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Narcotráfico

Gran aliado,

financiador y

promotor de

paramilitares

La narco-cultura
ParaPolítico
NarcoTraficante

El narcotráfico se imbrica en el conflicto armado a principios de

los años ochenta como aliado, financiador y promotor de los grupos paramilitares. Al mismo tiempo se involucra como proveedor indirecto de recursos para las guerrillas, en particular para las Farc, con el pago de gramaje por los cultivos y laboratorios.

Progresivamente y de la mano de los paramilitares, el narcotráfico entraría a hacer parte directa

del conflicto. Mantuvo confrontación en algunas regiones con las guerrillas por el control de rutas y cultivos, y en tiempos más recientes, incluso estableció alianzas con ellas.

El narcoterrorismo que emprendió el Cartel de Medellín en la década de los ochenta tuvo un

profundo impacto en la guerra, pues debilitó al extremo al Estado, generó un rechazo generalizado a los actores violentos y distorsionó por completo la naturaleza del conflicto cuando, por ejemplo, miembros del Cartel de Medellín cometieron crímenes contra la Unión Patriótica.

También es claro que desde su nacimien-

to el narcotráfico ha querido tener influencia política y hacerse al poder del Estado. No de otra manera se explica que Pablo Escobar lograra un escaño en el Congreso, que el Cartel de Cali haya financiado la campaña del presidente Ernesto Samper, y que las auc, financiadas por el narcotráfico, se hayan convertido en una fuerza política detrás de congresistas, alcaldes y gobernadores.

Posiblemente el mayor impacto que ha

tenido el narcotráfico en la guerra colombiana ha sido la manera como se han cruzado la lucha contrainsurgente y la lucha contra las drogas. Esto fue particularmente llamativo con el Plan Colombia, que fue aprobado como un plan para detener la producción y comercio de cocaína y terminó siendo el punto de quiebre en la guerra contrainsurgente, ya que el 60% de sus recursos se asignaron al fortalecimiento

de las Fuerzas Militares.

Hay que decir que mientras duró este Plan, el discurso del Estado no establecía diferencias entre

guerrilla y narcotráfico, y se trató a los grupos insurgentes como carteles de la droga. Este desconocimiento del carácter político de las guerrillas y su designación como meros criminales tuvo consecuencias como la extradición de jefes de estos grupos armados, a pesar de que la Constitución prohíbe que los delitos políticos sean juzgados por otras naciones.

Su incidencia en el problema agrario también es muy importante. Desde hace tres décadas los

narcotraficantes se han hecho a las mejores tierras del país, a veces comprándolas por encima del precio para lavar activos y distorsionando el mercado; y, en otras, haciéndose a ellas a la fuerza por razones de control territorial y para impulsar los cultivos ilícitos.No hay que subestimar el cambio cultural que ha dejado el narcotráfico. El imaginario del dinero fácil y el ascenso social inmediato no solo ha funcionado como un incentivo para la violencia entre jóvenes y sociedades marginadas, sino que en ocasiones ha conspirado contra las posibilidades de equidad y democracia que tiene la sociedad colombiana.

INFLUENCIAS Y PRESIONES DE LAS POLÍTICAS INTERNACIONALES

No cabe duda de que Estados Unido ha sido el país que más ha influido en el conflicto colom-

biano. Primero con su doctrina anticomunista y contrainsurgente en el marco de la Guerra Fría, luego con la guerra contra las drogas, y finalmente con su cruzada contra el terrorismo. Su presencia ha

El narcoterrorismo por Pablo Escobar en el decenio de los 80 tuvo un profundo impacto en la guerra y debilitó al extremo al Estado.

estado signada por el tutelaje político pero también por la ayuda financiera.

El Frente Nacional adoptó una política dual de reformas, inspi

radas  en la Alianza para el Progreso por un lado, y por la doctrina del enemigo interno difundida por Estados Unidos y que alcanzó su máxima expresión con el Estatuto de Seguridad Nacional de Turbay Ayala. En los años ochenta fue indudable la influencia de Ronald Reagan con sus teorías contrainsurgentes, que derivaron en la creación de grupos paramilitares en todo el continente.

La guerra contra las drogas emprendida por Estados Unidos

transformó por completo la actuación de Fuerza Pública en Colombia. Primero, doctrinariamente, al identificar el conflicto como un asunto sobre todo criminal. Segundo, porque en el Plan Colombia se incluyó una enmienda  sobre estándares de Derechos Humanos severamente vigilados por el Congreso de ese país, que se convirtió en un incentivo para modernizar y civilizar a la Fuerza Pública.

Finalmente, la lucha antiterrorista que emprendió Estados Unidos desde el año 2001 sirvió de

telón de fondo para clausurar durante un largo tiempo las posibilidades de negociación con la guerrilla, y leer todos los actos insurgentes en clave de terrorismo, sin negar que tanto guerrillas como paramilitares hubiesen incurrido en actos de esta naturaleza.

