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Vamos con 32 de los 82 años

De anécdotas

o curiosidades

y tramposerías

de la memoria

Foto tomada de elheraldo.co

Por José Orellano

El Nobel de Literatura cataqueño Gabriel García Márquez escribió que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, pero nunca le dio patente a la consciente tramposería de la memoria.

“¿Cómo es posible que hayas permitido que Orellano se fuera? Tú eres la culpable. ¡A ese muchacho lo necesitamos!”, me contaron —para convencerme— que así le había espetado el doctor Fernández a Olguita, su Asistente, cuando supo del porqué de mi escapada para irme a montar una empresa de fotografía y comunicaciones nombrada Comunicentro; enseguida le dio la orden a Vilma Cepeda, con la venia de Olguita, para que me buscara. A Vilma, sí, porque a ella, dos semenas antes, le habían encomendado primeramente la misión, eran 16 páginas inicialmente, sin que ella tuviera la experticia frente a situaciones como estas —así se lo hizo saber ella al Director— y porque, sin tramposerías conscientes o inconscientes de mi memoria, ella no lograba entenderse con el Jefe de Producción de Edicosta, el chileno Sergio: era demasiada responsabilidad para ella porque, además, cada día que pasaba se incrementaba el número de páginas de la Edición Especial, dinámica comercial propiciada por la entonces directora de publicidad Miryam Nieto León. A medida que crecía la pauta iban surgiendo nuevos temas. Y más páginas.

Al asumir la edición especial, algo más de 40 páginas, ¿o fueron 60? —¡todo el mundo quería anunciar allí!—, recibí un informe de Vilma: que Mauricio Vargas, sí, antes de dirigir Semana y de ser Ministro de comunicaciones, la había ayudado... y que Marco Schwartz, actual director de El Heraldo, había escrito algún par de notas para la edición, que hasta ahí fue hasta donde figuró su participación.

Entonces, a menos de 72 horas de la circulación, a marchas forzadas, comenzamos a trabajar: Neyía, Vilma y yo. Fueron 72 horas seguidas dirigiendo, coordinando, peleando, escribiendo, diagramando, diseñando, corrigiendo: hubo fallas, numerosas fallas, nombres olvidados, algunas imprecisiones —¡qué se yo! —, pero había que salir. Y la gordísima edición salió a la calle el 28 de octubre sin retrasos.

Curiosidad (o anécdota): entre los emolumentos que recibí por aquel arduo trabajo, figuran un vestido entero con chaleco, corbata, correa y zapatos incluidos —Juan B. Fernández Renowitzky diligenció la compra— porque yo era, como sigo siéndolo, muy dado a vestirme a las patadas contra el glamur. Pero el 28 de octubre de 1983 había que presentarse ‘emperifollado’ a la fiesta de los 50, acorde con las circunstancias: asistía el presidente de la República Belisario Betancur y yo me codearía con él...

Pantallazo con el texto de la referencia que origina esta nota de José Orellano. 

Juan B. Fernandez Renowitzky y Olguita Emiliai Heilbrun.

Muestra inequivoca del más sincero de los afectos, la amistad; escena de colegaje en la fiesta de celebración de los 50 años de El Heraldo: el autor de esta nota con la periodista Mabel Morales y luciendo él el vestido en torno al cual hace anecdótica referencia.

Gay Talese, precisamente papá del periodismo  literario, acaba de reiterar que “el periodismo consiste en tratar de sacar a la luz pública la verdad” y eso vale hasta para la exactitud de minucias informativas como unas ‘curiosidades y anécdotas’ (sic) que, desde la vera del periodismo, se saquen a la luz pública.

Personalmente, asisto alborozado a los 82 años de El Heraldo y siento inmensa alegría por el premio Simón Bolívar que acaban de ganar mis excompañeros José Granados y Agustín Iguarán, con quienes trabajé, hombro a hombro, en ese querido periódico del cual, a punta de anécdotas —esas curiosidades que se cuentan como ilustración, ejemplo o entretenimiento: DRAE—, se podrían escribir varios volúmenes. Y bien ‘popochos’ por cierto: repletos, hartos de situaciones para hacer desternillar de la risa a más de una generación.

Anécdota, por ejemplo, la del señor aquel —cuyos apellido y apodo preciso pero me los reservo— que, allá en la 33 entre La Paz y Progreso, mandó cortar por la mitad, para luego soldarlo, un rodillo de la vieja Goss, más largo que los demás, para emparejarlo con los restantes porque, decía, los fabricantes se habían equivocado al concebir esa rotativa...

