top of page

Testimonio de amistad, el de Arturo Zamudio

“Hubo una vez

un bi-rey,

‘muriendo’ de 

humorismo”

Por José Orellano

—Julio Rojas se caracterizó por ser,

además de extraordinario acordeonero, un humorista nato.

Lo dice ‘El pollito’ Arturo Zamudio, pro-

motor discográfico de la CBS en tiempos aquellos en que “mi amigo del alma, José, te

Que grabara con Sonolux nada significaba ante la solidez de la amistad de Julio Rojas con Arturo Zamudio, quien era promotor discográfico de CBS. 

recuerdo frescamente al lado de tu compañero Gilberto Marenco en el viejo edificio de El Heraldo, en la adorada Barranquilla, ciudad que llevo en el corazón”.  

—A Julio lo recuerdo —anota Zamudio— trasladando las vivencias propias del folclor vallenato

a infinidad de chistes para hacer las delicias de quienes compartíamos con él instantes inolvidables: las risas no paraban, todo el tiempo permanecíamos ‘muertos de la erre…’.

Zamudio vive hoy en Reno, Nevada, Estados Unidos, “como rey”, dice. “Trabajo tres veces por

semana para no aburrirme y para no volverme sedentario. Logré una pensión en Colombia suficiente para vivir tranquilo, logré hacerme una buena casa bien ubicada en Barranquilla, la alquilé a una empresa de belleza y también vivo de ello”, remata.

—Julio sostenía una bella amistad con uno de los mejores comentaristas del folclor vallenato,

gran locutor: Gilberto Estor Lara. A ellos dos se unía un auténtico humorista costeño, mamador de

gallo innato, un genio de la risa: Álvaro Ariza —dice ‘El pollito’, haciendo rima, como para un eslogan promocional—. Los tres programaban reuniones en la casa de los mejores amigos, generalmente se hacían en la del maestro Estor Lara. Ya allí, se recaudaban fondos económicos para el infaltable sancocho costeño, los pasa-bocas y, claro, el mejor licor.

Arturo Zamudio trabaja en Reno manejando sonido, audios, lo suyo, en salones de conven-

ciones y “los gringos felices”, dice, y no hace más nada en esa ciudad gringa, “bella y tranquilísima, sin ruidos, donde no se ve robos ni se habla de política, donde no hay guerrilla ni narcos, y si los hay están escondidos en los casinos; donde no se ve violencia doméstica”, dice, para puntualizar: “La verdad, José: se vive bien, por eso me quedé aquí”.

Y desde allá, desde Reno, evoca, algunos años después, aquellas “tardes, esos inolvidables

momentos que, por su sabrosura, nos hacía extraviar en el tiempo”, agrega. “Un tiempo que seguía su marcha y que solo veníamos a tomarlo nuevamente en serio cuando escuchábamos el cantar de los gallos en los patios de frondosos árboles de aquellas residencias y comenzaban a aparecer los primeros rayos del sol, esos que nos ponían ‘pilas’ para que cada uno de nosotros regresáramos a nuestra casas, tomar un baño y llegar a tiempo a nuestros respectivos trabajos. Llegábamos trasnochados, pero felices, a trabajar”.

—En nuestros sentidos quedaban los armoniosos sonidos que salían de los acordeones, magis-

tralmente tocados, al impulso de cada tecla por los dedos de quien llegaría a ser, a la postre, dos veces Rey de La Leyenda Vallenata —anota Zamudio sin poder ocultar la emoción—. Si aquellos caminos y las piedras y los árboles de mango de la Plaza Alfonso López de Valledupar, con su tarima ‘Francisco el hombre’, pudiesen hablar, testificarían, cada segundo, lo inmenso que fue Julio Rojas Buendía… Lo que él significó, ayudando junto con los más consagrados artistas, a engrandecer el maravilloso folclor Vallenato .

Arturo Zamudio vive en Reno, EU, donde trabaja lo suyo: sonidista y goza la vida, pero no olvida a su viejos amigos de Barranquilla, entre ellos: Gilberto Estor Lara y Álvaro Ariza. Estos aun en sus actividades: Estor Lara con su programa vallenato en en Madrigal Stereo, “en su querida Soledad”, le dice Zamudio al cronista. Y Ariza en Emisora Atlántico Espectacular.

En Reno vive a “cuerpo de rey”, dice Zamudio. Y aquí, feliz con su sobrina Elia Margarita Sliba Gómez, quien trabaja en la cadena de TV NBS y “me llevó a conocer las instalaciones”. La escena fue captada en New York.

A Arturo, durante aquellos tiempos

nuestros de periodismo de farándula y espectáculo, le colaborábamos en su misión de impulsar la venta de discos de su compañía. Y gracias a él y a otro puñado de promotores de casas disqueras —entre otros, Fernando López, de Codiscos; Lenin Bueno Suárez, de Sonolux; Humberto Es-trada, también de Sonolux, incluso el mis-mísimo Álvaro Ariza, de esta misma compañía—, lográbamos entrevistas exclu-sivas con algunas estrellas de la canción nacionales o extranjeras. Ah, y facilitaban, para qué negarlo, el incremento de nuestra discoteca particular con elepés de 33 rpm de destacados cantantes del mundo, prime-ro a nosotros, antes que a las emisoras. Y con Zamudio, éramos apegados. De esos apegos que, en alguna ocasión, llegó hasta las reuniones de Estor Lara. Trajines que hasta nos llevaron, a Zamudio y al cronista, a desayunar en un hotel del que yo solo recordaba ahora que quedaba en el Paseo Bolívar.

