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“Yo fui muy barranquillero…”

La partida

de ‘El pollo’

Por José Joaquín

Rincón Chaves

La ciudad, como siempre irreverente, pocas veces le llamó ‘El almirante

del ritmo’. Solo algunos locutores, cuando presentaban sus discos o en las presentaciones en vivo, le llamaban así. Para los que tenían audiencia en las clases populares de San Felipe, Olaya, Chiquinquirá o Rebolo, era sencillamente ‘El pollo barranquillero’.

... llegó a Cuba para inmortalizarse, interpretando

 guarachas, porros y boleros con la Sonora Matancera...

Homenaje en diciembre: el

Portal de Barranquillita

se llamará Nelson Pinedo

Como un homenaje especial al cantante barranquillero Nelson Pinedo, fallecido el jueves 27, la Alcaldía de Barranquilla, por intermedio de su Secretaría de Cultura, Patrimonio y Turismo, hará un reconocimiento a la vida y obra de este gran artista barranquillero que recorrió el mundo llevando siempre el nombre de su ciudad con mucho orgullo.

“El pollo barranquillero, con su música, no solo nos hizo sentir orgullosos, sino que toda su vida se dedicó a pregonar su amor por Barranquilla y a contagiarnos a todos con su ‘yo no soy de por aquí, yo soy muy barranquillero’, dejando en claro en todos los rincones del mundo que Barranquilla fue la ciudad que él siempre amó”, declaró el alcalde Char.

En el mes de diciembre será inaugurado con honores musicales, de parte de varios artistas locales, el Patio Portal de Barranquillita de Transmetro, que lleva el nombre de Nelson Pinedo. Cabe anotar que este reconocimiento al ‘Pollo barranquillero’, como era conocido en el ámbito musical, se había anunciado previamente a su familia en días pasados.

El decreto expedido anota en sus apartes principales:

Que el reconocimiento VIDA Y OBRA A LA PRÁCTICA ARTÍSTICA, DISTRITO DE BARRANQUILLA 2016 se otorga en el mes del Artista Nacional a los creadores barranquilleros que han dedicado su vida a trabajar en una o varias de las dimensiones del campo de las artes, con el fin de reconocer la trayectoria destacada y continua de artistas mayores de 65 años.

Que el señor NAPOLEÓN NELSON PINEDO FEDULLO, conocido con el nombre artístico de NELSON PINEDO, oriundo del Distrito de Barranquilla, en el departamento del Atlántico, ha consagrado su periplo vital al campo de la música, consolidando un significativo acervo de conocimientos y reconocida experiencia artística.

Las cenizas del maestro Pinedo se traerán a Barranquilla, cuando su familia lo disponga, y permanecerán en un nicho de la iglesia de San Roque, muy cerca de su barrio Rebolo, donde nació y nunca lo olvidó.

en su orquesta. No sé si era una de esas carretillas a las que se les oyen las balineras desde lejos o si era cierta semejante versión, que no hizo más que completar la admiración del entonces pequeñín por el ya famoso ‘Almirante’.

Años más tarde, ocupando la dirección de Radiosucesos RCN, allá por el año 1974, a este servidor lo en-

viaron a cubrir una entrevista con Nelson Pinedo y para que grabara para TV un especial del reinado internacional del Carnaval. Con cámaras a bordo, llegamos al hotel El Prado a fin de cubrir la entrevista con este actor de parte importante de mi vida y para lograr las declaraciones de las espectaculares participantes en las carnestolendas barranquilleras.

La interviú —como diría don Alfredo de la Espriella— con Nelson fue de maravilla. Un recorrido por sus

actuaciones en diferentes orquestas nacionales e internacionales, desde sus inicios y sus dificultades para llegar hasta la fama de ese momento. Ni por allí, intenté traer a colación su trabajo accidental como panadero. Hubiese resultado impertinente, de manera que la cosa quedó solo en el anecdotario de aquel chiquitín del barrio Chiquinquira y traganiquelero a morir.

Culminada la entrevista, con esa astucia de zorro viejo, Pinedo Fedullo percibió la ansiedad y nervios del

periodista por la presencia del ramillete de bellezas que habría de reportear. Ni corto ni perezoso, se adueñó del papel de interrogador alterno y, entre los dos, sacamos respuestas llenas de picardía y buen humor a las reinas internacionales.

Fue la primera y única vez que trabajé en programas de televisión para RCN. Al poco tiempo renuncié al

trabajo, cuando Carlos Ardila Lulle compró la cadena y, todo, porque no tomaba Naranja Postobón sino Coca-Cola y no quise perder la chispa de la vida.

Mi querido Nelson Pinedo, amé tu voz y tu manera de ser. Hoy te recuerdo como el hombre que me encan-

tó con sus canciones desde niño y quien me cautivó en mi debut fallido en la TV Nacional. Un abrazo en donde quiera que estés.

