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Vamos con la vida y la muerte (I)

Crónica de

un profesor,

su clave y

sus 101 años

Soledad

El profesor de Educación Física Luis Rueda Sarmiento, 101 años, y su exalumno, autor de esta crónica.

Amparados por la sombra de su patio poblado por árboles frutales, que van desde la guanábana al níspero, confesó que recuerda una anécdota muy especial, mientras trabajó en Soledad. Se refirió al susto que vivió el día del desfile de antorchas que él organizó por temor a que se hubiese incendiado alguna casa, pues éstas eran de techos muy bajos y de enea. Hace una pausa, mientras sonríe, al recordar aquella noche del desfile de antorchas, “gracias a Dios, no sucedió ningún hecho que lamentar”, me dijo con la tranquilidad de sus años.

La clave de guayacán

El rigor de la disciplina militar aún se manifiesta en la centenaria vida del profesor Luis Rueda Sarmiento. Magalis me dijo que el profesor se vale por sí mismo, y cuando se le mete entre ceja y ceja una idea, no hay peros que valgan. Mientras saboreo el jugo que me brindó su hija, él continuaba diciéndome que había llegado a Barranquilla en 1934 y trabajó en la construcción de un edificio en Paseo de Bolívar con Líbano, diagonal al de la Caja Agraria —hoy Torre Manzur—, y le pagaban un centavo por cada galón de concreto que subía a la edificación, fue cuando el ejército lo reclutó en una de las batidas.

“Figúrese, Castañeda, los otros muchachos se quejaban porque, dizque, el ejército era muy pesado, que los entrenamientos eran muy duros y, para mí, después de haber cargado tanto galón de concreto, fue como un descanso. En el ejército ascendí hasta Sargento Viceprimero”.

Lo observo, al tiempo que la imagen del profesor, en la clase de Educación Física, vuelve a mi memoria,

El profesor Rueda, el hombre de la clave.

recordándolo con la clave en la mano, sonándola, para que uno trotara al ritmo de ella. Siempre con su voz de mando. Ese ritmo que marcaba la clave, lo recordaremos todos los que fuimos sus alumnos, la disciplina que le imprimía a la clase, su manera impecable de vestir, siempre con la camisa por dentro y debajo de ella una franela. Todavía viste así. Su nariz aguileña pareciera haberse engrosado con el tiempo.  

Mientras tecleo mi satisfacción por la salud del profesor y el asombro que me causó su estado físico para desplazarse sin la ayuda de nadie —ni de un bastón—, no puedo domar el potro de la emoción sobre el que cabalgo en esta crónica.

—¡Clave! —me dije—: esa es la palabra clave. Claro, La Clave, es un referente en las tertulias, cuando nos encontramos algunos amigos, y compartimos cervezas con recuerdos de aquellos tiempos de estudiantes en el Codesol y, con ella, el nombre del profesor Luis Rueda Sarmiento. Todos conocimos y recordamos ese par de pedazos de madera, de algunos 20 o 25 centímetros, que parecían sacados de un palo de escoba, utilizados por el profesor en la clase de Educación Física. Creo, nunca nos preocupamos por saber qué clase de madera era. Pero siempre recordamos al “profesor de educación física”.

Ese día, después de cuarenta y tres años sin verlo, le pregunté por la historia de la clave, de qué madera estaba hecha. Volvieron a asombrarme su gran facultad de recuerdo y la dignidad de su memoria, que se niega a claudicar ante el olvido, cuando me dijo que en la calle 47 con carrera 45 (Líbano), encontró un trozo de madera que estaba en una cerca, se lo llevó para su casa y a punta de vidrio modeló los palos de la clave. Me dijo, además que, ese pedazo de madera, era de “Guayacán Polvillo”. El profesor hace la salvedad para aclarar que los demás docentes se quejaban porque no los dejaba dictar clases con el ruido del pito, herramienta pedagógica que utilizó, en los inicios de su carrera docente, para desarrollar los ejercicios de educación física. Pito que cambió por la clave, ese sello por el que lo identificamos y recordamos.

