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Vamos con la vida y la muerte (II)

Un sicariato que

diezma juventud

Riohacha

Por Luis Roberto Herrera Mendoza

«Crónica de una masacre anunciada»

Parafraseo a nuestro premio nobel de literatura Gabriel García Márquez en el título de su libro ‘Crónica de una muerte anunciada’, porque lo considero recurso válido, diría casi gráfico, para encabezar esta triste nota.                                                         

Y es que el sábado 24 de octubre, en vísperas de las elecciones de

Todas estas muertes fueron achacadas por las autoridades a retaliación y ajustes de cuentas o venganzas personales, y los entes gubernamentales no

Sin nada más que hacer, la diversión es beber y que despues venga lo que sea... No hay más opciones...

les dieron la atención adecuada a estos hechos, a los cuales solo clasificaron estadísticamente como algunos ‘sucesos normales’ de violencia.

Pues bien: toda esta sangre violentamente derramada tiene relación entre sí, aunque las autoridades traten de ocultarlo. Todos han sido protagonizados por jóvenes de nuestros barrios que, de una u otra forma, hacen parte de grupos juveniles, en los cuales imperan las disputas entre los mismos miembros del grupo o con integrantes de otros grupos.

Las últimas acciones son muestra fehaciente de una ‘demarcación de territorio’, para demostrar, a sangre y fuego, ‘quiénes mandan’ en esas zonas donde florecen el micro-tráfico de alucinógenos y los negocios ilícitos. Existen en estos barrios ejércitos de jovencitos y jovencitas, en una inmensa mayoría casi niños, dedicados al raponazo, al hurto de motocicletas, al robo de celulares... Muchos de esos jóvenes-niños han sido reclutados de otros barrios por sus preferencias musicales, porque son fanáticos de la música champeta, y siguen a los picos donde estén sonando; esa es la actividad pantalla, a la que recurren para salir de sus casas, caso contrario a las actividades delictivas que realizan durante todo el día.

Muchos se inician en estas actividades ilícitas solo para adquirir el estilo de ropa y de prendas que utilizan sus artistas preferidos. Además, hacen valer a la brava su gusto por los celulares costosos, imposible de adquirirlos legalmente debido a las difíciles condiciones económicas de su entorno familiar. Estas ‘necesidades juveniles’ han sido aprovechadas por bandas criminales para enrolar a estos muchachos y entrenarlos para sus fines criminales. Y ‘forman’ a un ‘líder’ para que actúe, de manera multiplicadora, en su propio barrio.

La delincuencia juvenil es un fenómeno mundial, y tiene algunos factores que inciden para que muchos menores caigan y otros no... Entre otros factores se encuentra el de vivir en un entorno conflictivo donde la delincuencia es habitual y se abusa del alcohol y las drogas; otro, frecuentar amistades que están en el ámbito delincuencial; uno más, tener trastornos de conductas. Estas circunstancias, entre otras, son las que motivan a cientos de jóvenes a ingresar a las bandas violentas, al consumo de las drogas, a la comisión de robos y otros tipos de actos delictivos.

Expertos en la materia señalan también el ausentismo escolar, el desempleo, la pobreza o crecer en familias disfuncionales como acondicionadores de esas conductas juveniles.Cuando el ingreso a la delincuencia se da desde muy joven, es muy difícil, si no imposible, la resocialización. Por esta razón, las autoridades deben de implementar políticas preventivas, impulsar programas de asesoramiento familiar, desarrollar campañas de prevención de consumo de drogas y del embarazo temprano y no dejar de ejercer acompañamiento permanente: todo un paquete de medidas gubernamentales. Y no lo digo yo, lo recomienda la ONU en referencia a la prevención y el control de la delincuencia juvenil. Los gobernantes riohacheros han sido sordos y ciegos ante tales recomendaciones y, por el contrario, hacen honor al descuido. Y ni siquiera lo recientemente acontecido en esta materia en nuestra ciudad, los motiva a tomar el toro por lo cachos.

A ellos les exigimos que piensen por un momento en estos jóvenes, tanto víctimas como victimarios; que minimicen sus voraces apetitos corruptos al manejar las finanzas oficiales, y que designen algunas migajas del presupuesto para la inversión social que se requiere, para la prevención ante este mal que está carcomiendo a nuestra juventud.

Lo ocurrido la víspera de elecciones en el barrio Dividivi debería de dejar huella indeleble en quienes, el 25 de octubre, resultaron electos para gobernar, co-administrar y ejercer control político en Riohacha y su entorno. El sangriento episodio los conmina a que, durante los próximos cuatro años, hagan presencia permanente en esos barrios cumpliendo con su rosario promesero de campaña, implementando programas que, al ser ejecutados, ayuden al desarrollo social de estos jóvenes.

Que regresen a cada sector que visitaron suplicando o comprando los votos, pero con positivas acciones, como, por ejemplo, liderando actividades de ocupación del que les permita a las nuevas generaciones distanciarse de las malas costumbres y darle una mejor ocupación al tiempo libre, que en muchos casos es casi todo.

Es obligación del nuevo alcalde y los concejales, de la nueva gobernadora y los disputados hacerles sentir a los jóvenes que el estamento oficial les propicia compañía. Que así como los seguimientos a la música champeta los lleva a formar pandillas y a enfrentarse entre sí, la música también ha de ser una herramienta que ayude a socializarlos y hacerlos sentir parte importante de la sociedad.