JOSE JOAQUIN RINCON CHAVES

Bogotá D.C., octubre 27 de 2016

Esa vaina de ‘Almirante’ sonaba como distante, como a botín de barco pirata, como a destroyer de la Arma-

da que perseguía contrabandistas por los mares de La Guajira. Además, el man se había hecho a pulso desde el barrio Rebolo y de manera imprevista, con la paciencia de los seres elegidos por los dioses, llegó a Cuba para inmortalizarse con sus interpretaciones de guarachas, porros y boleros en la entonces incontenible Sonora Matancera de Celia, de Bienvenido, de Carlos Argentino y otros muchos que luego se tomaron por asalto los traganíqueles de los bares, cantinas y tiendas de La Arenosa. Este apelativo de su amada Barranquilla, nunca fue del agrado de Álvaro Enrique Ruiz Hernández, uno de los pocos que siempre le llamó ‘Almirante’ y quien le distinguía por sus nombres y apellidos completos: Napoleón Nelson Pinedo Fedullo.

Nunca, en sus primeros años de crooner, le conocí personalmente. Creo haberlo visto fugazmente en el

radioteatro de Emisoras Unidas del Paseo Bolívar con la 38, cuando ese lugar se colmaba para algunas presentaciones de los astros de la época o de los concursantes de canto que apenas intentaban lograr la atención de las multitudes y de Marcos Pérez Caicedo, animador de esos programas.

Mi encuentro con la voz de Nelson Pinedo Fedullo se dio en la vecindad del barrio Olaya, en unos aparatos

que nunca en mi vida había visto de modo material. Solo conocía los discos de algunos intérpretes de pasillos, bambucos y rancheras en mi natal Pamplona y que tenían un sonido fatal, por las precarias condiciones de un viejo tocadiscos, propiedad de un paisano del barrio Popular Obrero de la Villa de Ortún y Velasco. Esos aparatos que conocí en Barranquilla, se llamaban traganíqueles.

Y el nombre estaba bien puesto, pues funcionaban con monedas, producían fuentes multicolores de soni-

dos y, para mí, eran centro de curiosidad por su sonoridad, por las voces que surgían de su interior y a veces por los gritos destemplados de los borrachitos que, al son de una ranchera, lloraban sus amores de manera estruendosa en las pocas mesas que adornaban una salita de La Chichi, esa tienda-cantina del barrio Olaya, que fue testigo de mis primeros amores con la música antillana y también de mis primeros asaltos a la caja de la

panadería, pues sustraía algunos peniques para poner a funcionar ese aparato musical que me había cautivado.

No es que fuera un asiduo del

pequeño bar. Era que este funcionaba a menos de cincuenta metros en donde mis padres tenían una panadería. Habíamos llegado de la Perla del Norte, en el mes de febrero de 1955, expulsados por la violencia partidista de entonces. Esa es otra historia. El caso es que, desde el negocio, se escuchaban los discos de desamor que no me gustaban y, las más veces, las canciones de una tal Sonora Matancera, cuyos ritmos se habían tomado la ciudad, pues, además, era plena época de carnaval.

Los porros, cumbias, guarachas,

boleros y demás ritmos caribeños se apoderaban de la cuadra desde La Chichi. Celia Cruz, Daniel Santos, Bienvenido Granda, Alberto Beltrán, Carlos Argentino, Virginia López, Carmen Delia Dipinni y ‘El pollo barranquillero’ ingresaron a mi diccionario musical, reemplazando de golpe y porrazo a los Garzón y Collazos, Silva y Villalba y demás arandelas del cancionero interiorano. Se fueron ‘Los cisnes’ y ‘Brisas del Pamplonita’ y llegaron como un ventarrón que todo lo arrasa ‘Juancito trucupey’, ‘Momposina’, ‘Me voy pa’La Habana’, ‘Guantanamera’, ‘La esquina del movimiento’, ‘Aunque me cueste la vida’, ‘El tibiritabara’ y toda esa historia musical que me inundó y que hizo de Barranquilla esa ciudad en la que hubiera ansiado nacer. Pero como dice el hijo del telegrafista de Aracataca: “Uno no es de donde nace, sino de donde entierra sus muertos.”

El caso es que, en ese negocio

de la panadería, por aquellos bemoles de la vida, aterrizamos un día cualquiera de 1957 en un establecimiento de propiedad de don Julio Lastra, quien había sido director e integrante como bajista de la Emisora Atlántico Jazz Band. Los muchachos que trabajaban con mi papá y que vivían en el barrio Chiquinquirá, me contaron que Nelson Pinedo había laborado como oficial en la panadería de don Julio Lastra y que por su voz, cuando amasaba la harina de trigo, este lo había patrocinado para que cantara

Fotografías y pinturas de un rostro que evolucionaba durante los exitosos años del cantante barranquillero.

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