arranca ese mismo día —por medio de sus respectivas ordenanzas y acuerdos que reglamentan el uso de los recursos públicos y con el ejercicio de su control legal y constitucional sobre los mandatarios—, es tarea que debe ser encaminada hacia la creación de instituciones para el fomento de las prácticas de las bellas artes y la música en honor de nuestros fallecidos músicos.

De lo contrario estaremos condenados a vivir de nuestra historia: lo que algún día fue y ya no es. Y La música riohachera, ¡condenada a desparecer de la faz del pentagrama musical!

En clubes sociales y salones de Riohacha las fiestas eran amenizadas por las orquestas locales, dos de ellas en plena acción en estas gráficas que las eternizaron: la banda de Pipe Mejía y la Riohacha Jazz Band. Un viaje al otrora musical riohachero agita las reminiscencias y provoca ramalazos de nostalgia.

bottom of page