top of page
Protagonista, Gabriel Escorcia Gravini

Hola Soledad...

Un hecho muy real que se
vuelve ¡puro surrealismo!

Con una cámara fotográfica colgada al cuello, es mejor recorrer las calles de Soledad como pasajero de un motocarro...

Prefiero entonces un ‘motocarro’, al lado de mi cuñado Aristides Nicolás Donado Martínez, ‘Nico’, y esto suce-

de para tener que sentir en la mitad de las nalgas, fijo en ‘el huesito del ñango’, los efectos del deterioro de muchas

vías pavimentadas años ha o destapadas des-de siempre. Peor si se viaja en uno de esos vehículos que, con problemas de suspensión, corcovea como yegua salvaje dispuesta a no dejarse domar.

Como es de suponer, la realidad había de

desparramar gran parte de las evocaciones del pasado contra esas calles bastante deteriora-das por la falta de mantenimiento o de voluntad política para pavimentarlas. Recuerdos hechos trizas, sí, porque ya ni las butifarras, que se e-laboran en infinidad de sitios soledeños, son ni saben como las de antes. Se han empequeñe-cido a tal extremo, que más bien parecen caga-jón de chivo en sartales.

La peor imagen está en el mercado públi-

co y su entorno, donde, de joven, durante más de una veintena de ocasiones, desayuné caldo de pescado y bocachico frito como preludio del cierre de una parranda. Hoy es un chiquero en el cual se surte el pueblo de los artículos co-mestibles para el día a día. El mosquero es ate-rrador, asqueante.

El caño tragado por basura y batatilla. A su margen izquierda, el feo mercado.

cia Gravini, sino por lo que descubro, a lo mejor invisible para otros ojos menos acuciosos, en la casa esquina don-de había nacido y donde, además, murió el rapsoda, el 28 de diciembre de 1920.

Allí, en la calle 19 con carrera 21, figura una placa desmejorada en su presentación por el olvido y unos bro-

chazos de vinilo blanco y en la cual medio se lee que “Aquí nació y murió/ el poeta Gabriel Escorcia Gravini/ autor de La gran miseria humana/ Academia de Historia de Soledad/ diciembre 17 de 1991”. Una placa empotrada en la pared de aquella casa faltando, primero, menos de seis meses para el arribo al centenario del nacimiento del poeta —hecho ocurrido en 1892—, que eso de adelantarse en casi 640 días a tal celebración solo pudo ocurrir en el en-torno de la realidad mágica que aflora desde lo surreal. Algo más, segundo: el poeta murió el 28 de diciembre, pero como a manera de ‘inocentada’ anticipada la ‘Academia’ de historia soledeña fechó la placa en un 17 del mismo mes, ¡aniversario de la muerte de Simón Bolívar!... Y abierta entonces queda la grandísima posibilidad de recordar en este nota surrealista que un extinto presidente de tan benemérita entidad aseguró alguna vez, para un video-do-cumental, que la etimología de la palabra butifarra se fundamenta en los términos buti, que, dijo, significa ‘embuti-do’, y farra, que, dijo, significa ‘fiesta’. Para un surrealista DRAE sería, pues: Butifarra: embutido para la farra.

Y sigo... Porque si allí… “en este entristecido/ y lúgubre camposanto/ termina del vate el canto,/ y del músico el

sonido;/ del pintor el colorido, y de su cerebro el foco/ se consume sin sofoco,/ y sólo queda el recuerdo./ Aquí tanto vale un cuerdo,/ como lo que vale un loco/, ahora todo eso pareciera que estuviera sucediendo en una desmesura-da paila infernal…

Ocurre, pues, que en aquella casa que vio nacer, crecer, encerrarse durante la luz del día, escapar hacia la ca-

lle bajo el manto de la oscuridad nocturna por efectos de su enfermedad —esto me enseñaron de niño— y escribir y que también vio expirar a Gabriel Escorcia Gravini, ha funcionado últimamente, allí en la que pudiera ser histórica casa, un restaurante muy popular, un ‘sancochadero’. Y el aviso promocional de la existencia de tal almorzadero es la pintura de una gigantesca olla puesta al fuego de leña vegetal… Está ‘concebida’ de tal forma, que la sensación óptica que deja es la de que la placa pende como aliño o condimento o parte de la vitualla dispuesta para caer a la olla y sumarse a los ingredientes del sancocho imaginado que hierve humeante y se ofrece a comensales en apu-ros a precio muy popular: ¡$3000,oo!…

Una imagen como para corroborar todo eso que transmite ‘La gran miseria humana’… Que, tomada de

https://es.wikipedia.org/wiki/Surrealismo, le doy paso a la oración de punto final de esta nota, para aterrizar en un ejemplo de lo surreal: “Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente, el surrealismo... Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una rueda a una pierna”.

