El Muelle
CARIBE
Homenaje perenne al Muelle de Puerto Colombia
Crónicas y Opinión
José Orellano, director
Ya pasó la Navidad...
Un año que
se va y otro
que viene...
Un año que
se va y otro
que viene...
se conmemora el nacimiento el niño Dios y termina un año más.
Diciembre llega con su recocha de sentimientos: la gente se muestra más alegre, bonachona, desprendida, conciliadora, comprensiva, nostálgica, pero también, gastadora a manos llenas. Derrocha sin tener en cuenta las consecuencias que ello trae, a posteriori, para el bolsillo.
Y es tal el asunto, que hasta a algunos se les pudiera cantar la letra de la canción vallenata del maestro Nafer Duran, ‘El estanquillo’, que dice que “cuando llego al estanquillo,/ yo no sé lo que me pasa (Bis)/: e siento el bolsillo lleno/ como si yo hago la plata”.
Como lo dice la estrofa de este tema —hecho famoso por Juan Piña y Juancho Roys en los años 70, en su trabajo discográfico titulado ‘El fuete’—, se comportan muchos de nuestros semejantes en temporada decembrina, pero al pasar las festividades entonces vienen los ¡ayayay!. Diciembre es el mes de los aguinaldos, es el tiempo en que se ablandan los corazones.
En casi todo el mundo, y allí Colombia, se adelantan campañas de consecución de regalos para los niños más necesitados: juguetes y ropas para los cinturones de pobreza que rodean a todas las ciudades colombianas, para los niños enfermos, para los niños indígenas, para los hijos de los recicladores, para los hijos de los habitantes de la calle y aparece un sinfín de fundaciones recogiendo aguinaldos.
En los templos católicos, en empresas y en los barrios se congregan niños a leer las novenas que, en la víspera de Navidad, el 24, obsequian aguinaldo a los asistentes... Las gobernaciones y las alcaldías entregan miles de regalos a los niños pobres de su jurisdicción territorial, en fin: son millones de obsequios representados en juguetes de todas clases y de todos los precios imaginables y por imaginar, juguetes de todas las clases.
En La Guajira el aguinaldo se divide en varias modalidades, según el statu social del que lo recibe. Se dan casos de personas que reciben sobres con dinero, otros con obsequios de alta gama. Pero para los estratos bajos, juguetes en serie ‘made in China’ de muy baja calidad, a precios irrisorios: de hasta un mil pesos, si se compran en grandes cantidades en Maicao.
Son numerosas las fundaciones creadas para recolectar y entregar juguetes y ropa a niños y jóvenes pobres de barrios e invasiones, pero especialmente para los indígenas wayuu, no solo inmersos en una pobreza extrema sino golpeados por la inclemente falta de agua en sus comunidades, situación que los ha obligado a migrar hacia el casco urbano de Riohacha y Maicao. Darles regalos es un bondadoso gesto que causa pérdida de identidad cultural en el wayuu, debido a que se le obsequia con juguetes u otros elementos fabricados para ‘alijunas’.
Lo que sí es una verdad de a puño es que todas estas fundaciones logran arrancar una sonrisa a estos niños, mientras brindan una efímera felicidad a miles de criaturas en condiciones sociales lamentables. Algunas de estas fundaciones no solo se preocupan por llevarles un juguete, sino que les organizan una tarde de alegría con cena incluida.
Se calcula que solo en Riohacha, las entidades oficiales y las fundaciones privadas gastan en la adquisición de juguetes y ropas, aproximadamente entre 500 millones y 700 millones de pesos, la mayoría en juguetes que entran al país de contrabando, afectando los ingresos por impuesto al departamento.
Se me ocurre pensar que en vez de gastar en la compra de tantos juguetes y ropas, de dudosa calidad, procedentes de China, mejor sería organizar a madres de cabeza de familia que viven en estos barrios subnormales para capacitarlas en la elaboración de juguetes artesanales y didácticos y en la confección de ropa infantil. Que les crearan micro-empresas y les garantizaran la compra de la producción por parte de las entidades oficiales y las fundaciones privadas. De seguro que se contribuiría a solucionar el problema de desempleo y, para esta época, habría más niños con una Navidad feliz y con juguetes que aportarían al desarrollo de su formación.
Qué bueno sería también que entre los obsequios a estos niños de niveles económicos muy bajos se pensara en instrumentos musicales, con lo cual se induciría a su formación y se les cimentaría un proyecto de vida.
Por esta temporada se ven en las redes sociales fotos de personas y organizaciones llevando juguetes y diversión a comunidades y rancherías: posan al entregar el juguete y hasta cargan niños, lo cual no es visto por otros con buenos ojos. Esto leí en internet: “Esta es una de las fiestas donde la gente más payasea. Al parecer nunca oyeron eso de que ‘lo que dé tu mano derecha, que no lo sepa la mano izquierda”, o algo así. Si dan una muñeca o un carrito a un pelao pobre ponen fotos en Facebook, Instagram, WhatsApp, etc. Solo les falta salir con un megáfono a pregonar lo ‘generosos que somos’”.