—Ese hotel se llamaba Real —pre-

cisa Arturo—. Después le cambiaron el nombre a Hotel Alianza. Las cosas de la vida: hasta allí me llevó el amigo José Jiménez, quien gerenciaba discos CBS-sección Costa Norte. En ese hotel conocí a

la bella dama que, designio de Dios, aún me compaña: mi esposa, la hija de la dueña, por aquel entonces, del emblemático hotel del Paseo Bolívar entre calles 20 de Julio y Cuartel.

Con aquella bella dama, Salua Sliba Maloof, vive Zamudio en cercanía permanente con la

suegra, Argent Maloof Amado. “Mi suegra se vino a vivir a USA hace ya más de treinta años. Primero residió en New York, pero terminó en Reno, porque aquí trabajan su otra hija y el esposo de esta. La suegra le pidió a mi esposa que nos metiera en el cuento a mi hija y a mí y aquí estamos, querido José”, precisa el experto en sonidos.

¿Y qué otra cosa de Julio?

—Que era un auténtico súper BACÁN, con letras mayúsculas. El bi-rey más sencillo del mundo,

hombre maravilloso. Buen hijo, excelente hermano, amigo de sus amigos. En algunas ocasiones, daba término rápido a sus compromisos de trabajo como acordeonero para asistir a una clínica o un hospital a visitar a familiares o amigos. Igual lo hacía para estar al lado de sus seres queridos, la noviecita de turno o los amigos de parranda.

¿Y qué otra cosa de Arturo Zamudio?

—Que nací en Cali un 20 de octubre de 1945, terminando la segunda guerra mundial. Que

llegué a Barranquilla en 1977 como promotor discográfico de CBS para la Costa Norte: me había llevado Alberto Suárez López, un barranquillero que gerenciaba desde Bogotá el departamento de promoción de dicha compañía. Que antes de ingresar a la CBS, manejaba la dirección y programa-ción de La Voz De Las Antillas de Todelar en Cartagena. Que tuve la suerte, desde chico, de vivir en varias ciudades colombianas, entre ellas Pasto, donde hice mis primeros años de estudio. Mi familia se trasladó luego a Bogotá y regresamos a Cali, donde me gradué de bachiller. Hice mis estudios de comunicación social en la Universidad del Valle. Trabajaba en Todelar-Cali, cuando decidí volar a Medellín para laborar en Súper Radio por un año. Un día cualquiera, dos paisanos, Luís Eduardo Granobles y Fernan Astahiza, compañeros de radio en Cali, me ofrecieron la programación de La Voz de Las Antillas en Cartagena, la numero uno en sintonía por muchas décadas. De allí en adelante, no salí de la Costa. Y, como por un encanto ante mí, sembré raíces en Barranquilla.

¿Alguna otra faceta en especial

del bi-rey vallenato?

—Julio Rojas Buendía era muy

generoso, muy sentimental, especial-mente cuando se tropezaba con algu-nas personas necesitadas: ancianos o gente que se veía muy pobre.  Hacía parar los taxis, se bajaba de ellos, se acercaba a esas personas y les obse-quiaba dinero —dice Zamudio—. Algu-nas de esas veces, con humor y fuer-tes carcajadas, les decía que “esta platica es para comprar alimentos, cuidado con gastarla en otras cosas, ¡cuidado!”. Quienes lo acompañába-mos, igual ‘jalábamos’ risa sin parar.

Como pez en el agua se sentía Arturo en los estudios de la NBC, a donde lo invitó su sobrina. 

¡Cómo olvidar a un personaje de esa talla, Julito fue único!. Si la canción dice que “hubo una vez un rey muriendo de tristeza” con Julilo hay que decir “hubo una vez un bi-rey muriendo de humorismo. Él era un duro para el humor”.

Aquel ‘pollito’ —así nos decíamos y no solo los dos sino él con su inmenso círculo de amigos—,

hoy en 70 octubres rumbo al 71, lo que sí jamás podrá negarnos es que debe sentir permanentes ramalazos de nostalgia de ‘Arenosa’.

—¡Joda!, amigo —precisa—. La extrañamos mucho, con sus cosas buenas y malas, la tenemos

muy adentro de nuestros corazones. Allá nos tenemos que encontrar algún día, allá donde los coste-ños que me conocieron me dieron su visto bueno. Viviendo en Barranquilla, compartí cada segundo de vida con gente bella. Ahora puedo decir, con orgullo, que allá regreso, que allá me quedo y que allí quiero morir. Y tenlo en cuenta, querido Jóse Orellano: si deseas darte una vuelta por la geografía gringa, sabes dónde llegar... Acá en Reno está ‘el pollito’ Zamudio.

bottom of page