Esta secuencia gráfica de José Orellano y Aristides Nicolás Donado Martínez (fotos 4 y 5) nos pasea por la realidad de un surrealismo en la tierra y en torno al po-eta Gabriel Escorcia Gravini. Prácticamen-te pusieron al fuego imaginado un re-cuerdo de su nacimiento y muerte en la misma casa que hoy es un sancochadero.

‘El viejo puerto’ al que tantas veces arrimó ‘La flor del río’ —la barcaza de Ramón Niebles Moreno, el egregio

abuelo— y en cuya margen izquierda se levanta el mercado, está consumido por la batatilla y la basura, es una es- pecie de tapón-fangal. Ya no hay caño para la práctica de la natación ni de la pesca como en los otrora felices años de mis niñez y adolescencia. Solo un amplio espacio para que se alimenten a su gusto las garzas carroñeras, pero blancas de plumaje, que invaden ‘terrenos’ del supuesto usufructo exclusivo de goleros o gallinazos.

Huele a feo y, en medio de ese ambiente que asfixia, se levantan dos o tres cantinas, pegadas una de la otra,

a orillas del fétido caño seco, y que se atiborran de parranderos eternos, incluyendo ‘gorreros’ o ‘gotereros’ o ‘cana-leros’. Sin que deje de hacer presencia la inefable mercader del sexo con borrachos que, cargada de ‘esperanzas’, da por allí sus vueltas y más vueltas a la caza del próximo cliente.

La verdad: mi interés es fotografiar las fachadas de seis o siete puntos identificativos de mi pueblo: el merca-

Margen derecha del Cementerio y la bandera de lata que no ondea, pero que sí informa al mundo que allí vive el cementerio Gabriel Escorcia G.

do, el caserón de los Domínguez, la iglesia de San Antonio de Padua, el Museo Bolivariano, la capilla de la Cruz de Mayo, Laminas del Caribe, el parquecito donde se levanta la estatua de Bolívar que le da la espalda a su Museo, la biblioteca Melchor Caro de la Federación Municipal de Padres de Familia de Soledad, algún otro parque y los dos cementerios tradicionales: el ‘viejo’, o ‘Central’, y el ‘nuevo’. Anhelo, eso sí, la irrupción —en medio del tra-yecto—, de un hecho que me procure la escritura de una historia curiosa desde mi terruño.

El recorrido en tri-moto-taxi, atra-

viesa por calles y carreras casi sin dis-tingo, resultante del estrangulamiento urbano a punta de ladrillo y metal. Si no fuera porque me desplazo con al-guien aferrado a su tierra —testigo de excepción de la transformación salvaje del municipio: ‘Nico’, mi cuñado—, no

había de ser fácil de entender que las construcciones de una calle o una carrera son como copia de las de otra y las de esta son como el escaneo de una de las de más allá, aunque no pertenezcan a una urbanización propiamente dicha… Es como si estuviéramos dando vueltas y más vueltas sobre el mismo eje, buscando la salida de un labe-rinto de casas embarrotadas: sus residentes viviendo como presos en sus propios hogares, detrás de esas rejas de hierro, protectoras contra las acciones del hampa, que actúa a cualquier hora del día o de la noche.

El sol en ocaso pinta de ocre el verde-blanco del surrealismo en sus inicios. Nombre de intelectual para el Cementerio Central.

que, en efecto, el impacto universal de su intenso y extenuante lamento reclama, desde hace años, un homenaje.

Pero no eso por medio del cual se decreta que su nombre se le endilgue a una ‘mansión glacial/ donde lo fatuo re-fleja,/ se pudre la carne vieja/ como la carne jovial;/, por muy cierto que la necrópolis-escenario del extensísimo po-ema haya sido MUY soledeña.