Del otro lado, las corrientes revolucionarias y socialistas han influido de diferentes maneras en

los grupos insurgentes. La Revolución cubana fuela inspiración inicial de todos los movimientos guerrilleros, pero puede decirse que es el triunfo de los sandinistas, en Nicaragua en 1979, el que marcó definitivamente a los rebeldes, pues les mostró la necesidad de ampliar las bases sociales de la revolución y les ilusionó con la posibilidad de tener insurrecciones populares, en combinación con la guerra popular prolongada.

La caída del socialismo crea una tendencia mundial de cierre de los conflictos internos por vía

negociada a finales de los ochenta y principios de los noventa, incluyendo el nicaragüense, que se define en unas elecciones luego de una desgastante guerra. Parte de la insurgencia colombiana se reincorpora a la vida civil, en el entendido de que ya no hay apoyo internacional para la lucha armada. Por otra parte, las farc y el eln se separan por largo tiempo de cualquier corriente internacional, hasta principios de este siglo, cuando nuevas tendencias socialistas se imponen por la vía electoral en varios países de América Latina.

La influencia externa también ha sido muy importante para contener los efectos nefastos del con-

flicto. A partir de los años noventa, la agenda de Derechos Humanos tanto de la OEA, como de la ONU, del Departamento de Estado de Estados Unidos y de la Unión Europea, así como de las organizaciones de Derechos Humanos internacionales, han sido cruciales para dar soporte a las víctimas, hacer visible la tragedia que ha significado la guerra para los civiles, luchar contra la impunidad y fortalecer las instituciones.

Igualmente, el Estatuto de Roma, vigente desde el 2002, y la internacionalización de la justicia

en casos de crímenes de guerra y de lesa humanidad han significado cambios importantes tanto para el Estado como para las guerrillas y los grupos paramilitares. La implementación de la justicia transicional durante los procesos de negociación con los grupos armados es un efecto directo de esta nueva realidad.

LA FRAGMENTACIÓN DEL ESTADO

Más que ausencia del Estado, lo que ha habido durante la guerra en Colombia ha sido un Es-

tado fragmentado y débil, tanto en lo territorial como en lo institucional. La fragmentación puede notarse en las tensiones que ha habido entre poder civil y militar, en ciertas coyunturas claves para el conflicto, por ejemplo, durante los procesos de paz de Belisario Betancur y Andrés Pastrana. Esta relativa autonomía militar, aunque formalmente quedó superada con la Constitución del 91, aflora todavía y no se ha resuelto de manera definitiva.

Otro dilema que ha enfrentado el Estado a lo largo del conflicto tiene que ver con su debilidad re-

gional y local, especialmente en zonas alejadas de los centros del poder. En estos años de guerra, el centro del país vio cómo se fortalecieron sus instituciones, mientras en la periferia subsistieron los problemas de gobernabilidad, la corrupción y la falta de legitimidad. El supuesto de que la descentralización ayudaría a cohesionar el país en medio de la diferencia y la diversidad, ha sido saboteado por los actores del conflicto. La brecha entre el sector más integrado del país y el resto, parece ser muy profunda aún.

LA JUSTICIA Y LA GUERRA

La relación entre guerra y justicia ha sido central en Colombia. Tanto la guerra se ha adaptado

a los cambios de la justicia, como esta ha tenido que ajustar su actuación a los diferentes periodos y modalidades del conflicto. Si algo ha caracterizado a la justicia en estos años es su ausencia. La impunidad ha sido consecuencia de las distorsiones del conflicto armado, pero, como una serpiente que se muerde la cola, también ha sido su alimento.

Muchos factores han incidido en la impunidad. El primero tal vez es la dialéctica entre asedio

y cooptación. El segundo la inoperancia por el desborde de casos y la debilidad estructural de la rama judicial. El tercero es que la justicia ha sido usada en la guerra a través del derecho penal del enemigo y los contextos de excepcionalidad que permiten su aplicación.

Los jueces e investigadores han sido victimizados en los últimos 30 años por el narcotráfico y

por los actores del conflicto. Dos hechos emblemáticos de este asedio fueron, primero, la Toma del Palacio de Justicia en 1985 por parte del M19 y su consiguiente retoma por el Ejército Nacional, hechos que causaron la muerte a los magistrados de las altas cortes. El segundo hecho fue la masacre de La Rochela en 1989, donde toda una misión de instrucción criminal que intentaba documentar las primeras matanzas de los paramilitares fue aniquilada. Amenazas, atentados, asesinatos han obstaculizado la justicia, pero también la debilidad del sistema judicial en las regiones lo ha hecho ineficiente, lento y en ocasiones ha sucumbido al poder de los grupos armados.

Otro factor crítico para que se instalara la impunidad ha sido la normalización de lo excepcional

y la militarización de la justicia. Colombia tuvo estados de Sitio durante casi todo el siglo pasado. En estos se utilizó el derecho penal para hacer frente a los problemas de orden público del país, o se les dio a los militares la potestad para juzgar civiles en tribunales militares hasta 1987. Esta extensión de la justicia penal militar a los civiles afectaba gravemente el debido proceso, dado que los jueces militares carecían de la imparcialidad necesaria para administrar justicia, y porque los consejos verbales no garantizaban una defensa efectiva de los acusados que no eran en su totalidad guerrilleros sino también líderes sociales, opositores políticos o intelectuales.