Anécdota, la de aquel linotipista de apellido Alonso que, desde su puesto y mientras tipeaba, se ganó la apuesta de una botella de Ron Blanco al tocarle las nalgas a un alto directivo del periódico para enseguida presentarle excusas pro-perdón diciéndole que él creía que quien estaba a su lado derecho era el Jefe de Redacción de aquella vez...

Anécdota, la de la publicidad de una película de Elvis Presley, cuando lo impreso y publicado decía: ‘Como siempre, Elvis rodeado de lindas ‘cricas’ (era chicas)’...

Anécdota, la de las dos linotipistas (las) —preciso apellidos pero me los reservo— que levantaron un texto de una página completa, ocho columnas en aquel entonces, en el cual se destacaba a un personaje de apellidos Vergara Vergara: de principio a fin se ‘comieron’ la ultima sílaba (ra) en las dos Vergara y cuando el gerente, entonces Carlos Manuel Pereria, las reprendió por lo ocurrido ellas solamente atinaron a decir: “¡Ay!, en qué estaríamos pensando”...

Anécdota la del ‘bendabal’ que “sopló tan fuerte”, palabras literales del director Juan B. Fernández Renowitzky, que arrasó de su puesto al corrector de prueba... ¡y en fin...!

Y andando en esto de anécdotas o curiosidades —son sinónimos—, por nada del mundo creo que el texto que sigue corresponda a un hecho anecdótico, o a una curiosidad: “En 1983, para el aniversario 50, se imprimió un cuadernillo con las noticias más importantes registradas por EL HERALDO. Estuvo a cargo de él José Orellano y el actual director Marco Schwartz” (sic).

No fue así. Pero, además, algo me dice que el texto original fue alterado gracias a una tramposería de la memoria —exprofeso, no me cabe la menor duda— y que al ser modificado sobre la marcha surgió un error gramatical que ha salido publicado, ¡joder!: el singular “estuvo” es acompañado, sin embargo, por dos sujetos: José Orellano, que sí tuvo a su cargo aquel trabajo, y el actual director Marco Schwartz, que no lo tuvo a su cargo. Y se rectifica esa nota.

La verdad verdadera, que no ‘verdad revelada’, es que en la realización de tal misión, finalmente a mí encomendada, estuvieron, además, Vilma Cepeda y Neyía Vargas. Fueron tres días seguidos, yo sin dormir, a punta de termos de tinto y paquetes de cigarrillo, unos tras otros. Y Marco —a quien no he tenido la oportunidad de felicitar por la llegada a su actual cargo—, para aquel 1983, apenas si cumplía reciente ingreso a El Heraldo, tras haber sido Jefe de Producción de La Libertad, la escuela práctica primera de muchos en el periodismo barranquillero y que tuve el placer profesional de montar en condición de Jefe de Redacción en abril de 1979.

Anécdota (o curiosiad): yo mismo participé en la selección del Subdirector-fundador, me nombré mi jefe inmediato: Wilderson Archibold Ayure, por cuanto no me sentía aun capacitado para ejercer ese cargo, que Roberto Esper me ofrecía. En una larga reunión de este con el extinto Rafael Lafaurie, Ricardo Díaz De la Rosa y quien esto escribe, barajamos diversos nombres y escogimos a Wilderson.

Pero sigamos con la edición por los 50 años, aquella última semana de octubre de 1983 y dejemos que la memoria, sin espacios para tramposerías, precise que dos o tres semanas atrás, de pronto más tiempo, me había ido de El Heraldo —una de las tantas veces que lo haría: en la primera me fui a ‘parir’ La Libertad, ‘con la fuerza de la verdad’; en otras dos estuve como Jefe de Redacción y como Editor de El Informador en Santa Marta, y pare de contar, pero siempre me jalaban, como en esta ocasión—; me había ido de El Heraldo, decía, tras un altercado con mi madrina de matrimonio Olguita Emiliani Heilbrun...

Recuerdo que el director Juan B. Fernández Renowitzky mandó buscarme para que, sobre la marcha, a tres días del 28, asumiera la coordinación de la edición especial de las Bodas de Oro de El Heraldo, ¡nada menos!, por cuanto no contaba a la mano con un periodista-diagramador de su entera confianza y plenamente dispuesto a realizar tan especial entrabajo en un ‘¡ya pa’ya!’.

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