Y que, como ya lo había dicho en un artículo anterior, que nuestros jóvenes se armen, pero con instrumentos musicales. Que nuestro jóvenes se enfrente en bandas, pero musicales, atrincherados detrás de un piano y toda una instrumentación musical disparando exquisitos sonidos, disparando música para espantar a la muerte y para que viva la vida.

Tengamos siempre presente que sociedad que abandona a sus jóvenes, es sociedad condenada a no contar con la experiencia que aporta la vejez.

gobernantes locales, concejales y diputados —la contienda política más candente y costosa de que se tengan conocimiento en los últimos años en Riohacha— pasó un hecho que, por el fulgor del debate, pasó desapercibido: el asesinato de un grupo de jóvenes riohacheros, acontecido en el barrio Dividivi de la convulsionada comuna 10: ¡la llegada de la muerte prematura, viajera insaciable en las balas sicariales!

La gravedad de los hechos fue opacada por el acontecimiento político —dizque fiesta de la democracia—, pero no por ello deja de repercutir entre la ciudadanía: mataron a cinco jóvenes, de los que solo uno de ellos sobrepasaba los 22 años, entre quienes figura una niña de tan solo 15 años, y además dejaron malheridos a cuatro más, menores de edad, una niña de 14 años y un niño de 15, entre los afectados. En la comuna 10 de Riohacha todos sabían que algo terriblemente trágico iba a pasar, en todo el territorio distrital muchos sabían que algo iba a pasar en la comuna 10, solo las autoridades, administrativas y de Policía nunca se enteraron de lo que iba a pasar. Y nada se hizo para evitar lo que ya pasó: un múltiple crimen con visos de vendetta entre bandas. Jóvenes provenientes de hogares humildes y extremadamente pobres —no sabemos a qué se dedicaban, sería irresponsable encasillarlos en alguna actividad fuera de la ley, pero todo indica que pertenecían a un grupo o pandilla juvenil— que al momento de la acción criminal se encontraban alrededor de un ‘picó’, desde el cual salía el estruendoso sonido de la champeta y algunos consumían licor y los otros, uno que otro cachito de marihuana.

La fatídica noche estaba vigente la ley seca, precisamente con motivo de las elecciones, y por eso nadie se explica por qué la guachafita estaba prendida y por qué las autoridades de policía encargadas de preservar el orden y hacer cumplir las leyes, no actuaron en procura de frenar el ilegal ‘parrandón’. Ahora salen a ofrecer recompensa a quienes informen sobre los autores materiales de la masacre. ¡Habrase visto! Siempre se ha pregonado que “¡después de lluvia caída no hay magnífica que valga!”.

Ha explotado la bomba. Lo que por tanto tiempo se había advertido —todos sabíamos sobre lo que se estaba cocinando en las calderas de nuestros barrios— afloró cruentamente la noche ante de las elecciones: ¡Vive la violencia juvenil dejando un reguero de muerte! Y ante la situación, las administraciones departamental y municipal y los estamentos de justicia se hacen los sordos y ciegos.

Los ‘partes’ de normalidad aparente que pregonan nuestros gobernantes cuando se les pregunta por la situación de los jóvenes en los barrios del municipio, queda en entredicho. Sus reportes son desmentidos con los acontecimientos ocurridos la noche del 24 de octubre de 2015, sumado a hechos similares acontecidos con cierta frecuencia y que, habilidosamente, nuestras autoridades califican como “casos aislados”: buscan minimizar su realidad, la carencia absoluta de políticas públicas a favor de la juventud. La violencia social juvenil en los barrios va ganando cada día más espacio. Ya es común ver, en fines de semana, hordas de jóvenes en sitios donde se expenden licores, motivados por la exposición ruidosa de los nuevos ritmos musicales. Jóvenes de ambos sexos en competencias bailables cargadas de morbo y mayoritariamente menores de edad: niñas y niños de entre 12 a 15 años y que terminan protagonizando toda clase de desórdenes y actos vandálicos. Esta práctica, aunque anormal por la presencia masiva de menores, fue inofensiva en sus comienzos. Pero después fue evolucionando hasta llegar a organizarse por grupos que se identifican por zonas o barrios de residencia. Y se ha pasado de la lucha dancística a la territorial y de las inofensivas batallas bailables a las peleas a puño limpio, a enfrentamientos armados promovidos ahora por organizaciones criminales que han venido reclutando combatientes para el micro-tráfico de drogas, el cobro de extorsiones, los robos, los raponazos y el mismísimo sicariato, bajo la mirada indiferente y hasta alcahueta de padres y la vista gorda de autoridades. Los actos criminales y asesinatos en la ciudad han venido incrementándose cada día con la participación de jóvenes y niños de barrios de estratos medio y bajo, veamos: hace aproximadamente cuatro años, en el barrio Galán, en horas de la noche, fueron asesinados tres jóvenes, dos de los cuales residían en Majayura, etapa I, y el otro en el vecino barrio Jorge Pérez.En el mes de mayo de este año sucedió otro acontecimiento trágico: masacre en ‘Chumbulún’: tres jóvenes murieron en el sitio y otro más en una institución de salud, a donde fue llevado gravemente herido. Saldo: cuatro muertos y cuatro heridos.

En días previos a este múltiple asesinato, en el barrio ‘Los cerezos’, fue asesinado a bala, y delante de muchas personas, otro joven que, según se supo, era compañero de los asesinados en ‘Chumbulún’.Días antes de la masacre en el Dividivi fueron asesinados dos jóvenes —uno de los cuales era sobreviviente de la masacre del ‘Chumbulún’— en “hechos aislados”, según las autoridades, con escasos minutos de diferencia.!

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