A principios de los años noventa, la fórmula se repitió de otra manera con el Estatuto para la De-

fensa de la Democracia que, aunque estaba pensada para hacerle frente al narcotráfico, terminó por convertir a la justicia sin rostro en una herramienta de la lucha contra los grupos insurgentes. Esta excepcionalidad tuvo impactos muy negativos para la democracia. Hubo masivas vulneraciones a los Derechos Humanos, se generó mayor impunidad y se desvalorizó el diálogo como camino para resolver el conflicto.

A pesar de la impunidad, el punitivismo y la excepcionalidad como incentivos para la guerra, la

justicia también le ha impuesto frenos a la ilegalidad a través de acciones protagónicas como las investigaciones sobre la parapolítica, el control constitucional de los estados de excepción que permitió derogar las zonas especiales de orden público o las zonas de rehabilitación y consolidación, o la revisión constitucional de decretos legislativos que permitieron poner límites a las Convivir en 1997 o cesar el juzgamiento de civiles por parte de tribunales militares en 1987.

Otra tensión que se ha mantenido entre guerra y justicia tiene que ver con el tratamiento que

esta le da a los actores del conflicto armado, y como este ha cambiado de acuerdo con los contextos políticos.

En Colombia existe una larga tra-

dición jurídica alrededor del delito político que sirvió para que los Gobiernos decretaran amnistías en momentos muy críticos. Prueba de ello son las amnistías e indultos que concedieron en su momento Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancur y César Gaviria, las cuales facilitaron los procesos de paz, aunque estos resultaran estos exitosos o no. Sin embargo, la dinámica de criminalización de la guerra, el marco de interpretación del conflicto como una amenaza

Julio Cesar Turbay Ayala

Belisario Betancur y César Gaviria.

terrorista y los debates internacionales en torno al tratamiento que deben tener los crímenes de guerra y de lesa humanidad, y en particular la creación de la Corte Penal Internacional, han modificado las posiciones de la justicia frente a los actores armados.

Aunque durante las dos últimas décadas el delito político ha perdido cada vez más fuerza, se

resiste a desaparecer. El cambio fundamental en cuanto a su alcance se dio en 1997 cuando una sentencia de la Corte Constitucional separó la rebelión de los delitos comunes cometidos por los guerrilleros en combate. En la práctica, esto implica que si un guerrillero mata a un soldado en combate, tendrá que ser juzgado por homicidio. La imposibilidad del indulto y la amnistía para estos actos que otrora se entendían como conexos con la rebelión, y el tratamiento de los delitos atroces cometidos por todos los actores del conflicto —dado lo larga y degradada que ha sido la guerra— son parte de los dilemas que enfrenta el país para construir la paz. El conflicto permanente entre la necesidad de administrar justicia en un país agobiado por la impunidad y la necesidad de ponerle fin al

conflicto armado en procesos de negociación política han abierto la senda de la justicia transicional en Colombia.

Un primer acercamiento a estos mecanismos está contenido en la Ley de Justicia y Paz aproba-

da en el 2005 para facilitar la desmovilización y la reintegración de los miembros de las AUC. Sin embargo, diversas interpretaciones de las Cortes, tanto la Suprema como la Constitucional, mostraron las limitaciones de la Ley, y sobre todo, las paradojas del proceso de desmovilización.

La Corte Suprema determinó que los paramilitares debían ser juzgados como delincuentes comu-

nes y no como sediciosos, lo que le cerró la puerta a que los miembros de este grupo armado fueran indultados. Y más adelante definió que el concierto para delinquir que habían llevado  a cabo estos grupos era un delito agravado y, por tanto, los 30.000 desmovilizados y no solo sus jefes debían tener un proceso penal y una condena. La dificultad para definir el carácter de los paramilitares tiene que ver en parte con la ambigüedad que históricamente ha tenido el Estado frente a estos grupos. Sin embargo, lo que la aplicación de la Ley de Justicia y Paz ha revelado es que todavía la justicia no se ha desprendido del enfoque penal y punitivo para abordar asuntos que atañen a la transición política necesaria para salir de la guerra y construir la paz.

Intentando encarar esas dificultades, el Gobierno de Juan Manuel Santos impulsó la aprobación

de un Marco Jurídico para la Paz, que le da facultades al Gobierno y a la justicia para emitir decretos que hagan posible la reincorporación de los grupos guerrilleros que culminen procesos de dejación de armas, y los agentes del Estado que han cometido crímenes de lesa humanidad o de guerra en nombre de la democracia y las instituciones.

Con todas las ambigüedades que se imponen a su funcionamiento en un contexto de guerra, la

justicia colombiana ha sido débil, pero dista de estar colapsada o ser irrelevante en el desarrollo del conflicto armado.

Ley de Justicia y Paz: la justicia a zafarse del enfoque penal y punitivo para abordar asuntos que atañen a la transición política necesaria para salir de la guerra y construir la paz.

IV parte
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