Y es que, viéndolo bien, recintos físicos con pinceladas de lo cultural o intelectual es lo que tiene Soledad para

que lleve tal nombre por merecimientos muy distintos al de ser depositario de los despojos mortales de tantos sole-deños —los huesos de La gran miseria humana’ descrita por Escorcia Gravini— al través de los siglos, una gran parte de los cinco trascurridos desde la fundación de la Porquera de San Antonio de Padua. Además, buscando con detenimiento en la web, muy pocos son los panteones en el mundo que saltan a la vista con nombre de humanos: el ‘Capitán Joe Byrd’, el camposanto más grande para reclusos en Huntsville, Texas, ‘estrenado’ por prisioneros de Byrd en medio de ese surrealismo concebido por España-Francia-Estados Unidos —1799-1802— alrededor del dominio sobre Luisiana, con inclusión en el diferendo de la mayor parte de West Florida y todo Texas. Y otro es el cementerio Presbítero Matías Maestro, en Lima, Perú, bautizado así en honor de su diseñador: Maestro.

Pero más ingredientes cuecen el asentamiento de ese surrealismo que hierve y crece hasta lo aterrador, no

solo dentro de lo que ocurre en el viejo camposanto soledeño, que ahora ‘responde’ al nombre de Gabriel Escor-

del vate al viejo camposanto de noso-tros, los soledeños…

Y todo deja indicar que se proce-

dió al bautizo —así es lo surreal—, des-de la creencia de que aquel joven vate enfermo que había nacido en 1892, 14 de marzo, para dejar de existir a los 28 años, construyó 30 décimas, 300 versos en torno a las miserias del hombre —un campo santo como escenario idealizado y una mujer que lo fue de carne y hueso como inspiración—, dejándolas despa-rramar sobre hojas de papel desde el mismísimo interior de la primera necró-polis que, con todas las de la ley, han disfrutado los difuntos soledeños.

No hay duda de que Gabriel Es-

corcia Gravini gestó un hecho sin pre-cedentes en la vida cultural del terruño y

En ‘motocarro’, la misión ha de cumplirse en pocas horas. Y cuando —des-

pués del paso y una ojeada fotográfica al parque de ‘La María’— quedo dispues-to para realizar las últimas tomas donde va a descansar para siempre el discurrir de la vida: Cementerio Viejo y Cementerio Nuevo, ¡irrumpe la anhelada historia!, mientras el sol se va hundiendo en su ocaso.

En efecto: desde el azul hemisferio el Astro Rey pone, en el comienzo del

crepúsculo vespertino, la dudosa limpidez de su luz ocre sobre la lata fría de un elevado aviso de color verde, letras blancas, al extremo derecho del Cementerio Viejo o Central…

¡Ha llegado el sublime momento!, porque el mensaje de ese aviso verde, 

como bandera que no ondea, bañado de amarillo oscuro gracias a un débil cho-rro luminoso solar, me penetra por mis ojos: es lo real, para irse más allá de lo racional y lo irracional y superar hasta lo onírico, a fin de venir a posarse en la autopista de mis neuronas como inequívoca muestra de lo que yo, con gran par-te del mundo todo, hemos de concebir como surrealismo.

Sucede pues que, porque como… ‘Una noche de misterio/ estando el mun-

do dormido/ buscando un amor perdido’ el poeta soledeño Gabriel Escorcia Gravini ‘pasó por el cementerio’, esta última ‘acción’, me imagino yo, había de servir como consideración para que, muchísimos años después, las autoridades sin oficio de mi pueblo le clavaran, alegando in memoriae tributum est, el nombre

Por José Orellano

Soledad, Atlántico

Es tarde de sol brillante y en busca de alguna historia curiosa salgo

a dar vueltas por mi terruño.

Ya no puedo hacerlo solo y a pie, como en otras épocas, mucho me-

nos si ando con una cámara fotográfica colgando del cuello, lista para cap-

tar ‘emblemas’ del pueblo.

No des papaya con la cámara ni con el celular —me advierte un amigo de infancia, vieja data,

cuando me ve en acción—. Aquí, los rateros no perdonan una. Y hasta ‘dan balín’ por un aparato de esos.

Gabriel Escorcia Gravini en retrato hablado elaborado por alumnos de la Corporación Universitaria de la Costa, CUC. 

bottom of page