También hay que decir que muchos lo hacen en forma anónima, solo por la satisfacción de arrancar más de una sonrisa, sin que importe cómo lo hacen. Lo importante es ver ese gesto feliz en las caras inocentes de los niños cuando reciben su obsequio sin prestarle atención a la calidad o el valor.
Las fiestas de Nochebuena se celebran en casi todo el mundo: se conmemora el nacimiento de Jesús. La reunión familiar alrededor de la cena navideña a las 12 de la noche es lo tradicional, pero en La Guajira y especialmente en Riohacha, la cena navideña ‘importa un pito’. Aquí se organizan parrandas de amanecida. Es una fiesta descomunal donde participan todos sin distingo de clases.
Las familias pudientes ya optan por las reuniones familiares alrededor de la cena con variados platos, emulando las costumbres extranjeras, con pavo y jamón incluidos o recetas de platos promocionados en los medios informativos, pero, eso sí, acompañadas de bailoteo y licor. Contrario a como lo celebran en los barrios pobres: aquí la cena pasa desapercibida, aquí todo es alegría, trago y baile, a lo sumo un sancocho de mondongo, costilla o hueso, o en el mejor de los casos de chivo, o pescado. Es que a medida que el estrato social va bajando las celebraciones son más ruidosas. El pobre tiene una característica especial, la cual acompaña de una frase célebre “ellos no son más que yo”, así al otro día no haya para comprar la librita de azúcar que les permita pasar el guayabo a punta de agua dulce con hielo. Las personas de escasos recursos económicos, esas que a duras penas consiguen el pan diario a punta de sudor, son las más predispuestas a festejar Navidad y fin de año. Es como una manera de superar tantas frustraciones en su recorrido por la vida: en el ron y el bailoteo, en la recocha, encuentran el refugio para tantas desventuras.
El 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús fue escogido por la Iglesia católica y aunque hace siglos que se conmemora en esta fecha, la Biblia dice que cuando nació Jesús “había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” (Lucas 2:8). Este pasaje indicaría que Jesús debió nacer en verano (entre junio y septiembre). Se deduce, porque entre diciembre y enero hace demasiado frío en Palestina como para quedarse a la intemperie cuidando animales.
Los comerciantes aprovechan estas fiestas para enriquecerse. Reina el materialismo, un espíritu contrario al de Jesús. Lo realmente rescatable de la temporada es el cambio de actitud de mucha gente y las campañas para llevarle un día diferente a tantos niños que viven en sus pesebres naturales: muchos duermen en el piso de arena y más de una vez se acuestan sin haber probado bocado en todo el día.
Muchos de los que hoy alborozadamente festejan la Navidad no tiene idea del porqué lo están haciendo, solo saben que es diciembre el mes en que todo el mundo se trastorna, se vuelven bonachones, sentimentales, regalones, cuando se piden y se dan aguinaldos, y donde cualquier día es bueno para emborracharse. En diciembre, todos lo piden: taxistas, carpinteros (estos con más razón: el papá de Jesús era ebanista), albañiles, todos y mucho de lo recolectado como aguinaldo es para ingerir licor, más si es diciembre... Porque es como si existiese una ¡licencia para beber!
Aquellos que se desbocan en gastos en las festividades de fin de año, los que se endeudan, que gastan lo que no tienen y que se creen que hacen la plata, como dice la letra de ‘El estanquillo’, cada comienzo de año realizan la misma promesa: “En fin de año no vuelvo a endeudarme como lo hice en este diciembre”. Casi igual a la promesa que les oímos a quienes, después de una borrachera de siete pisos, en medio de endemoniado guayabo, repiten: “No bebo más”.
Ya pasó Navidad, viene Fin de Año y Año Nuevo —un año que viene y otro que se va... Un año que se va y otro que viene— y lo que sí es seguro es que año tras año seguiremos con la misma historia: entrega de aguinaldo, festejos y el comercio dispuesto a imponer una nueva moda, desde los colores a utilizar en los adornos, la ropa y hasta el juguete. Las instituciones y fundaciones seguirán en su campaña de entregarles regalos a los niños pobres quienes, sin la más mínima idea sobre el porqué se celebra la Navidad, dejarán escapar angelicales sonrisas de alegría.
Hoy estamos frente a una verdad incuestionable: 2015 es un año que se va y 2016 es un año que viene... Verdad de Perogrullo.
La volqueta carbonera para cargar pescados...La cabeza, para colgar la mochila, a la usanza wayuu... Cada niño, a su manera, pasó la Navidad.
El poder de compra, un imperativo en ápoca de Navidad, fin de año y año nuevo.
Ianochedelarcoiris.blogspot.com
Por Luis Roberto Herrera Mendoza
Cuando llega el último mes del año, llega también una serie de situaciones que se repiten años tras años, como si todos se pusieran de acuerdo para lo mismo. Cambian los protagonistas, pero las situaciones siguen iguales.
El primero que hace presencia es el mundillo comercial para arropar a la sociedad consumista que, al parecer, se prepara durante los 11 meses, cada año, para recibirlo. Todo va encaminado a gastar desenfrenadamente, bajo la falsa premisa de que es el mes del amor y la felicidad, en el cual
El parque Padilla de Riohacha, iluminado por la temporada.