“Lo vi aparecer con su paso firme, un tanto lento, con su siglo a cuestas, con su cuerpo envejecido, pero, eso sí, erguido como siempre”.

A los 78 años lo retiraron de su actividad docente.

Texto y fotos:

Fernando Castañeda García

El día que ‘Cara e’loco’ (Juan De la Hoz Cervantes) me dijo que el profesor de educación física Luis Rueda Sarmiento está vivo, en perfecto estado de lucidez mental y que tiene 101 años, no pude ocultar el asombro y alegría por tan grata noticia. A partir de ese momento me prometí hacerle una visita, para estrecharle la mano, saber de su salud y escribir una crónica poblada de recuerdos y anécdotas, porque su nombre e imagen reposaban, tranquilamente, en un rincón de mi memoria.

Juan, sin proponérselo, me había tirado un dato importante, además, me dijo que ‘El cabro’ (Alfredo Olivera Rambao) tenía el número telefónico de la casa del profesor Rueda.

Magalis, la hija, contestó la llamada y convenimos la cita para el día jueves 15 de octubre, a las diez de la mañana. Si algo debo confesar, antes de continuar, fue el haberme impuesto no imaginarme al profesor a su edad de 101 años, sólo esperaba el momento de verlo. Cuando toqué la puerta de su casa fue Magalis quien la abrió y, después de un saludo y la respectiva presentación, me invitó a sentarme, mientras iba a avisarle de mi presencia. Lo vi aparecer con su paso firme, un tanto lento, con su siglo a cuestas, con su cuerpo envejecido, pero, eso sí, erguido como siempre. Sus años viejos no han encorvado la dignidad de su columna, ni la de su memoria.

No podía creerlo, el profesor Rueda, a sus 101 años me saludó, por primera vez, con un apretón de mano.  Austero, como cuando éramos sus alumnos en el Colegio de Bachillerato Masculino de Soledad —Codesol—, me comentó que todavía se mantiene en movimiento, que va, solo, al supermercado, ubicado a dos cuadras de su casa, y que, a parte de su sordera, se siente bien. Entonces, recordé que valió la pena no imaginármelo a su edad, que alcanzó el siglo y, el pasado 3 de julio, le dio inicio a su segunda centena de vida, ¡cumplió 101 años! Orgulloso del trabajo docente que realizó durante cincuenta años en colegios como el Biffi, San José, Sagrado Corazón, San Roque, en el Codesol (1962-1972) y de allí fue trasladado para el Meisel, donde trabajó veinte años. Tenía 78 de edad cuando le comunicaron, oficialmente, que le agradecían los servicios brindados, como docente de Educación Física.

La dignidad de su memoria, que involucra al interlocutor porque recuerda detalles, años, nombres, situaciones y toda una historia encapsulada en ese siglo de existencia que es su vida, es digna de admirar. Cómo si hubiese sucedido el día anterior, comentó que para los Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se realizaron en Barranquilla, el comité organizador solicitó a la secretaría de educación a todos los profesores de cultura física y dejó escapar el nombre de la entonces secretaria de educación, Carmen Caparroso, hermana del insigne profesor Luis R. Caparroso, cuyo nombre lo ostenta una institución educativa oficial de Soledad. Fue nombrado director deportivo del Estadio de béisbol Tomás Arrieta y de la Piscina Olímpica, construida para los juegos centroamericanos; y recordó que la construcción más rápida para los juegos fue el Estadio de basquetbol Suri Salcedo. Me invitó para que conociera el patio de su casa y habló de su vinculación al Colegio de Bachillerato Masculino de Soledad, que fue para el año de 1962, cuando el Secretario de Educación, Fernando Suárez Bornacellis, visitó el colegio porque el Ministerio de Educación Nacional exigió que para su aprobación los docentes debían estar escalafonados en primera categoría y concluyó diciéndome que los alumnos presentaron los exámenes  en el colegio José Eusebio Caro, con la presencia de los inspectores de educación, que obtuvieron buenos resultados y, así, le dieron la Resolución de aprobación oficial.

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